Dark City, de Alex Proyas
SESIÓN MATINAL
(Dark City); 1998
Director: Alex Proyas; Guión: Alex Proyas, Lem Dobbs, David S. Goyer; Intérpretes: Rufus Sewell (John Murdoch), William Hurt (Inspector Frank Bumstead), Kiefer Sutherland (Doctor Daniel P. Schreber), Jennifer Connelly (Emma Murdoch/Anna), Richard O'Brien (Señor Mano), Ian Richardson (Señor Libro); Dir. de fotografía: Dariusz Wolski; Música: Trevor Jones; Diseño de producción: George Liddle, Patrick Tatopoulos.
Después de Blade Runner, y salvo rarísimas excepciones, el cine de ciencia ficción ha sido un desierto, dominado por esos fuegos de artificio que son los efectos especiales que a poco o nada acompañan. Dark City es una de esas excepciones.
En un mundo perpetuamente nocturno y reminiscente de la América de los años 50, un hombre se despierta en la bañera de un hotel. No recuerda nada en absoluto, salvo leves retazos, sobre todo de un lugar luminoso llamado Shell Beach. Pero sobre él recae la acusación de ser un asesino en serie de prostitutas. Y sin embargo, también empieza a tomar conciencia de algo más: que la ciudad se detiene por completo, con todos sus habitantes, a cierta hora, cada día. Y que algunos de esos habitantes que conoció han cambiado, no de aspecto, pero sí de identidad y recuerdos de vida pasada.
No les descubro nada, porque se revela muy pronto, que esta ciudad es un microcosmos controlado por alienígenas, que modifican la ciudad cada día para adaptarla a los recuerdos modificados de sus habitantes. La tensión narrativa está en si John Murdoch podrá descubrirlo, a la vez que escapa de la persecución policial, y de si podrá hacer algo para liberar a la ciudad.
Por descontado, la sombra de la estética Blade Runner es alargada, y esa misma ciudad en tinieblas ya es una reminiscencia, así como la estética entre los cuadros de Hopper y el noir americano que muestra toda la película, pero a diferencia de otros filmes que, más que influenciados, han intentado plagiar esa estética, Dark City la recoge para adaptarla a sus propias finalidades. Y esas influencias son enormemente benéficas. Consiguen crear una atmósfera opresiva y fatalista, un viaje visual fascinante y un entorno propio y original.
Pero no sólo de estética se nutre el cine; también la ética tiene su importancia, y en las películas la ética suele llamársele a la historia que se cuenta. No voy a decir que esta película sea una digresión filosófica, ni que nos revele los secretos del alma. Sin embargo, esta historia, convolucionada, que se refiere a sí misma como en un juego de espejos, es una reflexión descarnada sobre el papel que juega la memoria en nuestras vidas, las pasadas y las futuras. Como pronuncia el doctor Schreber (Kiefer Sutherland, en una interpretación magnífica, tal vez la mejor de su carrera): "Una persona con los recuerdos de una vida de asesino ¿continuará matando? O por el contrario, ¿somos algo más que la simple suma de nuestras memorias?"
Una película que en su día pasó sin pena ni gloria por las carteleras, pero que, decididamente, merece su búsqueda y visionado. Porque es una de las pocas de la ciencia ficción inteligente en los últimos años, y porque es una lección visual.
Tráiler:
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