El Gran Somni Daurat, de Chester Himes
(The Big Gold Dream)
Eds. 62, col. Seleccions de la Cua de Palla
Barcelona, 1989 [1960]
Serie Coffin Ed Johnson y Gravedigger Jones nº5
Sumergirse en una novela de Chester Himes es, no me cansaré de decirlo, entrar a dar un paseo, a veces hilarante y a veces trágico, por ese personaje con entidad propia que es harlem. Y sin embargo, esta es probablemente una de las novelas más sombrías de la serie, en parte porque su motivo principal son los sueños rotos de los protagonistas, que corren tras la oportunidad de salir de la miseria.
Siempre es difícil dar un resumen argumental de las novelas de Himes sin desvelar algo fundamental de su trama, compuesta de minúsculas piezas que encajan como en un mecanismo de relojería, pero creo que esta vez es necesario. El Dulce Profeta, por descontado más falso que un billete de dos euros, arrastra multitudes, pero lo que a él le ineteresa es aumentar su cuenta corriente, aunque sea a costa de los más necesitados. Cuando Alberta Wright le relata que ha tenido un sueño premonitotio, El Gran Sueño Dorado del título, en el que hacía tres pasteles de manzana que entonces estallaban en una lluvia de dólares y que, interpretándolo como una profecía, apostó a las tres loterías clandestinas del barrio y ganó en las tres, el Dulce Profeta, en lugar de asombrarse ante lo maravilloso de tal premonición cumplida, se las ingenia para robar los premios obtenidos, desencadenando una ola de engaños y crímenes.
Este es el corazón de la historia: treinta y seis mil dólares y todos los esfuerzos de los que rodean a Alberta (y de los no tan póximos a ella) para robárselos, perseguirlos una vez desaparecidos y establecerlos como una obsesión.
Siempre compuestas de pequeñas historias, en este caso la mezquindad corre libre por Harlem, desembocando en dramas personales, pequeños o grandes. Un espectáculo al que asisten, como testigos resignados, acostumbrados a todas las miserias, los policías "Ataúd" Johnson y "Enterrador" Jones, los tipos más duros de Harlem, quienes, cuando son acusados de no tener entrañas, responden:
«Es difícil decir quién tiene entrañas y quién no. Aquí tenemos una mujer herida y hay un asesino que todavía corre por ahí. Ella nos podría decir quién es antes de que mate a alguien más.»
Puede que no sea tan chispeantemente surreal como las anteriores novelas de la serie, pero Chester Himes sigue componiendo con El Gran Sueño Dorado el fresco de un Harlem que en todo, aun lo extravagante, parece real.
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