Apocalípticos e Integrados, de Umberto Eco

(Apocalittici e Integrati)
Ed. Lumen, col. Palabra en el Tiempo, Biblioteca Umberto Eco
Barcelona, 196812 [1965]

Si hay un texto ensayístico que ha consagrado a su autor de manera universal (y no sólo en el campo de la semiótica), es este Apocalípticos e Integrados, hasta el punto que, como nos recuerda el propio Eco, ha creado "un eslogan, que continúa estando en uso, a menudo sin recordar ya de dónde proviene".
Las razones por las que esto se produjo son que, en principio, definía de manera feliz las dos posturas, casi antitéticas, que siempre han conformado las actitudes culturales humanas, como son el conservadurismo y un progresismo entendido como admisión y estudio de las nuevas tendencias. Sólo que Eco iba más allá: a los conservadores los llamaba apocalípticos porque veían en las novedades, la cultura de masas y la asunción de esta cultura por parte de los medios culturales como una catástrofe, una destrucción de valores largamente establecidos y un adocenamiento de esta cultura. A los progresistas los llamaba integrados precisamente porque integraban (o mejor, eran parte material e integrante) esta "nueva" cultura de masas, reconociendo, y esto es importante, los valores que esta aportaba cuando eran, no redimibles, sino saludables, pero manteniendo el adecuado sentido crítico.
En segundo lugar, porque fue el primer ensayo que intentó sistematizar y analizar estos fenómenos de masa como si fueran parte de la cultura sin distingos, descubriendo los valores que aportaban y remarcando que eran un instrumento de reflexión tan válido como la novelística "seria", la música "culta", el cine "de autor", y las artes plásticas "clásicas". Así pues, reivindicaba el papel cultural de medios como las tiras cómicas (siempre, siempre, recuérdenlo, cuando fueran de calidad significativa en cuanto a mensaje o a lenguaje), la canción popular, la televisión, etc.
Eco, confiesa, ha tenido siempre reticencias a la reedición de estos textos, y se ha negado a actualizarlos. Son posturas comprensibles, porque en el primer caso se ha producido un cambio de visión (que bien pudo ser originado por este texto, o bien contribuir a ese cambio), cambio que ha representado una asunción más o menos normal de estos "nuevos" medios. Y en el segundo, porque el propio Eco como pionero en su estudio y análisis, corría el riesgo de ser etiquetado (estigmatizado si quieren) como pope de estas nuevas culturas de masas, y adquirir una categoría no deseada de especialista en ellas que, probablemente, no le interesaba y que, sin duda (porque el mundo cultural es terco) habría minimizado su labor en otros campos, que se ha demostrado ingente e importante.
Con lo que tenemos un libro histórico, pero que analiza una fenomenología que ya ha cambiado. Recordemos que se publicó nada menos que en 1965. Hoy día podemos leerlo como una especie de hito inicial, un "ahí empezó todo". Si sólo fuera así, no tendría más valor que el anecdótico. Sin embargo, sigue constituyendo un buen punto de partida para el análisis de fenómenos culturales nuevos que siguen surgiendo y que plantean casi los mismos problemas que aquellos de la lejana década de los sesenta.
Eco puso las bases para el análisis y definición de la highcult, la midcult y la lowcult, es decir, la alta cultura (aquella que, en teoría, es nueva y difícil, que necesita de unos prerrequisitos culturales para ser comprendida y disfrutada), por contraposición a la lowcult, la cultura de masas directa y conscientemente dirigida a éstas y sin la menor pretensión cultural. Otras características tendría la midcult, que puede estar constituida, por una parte, por posturas culturales banalizadas y «las colocan a nivel de un público perezoso, que cree gozar de valores culturales nuevos cuando en realidad no hace más que enfrentarse a un almacenamiento estético caducado ya». En resumen, propuestas falsamente "altoculturales" que lo único que buscan es una parodia de esta cultura sin arriesgarse a caer en el elitismo o, justamente, buscando la máxima popularidad. Y, por otra, productos culturales bajos o de masas que se revisten de unos artificios presuntamente culturales con objeto de huir de su vulgaridad intrínseca mediante un disfraz de respetabilidad.
