Sigfrido. Un Idilio Negro, de Harry Mulisch

(Siegfried. Een Zwarte Idylle)
Tusquets eds., col. Andanzas
Barcelona, 2003 [2001]

IN MEMÓRIAM: Harry Mulisch (1927-2010)

Cuando supe de la muerte de Harry Mulisch me invadió un sentimiento de incomodidad. Porque, pese a ser un escritor del que tenía buenas referencias y amplias (aunque no muy evidentes) recomendaciones, y tenerlo "en lista" para leer desde hacía tiempo, todavía no le había leído ni una línea. No es que a Mulisch le vaya a importar que lo haya leído en vida o post mortem, pero aún así el sentimiento de incomodidad persiste. De modo que les ruego no tomen esta entrada como un ejercicio de necrofilia sino como una especie de reparación para con un escritor que merece mucho la pena y cuya obra justifica esos comentarios elogiosos de los que les hablaba.
Sigfrido es una novela sorprendente ya desde su trama. Un escritor en gira por Austria se topa con una pareja de ancianos que tienen una historia que contar, y ésta no es otra que la del pequeño Sigfrido, hijo secreto de Eva Braun y Adolf Hitler. Un hijo que puesto que Hitler era el marido (o más bien el prometido) de todas las mujeres alemanas, tuvo que ser criado por ese matrimonio de criados del Berghof.
El resumen de contraportada define esta novela como un thriller. Y es cierto, pero no es sólo eso. Entre otras cosas porque un thriller entraría en materia mucho antes, y en cambio aquí transcurren 97 páginas (de las 197 que tiene el libro) antes de tener la revelación motora de la novela. Pero esas 97 páginas no son prescindibles, al contrario. El escritor, Herter, es un trasunto, muy irónicamente contemplado, del propio Mulisch: las semejanzas son evidentes, pero las diferencias son resaltadas para separar necesariamente la realidad de la ficción. Y esas 97 páginas introspectivas son necesarias para ponernos en situación. No es tanto la cuestión del hijo de Hitler; más bien es la cuestión que puede representar ese hijo y su historia (que no desvelaré) respecto al tema central que preocupa a la obra y al propio Mulisch: «Hitler continúa siendo un enigma sin resolver; y hoy más que nunca. Los innumerables intentos de interprewtación de su personalidad no han hecho sino acentuar su invisibilidad, algo que a él, por cierto, le habría complacido en extremo. [...] Es hora de que esto cambie. Quizá podamos atraparlo con la red de la ficción. [...] Estoy pensando en [...] partir de la realidad imaginaria (de un hecho inventado, altamente improbable, absolutamente ficticio pero no por ello imposible) para llegar a la realidad social. Creo que éste es el camino del verdadero arte: no de abajo arriba, sino de arriba abajo».
Esto es lo que sucede en la novela, pero más allá del hecho (ficticio) concreto que sirve de motivación a Mulisch, lo que es trascendente es la reflexión que éste, mediante ese alter ego que es Rudolf Herter, realiza a posteriori, y que es un ejercicio brillante sobre la comprensión del mal absoluto.
Mulisch fue autor que se ocupó de muchos temas. La de Hitler no fue sino una más de sus preocupaciones, pero no crean que por ese es la aproximación de un diletante o de alguien que realiza un enfoque puramente intelectual. Mulisch fue una de las pocas personas en el mundo que pudo hojear (y sólo durtante media hora) la autobiografía escrita por Eichmann en Jerusalén. Por ejemplo y como indicio. Y aún todo eso no sirve de nada sin la adecuada claridad de pensamiento y la grandeza literaria, cosas que Mulisch poseía. Descanse en paz.

Portada y sinopsis

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