0 comentarios

Jazz Porque Sí: Jay Jay Johnson en el Civic Opera House de Chicago


Porque este concierto es una de esas giras del Jazz at the Philarmonic, en las cuales Granz juntaba a músicos de su "cuadra" para crear una especie de jam sessions memorables y explosivas. En el caso que nos ocupa hoy, la combinación es extraordinariamente satisfactoria. Por supuesto, está el mejor trombonista moderno que ha existido jamás, J. J. Johnson, pero acompañado, o mejor, en comandita, de ni más ni menos que Stan getz al saxo tenor. Finura y clase por todo lo alto. Y en la rítmica el estupendísimo Oscar Peterson al piano, el no menos genial Herb Ellis a la guitarra, Ray Brown al contrabajo, y Connie Kay, escapado por unos días del Modern Jazz Quartet, a la batería. Insisto, memorable. Lo van a comprobar desde el inicio, con un Billie's Bounce a buen ritmo, en el que van a ver que Getz y Johnson se entienden a la perfección.
Seguirá un My Funny Valentine a dos tiempos, lento primero y algo más rápido después. Crazy Rhythm. Luego, una pieza que me encanta (y le encantaba a Bud Powell, de paso), Blues in the Closet, compuesta por el gran contrabajista Oscar Pettiford.
Y entonces nos trasladaremos ya a California, al Shrine Auditorium, para empezar a escuchar de nuevo (pero no el mismo) Billie's Bounce en otra actuación de la gira.
Aquí hay además el palcer de Getz (y las siempre buenísimas intervenciones de Peterson, aunque sólo sea acompañando), pero fíjense, por favor, en el sonido de Jay Jay: es medido, suave, modulado, perfecto... No ha habido trombonista como él. Disfrútenlo.




.swf">
Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

2 comentarios

The Devil's Rose, de Tanith Lee

Tanith Lee es la gran dama de la fantasía, así como Le Guin lo es de la ciencia ficción. Sus virtudes como escritora son enormes, y van desde lo vívido de sus descripciones, el realista sentido de la época que llega a imprimir a sus historias, una imaginería perfectamente trazada y que llega a la mente del lector, la utilización de un lenguaje rico y expresivo, la (per)versión de los mitos, leyendas, historias, cuentos populares y lo que se ponga por delante, un cierto ritmo en su prosa que produce muchas veces una sensación poética, el feminismo de sus historias y, sobre toto, más que la sexualidad, la sensualidad de las mismas.
La Rosa del Diablo es una de estas historias que pueden derivar de la leyenda popular pero que, tamizadas por la expresividad de Lee, adquieren un significado nuevo, una ironía ciertamente cruel en ocasiones pero necesaria siempre y una expresividad narrativa como pocas veces se alcanza en la fantasía.
Un tren queda bloqueado por la nieve en un imaginario país centroeuropeo, y sus pasajeros deben disponerse a pasar un par de días en una pequeña localidad de provincias. El protagonista, un tipo elegante, irónico y de características mefistofélicas (que en el transcurso del relato veremos que se justifican plenamente), se decide por buscar su propio alojamiento, y así vaga por el pueblo cubierto por la nieve, dirigiendo su mirada displicente a todo cuanto le rodea. Cuando llega al extrarradio, y frente a lo que parece ser una pequeña capilla en extremo primitiva, encuentra a una muchacha en contemplación de algo que el protagonista no distingue. Pero le llama la atención lo extático de la mirada de ella, así como su belleza. Se ofrece a acompañarla a casa y, en un acto de audacia, pide volverla a ver al día siguiente, a lo que ella accede.
Cuando el sol se levanta, y para pasar el día, el viajero va a ver la capilla de la nocha anterior. Ciertamente no es gran cosa, pero uno de los habitantes (un individuo que se excusa por reescribir leyendas populares como cuentos de miedo, una ironía muy propia de Tanith Lee) le lleva a ver la joya del lugar, un vitral en el que se representa la escena del paraíso poco antes de la consumación del pecado original. En primer término del vitral hay un rosal en el que se enrosca la serpiente; pero lo curioso es que parece también haber una figura fantasmal al lado, que algunos ven y otros no, y que representa al diablo como si bailara de alegría. Y esa figura tiene su historia local en la de una muchacha que logró verla y se obsesionó con ella, prometiendo con su propia sangre que si el diablo venía a bailar con ella se entregaría a él.
Para resumir el relato, que ya vemos que tiene un planteamiento de historias paralelas, diremos que el viajero entra en la casa de la chica, es invitado a cenar y convence a la muchacha para poder subir en secreto a su habitación esa misma noche; la muchacha, por descontado también está fascinada por esa figura semivisible en el vitral, y ha asimilado, muy fácilmente, al extranjero con ella.
El viajero, en efecto subrirá y conseguirá la virginidad de la muchacha, sabiendo que partirá al día siguiente en el tren, dejando atrás, como acostumbra, una prueba más de su cinismo.
El desenlace final de la historia es tal que no podemos sino tildarlo de cruel, pero sepan que es inesperado como pocos, y que es una de las mejores reinterpretaciones de lo fantástico en la realidad que existen.
Nunca he leído un mal relato o novela de Tanith Lee. Los tiene mejores y peores (y este es de los buenos) pero nunca son mediocres. Tanith Lee es una escritora que se entrega a su arte con todo lo que dispone, y todo ello lo pone al servicio de la narración. Es así en esta La Rosa del Diablo, y el resultado es un relato que tiene toda la impresión de ser realista, sin tan siquiera entrar en lo sobrenatural, pero con una atmósfera de leyenda y unos rasgos diabólicos (pero atrayentes) del protagonista insinuados que sirven para llevar a su conclusión esta muestra de lenguaje entre poético y costumbrista que utiliza. Un gran cuento de una de las mejores narradoras del fantástico.

En Demons & Dreams. The Best Fantasy and Horror 2
Legend / Random Century
Londres, 1990 [1988]
Ed. de Ellen Datlow y Terri Windling