A este respecto, también analiza y proporciona una definición del kitsch, que les ruego tengan presente en sus mentes, porque va a ser elemento central de una serie de reflexiones posteriores en este artículo: «El Kitsch es la obra que, para poder justificar su función estimuladora de efectos, se recubre con los despojos de otras experiencias, y se vende como arte sin reservas».
Estas categorías y definición son motivos en sí de reflexión, y más cuando el propio Eco nos descubre que no son categorías inmóviles, y pone como ejemplo Il Gattopardo, que se adscribe al nivel "alto" y que, sin embargo, se ha realizado de esta obra una difusión a nivel middle brow (y se interroga de si el éxito obtenido a nivel "medio" es signo de un deterioro del valor cultural real. La respuesta es que en ciertos casos sí). Pero también ejemplifica el caso de The Peanuts / Charlie Brown / Carlitos y Snoopy, producto lowcult destinado a ser apreciado por un vastísimo público, y que presentó capacidad de superar los límites impuestos y ser juzgado como obra de arte dotada de absoluta validez. (Eco escribía en 1965; otra hubiera sido la reflexión de ver cómo las tiras de Charlie Brown fueron perdiendo toda esencia psicológica, sociológica y todo lo que las elevaba a arte para caer en un adocenamiento y comercialidad que prosiguió hasta la muerte de su autor Schulz; un fenómeno similar pudo muy bien darse en el cómic hispano con el caso de Mafalda. Sin embargo, su autor, Quino, tal vez más honesto, tal vez más autocrítico, decidió matar la tira antes de que ésta le dominara su creatividad. Los lectores todavía no le han pagado a Quino todo el dinero que éste dejó de ganar a cambio de que Mafalda conservara su esencia artística.)
Sobre estas reflexiones, que siguen siendo válidas, más una "Anatomía del Mal Gusto" y otros artículos, igualmente pioneros y necesarios se construyó en su día un libro que sigue siendo enormemente valioso para el análisis de nuestra cultura contemporánea.
Sin duda, otros estudios han avanzado en el tema, pero son difíciles de encontrar reunidos como para constituir un texto tan capital y, sobre todo, tan clarividente sobre el tema.
Esto por lo que se refiere al texto en sí. Sin embargo, mal uso daríamos al intelecto si la reflexión propuesta por Eco nos limitara al período histórico-cultural que trata.
En efecto, nuestros tiempos, en un movimiento de péndulo que no desagradaría a Umberto Eco, han cambiado; nos hemos vuelto integrados. Tal vez demasiado.
No es que no existan apocalípticos, al contrario, existen, pero no son la norma. De hecho, pueden existir las cuatro tipologías posibles: auténticos apocalípticos, falsos apocalípticos, falsos integrados y auténticos integrados.
Las características del auténtico apocalíptico nos las proporciona el propio Eco con un ejemplo mordaz pero clarificador: el docto de Salamanca.
«El docto de Salamanca es un experto en astronomía y geografía, conoce todo lo que dicen los testimonios antiguos acerca del modelo astronómico tolemaico y tiene nociones culturales que le permiten enseñar cómo son las diversas partes del mundo, qué gentes lo habitan, qué carreteras hay que tomar para llegar a ellas. Esta suma de conocimientos permite al docto de Salamanca obtener un puesto en la Universidad homónima y ricas prebendas del Rey de España.
»De improviso, ante los doctos de Salamanca se presenta Cristóbal Colón, que sostiene nuevos conceptos [...]. Como es natural, el docto de Salamanca refuta a Colón. Colón parte igualmente y descubre América. A partir de este momento, el rostro de la Tierra aparece cambiado [...], los conceptos cuyo vendedor y divulgador autorizado era el docto ya no tienen validez alguna. [...] Entonces, al docto de Salamanca ─si quiere sobrevivir─ se le ofrecen dos alternativas: o someterse a un curso de adiestramiento para adquirir suficientes conocimientos que le permitan ser maestro de cultura y de vida en el cambiado horizonte de relaciones, o establecer las bases de una nueva ciencia que consista en sostener la negatividad moral y cultural del descubrimiento de América. En esta disciplina podría ascender a la dignidad de experto y volver a ser maestro de vida para miles de discípulos.
