La Calavera, de Paul Westheim
(La Calavera)
Eds. Era, col. Biblioteca Era/Serie Mayor
México, 1971 [1953; revisada 1971]
(Reeditado por Fondo de Cultura Económica)
El culto a los ancestros muertos es algo casi universal. Ha adquirido muchas formas; una de las más conocidas es la china, donde, imbuido de una filosofía confuciana, se convierte en un festejo dedicado a los muertos como muestra de respeto y aprecio.
En las sociedades cristianas sucede algo parecido, y la Iglesia Católica le dedica no uno, sino dos días, el 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos, dedicada a todas aquellas almas que exhalaron el espíritu después de una vida de santidad pero que, por una u otra razón, no han tenido el privilegio de perdurar en el Santoral, y el 2 de noviembre, festividad de los Fieles Difuntos, dedicada a los familiares muertos per se. En España, la conmemoración se ha concentrado el primero de noviembre, con la tradición de la visita a los cementerios, las ofrendas de flores en las tumbas y su limpieza y arreglo.
Pero, no nos engañemos, poca alegría hay en estas tradiciones; más bien se dedican al recuerdo apesadumbrado de aquellos que ya no están con nosotros; lo más festivo que existe es la tradición (cada vez menos seguida, por otra parte) de representar el Tenorio. En Latinoamérica es diferente, peculiarmente en México el día 2 cuando, como dice el libro del historiador del arte Paul Westheim, «La casa se adorna con flores (preferentemente con cempazúchiles, consideradas ya en el México prehispánico como flores de muerto), con guirnaldas de papel de China e imágenes de santos. En el cuarto más grande se improvisa una especie de altar, donde se coloca la ofrenda al muerto, toda una mesa llena de las golosinas y los platillos que más le gustaban en la vida. Los panaderos hacen un pan dulce especial, el "pan de muertos". Los niños reciben, además de juguetes confeccionados expresamente para ese día, sus calaveras de chocolate o azúcar, decoradas con papelitos de colores chillones y con lentejuelas. Las tumbas se adornan con ramos y coronas de flores».
Esta costumbre sigue chocándonos a los europeos, y más cuanto no sólo se detiene en la conmemoración, sino que se desarrolla como un auténtico festival, donde son tradicionales las "calaveras", dibujos o poemas humorísticos con la siempresonriente como tema central, banquetes (sería un menosprecio no comer (y beber) compartiendo los manjares con los muertos), etc. En suma, una fiesta alegre, muy alejada de la concepción de pérdida.
Westheim intenta explicar porqué esto es así, y porqué difieren estas tradiciones a uno y a otro lado del océano.
Y la explicación pasa por la concepción cosmogónica y cosmológica del mundo precortesiano, como no podía ser de otra manera. Porque para los pueblos mexicanos la vida no era un lugar agradable. Se vivía para sufrir, para pasar penalidades, para ser brutalizado incluso. «La carga psíquica que da un tinte trágico a la existencia del mexicano, hoy como hace dos y tres mil años, no es el temor a la muerte, sino la angustia ante la vida, la conciencia de estar expuesto, y con insuficientes medios de defensa, a una vida llena de peligros, llena de esencia demoniaca», dice Westheim. Eso y el hecho de que el México antiguo no tuviera infierno provocó el sentimiento de que la muerte, si bien no es deseable, no significa el paso a una vida peor, antes bien, a una existencia mejor cuanto más segura. Un hecho que debió concordar e inquietar a la vez a los misioneros cristianos, en tanto que predicadores de las glorias de la otra vida y, sin embargo, inquietos ante los festejos que a la muerte se le hacían; resignados al fin por mor de ese sincretismo tan eficiente del que hicieron gala durante la evangelización de América.
Westheim cumple con su propósito, describiéndonos una de las primordiales deidades mexicanas, Tezcatlipoca, el dios de la fatalidad; la idea de la inmortalidad en el México antiguo, la influencia de la europea danza macabra y, finalmente, la secularización de ésta, pasada por las creencia precortesianas, que ha desembocado en la festividad mexicana de hoy en día.
Y también el libro es una antología iconográfica, no sólo de las calaveras aztecas, mixtecas, totonacas, etcétera, sino de estas calaveras modernas, muchas de ellas pasadas ya por el arte, como la Muerte Olímpica, imagen escultórica de un esqueleto lanzador de jabalina.
Todo lo cual contribuye a dar cuerpo y comprensión a este festival de calaveritas de azúcar, de esqueletos desposados, de la muerte o el muerto mariachi, de un festival esquelético y cadavérico que, como siempre sucede con las celebraciones atávicas, tiene más razón de ser que la simple anécdota.
Portada y sinopsis
2 comentarios:
Ray Bradbury, fascinado por el México que celebra el Día de Difuntos, tiene varios cuentos en los que de trasfondo están las calaveras de azúcar y todo el folclore.
Un saludo,
Hola, Magda:
Bien cierto lo que dices...
Te recomiendo que cliques en el enlace y veas ampliada la portada de Fondo de Cultura Económica, así verás el espíritu festivo con el que se toman a la segadora...
Un saludo!
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