5 comentarios

Arde Chicago, de Charlotte Carter

La novela policíaca moderna es, como no me cansaré de repetir, un termómetro del clima moral y social de una época; en este aspecto, no existe mejor ejemplo que esta Arde Chicago, que enmarca la época inmediata al asesinato de Martin Luther King y los conflictos raciales que amenazaban con convertir los Estados Unidos en un campo de batalla.
Charlotte Carter, que según la biografía somera de la solapa ha sido editora y profesora y ha estudiado en Tánger con Paul Bowles (al que hace un homenaje en un pasaje de la novela), pertenece, por descontado, a la minoría afroamericana, y tiene edad como para haber vivido el período de insurrección previo y posterior al asesinato de MLK, de manera que (si bien hay que desconfiar siempre de los elementos "autobiográficos" en las novelas) lo que relata bien puede haberlo vivido. En cualquier caso, y si se cotejan los testimonios que se quieran, suena verídico.
Cassandra Lisle no tiene la menor intención de ser detective. Es una estudiante universitaria en Chicago, con una infancia problemática detrás y una desorientación típica de su edad, agravada por una época en la que la conciencia social puede adoptar muchas formas, desde la no violencia a la acción directa pasando por diversos voluntariados; formas que, para acabarlo de complicar, son criticadas por los mismos afroamericanos de otras tendencias. No quiere ser detective, pero cuando una chica, lavelle Jackson, al amparao de los disturbios por el asesinato de Martin Luther King, es secuestrada por alguien que tiene todo el aspecto de ser un policía, pero sin que en el departamento se tenga constancia de esta detención, acompañará a sus padres adoptivos en las indagaciones sobre el paradero de la chica.
Unas pesquisas que la pondrán en contacto con la corrupción en la policía, los elementos criminales negros de Chicago y el grupo activista Root, radical, intransigente y violento.
El argumento policial está bien construido, pero no es lo esencial de esta novela. Su auténtico tema es el de ese período de la historia estadounidense en el que se estuvo al borde de una guerra civil racial. En este sentido, y como casi todos los escritores que tratan el tema, Carter bebe de la fuente primigenia que fue Chester Himes (un escritor que no sólo escribió novelas policíacas o, mejor dicho, escribiéndolas trazó un discurso político y social sobre la cuestión del negro y las libertades civiles, o más bien sobre la falta de ellas). Charlotte Carter escribe bien, muy bien. No sólo en el aspecto social o el reflejo de una época histórica. cassandra es un personaje en extremo bien trazado dentro de sus inseguridades y sus afirmaciones de personalidad que son connaturales a su edad y pasado. E igualmente bien trazados están el resto de personajes.
Todo ello forma un conjunto equilibrado, limpio y bien narrado, en el que lo que se quiere decir queda claro y lo que se dice es significativo y útil. En estas novelas (que pueden parecer de tesis pero no lo son, al menos en el sentido panfletario) es demasiado fácil caer en el localismo o la compartimentación; Carter, sin embargo, consigue hacer de una época y un fenómeno social algo trascendente y universal.

(Jackson Park. A Cook County Mystery)
Eds. Siruela, col. Nuevos Tiempos / Policiaca
Madrid, 2011 [2003]
Serie detective aficionada Cassandra Lisle nº 1

Portada y sinopsis

2 comentarios

Memorias de un Amante Sarnoso, de Groucho Marx

Que Groucho ha sido algo más que un actor de cine y un cómico es algo evidente para todos. Ha trascendido a categoría icónica, tanto visual como intelectual, y su legado, en la forma de un humor sarcástico, surreal a veces y siempre original e imprevisto sigue siendo una fuente de inteligencia y lección cómica.
Además era un gran escritor. Puede que esto parezca exagerado, pero hay que tener en cuenta que cuando una obra es releída una y otra vez sin que pierda su frescura, y sobre todo cuando se relee por el placer de hacerlo, entonces nos hallamos ante algo especial. Su gran éxito fueron sus memorias, Groucho y Yo, que algún día comentaremos, pero poco después Groucho seguía la estela y publicaba estas Memorias de un Amante Sarnoso, una serie de escritos variados, pero siempre en la onda marxiana.
Es difícil resumir las historias contenidas en este libro, porque tienen que ser leídas para ser reídas, pero baste una lista de sus partes principales, como son "L'amour como diversión", "El amor a través de las edades", "Ecos sociales de un proscrito de la sociedad", "Lo que sucedió a otros ocho tipejos" y "La filosofía marxista, según Groucho".
Para mi gusto, los mejores son los finales, tal vez porque los demás pueden parecer hoy día un poco años sesenta, pero lo cierto es que prefiero al Groucho que se introduce a sí mismo como personaje en las historias más que a ningún otro. Y así, esos ocho tipejos, que tienen todo el aspecto de ser anécdotas reales y vividas por el autor o alguno de sus amigos, como esa partida de naipes en Londres en la que Chico y harpo cazaron a un tahúr y lo dejaron esquilamdo mientras el pardillo, con la esperanza de recuperar el dinero, iba quemando los muebles en la chimenea para impedir que los dos Marx se fueran a casa con las ganancias debido al frío. O esa pensión de mala muerte (tan evocativa de los teatros de variedades de los años veinte y treinta) en la que el desayuno eran tamales, el almuerzo fríjoles y la cena carne con chili y café mexicano, un día tras otro. Y de cómo los hermanos Marx pudieron variar de dieta mediante el sacrificio de uno de ellos haciendo de galán de la hija de la propietaria; un cambio de dieta efímero, sin embargo...
O cuando habla de política. De un modo muy sui géneris, claro: «Aquel tipo gritó de repente: "¡Propongamos a Groucho Marx para la Vicepresidencia!" Naturalmente, me sentí aludido, y pregunté por qué había sido elegido para tal honor. "Porque el Vicepresidente, por lo general, nunca dice nada, y me ha parecido que esto podría ser una experiencia insólita para usted." Lo cierto es que he estado redactando unas notas acerca de lo que necesita el país [...]: En primer lugar, la nación precisa de un buen bocadillo de jamón. Me refiero al sencillo y anticuado (hoy en sesuso) bocadillo compuesto exclusivamente por jamón y pan, que fue una institución nacional hasta que los snack-bars, con su afición por las mezclas, lo echaron a perder para todos nosotros.»
Y muchas más, como todo el capítulo titulado "El paria de Hollywood soy yo". Siempre con una comicidad extrema, siempre con ese aprovechamiento de la situación ("Otro amigo mío (no creían que pudiera tener dos, ¿eh?) me dijo...") y la frase aguda y oportuna a punto de aparecer, para sorprender al lector.
Si quieren ustedes regalarse unos ratos inolvidables de buen humor, no dejen pasar la ocasión de leer estas supuestas memorias de, no un amante sarnoso, sino un cómico genial e irrepetible.

(Memoirs of a Mangy Lover)
Eds. Júcar, col. Biblioteca Júcar Narrativa
Gijón, 1978 [1963]

Reeditado en 2000 por Tusquets Editores
Portada y sinopsis

0 comentarios

El Juego de Hollywood, de Robert Altman

SESIÓN MATINAL

(The Player); 1992

Director: Robert Altman; Guión: Michael Tolkin; Intérpretes: Tim Robbins (Griffin Mill), Greta Scacchi (June Gudmundsdottir), Fred Ward (Walter Stuckel), Whoopi Goldberg (Detective Avery), Peter Gallagher (Larry Levy), Brion James (Joel Levison), Cynthia Stevenson (Bonnie Sherow), Vincent D'Onofrio (David Kahane), Dean Stockwell (Andy Civella), Richard E. Grant (Tom Oakley), Sidney Pollack (Dick Mellon); Dir. de fotografía: Jean Lepine; Música: Thomas Newman; Diseño de producción: Stephen Altman; Montaje: Geraldine Peroni. Cameos de: Harry Belafonte, Jack Lemmon, Karen Black, Andie McDowell, Michael Bowen, Malcolm McDowell, Robert Carradien, Cher, Nick Nolte, James Coburn, John Cusack, Patricia Resnick, Burt Reynolds, Peter Falk, Julia Roberts, Louise Fletcher, Alan Rudolph, Jill St. John, Teri Garr, Susan Sarandon, Scott Glenn, Rod Steiger, Jeff Goldblum, Elliott Gould, Joel Grey, Lily Tomlin, Robert Wagner, Ray Walston, Anjelica Huston, Bruce Willis, Kathy Ireland y muchos otros.