»América existe, es verdad, pero es malo que exista, y graves daños se seguirán de su existencia para la comunidad humana. El docto de Salamanca, erigiéndose en experto del "adónde iremos a parar", vuelve a encontrar un papel en el contexto social. [...] lo denomina, en este su nuevo papel, como "vendedor de Apocalipsis".»
Es en este "adónde iremos a parar" donde se reconoce al auténtico apocalíptico remanente en nuestra sociedad cultural. Los que tienen poder para escoger sus objetos de reflexión sólo comentan obras "puras". Los que no (los críticos cinematográficos, por el propio ritmo de producción de la industria, no pueden escoger hacer crítica sólo de ciertas películas, o estarían en el paro), alaban la "alta" producción y desdeñan y crucifican cualquier caso de cultura de masas, aun cuando éste sea sobrevenido al autor (más de un crítico empezó a abominar de Pedro Almodóvar en cuanto ganó el Oscar, y más de uno en cuanto empezó a disfrutar de éxito en taquilla). Todos, todos sin excepción, claman en algún momento que "El cine se muere", "la novelística se comercializa", "el teatro se adocena" (y los musicales son el opio teatral del pueblo) y otros disparates semejantes.
En primer lugar, no es cierto que el cine se muera. Si se refieren al cine clásico de Hollywood pueden tener razón, pero jamás había habido tal afluencia de buen cine clásico producido en otros lugares, desde Irán a Sudáfrica, desde Corea hasta el Caribe, desde el Canadá a Nueva Zelanda. Los miembros de la Academia pueden tener problemas para dar el Oscar a la mejor película de habla inglesa a un producto decente, pero en el apartado de mejor película de habla no inglesa hay una creciente competencia en cuanto a calidad.
Con respecto a la producción editorial, con una edición tan numerosa como la que se tiene es lógico que el número de basura editada crezca. Pero también lo es que crezca el número de obras innovadoras, válidas artísticamente, que se publican. El problema puede ser encontrarlas y reconocerlas, pero en esa tarea el mayor pecado lo llevan, justamente, los críticos, o bien acomodados en unos cuantos nombres, incapaces de prestar atención a editoriales pequeñas y autores desconocidos o bien enmarañados en las tramas de los grandes grupos editoriales. Etc.
Falsos apocalípticos existen, pero siempre han mantenido un perfil discreto. Son aquellos que fingen dedicarse a la "alta" cultura pero disfrutan en secreto de la middle o incluso de la low. Vamos, los que han sido sorprendidos a la salida del cine después de ver Buscando a Nemo o incluso Saw III y han puesto como excusa a los sobrinos (o, mezclando mezquindad y machismo, a la novia). Son menos beligerantes que los auténticos apocalípticos pero, provistos de la necesidad de defender su identidad secreta, cuando atacan lo hacen con virulencia. La sociedad integrada les ha abierto una puerta, de modo que su número ha disminuido considerablemente.
Falsos integrados. Son aquellos que, viendo cómo va el mundo, han intentado adaptarse y convivir con los nuevos medios de masas, los géneros, la middle y la lowcult (sin dejar de lado la alta, por supuesto). Sin embargo, y aún capaces de gozar de todas las manifestaciones culturales en todas sus gradaciones, como no entienden los modelos de los géneros y los formatos y convenciones son distintos a los de las obras para las que, muchas veces, fueron creados los instrumentos de análisis, se hacen un embrollo terrible, equivocan conceptos, confunden metáforas y, en general, pueden decir si les ha gustado una novela, película, cómic, mid o lowcult, pero no saben decir porqué ni, mucho menos, trazar con claridad si eso que acaban de ver o leer es artístico o no.
Auténticos integrados. Están en la sociedad casi ideal para ellos. Preparados para disfrutar de las manifestaciones culturales más elevadas, son capaces de reconocer y gozar de las obras producidas por medios lowcult cuando son buenas e incluso determinar, estudiar y sistematizar estas obras cuando no lo son.
Hay que hacer dos precisiones. la primera es que cuando definimos esta tipología parece que nos estemos refiriendo a críticos, estetas, estudiosos, etc. Si bien lo parece porque por opinar más o hacerlo públicamente son más visibles, es aplicable a cualquier usuario cultural que manifieste opinión.
