La Guerra del Fútbol y Otros Reportajes, de Ryszard Kapuscinski
(Wojna Futbolowa)
Ed. Anagrama, col. Crónicas
Barcelona, 2008 [1988]
El hecho de que este libro lo constituyan una serie de reportajes(desde los inicios de la independencia africana hasta la guerra etíope-somalí del Ogadén, pasando por diversos conflictos y situaciones africanas, la guerra greco-turcochipriota y un par de episodios iberoamericanos) de 1960 a 1976 y no un tema monográfico (como en El Emperador) me permite hablar sobre el propio Kapuscinski y su desaparición, que el periodismo y la conciencia mundial lamentan.
Es necesario leer a Kapuscinski. Porque es uno de los pocos que ha interpretado con inteligencia y realismo África. Porque es quien sabe reconocer las responsabilidades exacatas del primer mundo con respecto al tercero. Porque nunca pierde la visión humanista y humana del conflicto. Porque nunca toma partido si no es por el sufriente. Porque frenta a los análisis de despacho, Kapuscinski recorre el terreno de la guerra y el sufrimiento, y sabe hacia dónde mirar en busca de responsabilidades.
¿Quieren ejemplos? Ahí van dos, extractados del reportaje que da título al libro. El primero, la visión de esas personas que demasiado frecuentemente se convierten sólo en cifras:
«El moribundo tendría unos veinte años. Le habían alcanzado once balas. Si aquellas once balas se hubieran alojado en un cuerpo débil y viejo, el hombre habría dejado de existir en el acto. Pero las balas penetraron en un cuerpo joven, fuerte, recio, de modo que la muerte encontraba una tenaz resistencia. El herido yacía inconciente, ya al otro lado de la existencia, y sin embargo lo que aún le quedaba de vida libraba, obstinada, su última y desesperada batalla. [...] Todos seguían con angustioso interés aquel feroz combate, porque querían saber cuánta fuerza había en la vida y cuánta en la muerte. Todos querían saber hasta dónde la vida era capaz de luchar contra la muerte, y si una vida joven que aún existía y se negaba a rendirse conseguiría ganarle el pulso a la muerte.
»─¿Tiene alguna posibilidad de sobrevivir? ─preguntó uno de los soldados.
»─Ninguna ─respondió el enfermero, sosteniendo en lo alto una botella de suero.
»Todo el mundo se sumió en un grave silencio. Violenta y entrecortada, la respiración del herido recordaba la de un corredor de fondo después de una carrera agotadora.
»─¿Algunos de ustedes lo conocía? ─preguntó al cabo de un rato uno de los soldados.
»El corazón del herido trabajaba con todas sus fuerzas, hasta el punto de que se oían sus febriles latidos.
»─Nadie ─le contestó otro soldado.
»Por el camino subían camiones, los motores rugían. Junto al bosque, cuatro soldados cavaban un hoyo.
»─¿Es de los nuestros o es uno de ellos? ─preguntó el soldado sentado junto a la camilla.
»─No se sabe ─le respondió el enfermero tras unos instantes de silencio.
»─Es de su madre ─dijo uno de los soldados que permanecían de pie a un lado.
»─Ahora ya es de Dios ─agregó otro, pasado un rato. Se quitó la gorra y la colgó en el cañón de su fusil.
»El cuerpo del herido temblaba, víctima de violentas sacudidas. Bajo la brillante piel morena aún latían sus músculos.
»─Qué fuerte es la vida ─habló en tono lleno de asombro el soldado que se apoyaba en su fusil─. Todavía sigue en él. Todavía sigue.
»Los demás contemplaban al herido con una expresión de gravedad dibujada en sus rostros. El silencio lo envolvía todo. El moribundo respiraba cada vez más despacio; la cabeza se le caía hacia atrás. Los soldados o se sentaban inmóviles o se arrebujaban los unos contra los otros, como si quisieran conservar un resto del calor ofrecido por un fuego a punto de extinguirse en medio de un campo helado. Al final, aunque esta situación aún se prolongó durante un buen rato, alguien habló:
»─Ahora sí que ya se ha ido. La vida que le quedaba le ha abandonado.»