Una de las películas más ingeniosas, inteligentes y bien hechas que se puedan ver.
En principio es la historia de cómo un ejecutivo de Hollywood comete un asesinato y sale indemne y sin castigo. Pero puesto que la película termina con un guinista proponiéndole exactamente el mismo argumento y el ejecutivo dando su aprobación al proyecto, y que el filme se inicia con una claqueta de rodaje para entonces pasar a ser una película "normal" tal y como la vemos, Altman ya establece una estructura primorosamente circular, a la par que nos promueve la duda de si lo que acabamos de ver es una historia "real", una película basada en una historia "real", o esa ficción aprobada por el estudio de Hollywood. Por supuesto, esta elegancia en incluir los diferentes planos de significación y de manipulación de la realidad en una sola maniobra es genial, pero también es una ironía profunda sobre el mundo del cine y las historias que nos cuentan. De esta ironía la película está llena, por lo que, en realidad, su tema principal, aunque sea subyacente al argumento criminal, es el de la crítica a Hollywood y a la industria del cine. Y cabe decir que es mordaz. Llena de cameos (pueden ustedes verla con papel y lápiz e ir anotando) y de homenajes al cine, como la escena inicial, en la que, después de la citada claqueta, uno de los miembros del estudio comenta que el plano-secuencia inicial de Sed de Mal es una obra maestra de la cinematografía... y lo dice mientras la cámara está realizando un plano-secuencia que es imitación y homenaje al de Orson Welles. La película tiene estos toques, y se agradecen, se lo aseguro.
Como ya hemos dicho, Griffin Mill es un ejecutivo del estudio encargado de discriminar entre los guiones y propuestas de guiones que recibe. Eso le crea enemigos, por descontado. Y debió crearse uno muy fuerte, porque empieza a recibir postales amenazadoras. Cada vez más nervioso, empieza a hacer averiguaciones, y llega a la conclusión de que el guionista frustrado que le amenaza es David Kahane. Dispuesto a solventar el tema, va a verle, pero Kahane se muestra irreductible y Mill mata de manera accidental a Kahane.
Mientras tanto, las cosas en el estudio no van bien para Mill. Ha entrado un nuevo ejecutivo para supervisarlo, con el que Mill no congenia, y esta lucha de poder se superpone al intento por salir indemne de la investigación policial.
Pero insisto, lo fundamental es destripar Hollywood y sus luchas de poder por dentro; su funcionamiento, sus trampas, sus presuntas genialidades y sus miserias. Y en todo ese conjunto, presidido por un guión impecable, Altman muestra tener verdadero genio cinematográfico para contar esa historia de forma impecable.

Tráiler:

0 comentarios

Jazz Porque Sí: Thelonious Monk 1954

Seguimos con el repaso a la música grabada de ese genio inclasificable que fue Thelonious Monk. En una sesión de estudio con el trompeta Ray Copeland, al que cuanto más escucho más me gusta, el estupendo saxo tenor Frank Foster, Curly Russell al contrabajo y el simpre magnífico e imperial Art Blakey a la batería. Con un We See a buen ritmo, estupendo tema; Locomotive, casi un ejemplo de música programática en la que percibimos una locomotora pero, claro, a la Monk. Después un estándar clásico, Smoke Gets in Your Eyes; estos estándares tienen la virtud de que, al ser conocidos por todo el mundo, permiten ver qué hace Monk con ellos y percibir la amplitud de miras de su música. Y el tema monkiano, ya convertido en un clásico, Hackensack.
Pero si Monk en grupo es fantástico, ahora podremos tener la ocasión de escucharlo con toda su profundidad, porque aquí no hay nada que impida ni coarte la creación de Thelonious. Una sesión a piano solo. Y vaya sesión: 'Round About Midnight, Evidence, Well You Needn't, Reflections y Eronel. Todos, se lo aseguro, a un nivel musical excepcional, pero les pido que presten atención a la blada entre baladas que es ese 'Round About Midnight. Una auténtica joya.
Y sigan con atención también los comentarios del Cifu, siempre atinados y oportunos.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

0 comentarios

La Noche de los Generales, de Hans Hellmut Kirst

Kirst es un mal escritor (por lo menos en todo lo que le he leído) menos en esta novela, lo cual prueba que si hasta el mejor escribano echa un borrón, incluso un mal novelista puede dar en el clavo alguna vez. Su novela más conocida es esta, La Noche de los Generales, gracias a que tuvo una versión fílmica bastante decente (y que mejoraba en algunos aspectos a la novela, otro fenómeno infrecuente); y no está nada mal.
En la Varsovia ocupada por los nazis una prostituta es asesinada, un crimen con todas las características de sadismo y psicopatía necesarios como para ser perseguido a ultranza. Pero hay un problema: el único testigo está razonablemente seguro de que quien ha cometido el crimen era un militar alemán, y uno que llevaba las bandas carmesí en el pantalón, es decir, un general. Descontados los que tienen coartadas comprobables y seguras, en Varsovia quedan tres generales que podrían o no haber cometido el crimen, Von Seylitz-Gabler, jefe de cuerpo de ejército, Kahlenberge, su jefe de estado mayor, y Tanz, comandante en jefe de la división especial Nibelungen.
 El primer obstáculo está superado, puesto que la policía local ha sudado sangre ante la perspectiva que eso conlleva, pero el comandante Grau, del servicio de inteligencia alemán, uno de los mejores personajes de la novela, irónico, levemente cínico e irreductible, no tiene ningún inconveniente en hacer que la investigación continúe.
Puede ser que él no tenga inconveniente, pero los tres generales sí que se sienten molestos ante la posibilidad
de que Grau empieze a hacer preguntas, de modo que mueven algunos hilos y, con un ascenso a teniente coronel, Grau es destinado a París. Todo arreglado.
Sin embargo, en 1944, y con los aliados recién desembarcados en Normandía, el destino hace que los cuatro personajes confluyan en la ciudad francesa. Y un nuevo crimen de características idénticas se perpetra. Los tiempos son revueltos; Grau, apoyado por un comisario de la policía francesa, no piensa dejar escapar al culpable esta vez, pero los sucesos tienen su propio ritmo. Cuando se dispone a detener al culpable, ese mismo día se ha atentado contra Hitler, y ese general aprovecha para detener a Grau por traición y causar su muerte.
No será hasta después de la guerra cuando el inspector Morand logre atrapar al asesino.
Quién es el criminal es algo tan evidente que Kirst, con buen criterio, escogió hacerlo aparente y no pretender que esa era la intriga, lo cual redunda en beneficio de la novela. Como intriga criminal, la novela cumple, y además tiene un buen trasfondo de detalles sobre el tiempo de guerra y la ocupación, así como sobre el complot para asesinar a Hitler, lo que le proporciona un ritmo vivaz, roto tal vez por los "testimonios" de fin de capítulo, y que son prescindibles en su mayoría. Cuenta además con la ventaja de tener a un investigador criminal que es un soldado alemán pero no un nazi, y eso la convierte en una rareza. En el desenlace se embrolla un poco (y justamente ese desenlace es modificado en el filme), pero puesto que se trata de ver cómo se las compondrán para atrapar a un asesino que ya conocemos, sigue manteniendo la tensión.
La Noche de los Generales no es, como pueden haber visto, una gran novela, pero sí una de esas que entretienen y dejan buen sabor de boca en el lector. 
(Die Nacht der Generals)
Ed. Planeta
Barcelona, 19733 [1966]

