Històries Naturals, de Jules Renard

(Histoires Naturelles)
Eds. de 1984
Barcelona, 1999 [1896; 1909; 1926]
Ilustraciones de Henri de Toulouse-Lautrec

Jules Renard (1864-1910), autor más próximo al modernismo que al naturalismo, escritor directo («una descripción que pasa de las diez palabras ya no es visible»), compuso estos 84 retazos de animales y la vida campestre, de estilos variados que van desde la descripción aguda, la fábula recontada o transformada, la personalización, la alegoría, la metáfora hasta (los más) los poemas en prosa.
Con una brevedad que aumenta el efecto de cada uno de los textos, Renard muestra una singular perspicacia en sus escritos, que constituyen una auténtica delicia para el lector. En su conjunto, forman una singular obra de amor, que evocará la nostalgia de la vida en el campo, la necesaria contemplación de la vida natural no como algo ajeno sino como un gran fresco en el que integrarse y (para el lector moderno) la melancolía de un mundo en trance de desaparición, de una campiña que cada vez más se parece a un desierto creado por el hombre o a un arrabal ciudadano que civilizamos sin piedad y que, con el paso del tiempo, conformará un recordatorio de un jardín (tal vez no paradisíaco, pero sí natural) del que no dejaremos rastro.
Como ejemplos de esta prosa, valgan estos:

La Lagartija:
«Hija espontánea de la piedra hendida en la que me apoyo, se me encarama al hombro. Ha pensado que yo prolongaba la pared porque estoy inmóvil y porque llevo un sobretodo de color mural. Esto halaga, no obstante.»

La Lagartija II:
«La Pared: No sé qué escalofrío me recorre la espalda.
»La Lagartija: Soy yo.»

La Serpiente:
«La diezmillonésima parte de un cuadrante de meridiano terrestre.»

El Saltamontes:
«¿Acaso es el gendarme de los insectos?
Todo el día salta y se afana en persecución de invisibles furtivos que no atrapa jamás.
No lo detienen ni las hierbas más altas.
No le da miedo nada, porque tiene botas de siete leguas, un cuello de toro, la frente genial, el vientre de una carena de barco, alas de celuloide, cuernos diabólicos y un gran sable detrás.
Como no se pueden atesorar las virtudes de un gendarme sin poseer sus vicios, todo hay que decirlo, la langosta masca tabaco.
Si miento, persíguelo con tus dedos, juega con él a las cuatro esquinas y, cuando lo hayas cazado, entre dos saltos, sobre una hoja de alfalfa, obsérvale la boca: por entre las terribles mandíbulas, secreta un jugo negruzco de nicotina.
Pero ya no lo tienes. El arrebato de saltar se lo lleva. El monstruo verde se te escapa con un brusco golpe de genio y, frágil, desmontable, te deja en la mano un muslito.»

El Martín Pescador:
«No han picado, esta tarde, pero me llevo a casa una rara emoción. Mientras pescaba caña en mano, ha venido a posarse sobre ella un martín pescador.
Ningún otro de nuestros pájaros brilla tanto.
Parecía una gran flor azul al extremo de un largo tallo. La caña se doblaba bajo su peso. Yo no respiraba, lleno de orgullo porque un martín pescador me tomara por un árbol.
Y estoy seguro de que no ha emprendido el vuelo por miedo, sino que debía pensar que no hacía otra cosa que pasar de una rama a otra.»

La Luciérnaga:
«¡Una gota de luna entre la hierba!»

La Pulga:
«Un grano de tabaco con resorte.»

El Ciervo:
«Entré en el bosque por un extremo del camino, cuando él llegaba por el otro.
Pensé primero que alguna persona forastera avanzaba con una planta en la cabeza.
Después distinguí el arbolito enano, de ramas separadas y sin hohas.
Por último apareció a ojos vista el ciervo y los dos nos detuvimos.
Yo le dije:
─Acércate. No tengas miedo. Si llevo escopeta, es por apariencia, para imitar a los hombres que se toman en serio. No la hago servir jamás, y dejo los cartuchos en el cajón.
El ciervo escuchaba y olía mis palabras. En cuanto hube callado, no dudó ni un momento: sus piernas se movieron como tallos que un aliento de viento cruza y descruza. Huyó.
─¡Qué lástima! ─le grité─. Ya soñaba con que hacíamos camino juntos. Yo te ofrecía, de mi mano, las hierbas que te gustan, y tú, con andar de paseo, me llevabas la escopeta de través sobre tu ramaje.»

Renard ha sido influencia (y por su concisión y perspicaci, benéfica) para innumerables escritores: entre los más cercanos, Joan Perucho, Sagarra, Josep Pla, Eugeni D'Ors, y entre los foráneos, André Gide, Somerset Maugham...
Estos relatos, en francés, pueden escucharse aquí.
Toulouse-Lautrec realizó para el libro unas primorosas ilustraciones.
Y este es uno de esos libros con banda sonora: En 1906, Maurice Ravel compuso cinco "Historias Naturales" sobre las de Renard: El Pavo Real, El Grillo, El Cisne, El Martín Pescador y La Pintada.

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