Sobre la Psicología de la Incompetencia Militar, de Norman F. Dixon

(On the Psychology of Military Incompetence)
Ed. Anagrama, col. Argumentos
Barcelona, 2001 [1976]

Este es un libro fundamental, piedra angular de la polemología (aquí en España, erróneamente, tomada como la ciencia de la discusión; en otros países, más civilizados, la ciencia que analiza los conflictos), que inauguró el estudio de la incompetencia en un campo capaz de causar un enorme sufrimiento al ser humano.
La guerra es consustancial a la humanidad, mal que nos pese. Y si esta actividad es productora de sufrimiento y penalidad, y su ciencia es la de la obtención de objetivos minimizando el sufrimiento y penalidades, la incompetencia es un aspecto fundamental que entorpece la obtención de los objetivos, aumentando, de forma desmesurada e inútil, los padecimientos y aflicciones. En una magnitud irreparable, porque toda vida humana sacrificada por el aparente capricho de unas decisiones que parecen irracionales se convierte en el colmo de la inhumanidad.
Dixon, en un análisis no exento de humor, desvela que la incompetencia militar puede identificarse y, mediante su estudio por la psicología, depurarse.
El libro está dividido en dos partes. En la primera, Dixon pone ejemplos de crasa incompetencia militar: Crimea, la guerra de los bóer, las campañas coloniales inglesas en India y Afganistán, la guerra de trincheras en la Primera Guerra Mundial, el sitio de Kut, Singapur y Arnhem. Por numerosos que puedan parecer, la lista podría ampliarse considerablemente: los Dardanelos, Stalingrado, Pearl Harbor, Borodino, Waterloo, Vietnam, las Malvinas (por ambos bandos)... Lo curioso es que con posterioridad al estudio de Dixon, se han seguido produciendo casos de incompetencia flagrante. Y por las mismas causas que Dixon identifica.
En la segunda parte, la más extensa, y con un lúcido análisis, Dixon identifica la incompetencia, encuentra las causas de la misma y localiza el pecado original de porqué según qué generales llegaron hasta la posición en la que, sin el menor desdoro, pudieron provocar pequeñas o grandes catástrofes militares de resultado irrevocable para los recursos y los hombres que estuvieron implicados.
Es admirable que alguien se planteara la cuestión de que estos desastres no eran fruto de la casualidad o la mala suerte. Igualmente admirable es la argumentación que emplea para prevenir que incompetentes lleguen a tener el mando de operaciones en las que causar unos daños que, a pesar o quizás precisamente por estar inmersos en la actividad más destructiva de la humanidad, son en toda cuestión superfluos.
Como ejemplo de esta irracionalidad, que no puede atribuirse únicamente a la ignorancia o la estupidez, valga un epítome de la incompetencia; en la guerra de los bóer, la infame batalla de Spion Kop, en el análisis de Dixon:
«Fue entonces cuando el simple retraso y la falta de eficacia dieron paso a algo más cercano a la locura. Bajo la creciente tensión de la inactividad, una curiosa folie à deux pareció cernirse sobre Buller y su subordinado. Los hechos son, por orden cronológico, los siguientes:
»1. Un reconocimiento realizado por la caballería dirigida por Lord Dundonald comprobó que en el territorio que había al otro lado del río se encontraba una clara línea de avance para la fuerza de Warren.
»2. Warren se enfureció cuando supo que Dundonald había utilizado su caballería para efectuar el reconocimiento.
»3. En parte debido a su obsesión por su convoy de equipaje personal, y en parte por culpa de la no pedida y mal recibida información proporcionada por Dundonald, Warren rechazó el movimiento que se le proponía y optó en cambio por un avance directo a través de las sierras de Tabanyama, que se encontraban directamente frente a él. Por desgracia, esa zona no había sido reconocida.
»4. Fue entonces cuando Buller empezó a decir que el comportamiento de Warren era "carente de objeto y falto de resolución". A pesar de ello se negó a asumir el mando.
»5. El asalto a la sierra de Tabanyama por parte de Warren estuvo lejos de ser un éxito. Ello fue debido a que encontró a los bóer bien atrincherados en una segunda cresta cuya existencia ignoraba. Pero siguió negándose a avanzar por el flanco y dejar atrás las posiciones de los bóer.
»6. Buller, que estaba más inquieto a cada momento, cabalgó hasta la zona para criticar y dar consejos a Warren, pero ni siquiera entonces llegó a dar órdenes.
»7. La mirada de Warren se fijó entonces en la prominencia cónica constituida por Spion Kop. Inmediatamente comprendió que era necesario capturar esa colina. Buller estuvo muy de acuerdo, y ello a pesar de que ninguno de los dos generales había pensado anteriormente seguir esa línea de acción. Tampoco, naturalmente, habían imaginado siquiera qué consecuencias podía tener esta nueva actitud.
»8. La tarea de atacar lo que ha sido calificado de "una montaña desconocida, en una noche oscura, contra un enemigo decidido y de fuerza desconocida", fue entregada al general Talbot-Coke. Los "méritos" que le convertían en el hombre más a propósito para la empresa eran que acababa de llegar y se veía aquejado de cojera de una de sus piernas. Pero, cuando menos, su ignorancia acerca de la cumbre de Spion Kop, su forma y su extensión o su adecuación para su defensa, no era superior a la de los demás generales. Ninguno de ellos se preguntó porqué los bóer no habían instalado allí cañón alguno, ni se les ocurrió tampoco que a los bóer pudiera molestarles que los británicos la ocuparan. Por esta razón no se puso en práctica ninguna táctica de distracción del enemigo.
