El Circo del Dr. Lao, de Charles G. Finney

(The Circus of Dr Lao)
Ed. Berenice
Córdoba, 2006 [1935]
Trad. y epílogo de Mario Jurado
Prólogo de Rodrigo Fresán
Ilustraciones de Boris Artzybasheff

Fue en el lejano año 1977 cuando tuve el privilegio de leer por vez primera, en la colección Nova de Bruguera, esta pequeña obra maestra, finalmente reeditada por Berenice. Reedición necesaria, porque una novela corta como esta requiere una presencia continuada en el mercado para afirmar su estatus de culto e ir ampliando, sin estruendos pero constantemente, su base de lectores. Porque, verán, esta novela no se parece a ninguna otra.
O, mejor, recuerda a muchas, pero esas reminiscencias no hacen sino confirmar lo único de la obra de Charles G. Finney, un autor cuya vida ya es tan apasionante y misteriosa como la del propio doctor Lao. Reminiscencias que remiten a James Branch Cabell, todo el realismo fantástico, Borges, Bioy, Rushdie incluso, Pynchon, Bradbury, Lovecraft, los clásicos latinos, Calvino, Buzzatti, Hughart y una miríada de otros autores. Tanto da que sean anteriores o posteriores a esta novela. Todos transitan por el terreno de este fantástico circo, directa o indirectamente.
El argumento es simple: a la localidad de Abalone, Arizona, llega un curioso circo. Nada de elefantes, ni tigres, ni hipopótamos. Nada de los típicos espectáculos de caseta de circo. Unicornios, esfinges, un sátiro, un perroverde, una serpiente marina, sirenas, una quimera, Apolonio de Tiana, un asno de oro, entre otros prodigios. Y un oso, un ruso, o quién sabe qué. Es más, como gran número final, «a la vista de todos se erigiría la antigua ciudad de Woldercan y el temible templo de su pavoroso dios Yottle: una joven virgen sería bendecida y sacrificada para lograr el favor de esta deidad, cuyo culto es anterior al de Bel-Marduk, y que, de todos los dioses, fue el primero, el más poderoso y el más inmisericorde. Once mil personas participarían en el espectáculo, todas ellas ataviadas con las vestiduras de la antigua Woldercan. El propio Yottle también haría su aparición cuando los adoradores estuvieran entonando la música de las esferas. Asistirían a las ceremonias los truenos y los relámpagos, e incluso podría producirse un ligero terremoto. En suma, el espectáculo sería la cosa más tremenda que se haya realizado jamás bajo las lonas. Entrada al recinto del circo, 10 centavos, 25 centavos a la carpa principal; niños menores de tres años, gratis. Entrada a las casetas, 10 centavos. Vengan, vengan todos al mayor espectáculo del mundo».
Pero esta novela es más que un bestiario fantástico o una serie de cuadros, moralizantes o no. En primer lugar, no son menos importantes los espectadores, esos habitantes de Abalone, que pueden ser vistos como estereotipos, pero no como estereotipados. Y en ese juego de espejos, entre las criaturas fantásticas y los habitantes "auténticos", se consigue que aquéllas sean más reales que las personas del mundo racional.
En segundo, el humor es omnipresente en toda la obra, con lo que adquiere un tinte de suave sátira, de ligera comicidad que, como sucede a menudo con el humor, lleva a la reflexión más que a la explosión. Prueba de ello es El Catálogo final, que puede parecer cómico pero que tiene sus pensamientos agazapados en él.
Si quieren asomarse a algo del contenido y del tono de esta obra, vean estas preguntas que figuran en este catálogo: Si la serpiente marina era tan venenosa como decía, ¿por qué no mató a la quimera cuando la mordió? ¿Por qué, después de todo lo que había disentido con su mujer, no fue Frank Tull en busca del oso en el circo para ver qué era en realidad? ¿Por qué Apolonio de Tiana, que afirmaba ser superior a Cristo, tuvo que recurrir a un crucifijo para lograr que Satán desapareciera? ¿Por qué los dos estudiantes universitarios no se enfadaron cuando los echaron del circo? ¿Por qué al Doctor Lao no le sorprendió encontrar a la señorita Agnes Birdsong y al sátiro en una situación tan comprometida? ¿Qué es lo que tenía que hacer con tanta prisa el hombre al que Apolonio resucitó? ¿Qué hizo Mambo Jambo con la muchacha nórdica? Si el circo no llegó a Abalone ni por ferrocarril ni con sus propios camiones, ¿cómo llegó? ¿Qué pasó con las once personas que se petrificaron cuando la medusa se quitó la venda? Si Apolonio era un mago tan magnífico, ¿por qué perdía el tiempo yendo de aquí para allá con un circo de poca monta? Puesto que el mito nos dice que las quimeras eran invariablemente femeninas, ¿cómo es posible que la del doctor Lao sea masculina? ¿Qué era: un oso, un ruso, u otra cosa?
Finney no nos dice qué les sucedió a los habitantes de Abalone tras la visita del circo del Dr. Lao. Pero los lectores que pasan por esta novela no quedan indemnes: como mínimo quedan cautivados por ella.
Un último consejo. Salvo cuando los hace el propio autor, acostumbro a leer los prólogos después de leer la obra. En este caso, se lo encarezco. Provista de prólogo y epílogo (algo que me parece excesivo, pero esa es sólo mi opinión), les ruego que se formen por sí mismos sus interpretaciones y visión de la novela. Y sólo después lean, si quieren, a Fresán y Jurado. El Circo del Doctor Lao es demasiado única como para permitir que se despiece antes de leerla. Y, como las grandes obras, es una experiencia única y personal.

Portada y sinopsis

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2 comentarios:

windday dijo...

Algunas páginas de este libro (como la descripción del perro de los bosques, o el díalogo con la sepiente marina) contienen la más pura belleza literaria que yo haya leído en una historia de fantasía y creo que es así como debe leerse, por puro y simple amor a la literatura.

Lluís Salvador dijo...

Hola, Windday:
Bienvenido a este blog. Tienes razón, pero objetaría que cada lector encuentra su propia lectura, y que el mismo autor (y eso es lo prodigioso de Finney) introduce varios niveles de significado en su obra. Es cuestión del lector quedarse con los que le interesen o convengan, e incluso no sólo de él: El Circo del Doctor Lao es una de aquellas obras que aspiran y merecen ser releídas, y cada situación propia del lector hallará respuesta en un fragmento u otro.
Esos fragmentos que citas, en efecto son en extremo bellos, y añaden grandeza a una obra que en su conjunto es tan polifacética y brillante como un cristal bien tallado.
Un saludo!