La segunda es que todas esas tipologías no tienen nada que ver con la calidad de análisis o de pensamiento. Ser apocalíptico auténtico no tiene nada que ver con hacer buenas o malas críticas o teorías, y se pueden encontrar buenos (y malos) estudiosos en todas y cada una de las categorías. Es como ser buen o mal orador; no depende de la ideología que uno profese. Ejemplo de esto es Jordi Costa. Desde siempre se ha dedicado al estudio de la cultura de masas, y si bien puede analizar cualquier cosa con inteligencia y criterio, sigue desconcertando a algunos que realice pequeñas obras maestras socioestéticas sobre los frikis o la cultura basura. Pero su exposición de Barcelona sobre Ballard, de la que era comisario, fue probablemente la mejor realizada en décadas en la ciudad, y un ejemplo de análisis e interpretación de una obra a veces profética, y que convirtió a Barcelona si no en la más Ballardiana, sí en la más ballardista ciudad del planeta.
Compárese, en cambio, con la exposición sobre los Quinquis de los 80 (comisariada por Amanda Cuesta y Mery Cuesta), un fenómeno de delincuencia marginal y juvenil que tuvo su explosión en los años ochenta en Barcelona, y que en su época provocó el correspondiente fenómeno fílmico. Esta exposición se limita a apilar proyecciones de fragmentos de esas películas, reproducciones de prensa y a realizar un análisis, si se le puede llamar así, somero, banal y lleno de tópicos ya sabidos (y que se expresaban ya en la época en que se daba el fenómeno). Ambas exposiciones tratan temas de cultura de masas, pero definitivamente los objetivos y resultados son completamente diferentes, en el primer caso por clarividencia y en el segundo por incapacidad.
Es en esta diferencia (pero no sólo en ella) por donde quiero seguir mi argumentación. Se puede decir cualquier cosa, para bien o para mal, de los productos de cultura de masas, pero admitirlos sin análisis y sin justificación como obras de arte muestra no una sociedad integrada, sino una sociedad sin criterio de qué debe integrar y cómo hacerlo.
El problema, como siempre, está en la midcult. Más o menos caminamos sobre terreno seguro en la lowcult (aunque hay productos que sólo trascienden y se demuestran válidos artísticamente después de su "descubrimiento" por parte de un intermediario cultural válido (Blade Runner es un caso prototípico; y viceversa, hay productos "santificados" que en realidad son productos culturales muy bajos revestidos de pacotillas pseudofilosóficas o pseudoartísticas, y la serie Matrix constituiría un paradigma de ello); pero en cuanto al producto que presenta características redimentes en apariencia, sea el medio que sea empleado para su expresión, el terreno se vuelve más resbaladizo.
Esta sociedad es integrada, pero muy a menudo muestra una falta de criterio preocupante en esta integración.
Hay que decir que no me refiero ni a la producción de artículos culturales ni a su consumo. De siempre, y más ahora, el mercado ha procurado regular sus producciones según la demanda del público, de modo que el hecho del qué se produce y para quién no es tema que interese tratar hoy. Pero siempre, también, entre el productor y el destinatario han existido unos amplificadores culturales, los medios de comunicación, los críticos. En teoría con función de descubrimiento, clarificación y recomendación. Son estos los que muestran un acusado grado de confusión o un alto grado de desconcierto.
Sépase que la llegada de un circo no es noticia para ninguno de los informativos, ni los muy locales ni los regionales. Salvo si este es el Cirque du Soleil [de si el circo es un arte o no, sería un debate interesante sin duda, pero que no viene al caso ahora]. Recurrentemente, una y otra vez, cada visita de este circo es amplificada, publicitada y presentada como la dignificación del circo, su evolución definitiva y su transformación en "alto" arte.
¿Pero es así? ¿Es el Cirque du Soleil una muestra de arte highbrow? Mi respuesta es que probablemente no. Cirque no es más que, por una parte, el abandono de unos usos circenses obsoletos y, en algunos casos, chabacanos, la asunción de unos valores falsamente ecologistas y auténticamente New Age (y por tanto destinados a satisfacer paradigmas de pensamiento "modernos") y, por otra, el revestirse de un envoltorio diseñado más según los patrones de vestuario e imaginería cinematográficos y teatrales contemporáneos. Lo que nos dice Cirque du Soleil es: "mirad qué elegantes y artísticos somos: no eructamos en la mesa".