»Así, mientras los generales se quedaban al pie de la colina, los soldados recibieron órdenes de ascender la fuerte pendiente y, de este modo, penetraron en una niebla poco menos espesa que la que afectaba la mente de sus comandantes. Cuando, con una visibilidad casi nula, creyeron haber alcanzado la cumbre, la fuerza asaltante se detuvo y, tras felicitarse por la completa ausencia de enemigos, plantó la bandera británica y trató de atrincherarse. Digo "trató" porque la cumbre era aproximadamente igual al resto de la colina, roca pura. Nadie les había advertido de este hecho. Decidieron utilizar sacos de arena pero entonces se dieron cuenta de que nadie se había acordado de subirlos. Mientras la niebla se iba disipando hicieron lo que pudieron por crear defensas con pedazos de rocas y terrones, conscientes desde luego de la escasa protección que iba a proporcionarles aquella difícil construcción.
»Si aquello les dio que pensar, más motivos iban a tener pronto, pues, al mejorar de nuevo la visibilidad, hicieron un poco tranquilizador descubrimiento. No se encontraban donde creían encontrarse. En lugar de la cumbre, lo que habían ocupado era una pequeñísima altiplanicie situada algo por debajo de la cumbre: 1.700 hombres amontonados en una extensión de 350 por 450 metros, y sobre ellos, rodeándoles por tres lados, los bóer. El enemigo abrió fuego. En pocos minutos el suelo quedó cubierto de cadáveres, muchos de ellos con los agujeros de las balas en un lado de la cabeza o del cuerpo. Debido a que carecían totalmente de defensas para sus cabezas, las pérdidas causadas por la metralla fueron todavía mayores. Atrapados en aquella desesperada posición, sin directrices de sus mandos superiores y en ausencia de su general, doscientos Fusileros de Lancashire dejaron sus armas y se rindieron a los bóer. Su puesto fue ocupado por refuerzos enviados desde abajo.
»Mientras, Warren y Buller no hacían nada por ayudar a sus tropas. Horrorizados por lo que estaba ocurriendo en el monte, Warren, que en su mejor momento llegaba a ser supino, entró en una especie de trance que fue calificado de parálisis. Sólo una vez trató de intervenir en el curso de los acontecimientos. Fue para ordenar que su batería de cañones navales dejara de bombardear las posiciones que los bóer ocupaban en un pico vecino. Lo hizo creyendo, equivocadamente, que las tropas que estaban siendo bombardeadas eran británicas. A pesar de contar con un equipo para ello, no había establecido contacto telegráfico con sus tropas de Spion Kop. Si lo hubiera hecho, este caro error no habría ocurrido.
»En cuanto a por qué un general al mando de las tropas dejó deliberadamente de utilizar la principal fuente de información que tenía en aquel momento, es decir, los hombres de sus filas que se encontraban en primera línea, uno no puede contestar sino diciendo que, a uno u otro nivel, no quería enterarse de nada. Esta hipótesis, el hecho de que Warren utilizara el mecanismo psicológico conocido por denegación, es confirmado por otro curioso incidente. Un corresponsal de guerra que había sido testigo de los horrendos acontecimientos de la cumbre, corrió monte abajo para contárselo todo al general. Pero éste, en lugar de recibir esta información, desde luego no pedida, con gratitud, se puso furioso y ordenó que el periodista fuera arrestado por su insolencia. El corresponsal de guerra en cuestión era Winston Churchill.
»Pero el comportamiento de Warren, como hemos dicho, no era sino parte solamente de una folie à deux. El del comandante en jefe, Buller, fue igualmente extraordinario. El papel del jefe supremo de las fuerzas británicas en Sudáfrica consistió en resistir violentamente las sugerencias de sus subordinados que le instaban a lanzar un ataque contra las posiciones desde las que los bóer lanzaban sus bombas ininterrumpidamente contra los soldados británicos. Buller llegó incluso a hacer retroceder a las tropas que habían llegado a alcanzar las cumbres dominadas por el enemigo. Si se les hubiera permitido seguir adelante, la matanza de tropas británicas se hubiera reducido notablemente.
»Al llegar la noche, los que seguían vivos después del constante bombardeo y fuego de rifles, decidieron pedir autorización para retirarse. Por desgracia, sus líneas de comunicación volvían a funcionar mal, esta vez porque no les habían dado suficiente petróleo para sus lámparas de señales. El mantenimiento de comunicaciones con su propio ejército no era el fuerte de Warren. Pero sí dio órdenes al general Talbot-Coke para que subiera a la montaña y regresara con noticias. Sin embargo, una vez más hizo los mayores esfuerzos posibles para conseguir no oír lo peor. Para empezar, eligió como mensajero a un tullido que no conocía el país; pero, por si acaso triunfaba en su empeño de ascender y descender de la montaña, Warren adoptó una nueva precaución de última hora: cambiar su cuartel general de sitio. Como lo hizo durante la ausencia de Talbot-Coke, y sin decir palabra a nadie, consiguió conservar su ignorancia.
»Así terminó la batalla.»

