El Relojero de St Paul, de Bertrand Tavernier
SESIÓN MATINAL
(L'Horloger de St Paul); 1973
Director: Bertrand Tavernier; Guión: Jean Aurenche, Pierre Bost, Bertrand Tavernier, basado en la novela L'Horloger d'Everton de Georges Simenon; Intérpretes: Philippe Noiret (Michel Descombes), Jean Rochefort (comisario Guilboud), Sylvain Rougerie (Bernard Descombes, el hijo de Michel), Christine Pascal (Liliane Torrini, la compañera de Bernard); Dir. de fotografía: Pierre William Glenn; Música: Philippe Sarde.
La vida monótona y tranquila de un relojero de Lyon, Michel Descombes, se ve súbitamente vuelta del revés cuando la policía viene a buscarlo a su casa para que reconozca su propia furgoneta, abandonada en un margen de carretera, que suhijo Bernard ha utilizado para asesinar a Razon, un policía de fábrica (una especie de cuerpo paramilitar y rompehuelgas). A partir de ahí, y girando en torno a este suceso, el pacífico relojero se enfrentará tanto a los fantasmas de su pasado, como su temprana viudedad y la incomunicación (que él no creía que fuera tal) con su hijo como con la situación de angustia por no saber el paradero de éste y de la chica que lo acompaña, perseguidos ambos por la policía, así como la incertidumbre del futuro y el no saber de si volverá a ver a su hijo o de si, cuando lo vea, esa incomprensión seguirá presente hasta perderlo de manera definitiva.
La película no es tanto un argumento policiaco o político-social (aunque ambos elementos están presentes) como un estudio caracteriológico de un hombre que, fundamentalmente, es buena persona y que se ha visto inmerso en algo que asume como responsabilidad propia, hasta el punto de que, capturado su hijo, le apoyará en sus declaraciones aun a costa de renunciar a los atenuantes que podrían introducirse en el caso. Tal vez eso cueste la prisión durante veinte años a Bernard, prácticamente elegida por él mismo, pero Michel Descombes llegará por fin a comprender a su hijo y las razones que lo impulsaron a matar, más de lo que hará el tribunal, y así acompañarle en su condena, tal vez ¿feliz? por haber estado a la altura de lo que esperaba de su padre, y haber por fin establecido una comunicación con Michel.
Rodada eficazmente y de forma muy intimista por uno de los maestros del cine francés, con interpretaciones contenidas pero ajustadas (atentos a la sutil que realiza Jean Rochefort), no es ésta una película que transmita un mensaje maximalista; es más bien una aproximación a un drama individual que ningún estamento, ni el jpolicial ni el judicial ni el social, puede llegar a comprender del todo. Y así, con esta ausencia de discurso grandilocuente, el espectador se siente obligado a reflexionar sobre las vidas de las personas comunes y corrientes que le rodean.
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