Las Zapatillas Rojas, de Michael Powell y Emeric Pressburger

SESIÓN MATINAL

(The Red Shoes); 1948

Directores: Michael Powell, Emeric Pressburger; Guión: Michael Powell y Emeric Pressburger; Intérpretes: Anton Walbrook (Boris Lermontov), Moira Shearer (Victoria Page), Marius Goring (Julian Craster), Robert Helpmann (Ivan Boleslawsky), Albert Basserman (Ratov), Frederick Ashton, Leonide Massine (Ljubov), Ludmilla Tcherina (Boronskaja), Esmond Knight (Livy); Dir. de fotografía: Jack Cardiff; Música: Brian Easdale; Diseño de producción: Hein Heckroth; Montaje: Reginald Mills.

Jamás una película había tenido tan poco material, o tan poco consistente en apariencia, como para ya no hacer una película, sino una obra maestra como es Las Zapatillas Rojas. En teoría se basa en un cuento de Andersen, pero podríamos decir que eso sólo es el argumento para un ballet que se representará como parte de la película. En realidad, lo que Powell y Pressburger lograron fue trasladar, por sublimación, ese mínimo argumento y ponerlo en la vida real (aunque toda la película tiene un aire, a veces mefistofélico y a veces de cuento de hadas, lo que ha llevado a clasificarla dentro del género fantástico; con buen criterio, a mi juicio, pero sin limitarse a ello). Victoria Page quiere bailar; toda su vida debe ser el baile, y el mejor y más grande organizador de ballets es Boris Lermontov.
Y, en efecto, Lermontov le dará, no sólo la oportunidad, sino que le prometerá convertirla en la mejor bailarina de ballet de la historia. Entonces la historia se torcerá: Victoria se enamorará del compositor Julian Craster, y Lermontov, muerto de celos o despechado en nombre de su arte (y uno diría que viene a ser lo mismo), despedirá a ambos... Para hacer tiempo después una propuesta de todo o nada a Victoria, que llevará a un final trágico.
Insisto en que este argumento, por muy bien que se trate, es archiconocido. Y Moira Shearer está perfecta en su papel, y todavía más enorme está Anton Walbrook, en una interpretación que es digna de antología. Pero la grandeza de esta película está en su tratamiento cinematográfico. Nos muestra el ballet desde el interior, y eso ya era anticiparse a su tiempo, dando además un aire de credibilidad a los hechos. Y cuando el ballet se pone en acción, Powell y Pressburger tienen la grandeza de dar el paso, y no limitarse a filmar lo que sucede en un escenario. Con una suavidad extrema, de repente el espectador contempla un ballet cinematográfico con todas las de la ley. Un espectáculo que pocas veces se ha dado en el cine.
Y toda la película está hecha con un cuidado y una sensibilidad que la ponen en otra dimensión. Jamás el cine británico, han dicho algunos críticos, ha vuelto a hacer una película tan perfecta. Jamás podrá perdonarse el cinéfilo que no haya visto Las Zapatillas Rojas.

Tráiler:

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