0 comentarios

El Libro de los Condenados, de Charles Fort

Puede parecer extraño que este blog, que se precia de defender la ciencia y su método, reseñe un libro icónico de las paraciencias. Tranquilícense. Por un lado, voy a comentar la primera intención de Fort, no a defender a sus seguidores, que suelen ser paradigma de los teóricos conspiranoicos y la credulidad. Y por otro, gracias a unos comentarios de Fritz Leiber sobre Fort [Terror, Mystery, Wonder, prólogo a The World Fantasy Awards, vol. 2, Doubleday Science Fiction, Garden City, Nueva York, 1980] que sistematizaron mis intuiciones sobre esta obra, descubriremos que El Libro de los Condenados es una herramienta útil para el escritor.
Uno de los errores sobre la obra de Fort es que tenía teorías propias sobre los fenómenos que registraba en sus libros, teorías que implicaban civilizaciones extraterrestres, ocultismo y una cierta mística. Aunque existen insinuaciones de ello en sus últimos libros, estas teorías son más una creación de sus seguidores que del propio Fort. El otro error es suponer que los "hechos" que registraba estaban extraídos de prensa poco menos que sensacionalista (lo que hoy denominamos "tabloides"). Lo cierto es que en sus primeros libros (que incluyen El Libro de los Condenados) recogía sus informaciones de las publicaciones científicas más serias.
La ciencia no procede con credulidad; un hecho registrado no prueba nada, y no puede ser aceptado sin más. Pero tampoco desechado. No hace tanto que la academia de ciencias francesa anunciaba que del cielo no podían caer piedras porque en el cielo no habían piedras. De modo que el registro de fenómenos extraños es necesario, como una especie de reserva de hechos que carecen todavía de explicación pero de los que se espera que se integren en un sistema racional y científico, como ha sucedido con las lluvias de ranas, peces, etc.
El Libro de los Condenados es uno de tales registros, con una ilación por parte de Fort que defiende a estos parias de la realidad (de ahí el nombre de "condenados") e insiste en que se los tenga en cuenta, en que se los trate e investigue. En esta medida, y sólo en esta, el libro de Fort es sorprendente, desconcertante, a veces apasionante y a veces muy estimulante.
Estimulante, ¿para qué? Fritz Leiber relata que transmitió en una carta a Lovecraft el entusiasmo que le provocaban los escritos de Fort. Lovecraft, racionalista y ateo, le respondió que la ciencia no admitía hechos aislados, sino sucesos repetibles y verificables, y aconsejó (con buen criterio) a Fritz Leiber que tomase los libros de Fort como una fuente de inspiración para sus relatos, pero que no construyera un mundo y una teoría sobre los hechos que Fort narraba. De hecho, Lovecraft decía que él mismo había tomado algunos de los fenómenos forteanos para  incorporarlos a alguna de sus historias. Y ciertamente es así: El Color Surgido del Espacio no es sino un fenómeno forteano sublimado (y esa es la mano de Lovecraft) hasta lo imposible en la realidad pero plausible en la imaginación, como es un nuevo color ajeno a la Tierra. En otros relatos lovecraftianos percibimos esa inspiración, así como en algunos escritos de Leiber.
El Libro de los Condenados, por tanto, es una obra que puede leerse con curiosidad, pero también con aprovechamiento para el escritor de género. Así como en poesía todo aprovecha (pues todo lo humano es poetizable), en la literatura de lo extraño es posible hallar fuentes de inspiración, recursos de ambiente, incursiones de lo extemporáneo en la cotidianeidad. La obra de Fort, despojada de especulaciones y misticismos, es una fuente de primera clase.

(The Book of the Damned)
Rumeu Ed.
Barcelona, 1969 [1919]

0 comentarios

La Signorina, de Luigi Pirandello

Inscrita en el libro Amores sin Amor, esta novela corta La Señorita trata, por descontado, de este fenómeno en el cual los seres humanos acaban, por diversos motivos, unidos en un destino sin que tengan la menor gana de estarlo. Pero, y a difererencia de la anterior que comentábamos, L'Onda, en este caso Pirandello ejerce la narración con una buena dosis de humor (no hay que olvidar que fue autor del ensayo L'Umorismo) que alivia, aunque sólo en parte, lo desolador del panorama.
En La Señorita no hay un triángulo, sino un terceto de hombres que giran alrededor de la señorita del título, Giulia.
Lucio, que se atormenta con sus fracasos profesionales, es amigo de la familia, y probablemente es el que más enamorado está de Giulia. Pero, ay, en un momento de confianza por parte de ésta, descubre que Giulia había tenido una ilusión (que casi podemos definir de infantil) por un compañero de escuela, Arnoldi. Esto le sirve de excusa perfecta para renunciar a pretender a Giulia.
Pero además se extralimita en su pretendido buenismo. Sabe que un amigo suyo, Marzani, también está enamorado de la señorita y, antes que cederla presuntamente a ese Arnoldi, que le disgusta profundamente, promueve activamente ante los padres de Giulia la candidatura de su amigo.
Arnoldi, por su parte, que había salido de Roma para establecerse en Milán como empleado de confianza de una banca, ha vuelto para pedir la mano de Giulia.
En todo este microcosmos, ¿qué es lo que opina la propia Giulia? Aquí es donde Pirandello ejerce su total maestría en el relato de los sentimientos y la descripción de ademanes y actitudes. Ya percibimos que esa confianza que ha llevado a la confidencia puede ser indicativa de algo más que la mera amistad, pero estas relaciones se mueven en el terreno de la ambigüedad. Donde no se muestra ambiguo el autor es en describirnos a un auténtico desgraciado como es Lucio. No se trata de que tenga dudas. Se trata de que en realidad encara las relaciones como si fueran los demás, y en este caso Giulia, quien tuviera que dar todos los pasos, y además haberlos dado incluso antes de conocerse. Por eso su sentimiento, en un principio, no es el de renuncia, sino de alivio porque esa relación no prospere. Pero, además, es tan vil que no duda en promover esa otra candidatura y desechar la de alguien que le cae mal.
El final del relato es desolador. Tras la negativa de Giulia a casarse con Marzani, y puesto que Lucio parece decidido a no comprometerse, entrar en religión, cuando descubre que ha sido Lucio quien ha urdido la petición de mano, acepta casarse con Arnoldi, quien no le importa en lo más mínimo.
El humor que desarrolla Pirandello está en la misma situación, que parece ciertamente extrema; pero también no deja de sorprender la profundidad con la que, en pocas páginas, puede desarrollar el tema de lo complejos que somos (y lo estúpidos, dicho sea de paso) y de lo ridículas, alocadas y trágicas que pueden ser nuestras decisiones. El balance es el de cuatro vidas, si no destrozadas, sí por lo menos frustradas. Lucio, sin el amor de su vida y abochornado por sus acciones; Giulia, en un matrimonio con un hombre al que no ama; Marzani, rechazado; y Arnoldi, aceptado, pero inocentemente entrando en una vida en la que su amor no será correspondido jamás. El vacío que queda es feroz.
Ese juego de personajes, reflejo de las personalidades humanas, es el que ha hecho de Pirandello el autor que es, y en cuya obra no hay nada prescindible.

En Amori senza Amore
Opportunity Book, col. Biblioteca Ideale Tascabile
Milán, 1995 [1922]

Texto en italiano de La Signorina

0 comentarios

Kagemusha, la Sombra del Guerrero, de Akira Kurosawa

SESIÓN MATINAL

(Kagemusha); 1980

Director: Akira Kurosawa; Guión: Akira Kurosawa, Masato Ide; Intérpretes: Tatsura Nakadai (Shingen Takeda / el Kagemusha), Tsutomu Yamakazi (Nobukado Takeda), Kenichi Hagiwara (Katsuyori Takeda); Dir. de fotografía: Kazuo Miyagawa, Asaiachi Nakai; Música: Shinichiro Ikebe.