A reforzar esta opinión viene la siguiente pregunta: Sí, llega el Cirque, pero ¿cuál de ellos? Porque la estructura de este espectáculo consiste en ser una multinacional con ¿cinco? ¿seis? compañías itinerantes, producidas en serie y con una liquidación voluntaria e intencionada del producto individual y el refuerzo de la imagen de marca. No hay ningún individuo que destaque dentro del espectáculo. De hecho, aunque lo haya, es indiferente, porque la estructura empresarial ahoga en el anonimato a este individuo. Por producción, destinatario final y trampas (no hay nada, o muy poco, nuevo en el Cirque du Soleil que no pueda ser visto en otros espectáculos) esta compañía múltiple no es más que un producto midcult revestido de algunas características del kitsch. Y mientras la novedad pudiera haber sido noticia, el que se publiciten desde medios informativos las sucesivas funciones no es más que propaganda gratuita a un producto industrial.
Tómese el caso Dogma. Lars von Trier produce una serie de principios o dogmas. A partir de entonces una serie de cineastas se adhieren a estos preceptos. Y casi toda la crítica se dedica a analizar si esas películas cumplen o no con todos esos principios y no en ver si la obra es de calidad o no. Descontando el hecho de que Dogma ya está amortizado y caído (por la propia incoherencia y rigidez de sus postulados) en el olvido, es significativo ver lo huérfanos que estábamos de vanguardias como para prestar atención a una vanguardia tan tenue como esta.
En un caso, es un producto midcult que quiere vendérsenos como highcult. En el otro es un producto que puede ser de cualquier tipo pero que intenta revestirse de highcult únicamente por una serie de postulados que en ningún caso determinan por sí ese estatus.
Estos dos son ejemplos extremos de algo que intenta ser casi una estafa cultural. Lo malo es que estos intentos son recibidos y promocionados sin cuestión. En una sociedad cultural apocalíptica esto no hubiera sido así. En nuestra sociedad integrada son admitidas sin un análisis riguroso, y se conceden valores redimentes sin apenas discusión a productos muy dudosos. Y si cabe todo, quiere decirse que ese todo será confuso, tanto como para tener problemas en discriminar los valores que constituyen la auténtica highcult de nuestros tiempos.
Entendámonos, me considero un auténtico integrado (y creo que lo he demostrado en este blog), pero eso no quiere decir ni que comulgue con ruedas de molino ni que considere que el lowcult que se reviste de una cierta "respetabilidad" tenga que ser admitido sin reservas. Al contrario, muchas de estas manifestaciones culturales pueden enclavarse sin demasiados problemas en el kitsch para el consumidor medio (la estética de 300, por ejemplo; Titanic) y en otras ocasiones podrían serlo (o son sospechosos de serlo) si se las analiza con detenimiento (¿la interpretación de Heath Ledger del Joker? ¿las novelas de Stieg Larsson? ¿los documentales de Michael Moore? ¿El Niño del Pijama de Rayas?).
En cualquier caso, es función de los intermediarios culturales no fiscalizar, pero sí analizar y situar, más o menos, los productos culturales en su sitio.
Un caso claro de dimisión de esta función de análisis es el cine de Isabel Coixet. He aquí un producto que pretende (y consigue) ser admitido en la "alta" cultura, que se reviste de todas las características de ésta y que, sin embargo, no es más que un producto placebo para la clase media cultural. Entendamos bien que el cine de Coixet recibe una atención muy breve en el extranjero, algo mayor en España y mucho mayor en Cataluña. Sus películas no tienen una acogida de masas, pero sí una buena audiencia (hay mucha gente en esta sociedad integrada que por factores económicos propios de la industria cultural, puede vivir (y muy bien, por cierto) mediante la producción de artículos culturales pretendidamente high). En realidad, las películas de Coixet son sólo producciones revestidas de un esteticismo falsamente complejo (puesto que llama la atención sobre sí mismo) y que tocan unas temáticas que formalmente parecen artísticas pero que en verdad no son sino temas forzados de una banalidad pseudofilosófica. El público acude, satisface sus ansias e impresiones de