Santa Olaja de Acero, de Ignacio Aldecoa
La prematura muerte de Ignacio Aldecoa todavía no ha sido superada en las letras castellanas. Aunque tiene novelas que siguen su estilo inigualable, fue en los cuentos donde alcanzó una rara perfección que sigue atrayendo la atención de aquellos que se enteran de su existencia y que convierte a esos lectores en fieles.
Sus secretos son difíciles de describir. Probablemente no haya en las letras españolas modernas un autor que haya empleado con tanta eficacia el realismo y, sin embargo, se las compusiera para filtrar unas atmósferas de fondo no explicitadas que reflejaban los tiempos, las angustias y las injusticias de la época franquista.
En ese realismo, muchas veces se detenía en lo aparentemente nimio, en lo que algunos hubieran podido asegurar que era "costumbrismo" para, entonces, y en una vuelta de tuerca, convertirlo en una épica cotidiana.
En Santa Olaja de Acero, lo medido del relato se muestra ya en su inicio, «A través de los entornados ventanillos podía ver la claridad del amanecer; la claridad de humo blanco de locomotora del amanecer». Es el inicio de un día para Higinio, el maquinista de tren. Un día que será relatado en todo detalle, sin ahorrar minucias aparentes, pero que conforman un microcosmos, el del maquinista, el del fogonero Mendaña y el de la locomotora Santa Olaja y su relación por los lugares por los que pasan, en un oficio duro, cansado, matador y destructivo, pero en el que «Tampoco hay [dinero para pagar] estar metido en una mina o al pie de un horno durante ocho horas, quemado por fuera y por dentro. Aquí, cuando quieres, puedes respirar y pegarte un trago en cada estación que paremos.»
Y establecida la atmósfera, entonces surge el conflicto. El viaje del mercancías que conducen Higinio y Mendaña es monótono, previsible, pero de repente un operario les hace señales de parar. Están reparando la vía, y tienen que volver al apeadero por el que han pasado hace un rato.
Insisto, una nimiedad, un grano de arena en apariencia, algo con lo que nadie construiría un relato. Pero el convoy es pesado, y para retroceder hay que hacerlo cuesta abajo, con lo que el tren amenaza con desbocarse, sin freno posible, y rebasando el apeadero, chocar con el mixto que viene detrás de ellos.
La creación de tensión, tal vez por lo repentino y por la cotidianeidad preparada por Aldecoa en las líneas precedentes, es extrema. De repente todo se vuelve enorme, tenso, mortal.
Esa virtud de narrador de Ignacio Aldecoa es una que pocos escritores han alcanzado, y es una que repitió, una y otra vez, en sus prosas cotidianas, en sus escritos autosatíricos, en sus relatos de realismo social, en toda su obra, en la que plasmó los más diversos ambientes de tal manera que el lector quedaba inmerso en ellos.
En Cuentos Completos vol. 2
Alianza Editorial, col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19736 [1955]
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