Una película que representa dos lecciones, una de buen cine y la otra una moraleja sobre la producción. Respecto a esto último, que un genio como Kurosawa tuviese problemas, ya consagrado, para encontrar financiación para sus proyectos era un contrasentido enorme. Tal vez se había vuelto ambicioso, y la producción de esta película demuestra el esfuerzo económico que se realizó, pero el resultado fue tal que ofrece poco espacio a la desconfianza. El caso es que la productora japonesa Toho no quería desembolsar el capital necesario para rodarla. Tuvieron que acudir los amigos (y en la última etapa de su vida, mecenas) de Kurosawa, George Lucas y Francis Ford Coppola, para asegurar la distribución internacional de la película para que así la Toho se decidiera a dar luz verde al proyecto.
El resultado es espectacular. Kagemusha cuenta la historia del doble (el kagemusha, la sombra del guerrero) de un gran señor feudal japonés. Era una costumbre habitual que los señores pudieran estar ocupados en otra parte mientras sus dobles realizaban ciertas funciones no determinantes. Sin embargo, el señor Shingen resulta herido de un balazo, y previendo su muerte, ordena a sus barones que la oculten durante tres años para así preservar la integridad de los territorios del clan. Es entonces cuando entrará en juego la figura del kagemusha, que tendrá que engañar a todo el mundo... amigos y enemigos, a su propio nieto y a sus propias concubinas. La ironía de todo esto es que podrá engañar a todo ser humano, pero no a su caballo.
Esta película tiene muchos matices y muchas facetas. Por una parte es la historia de este ladrón que iba a ser crucificado, y que de repente se encuentra ejerciendo de gran señor sin serlo, consciente del peso de su responsabilidad. Por otra, es una reflexión sobre la naturaleza del poder y de quien lo ejerce, y de lo frágil que es y cómo depende de unas, a veces, ficciones para ejercerlo; durante tres años, la falta del señor no se nota en absoluto, y el gobierno sigue siendo tan firme como antes. Es cuando la figura del doble es descubierta que se cierne la ruina sobre el clan Takeda.
Además, es una película histórica sobre el período de las guerras de Tokugawa por alcanzar el shogunato, y los conflictos entre Tokugawa Ieyasu, el unificador, Nobunaga Oda, el influido por occidente, y Shingen Takeda.
Finalmente, es una épica enorme, con batallas, ejércitos en marcha, una perfección inusitada en el vestuario y atrezo, y un relato de auge y caída como han dado pocos el cine japonés.
Sobre todos estos niveles, destacando, la mano maestra de Akira Kurosawa, sabiendo perfectamente dónde quiere llegar y qué desea mostrar y qué dejar en penumbra para que sea el espectador quien lo descubra, en un ejercicio de dominio del movimiento, del encuadre y del ritmo que constituye uno de los mayores éxitos del director.

Tráiler: He elegido el tráiler comercial japonés porque es más extenso, más coherente y más definitorio de la película. Sin embargo, la música que suena en él no es la banda sonora auténtica. Probablemente fue realizado antes de que se incorporara la música a la banda sonora.

0 comentarios

Jazz Porque Sí: Charlie Christian en directo

Aquellos que se empeñan en estas cosas tienen un grave problema cuando llegan a la cuestión del mejor guitarrista de jazz. Yo, que tengo adoración por Django Reinhardt, pero que no creo que los pedestales deban estar ocupados sólo por un icono sagrado y único, no tengo el problema de desechar a nadie.
Si escuchan a Charlie Christian sabrán porqué. En efecto, las discusiones sobre el mejor o no pueden prolongarse hasta el infinito, pero hay una cosa clara, clarísima: Christian ha sido un guitarrista jazzístico que no ha sido superado en sus logros. Tal vez esto les extrañe. Guitarristas con excelente técnica han surgido y siguen saliendo, con pasmosa regularidad, para fortuna de todos. Sin embargo, lo que hizo, él solo, Charlie Christian no lo ha hecho nadie más. En primer lugar, establecer la guitarra amplificada como estándar en el jazz. Créanme, he escuchado guitarristas amplificados anteriores a Christian, y el primero que pone las auténticas normas de cómo debe sonar ese instrumento es Charlie. Segundo, porque su técnica puede haber sido emulada o superada, pero en la época era de escalofrío. Christian, en un tiempo lamentablemente brevísimo, se convirtió en el nombre único de la guitarra de jazz norteamericana. Tercero, y no menos importante, porque ya desde un principio Christian fue un innovador en las frases armónicas, prefigurando la revolución que sería el be bop y sirviendo de inspiración a los músicos modernos. Pueden tocar mejor, pero los guitarristas que han venido después transitan inevitablemente por el camino abierto por Christian.
Y, como siempre gracias al Cifu, vamos a poder escuchar a Christian en actuaciones en directo. La primera es una emisión radiofónica con el sexteto de Benny Goodman, con el propio Benny al clarinete, Christian a la guitarra, Lionel Hampton al vibráfono (y ocasionalmente al canturreo por lo bajo o alto, como acostumbraba), Fletcher henderson al piano, Artie Bernstein al contrabajo y Nick Fatool a la batería. Un Flyin' Home que, de inmediato, demostrará las cualidades de Christian.
Tenemos después una jam-session en la que está acompañado por Jerry Jerome al saxo tenor, el gran Oscar Pettiford al contrabajo y Frankie Hines al piano. Los temas son I Got Rhythm, Stardust y Tea for Two (incompleto).
Volveremos entonces al sexteto de Benny Goodman, pero en concierto en el Carnegie Hall (no, no el mítico de 1938; estamos en 1939 y es el concierto aniversario de la ASCAP). Escucharemos de nuevo un Flyin' Home y un delicado Stardust.
Y estaremos de nuevo en el aire con programas radiofónicos con el mismo sexteto, disfrutando de Memories of You, Rose Room, AC / DC Current y Soft Winds.
Que disfruten, y los que todavía no lo han hecho, descubran a uno de los mayores genios del jazz.


Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

0 comentarios

Voices of the Kill, de Thomas M. Disch

Por desgracia, Thomas M. Disch no está ya entre nosotros. Decidió pegarse un tiro en 2008, después de una prolongada depresión tras la muerte de su compañero sentimental. Su ausencia es notable, porque fue uno de los autores de género (algo que no le gustaba) con más estilo, más literarios y ferozmente innovadores que hayan surgido en el siglo XX. Crítico de arte, de teatro y literario (yo tuve la suerte de leer algunas de sus columnas de críticas, y todavía recuerdo lo ponderada y atinada de su reseña del Tirant lo Blanch cuando fue traducida al inglés; lo cual también habla de lo amplio de sus miras), enamorado del arte, cosmopolita que pasó largas temporadas de residencia en Europa, el género siempre le vino estrecho. Por descontado, a los aficionados a la ciencia ficción más clásica también les incomodaba, por sus críticas constantes al anquilosamiento literario y a la falta de objetivos y de autocrítica que mostraba. Murió sin haber podido gozar de la desaparición de las barreras de género literario que imperaron a principios de siglo XXI en la edición de literatura general, y que algunos contemporáneos suyos (Dick, Ballard, Aldiss, Moorcock, etc.) pudieron disfrutar, siendo editados como lo que eran: escritores por derecho propio y sin etiquetas.
Las Voces del Kill (así habría que traducirlo, puesto que el Kill del título, aún manteniendo el doble sentido de "muerte", se refiere al Pine Kill River, un río fundamental para el relato) es un cuento de los que le gustaban a Disch, puesto que entroncaba con una de las dos facetas de su escritura (la otra era la experimental en el "espacio interno"), la tradición clásica y la mitología.
William es un profesor que está pasando el verano en una cabaña a orillas del Pine Kill. En este tiempo, se sumerge en la naturaleza, la contempla no como el hombre moderno, sino que intenta trasladarse a la visión primigenia que pudo tener la humanidad de la naturaleza virgen. De hecho, realiza sus paseos como si fueran rituales, ofrendas.
Y estas ofrendas tienen éxito. Una noche, empieza a escuchar voces, que le llaman para que acuda al río. Allí, entra en comunicación con un espíritu del agua, una nereida, por nombre Nixie. A partir de entonces, y después de haberla tocado, su vida no volverá a ser la misma. Noche tras noche acude a su cita con la forma acuática. Pero el espíritu es celoso. Cuando el primo de William, Barry, va a visitarlo, esa deserción no será perdonada, aunque haya sido por una sola noche.
Nixie se negará a aparecer. Y, tras unos días de esta ausencia, quien aparecerá será Nereis, otra nereida pero tan seductora como Nixie. Que no viene a sustituir a la primera, sino a ejercer una venganza.
El relato es, sin abandonar por un momento el escenario realista, en extremo poético (otra de las cualidades de Disch). La fuerza de sus imágenes es enorme, pero todavía lo es más cuando éstas se combinan con los pensamientos de su protagonista, y con una prosa precisa y contenida que añade valor al relato.

En Demons & Dreams. The Best Fantasy and Horror 2
Legend / Random Century
Londres, 1990 [1988]
Ed. de Ellen Datlow y Terri Windling

0 comentarios

Una Noche de Perros, de Hugh Laurie

Tengo el mayor respeto y admiración por Hugh Laurie. No sólo como actor, con lo que ha conseguido la proeza de hacer que un tipo fundamentalmente antipático y misántropo, desagradable cien por cien, nos sea de interés y hasta reciba cierta simpatía por nuestra parte. Claro que no es de extrañar tratándose de un actor que puso rostro para siempre a ese lechuguino entrañable que es Bertram Wooster. Pero no sólo actúa. Hace un tiempo le descubrí un texto breve, "Wodehouse Salvó mi Vida" que era un pequeño tesoro de cariño, respeto y admiración hacia P. G. Wodehouse. En él, Laurie demostraba sensibilidad, buen humor y sobre todo inteligencia. También es un músico más que aceptable. Si tuviéramos que hacer caso a los prejuicios imperantes, ya estaríamos soltando tópico tras tópico sobre la importancia de centrarse en un solo oficio, pero no soy partidario de estereotipos y, por fortuna, Hugh Laurie tampoco.
Hace poco cayó en mis manos esta novela, Una Noche de Perros [título que nada tiene que ver con el libro; el original, El Traficante de Armas, sí]. Me apresuro a decir que fue escrita antes de que Laurie protagonizara House y se hiciera mundialmente famoso. Pueden ustedes desechar todas las observaciones y referencias a la serie, de portada y contraportada, que lleva la edición española. Son intentos de vender el libro como si fuera un capricho de un actor famoso.
¿Por qué escribió Laurie este libro? Supongo que porque le apetecía, y bien que hizo.
Porque el muchacho no lo hace nada mal. The Gun Seller es una novela de espionaje muy bien hecha, muy bien estructurada, muy bien trazada sobre el trasfondo de la guerra de Irak y con todos los elementos del género.
Thomas Lang es un exmilitar británico al que ofrecen dinero por realizar un asesinato, propuesta que rechaza. Cuando intenta avisar al objetivo, es sorprendido por el teórico asesino (la primera escena de la novela) al que mata. Sucede, sin embargo, que quien le encargó el asesinato y el objetivo del mismo son la misma persona. Han puesto a prueba a Lang pero, ¿para qué?
Simplemente para ver si conserva los suficientes principios éticos como para enfrentarse a un plan de los traficantes de armas para provocar un atentado en el que poder demostrar la eficiencia del "Graduado", un helicóptero antiterrorista. Lang tiene esos arrestos, pero la combinación de un poderoso fabricante de armas, la CIA y los servicios secretos británicos es demasiado poderosa, y Thomas se verá abocado a infiltrarse en un comando y actuar como agente provocador del atentado.
Narrada en primera persona, con un humor muy británico y sardónico, Laurie desarrolla un argumento en la línea de los clásicos del espionaje (incluyendo un sutil homenaje a John Le Carré), y lo hace con perspicacia y momentos de brillantez. Trata muy bien las escenas de acción, desarrolla los diálogos con realismo, tiene mensaje y crítica social pero no deja que eso se convierta en un panfleto y, en conjunto, podemos decir que es una novela muy bien escrita, muy agradable de leer y que merece mejor suerte y recepción crítica que denominarla "la divertida novela del 'Dr. House'". Tanto el autor como la obra merecen más respeto.

(The Gun Seller)
Planeta / Booket
Barcelona, 200 [1996]

4 comentarios

El Misterio de la Cripta Embrujada, de Eduardo Mendoza

La primera de las novelas en las que aparece el loco innominado que realiza delirantes investigaciones detectivescas a la par que nos destapa las vergüenzas de nuestra sociedad, y la novela de la que, según declara el propio Mendoza le inspira más cariño (por lo menos en 1999), esta intriga humorística, policíaca y social inauguró un éxito continuado de ventas. A la par que sorprendía al público con un lenguaje y una expresión inéditos hasta la fecha. ¿Inéditos? No tanto, como veremos.
En un colegio de monjas de la parte alta de Barcelona (en Barcelona, la parte alta coincide con la clase alta, por lo menos en media ciudad, una expresión muy conveniente, para los barceloneses al menos) ha desaparecido una niña, en lo que es una repetición de un hecho sucedido seis años atrás. No se sabe bien porqué motivo rocambolesco el comisario Flores decide recuperar a su antiguo confidente y prometerle la libertad del hospital psiquiátrico en el que está internado a cambio de que investigue por los bajos fondos donde, en teoría, el loco se mueve como pez en el agua.
Lo que sigue es una aventura delirante, en la que el loco se encuentra con una conspiración que logra desentrañar, pero también con una Barcelona, que Mendoza denomina, en una expresión genial "del preposfranquismo" en la que las andanzas de este personaje se sitúan como si quienes estuviéramos locos fuéramos todos los demás menos él.
Es una farsa, pero una farsa realizada con todo el genio y la inventiva que pueda imaginarse, con episodios desopilantes en los que el lector no tiene otro remedio que reírse.
Y el secreto de este humorismo es el lenguaje. Relatado en primera persona, el loco emplea un lenguaje barroco que resulta irreal pero que, a la vez, y puesto en boca de los personajes que nos describe y del mismo protagonista, resulta de un contraste tan fuerte que no es sino humorístico en sí. He aquí cómo se presenta ante el jardinero del colegio: «Buenos días nos dé Dios ─dije yo sin desalentarme por su hosca recepción─. ¿Tengo por ventura el gusto de hablar con el jardinero de esta magnífica institución?» Es un recurso que funciona, entre otras cosas porque Mendoza lo aplica de manera magnífica y porque se ha convertido en marca de fábrica de su personaje y sus novelas.
Sorprendió, claro. Pero no debería habernos sorprendido tanto. Porque la historia y el personaje enlazan con la novela picaresca, y lo que es más, el lenguaje también. Ese barroquismo proviene del Lazarillo, del Buscón, de las expresiones de una época, pasadas por los usos del lenguaje modernos, que han encontrado nuevo uso narrativo. Y no es descabellado hablar de, así como estas novelas son heresderas de la literatura picaresca, su personaje principal es heredero de Don Quijote, un loco moderno que va haciendo periódicas salidas del manicomio a los campos de esta ciudad y sociedad, y encontrándose molinos de viento de continuo. Y que Mendoza nos cuente estas salidas por muchos años.