estar viendo una película "culta", pero los temas de Coixet no provocan debate más allá de su visionado. Salidos del cine, a nadie le interesa seguir la argumentación. El cine de Coixet se ha convertido en un ritual de buen tono que hay que seguir "para estar dentro de la modernidad", para formar parte de la cultura. ¿Recuerdan la definición de kitsch? Para poder justificar su función estimuladora de efectos se recubre con los despojos de otras experiencias y se vende como arte sin reservas. Es lo que hace Coixet con el esteticismo y su filosofía presuntamente trascendente, y si tienen dudas al respecto de si su cine es kitsch por intención o sólo por incidencia, hay que recordar que Coixet proviene de un campo, el publicitario, en el que no se deja nada al azar. (Y, si quieren otro detalle, marginal pero importante psicológicamente, Isabel Coixet fue de las primeras en usar esas gafas estrechas y de colores que hoy son ineludibles en las ópticas: en cuanto esta fue la moda general, las cambió con rapidez a un modelo más elitista, más poco común.)
La cuestión de si el rey va desnudo o no es una de largo alcance, pero por lo menos antes se planteaba. Con Isabel Coixet, punta de un iceberg mucho mayor, ni eso.
Esta timidez de análisis (¿tal vez un complejo o una prevención ante el posible error de juicio? ¿Si por opinar con rotundidad nos podemos equivocar, mejor no opinar en absoluto?) está provocando situaciones qye van más allá de lo ridículo.
Casi toda obra de teatro que se estrena provoca una gira de su autor, director, intérpretes, por los medios (y es inescapable oírlos: pasan por todas las emisoras de radio y televisiones locales; si uno es una persona mínimamente informada los oye; si uno está mejor informado, se harta de oírlos). Pero lo que nunca se escuchará es LA pregunta. Una obra es un fracaso desde la noche misma del estreno; siete días después y con la sala vacía se escuchará a la misma gente decir las mismas cosas, pero nunca, nunca, el entrevistador preguntará: "¿A qué se debe que la gente no venga a veros?"
La información debe ser neutral, la entrevista incisiva, esto es lo que se suele enseñar. Tal vez si las entrevistas dejaran de ser masajes nos ahorraríamos cosas vergonzantes y vergonzosas como esta: Un actor ha nacido en Gambia. Preguntado: "¿Te imaginas la representación [de Terra Baixa] en Gambia?" Respuesta: "No. Muy difícil. Tendríamos que cambiar la lengua". Perogrullada que le deja a uno preguntándose por el cociente intelectual del entrevistado o bien por la conveniencia de confiar la promoción de la obra a quien va diciendo estas majaderías. Pero da igual, porque no hay reacción.
Y así, en esta sociedad integrada, ya nadie ataca las obras de Stephen King por ser de él. Pero, escriba lo que escriba, bueno o malo (y dios sabe que tiene en toda la gama), no hay el menor análisis que reconozca que, aparte de sus escritos, es una persona inteligente en todos los aspectos, y que vale la pena escuchar.
A cambio, tenemos que soportar las ruedas de prensa de Alejandro Amenábar, que puede ser un gran cineasta, pero que en cuanto uno rasca en su argumentación ante los medios descubre que su barniz cultural es levísimo y hecho de tópicos.
Pero todos los críticos e informadores, impasible el ademán. Tragando a veces condiciones draconianas y caprichos de divo, microentrevistas concedidas con una altanería impropia para escuchar las mismas banalidades.
Es muy conveniente para el acercamiento de la cultura que hablen los que la producen. Pero, ¿es necesario que hablen todos? ¿Y es necesario que repitan los que no dicen nada ni nada aportan?
En esta sociedad integrada hay un todo es válido intolerable, una falta de valentía incomprensible y un absentismo opinador por parte de los intermediarios culturales que se convierte en silencio cómplice. ¿Cómplice con qué? Pues con esos productos de medio pelo, con las pedanterías ilustradas, con modas absurdas, con vulgaridades pintadas de purpurina.
Y en esta indefinición, en este absentismo, ¿dónde está el arte? ¿Procedente del low, del mid o de la highcult, dónde está?
En efecto, ¿dónde?
Espabilándose por su cuenta, sin duda. Jamás se había subvencionado tanto y, sin embargo, había estado tan desamparado, tan confundido entre otras obras que reciben la misma o más atención.

