El Llarg Viatge, de Jorge Semprún
(Le Grand Voyage)
Ed. Empúries, col. Narrativa
Barcelona, 1991 [1963]
«De repente, mientras los veo andar por este camino, como si fuera una cosa tan sencilla, me doy cuenta de que estoy dentro y ellos están fuera. Me impregna una profunda tristeza física. Yo estoy dentro, hace meses que estoy dentro, y los otros están fuera. No es sólo el hecho de que ellos son libres, tendríamos que hablar durante mucho tiempo, de esto. Es simplemente que ellos están fuera, que para ellos hay caminos, árboles a lo largo de los senderos, frutas en los frutales, uvas en las viñas. Ellos están fuera, sencillamente, y yo en cambio estoy dentro. No es bien el hecho de poder ir allá donde quieras, nunca eres completamente libre de ir donde quieras. Yo nunca he sido libre de ir donde quería. He sido libre de ir donde hacía falta que fuera, y hacía falta que fuera en este tren, porque hacía falta que hiciera las cosas que me han llevado a este tren. Era libre de ir en este tren, completamente libre, y aproveché esa libertad. Estoy, en este tren. Estoy libremente, porque habría podido no estar. O sea que no es esto. Es una sensación física: estás dentro. Hay el fuera y el dentro, y yo estoy dentro. Es una sensación física que te viene como una oleada, nada más.»
El Largo Viaje cuenta el viaje de un grupo de deportados franceses desde París al campo de trabajo de Buchenwald en 1943. Es una novela porque tiene una estructura novelística, pero un somero vistazo a la biografía de su autor basta para saber que es una novela compuesta de episodios biográficos.
En una serie concurrente y obsesiva de flashbacks y flashforwards, Semprún nos evocará los recuerdos de la resistencia, del campo de Buchenwald, de la ocupación, de la miseria de la guerra, de la posguerra, pero sobre todo del abuso del ser humano por parte de sus semejantes, siempre volviendo a ese interminable largo viaje en un vagón de mercancías lleno de hombres hacinados, en una noche interminable, una noche en la que da igual que amanezca, siempre es una noche que no acabará nunca.
Semprún ha declarado que, mientras a Primo Levi escribir sobre los campos de exterminio le salvó la vida, a él le dieron ganas de suicidarse. El mismo autor se refiere a esta novela dentro del texto: "De todas maneras, mi libro lo acabaré porque se ha de acabar, pero ya sé que no vale nada. Todavía no ha llegado la hora de poder explicar el viaje, todavía he de esperar, he de olvidar realmente el viaje, después tal vez lo podré explicar."
Es un texto claustrofóbico, ominoso, pero imprescindible. En él, extrañamente, se mezclan los recuerdos de la vileza y la solidaridad, la compasión y el odio. No estoy seguro de que este libro tuviera una finalidad, ni tan siquiera para su autor. Tal vez sólo sea una invitación, un "ven y mira" cómo fue. Todo es perplejidad, todo es interrogarse sobre el ser humano. Y hasta dónde puede llegar:
«─¿Por qué quieres visitar esta casa exactamente?
─¿Habéis visto cómo está situada? ─les digo.
Miran la casa y después se vuelven para mirar el campo.
─¡Dios mío! ─salta Haroux─. Hay que decir que estaban en primera fila.
[...]
Entro en la sala de estar y es precisamente eso lo que me esperaba. Pero no, si he de ser sincero he de decir que, aún esperando esto, esperaba que fuera diferente. Era una esperanza insensata, por supuesto, porque a menos que borrase el campo, a menos que lo tachase del paisaje, no podía ser de ninguna otra manera. Me acerco a las ventanas de la sala de estar y veo el campo. Veo, en el encuadre de una de las ventanas, la chimenea cuadrada del crematorio. Y miro. Quería verlo, lo veo. Querría ser un muerto, pero lo veo, estoy vivo y lo veo.
La mujer de cabellos grises, detrás mío, habla:
─Eine gemülitche Stube, nicht wahr? [¿Una habitación confortable, verdad?]
Me vuelvo, pero no llego a verla, no llego a fijar su imagen, ni a fijar la imagen de esta habitación. ¿Cómo se puede traducir «gemülitch»? Intento aferrarme a este pequeño problema real, pero no llego, resbalo sobre este pequeño problema real, resbalo en la pesadilla algodonosa y cortante donde se alza, justo en el encuadre de una de las ventanas, la chimenea del crematorio. Si Hans estuviera aquí, en mi lugar, ¿cuál sería su reacción? Seguramente no se dejaría hundir en esta pesadilla.
─De noche ─pregunto─, ¿estaban en esta habitación?
Me mira.
─Sí ─dice─, estamos en esta habitación.
─¿Hace mucho tiempo que viven aquí? ─pregunto.
─¡Oh, sí! ─dice─. Desde hace muchísimo tiempo.
─De noche ─le pregunto, pero la verdad es que no es un pregunta, porque no puede haber la menor duda─, de noche, cuando las llamas iban más arriba de la chimenea del crematorio, ¿veían las llamas del crematorio?
De repente se sobresalta y se pone una mano en el cuello. Recula un paso y ahora tiene miedo. Hasta ahora no había tenido miedo, pero ahora tiene miedo.
─Mis dos hijos ─dice─, mis dos hijos han muerto en la guerra.
Me tira los cadáveres de sus dos hijos como carnaza, se protege tras los cuerpos inanimados de sus dos hijos muertos en la guerra. Intenta hacerme creer que todos los sufrimientos son iguales, que todas las muertes tienen el mismo peso. Al peso de todos mis compañeros muertos, al peso de sus cenizas, opone el peso de su propio sufrimiento. Pero no todas las muertes tienen el mismo peso, claro que no. Ningún cadáver del ejército alemán pesará jamás este peso de humo de uno de mis compañeros muertos.»
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