Ed. Seix Barral / Booket
Barcelona, 20063 [1977]
Serie del loquito detective nº 1

12017_1_Elmisteriocripta.jpg
Una apasionante historia de crímenes y enigmas y, a la vez, una farsa burlesca y una sátira moral y social

0 comentarios

Le Samouraï, de Jean-Pierre Melville

SESIÓN MATINAL

(Le Samouraï); 1967

Director: Jean-Pierre Melville; Guión: Jean-Pierre Melville; Intérpretes: Alain Delon (Jef Costello), François Périer (el Superintendente), Nathalie Delon (Jane Lagrange), Caty Rosier (Valérie, la pianista), Jacques Le Roy (pistolero), Michel Boisrond (Wiener), Robert Favart (barman); Dir. de fotografía: Henri Decaë; Música: François de Roubaix; Diseño de producción: Georges Casati; Dir. artística: François De Lamothe; Montaje: Monique Bonnot, Robert Favart.

Una película muy curiosa, contenida, sin apenas diálogos, con una extraña y sugerente fotografía hecha de grises y azules, con un título, además, que viene a explicar buena parte de lo que se contemplará después, El Samurai se centra en un asesino a sueldo, Jef Costello, interpretado de forma lacónica pero expresiva por Delon, que es obviamente el guerrero del título. Un asesino que no comete errores, un profesional, con un código propio irreductible, al que jamás han cogido. Contratado para asesinar al propietario de un night-club, procede con todo la meticulosidad de siempre, pero esta vez es visto, y de cerca, por la pianista.
Pese a que es detenido por la policía, los testigos incidentales no están seguros de reconocerle y la pianista, sorpresivamente, niega que Jef fuera el aesino que se encontró en el pasillo.
Libre pero bajo sospecha por parte de la policía, sus empleadores intentan matarle. Y Jef cada vez está más acorralado, en una posición en la que no tendrá escapatoria. Por tanto, decidirá hacer un último acto que demanda su código. ¿Y qué hace un samurai cuando no le queda otra salida?
Un película fascinante, de expresión visual, en la cual la austeridad y el estoicismo, tanto en decorados como en las interpretaciones de las caras de una misma moneda, Jef y Valérie la pianista, refuerzan la historia. Cuya aparente frialdad no es sino un disimulo para una historia de violencia y de tensión, en una obra que es algo más que un policiaco y mucho más que un divertimento.

Tráiler:

0 comentarios

Jazz Porque Sí: Dizzy Gillespie en Milán

Hacía tiempo que no comparecía por este blog, pero siempre es un placer escchar la trompeta de uno de los maestros indiscutibles y co-creador del be bop, Dizzy Gillespie.
Lo haremos en un concierto en Milán, probablemente pirateado en su época, y del que las referencias temporales y de localidad son dudosas (aunque es más que probable que fuera, en efecto, en Italia; en el transcurso de una de esas bromas con las letras que tanto le gustaban a Dizzy, se refiere a una "signorina"). En cualquier caso queda la música. Y les aseguro que es espléndida, como siempre fue Dizzy, que podía ser un gamberro en el escenario, pero que cuando se trataba de tocar, la cosa era muy seria.
Respecto a los acompañantes del genio, hay uno muy especial, y les recomiendo que le presten mucha atención, porque es un gran nombre, pero no de los más populares dentro de la música de jazz: Don Byas al saxo tenor. Sobre todo en un tema, verán lo que es capaz de hacer. El resto lo componen músicos de la gira que Dizzy estaba haciendo en Francia, Bill Tamper al trombón, Hubert Fol al saxo alto, Raymond Fol al piano, Pierre Michelot al contrabajo y Pierre Lemarchand a la batería.
Se inicia el conciero con Oo-Shoo-Be-Doo-Be, con vocal de Dizzy, por supuesto muy jocoso, pero también con esa trompeta maravillosa, a la que sigue un estándar calisquísimo, I Can't Get Started. Luego viene la pieza en la que Don Byas demuestra que era un gran saxofonista, Yesterdays, en exclusiva para él, salvo dos notas al final de Dizzy; esa pieza divertida y evocadora que rememora las canciones de la infancia y que a Dizzy le gustaba particularmente, School Days; sigue Oh Lady Be Good, con vocal gamberro y divertido por parte de Dizzy; Groovin' High, que nos traslada de inmediato al inicio del bebop; Birks Works, con grandes intervenciones; y Oop-pop-a-da, con un vocal en scat de Gillespie al que sigue toda una exhibición suya a la trompeta, todo ello a buen ritmo.
No se pierdan los comentarios del Cifu, siempre informativos, y que disfruten.


Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

0 comentarios

Wempires, de Daniel Pinkwater

Wempires es uno de esos cuentos muy, muy cortos que los anglosajones gustan de escribir destinados a un público infantil pero que pueden ser leídos por adultos con el mismo disfrute. También es uno que aprovecha las figuras míticas del terror, otra tendencia muy anglosajona, culturas que creen, con razón a mi juicio, que los niños se manejan a la perfección con el terror, siempre que sea en sus propios términos.
En este caso el mito en cuestión es el del vampiro. Un niño, al ver una película de vampiros en televisión, decide convertirse en uno. Se disfraza, ejecuta las poses (uno supone que imita a Bela Lugosi), va así a la escuela, motivando una humorística notificación por parte de la maestra, una tal Mildred Van helsing; todo ello para disgusto de sus padres, que no quieren que su hijo se comporte como un vampiro. Y aquí viene el cambio que marca al relato. Por la noche, unos vampiros llaman a la ventana del niño. Se llaman a sí mismos "wempiros", desmienten que beban sangre, prefieren el ginger ale y el pollo, y montan una fiesta en la cocina. Entonces aparece la madre, ceño fruncido, y recrimina el caos que han creado, con el desorden y las migas por todas partes, y los echa. Seria, dice a su hijo: "Ahora ves porqué no queremos que te comportes como un vampiro".
Disculpen que haya explicado el argumento. Lo bueno de este relato está ahí, pero sobre todo en su concisión y la elección de escenas, en sus diálogos y su estilo.
Esa concatenación suave, el humor implícito en la situación y el trato dispensado al lector, siempre respetuoso, el empleo de un tema arquetípico para darle una vuelta de tuerca y transformarlo en cotidiano, son los elementos que convierten a este relato en ejemplar de un estilo muy apreciado y utilizado por Roald Dahl, un estilo que se echa en falta (bien hecho, claro) en la literatura infantil y juvenil hispana.