Portada y sinopsis

btemplates

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Lluís, de entrada debo decir que esta me parece la mejor reseña y análisis de un libro que te haya leído. Amplia, profunda, compleja y con propuestas.

Umberto Eco me parece un intelectual fundamental. Usualmente, a pesar de su éxito, al menos en América no escuche yo que se estudie mucho. Algunos rechazan su narrativa, que me parece de lo mejor que ha hehco Europa en los últimos cincuenta años. Otros, no se meten en susterrenos teóricos.

El asunto es que me parece, junto con autores como Habermas, la contrparte de los discuross franceses desde el estructuralismo hasta el prosestructuralismo. El debate apocalíptico /integrado sería del gusto de Habermas, pero introduce una nueva variante: Habermas llama a los adalides del posmodernismo, jóvenes conservadores. Estos serían los apocalípticos, pero a la vez adaptados, porque cínicamente niegan que las cosas puedan cambiar o que haya resistencias posibles.

Finalmente, no puedo menos que estar de acuerdo con tus apreciaciones sobre Cirque du Soleil. Es un claro ejemplo de un producto que puede ser renovador, pero que termina siendo absorbido por la cltura de masas, promovida por el capitalismo tardío, donde todo acto contrahegemònico es dominado posteriormente y vendido en paquete, con lo cual, las posturas anti establishemnte, no son otra cosa que un producto màs. El mejro ejemplo de esto sería The Simpson, veinte años después no le hace daño a nadie.

Gracias por esta reseña crítica.

Saludos.

Armando Páez dijo...

En México Umberto Eco es sumamente estudiado.

Gran semiólogo.

Lluís Salvador dijo...

Hola, Asterión:
Gracias... ¿Quiere decir que las tengo que hacer de esta extensión para que me salgan bien? Jejeje...
Estoy de acuerdo contigo en lo de la capacidad de análisis intelectual de Eco (sobre la narrativa, ya discrepamos, pero no demasiado...). En cualquieer caso, sé que este Apocalípticos... sigue siendo texto en las facultades españolas (otra cosa es que si sirve de algo. Pero eso nos llevaría a preguntarnos si las facultades españolas sirven de algo). Con todo, y pareciendo que sus lecciones han sido bien aprovechadas (se estudian estos medios de masas, y con bastante profundidad), de lo que me quejo es de que este espíritu que pervade el texto de Eco, es decir, la apertura a nuevos modelos, géneros y medios, no se traslade en su segunda parte, que es SÓLO si valen la pena.
Al releer este texto de Eco reencontré el contraste inherente entre su defensa y la desidia (nuestra). O empezamos a aplicar criterio a nuestra cultura o nos va a suceder como lo que pasa en el arte contemporáneo, que nadie sabe dónde va ni qué es.
No he leído a Habermas. ¿Recomiendas? Eso de los "jóvenes conservadores" me parece una idea interesante, por lo menos para analizarla...
Y yo estoy de acuerdo con tu ejemplo sobre los Simpson, una serie a la que tardé en engancharme porque tenía una cierta prevención, la veía como con provocación impostada. Y se ha demostrado así, pero reconozco que incluso a mi gusto y con toda esa prevención, algunos de los episodios primeros eran transgresores e ingeniosos.
La cosa empezó a mosquearme cuando los famosos (y políticos) empezaron a luchar por salir en los Simpson. Algo se estaba domesticando, y no en el buen sentido.
Un saludo!

Lluís Salvador dijo...

Hola, Armando:
Gracias por este aporte, referente a la duda que planteaba Asterión. Y me uno, cómo no, atu elogio.
Gracias de nuevo y un cordial saludo!

Anónimo dijo...

No, no, podés hacerlas también breves. Te doy permiso, jaja. Sí me llama la atención que en esta te explayaste bastante. En todo caso, muy buena, repito, y eso es lo importante.

Un poco sobre el tema de modernidad-posmodernidad y los "jóvenes conservadores":

https://www.u-cursos.cl/filosofia/2007/2/FH472A027/3/material_docente/objeto/99

Saludos.

Lluís Salvador dijo...

Hola, Asterión:
Me explayé (muy a pesar mío, no creas, estaba padeciendo conforme la escribía), primero porque la obra es tan capital que ya merecía explicar porqué y cómo, y en segundo lugar, porque una vez llegados a una sociedad cultural que parecía ser la perfecta para las vanguardias, nos estamos absteniendo tanto de opinar, clarificar y razonar lo que nos sucede (culturalmente hablando, claro) que es probable que estemos mucho peor que antes. Me parece justo luchar contra ello, porque si no, vamos a dejar enterrado el arte entre otras cosas que se asemejan al arte pero no lo son. Dejar, como parece que se pretende, que el tiempo resuelva el problema es sólo un aplazamiento, pero también una dimisión de nuestro propio juicio.
Y muy interesante este documento. Como admite el autor, es un poco simplista, pero sigue siendo interesante, sobre todo por la perspectiva histórica que da. Sin embargo, creo que Eco ha llegado si no más lejos ni con tanto detalle, sí con mayor intuición; en lugar de fijarse sólo en las actitudes de los que juzgan (algo necesario), Eco analizaba la materia a ser juzgada: en concreto y en general. Por eso sigue siendo válido este Apocalípticos e Integrados. No es que sea una piedra de toque perfecta, pero sí una señal en el camino. Y diría que en el buen camino.
Gracias por el enlace y los comentarios, como siempre.
Un saludo!