Benito Cereno, de Herman Melville

(Benito Cereno)
Salvat Eds. y Alianza Ed., col. Biblioteca Básica Salvat de Libros RTV
Madrid, 1970 [1856]
Prólogo de Juan Benet

En 1799, el buque del capitán Amasa Delano, fondeado para hacer aguada en la isla de Santa María, en el extremo sur de Chile, divisa la llegada de un barco de vela desconocido.
Pronto los indicios de la maniobra de ese velero revelan que se halla en evidentes dificultades. Impelido por la solidaridad de los hombres de la mar, Delano se presta a echar una mano, y se acerca a ese buque:
«Observada desde más cerca, la nave, cuando pudo vérsela distintamente encaramada en la cresta de las olas plomizas, con jirones de niebla envolviéndola aquí y allá con sus retazos, surgió igual que un monasterio encalado después de una terrible tormenta, como asomado a algún sombrío precipicio pirenaico. No fue, empero, una simple semejanza fantástica la que, por un momento, hizo creer al capitán Delano que delante de él tenía nada menos que un buque cargado de monjes. En la nebulosa distancia, parecía realmente que a las amuradas se hubiera asomado una multitud de negros capuchos, mientras que, entrevistas a intervalos a través de las portas abiertas, distinguíanse confusamente otras errantes y sombrías figuras, como las de frailes negros deambulando por los claustros.
»Ya más cerca cambió aquel aspecto y se aclaró cuál era la verdadera índole del barco. Tratábase de un mercante español de primer rango que, entre otras valiosas mercancías, llevaba un cargamento de esclavos negros desde un puerto colonial a otro [...]
»Difícil era discernir si el barco aquel llevaba un mascarón de proa o sólo un sencillo espolón, ya que lo impedían las lonas que cubrían aquella parte, al objeto de resgurdarla de los trabajos de restauración, o con el fin de ocultar decorosamente su lastimosa condición. A lo largo de la parte de proa de una suerte de pedestal situado bajo las lonas, toscamente pintada o escrita con tiza, a guisa de broma marinera, se leía esta frase: "Seguid a vuestro jefe". Y poco más lejos, sobre la deslustrada empavesada del buque, estaba grabado en solemnes mayúsculas, en otro tiempo doradas, el nombre de la nave: "Santo Domingo". Cada letra aparecía corroída por los goterones de orín caídos desde los pernos de cobre, y sobre aquel nombre, como fúnebres yerbas, oscilaban negros festones de viscosas algas que, al ritmo propio de un coche de muertos, seguían los balanceos del casco del navío.»
Tras estas y otras atmosféricas descripciones, el capitán Delano sube a bordo para hallarse frente a un hombre devastado, el capitán Benito Cereno, amorosamente cuidado por su criado negro Babo.
El capitán español relatará a Delano, no sin renuencia, la serie de desastres que se han abatido sobre el Santo Domingo y le han obligado a emplear como tripulación de fortuna a los esclavos negros, su propia dotación mermada por la enfermedad y las galernas.
Sin embargo, hay detalles extraños a bordo, que desconciertan a Delano, que inspiran inquietud al lecto. Como si una historia no explicada se desarrollase ante nuestros ojos.
Dice Juan Benet en su magnífico prólogo: "Se trata de un relato marinero ─de los que tan pródiga es la literatura en inglés─ en el cual no falta nada indispensable. la aventura, la acción guerrera, el rigor y la crueldad de la vida a bordo, el exotismo de los países lejanos y desiertos, y sobre todo... el misterio. No conozco la narración original de Delano y, por consiguiente, no puedo afirmar la existencia o no del misterio en ella [...] pero dudo mucho de que lograra hacer el milagro de mantener la tensión hasta el final, para lograr lo cual Melville recurre a todos los procedimientos de que es dueño un maestro de la ficción".
En efecto, Melville consigue mantener esa tensión, y nuestra inquietud, hasta el final de la narración. No voy a cometer la torpeza de privarles descubrir cuál es el enigma del Santo Domingo. Pero créanme cuando les digo que se hallarán frente a un argumento inolvidable relatado con la maestría de un genio que, si fue ignorado en su tiempo, no puede sino sernos imprescindible hoy: Herman Melville.

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2 comentarios:

mario skan dijo...

Un amigo me regaló hace ya un tiempo el libro de la biblioteca de Borges: Benito Cereno. Billy Budd. Bartleby, el escribiente. de Herman Melville. Borges escribe en el prólogo:
"Benito Cereno sigue suscitando polémicas. Hay quien lo juzga la obra maestra de Melville [...]Hay quien lo considera un error o una serie de errores." De las tres historias la que tengo presente es la del escribiente, de Benito Cereno poco recuerdo, asi que deberé darle una nueva lectura.
Buena reseña. Saludos

Lluís Salvador dijo...

Hola, Mariano:
Cierto, no recordaba que Borges había incluido esas historias en su Biblioteca Personal. Tengo los prólogos, de modo que releeré lo que decía de ella. Muchas gracias por recordármelo.
Respecto a Benito Cereno, te diré que yo lo leí en mi tierna infancia en una colección juvenil (pero sin expurgar), y me causó una viva impresión, que no se ha visto defraudada con esta relectura. Tal vez por eso, esta vez he saboreado más el texto que no el enigma, ya que lo había resuelto en esa primera lectura infantil. Pero ese enigma y la atmósfera que lo acompaña son tremendas, inolvidable, de mopdo que, por supuesto que te recomiendo una nueva lectura. Y gracias, pero en este caso, como siempre que parece que hago un buen escrito, me apoyo en el texto de Melville y en las palabras del gran Juan Benet. Pero gracias de todos modos.
Nos leemos,
Un saludo!