En el mismo reportaje sobre la Guerra del Fútbol, ese conflicto que todavía en los países "civilizados" se toma a chacota (6.000 muertos, 20.000 heridos, 50.000 desplazados en tan sólo 100 horas) como originada por un partido entre selecciones de fútbol, Kapuscinski nos aclara:
«La verdadera causa de la guerra del fútbol radicaba en lo siguiente: El Salvador, el país más pequeño de América Central, tiene la densidad de población más alta de todo el continente americano. [...] Dos tercios de la población rurtal no tienen ni un acre. En unas migraciones que se han prolongado durante años, una buena parte de este campesinado ha emigrado a Honduras, donde había grandes extensiones de tierras sin dueño. Honduras (112.000 km cuadrados) es casi seis veces mayor que El Salvador, al tiempo que tiene una población dos veces menor. [...] En los años sesenta se manifestaron los primeros síntomas de malestar entre los campesinos hondureños, que reclamaban tierras en propiedad. El gobierno proclamó un decreto de reforma agraria. Al ser un gobierno al servicio de la oligarquía terrateniente y ejecutor de la voluntad de Estados Unidos, el decreto no preveía ni la fragmentación de los latifundios ni el reparto de las tierras pertenecientes al trust americano United Fruit, que posee grandes plantaciones bananeras en el territorio de Honduras. El gobierno pretendía entregar a los campesinos hondureños las tierras ocupadas por los campesinos de El Salvador. Eso significaba que trescientos mil emigrantes salvadoreños debían regresar a su país, donde no tenían nada. A su vez el también oligárquico gobierno de El Salvador se negó a recibirlos, llevado del temor de una revuelta campesina».
Echo mucho de menos a Kapuscinski. Para ayudarnos a ver más claro. Mientras surge alguien a quien podamos considerar su sucesor, tendremos que conformarnos con lo que nos enseñó:
«SILENCIO: Las personas que escriben libros de historia dedican demasiada atención a los llamados momentos sonados y no prestan la suficiente a los períodos de silencio. Se trata de una falta de intuición, tan infalible en cualquier madre cuando se da cuenta de que de la habitación del hijo no le llega ningún ruido. [...] Corre hacia allí sabiendo que su intervención es imprescindible, corre porque siente que el mal flota en el aire. El silencio en la historia y en la política desempeña el mismo papel. Es señal de una desgracia y, a menudo, de un crimen. Es un instrumento político tan eficaz como pueden serlo el esgrimir las armas o los discursos en un mitin. Necesitan del silencio los tiranos y los ocupantes que velan para que su actuación pase inadvertida. Advirtamos con cuánto celo lo cuidaron y lo mimaron todos los colonialismos. Con qué discreción trabajó la Santa Inquisición. Con qué empeño evitó toda publicidad Leónidas Trujillo. [...]
»Sería muy interesante que alguien investigara en qué medida los sistemas mundiales de comunicación de masas trabajan al servicio de la información y hasta qué punto al servicio del silencio. ¿Qué abunda más: lo que se dice o lo que se calla? Se puede calcular con facilidad el número de personas que trabajan para la publicidad. ¿Y si se calculase el número de personas que trabajan para que las cosas se mantengan en silencio? ¿Cuál de las dos cifras sería mayor?»
2 comentarios:
Lluís, muy atractivo tu post. Buen texto el del soldado y una acertada reflexión sobre el ensordecedor silencio.
Hola, Carolina y Luis:
Esa reflexión sólo es una de las definiciones que Kapuscinski establece en el libro, en una especie de intento de definir un diccionario de la infamia. Sigo diciendo que lo echo mucho de menos.
Un saludo!
Publicar un comentario