La Luna e i Falò, de Cesare Pavese
La lectura de cualquier texto de Pavese, poesía o prosa, produce en mí sentimientos encontrados. Por una parte lo innegable de una expresión bellísima, un dominio del lenguaje enorme, una expresión sentimental y factual insuperable. Pero, por otro, no puedo sustraerme a su suicidio. Y, en todas sus obras, es como si percibiera la impresión de que en realidad, Pavese no escribía por otra cosa que no fuera dejar una especie de memoria póstuma, no para los lectores, sino para sí mismo.
Juan José Millás ha insinuado que algunos suicidas pueden tener el cuerpo en un lugar mientras la consciencia está en otro. Esa disociación acaba provocando una tensión excesiva que desemboca en la unión por fin de ambas realidades en la realidad última de la muerte.
Y eso es todavía más evidente en esta novela, La Luna y las Hogueras (sea y llamémosla novela, puesto que cumple los requisitos: el protagonista puede ser identificado fácilmente con Pavese, pero no es Pavese, y lo que relata no tiene que ser necesariamente real), la última que escribió, en la que el autor rememora constantemente el pasado. Que relate historias y que las relate desde el presente no tiene nada que ver. En cierto momento, el narrador dice: «la vida es la misma, y no saben que un día mirarán alrededor y también para ellos habrá pasado todo».
Anguilla vuelve de América tras la guerra a su país natal. Han pasado muchas cosas, ha habido una guerra, y otra más, esta civil; y recorre estos lugares de la infancia y adolescencia junto a su amigo Nuto, rememorando y comparando las gentes del ayer y del hoy, y los paisajes ya cambiados o inmóviles en el tiempo.
Historias hay, como no puede ser de otra manera; la rememoración ya lleva a relatarlas y continuarlas en los años en los que ha estado ausente. Sin embargo, son lo de menos. Hay un hecho que debe resaltarse. Fue escrita entre septiembre y noviembre de 1949. En tan sólo tres meses. Que en tan poco tiempo Pavese cree un texto literariamente tan alto es asombroso; pero, además, casi podríamos hablar de una escritura de libre asociación (sólo hasta cierto punto: la novela posee estructura narrativa), en la que los fragmentos descritivos y rememorativos dan paso a diálogos profundos que trazan toda una forma de vivir y de entender la vida. Que se intercalen fragmentos que más que narración, son de prosa poética; que nos vayamos encontrando las diferentes historias poco a poco, y que estas se vayan desarrollando a un ritmo pausado, introspectivo.
Pero hay historias, créanme; y una sobre todo, la de la bellísima Santina, a la que el protagonista sólo conoció de niña, antes de convertirse en una mujer legendaria en la comarca por su belleza. Y esa historia, enigmática al principio, trágica en su conclusión, es toda una representación de la tragedia de la guerra civil que fue la lucha partisana en Italia.
Pero lo más importante sigue siendo la expresión. Una forma de narrar bellísima, que me resulta inquietante por lo que prefigura del trágico destino de Pavese, pero tan alta en la literatura como para asegurar por siempre un puesto de honor a Pavese en las letras universales.
Einaudi, col. Tascabili
Turín, 20054 [1949]
Existe edición castellana en Editorial Pre-Textos con el título de La Luna y las Hogueras
Portada y sinopsis de la edición italiana
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