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7 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo diría que la guerra sí es atribuible únicamente a la estupidez y la ignorancia, la diferencia es que ambas tienen una explicación psicológica, jeje.

Y bueno, es interesante saber que alguien dedicó un libro entero para ensalzar la gran labor, el sentido de pertinencia, la agudeza verbal, la visión solidaria, etc. de nuestro presidente: G. W. Bush.

¿Cómo?, ¿que a Dixon se le olvidó ponerlo en la dedicatoria? ¡Imperdonable!

Saludos.

Lluís Salvador dijo...

Hola, Asterión:
En efecto, la estupidez humana es inconmensurable. Como dijo Konrad Lorenz: "He descubierto el eslabón perdido entre el mono y el hombre civilizado. Somos nosotros."
Y en cuanto a lo que dices de GW Bush... Hay más de psicopatológico en su comportamiento de lo que parecería. Dejemeos de lado que invadiera Irak para cargarse a Saddam Hussein ese hombre que "quería matar a mi papá". La invasión misma y el llevarla hasta sus últimas consecuencias, ¿no será un intento inconsciente de superar lo que hizo el padre? ¿de borrarlo de la Historia para poder pasar él? ¿no será edípico?

Un saludo!

Anónimo dijo...

El único motivo por el que no cita a George W. Bush es porque cuando escribe el libro, el Sr. Bush estaba lejos de ser presidente (1976). Por lo demás, no es que merezca estar en el libro, es que se merece uno solo, todo entero, para él.

Lluís Salvador dijo...

Querido Anónimo:
La observación de Asterión era irónica, y se refería a que por mucho que se hagan estudios sobre un fenómeno absurdo, y se pongan remedios para que ese fenómeno no se reproduzca, siempre suge el asno de turno que tropieza de nuevo con la misma piedra (lo de asno no es indicativo zoológico, sino más bien caracteriológico). Y no te preocupes, que saldrán libros y libros sobre GWB. Por mi parte, y referido al tema que nos ocupa, nada más patético que ese tipo en la cubierta de un portaaviones declarando que la guerra de Irak se había acabado (y que la había ganado, claro está). La carcajada fue casi universal, salvo entre los bobos que se lo creyeron.
Un saludo!

Anónimo dijo...

No habla de george bush, porque el libro es de 1976, porque los ejemplos de incompetencia se ciñen solo a la historia britanica y porque George bush no dirigió ninguna batalla. Aunque es innegable que la decisión de iniciar la guerra de Irak fue la estupidez con los efectos más desastrosos del todo lo que llevamos de siglo.

Lluís Salvador dijo...

Hola, anónimo:
La referencia que hacía Asterión a George W. Bush era irónica, y no tan mal traída como parece. Bush hubiera debido leer este libro si hubiera querido no incurrir en las grandes incompetencias en las que incurrió, militar y políticamente, durante todas las guerras que inició.
Un saludo!

sexfight dijo...

Dixon no es exacto en muchos casos. Por ejemplo, hablando sobre el asedio de Kut (Irak 1915) le echa toda la culpa a los generales cuando los políticos también apoyaban la ofensiva hacia Bagdad. También afirma que los británicos perdieron la batalla de Ctsifonte porque apareció un ejercito otomano de 30.000 hombres. No es cierto; ese ejercito llegó después, y asi con muchos pequeños detalles. Dixon a veces carga los dados y sesga los datos para justificar sus tesis