En Demons and Dreams. The Best Fantasy and Horror 2
Legend / Random Century
Londres, 1990 [1988]
Ed. de Ellen Datlow y Terri Windling

Portada y sinopsis (en inglés) en la web del autor

3 comentarios

Los Cañones de Agosto, de Barbara W. Tuchman

Considerada como la obra capital sobre los inicios de la Primera Guerra Mundial, y con un consenso generalizado acerca de su primera página, una de las más bellas (y significativas) de la literatura histórica:
«Era tan maravilloso el espectáculo aquella mañana de mayo del año 1910, en que nueve reyes montaban a caballo en los funerales de Eduardo VII de Inglaterra, que la muchedumbre, sumida en un profundo y respetuoso silencio, no pudo evitar lanzar exclamaciones de admiración. [...] Juntos representaban a setenta naciones en la concentración más grande de realeza y rango que nunca se había reunido en un mismo lugar y que, en su clase, había de ser la última. La conocida campana del Big Ben dio las nueve cuando el cortejo abandonó el palacio, pero en el reloj de la Historia era el crepúsculo, y el sol del viejo mundo se estaba poniendo, con un moribundo esplendor que nunca se vería otra vez.»
Hay que estar de acuerdo en la belleza literaria de este texto, pero también en que no es una belleza vacía o artificial. Antes bien, se trata de un texto programático, que nos muestra con hermosa claridad lo que representó la Gran Guerra: el adiós a una concepción del mundo y la brutal entrada en uno nuevo.
Subtitulado "Treinta y un días de 1914 que cambiaron la faz del mundo", puede extrañar que Tuchman se limite a un período tan corto (y limitado en espacio también; sólo los frentes occidental y oriental, sin entrar en el balcánico, que Tuchman considera, no sin razón, que era un universo propio). Pero tiene sus motivos. Ese escaso período de tiempo bastó para que una nueva realidad se impusiera. Se sacrificó la legalidad y la neutralidad en aras de los objetivos estratégicos; se instauró la represión contra la población civil; se esfumó la creencia (lógica hasta entonces) de la batalla clave que decidiría la guerra. A partir de esos treinta y un días, las declaraciones de guerra y los casus belli se harían cada vez más prescindibles; el sufrimiento de la población civil, sistemático; la guerra se convertiría en algo enorme que sólo podía ganar aquel que agotara a su enemigo, sobre todo económicamente, sufriendo él mismo un terrible desgaste en el proceso. 
¿Y cómo se llegó a este giro copernicano en la tipología de los conflictos? De eso se ocupa Tuchman, con una prosa a la vez bella e instructiva, bien estructurada y en la que el lector no se pierde (salvo por las inferencias del traductor, que comentaré más tarde) y con la que progresivamente, día a día, testimonio a testimonio, reconoce la magnitud de lo que se avecina y todo aquello que se deja atrás.
esde los planes trazados (por todos los bandos; una de las conclusiones que emergen de este texto es que la guerra era algo que todos consideraban inevitable y que nadie quiso evitar) hasta el "cambio de marcha" de Von Kluck y su famosa detención en el Marne, el libro de Tuchman se convierte en imprescindible, un introductor necesario a la "guerra que iba a cabar con todas las guerras". Lo que siguió ya pertenecía a otro mundo, en lo que algunos han definido como el auténtico inicio del siglo XX. Barbara Tuchman nos explica cómo se llegó a ese cambio de era.

[La traducción de este libro, salvo en su famosa primera página, que parece haber sido respetada o revisada, gracias a los dioses, es penosa. Es evidente que el traductor usa las palabras castellanas, pero desconozco con qué gramática, de manera que hay frases incomprensibles. La traducción es tan mala que su responsable ha llegado al ridículo. Cuando, en el fragmento dedicado a la batalla naval de Heligoland, escribe: «más de seis mil hombres, entre ellos un almirante y un comodoro, resultaron muertos o ahogados», el traductor acaba de hacerse con una invitación preferente para ocupar un puesto en el olimpo de las patochadas en la traducción.]

(The Guns of August)
Eds. Península, col. Atalaya
Barcelona, 2004 [1962]
Prefacio de Robert K. Massie

Reeditado por RBA
Portada y sinopsis

6 comentarios

La posteridad es efímera

Con una regularidad que sólo se percibe con el paso de los años, surgen movimientos que pretenden remover los cimientos de lo absoluto, cambiar los cánones. Entiéndanme, no se trata de vanguardias que buscan su lugar contestando a lo pasado, no. Eso, por mucha ruptura que conlleve, en realidad es un progreso y una suma a ese pasado. Al fin y al cabo, las revoluciones no niegan aquello contra lo que se rebelan, sino que aspiran a superarlo.
No, a lo que me refiero es a esas corrientes de opinión más o menos mayoritarias, que pretenden suprimir o rebajar esos cánones establecidos.
Últimamente, la víctima es Orson Welles. La campaña empezó con la sonada pérdida del primer puesto en la lista de las no sé si diez, cien o mil mejores películas de la historia, de Ciudadano Kane. Cabría preguntarse si los que votan esas listas están a la altura de sus predecesores, pero dejémoslo estar. El caso es que el Kane de Welles había sido destronado. Se veía venir, más que nada porque ya llevaba unos cuantos años corriendo el rumor de que Welles era un director "sobrevalorado", que su pretendida genialidad no lo era y que sus películas deberían estar relegadas poco menos que al cajón de curiosidades antes que en las cinematecas.
Es, como he dicho, cíclico, y sucede en todos los ámbitos de la cultura. Hace años estuvo de moda decir que Cervantes era un pesado y el Quijote una novelita deficiente. Shakespeare tuvo que sufrir la infamia de la creación de una leyenda sobre la autoría de sus obras. En España se ha menospreciado a Unamuno. En Catalunya, se menosprecia a Espriu. Se ha difamado a Picasso, y hoy día es moda despreciar a Dalí. Beethoven ha sido ninguneado en beneficio de Mozart (que haya que escoger entre alguien es característico de este fenómeno). Un conocido autor latinoamericano se cargó despectivamente todo el realismo mágico. Borges ha resistido y resiste, pero el empeño en enviarlo al limbo es omnipresente. Pongan ustedes sus propios ejemplos; a poco que piensen, seguro que les viene a la cabeza alguno.
No se trata, insisto, de reformular o revisar la valoración de un artista o su obra recientes, cosa que siempre puede hacerse a la alta o a la baja y con razonamientos, sino de, inevitablemente, degradar algo que todos daban por supuesto que ya ocupaba un lugar en el marco cultural de referencia, universal o local. No se trata de añadir, sino de suprimir.
Las razones que mueven a ello pueden ser múltiples, y muy pocas veces se basan en la sinceridad. Las más son producto del interés, y se trata de un interés muy rastrero, puesto que consiste en la promoción personal. Todo ser humano, sin entender que ya somos diferentes, quiere diferenciarse del resto, a ser posible para destacar. Una manera de lograrlo es ser iconoclasta. Iconoclasta público, claro. Si el truco funciona, es probable que esa opinión sea seguida, la corriente establecida, el mal hecho.
Porque se trata de una calamidad. Deberíamos esperar con ansia la aparición de una obra maestra que, por ejemplo en el cine, que es un arte joven, viniera a añadirse a las ochenta y pico (tampoco hay más) existentes el año pasado. Seríamos comparativamente más ricos. Sin embargo, lo que sucede es lo contrario. En esas listas de las diez mejores se incorporan nuevas obras, pero entonces desaparecen otras. En lugar de sumar obras al canon, las restamos, relegamos y olvidamos.
Algunas de esas obras o autores son restaurados en su posición años después. Otros no. Y los perdemos.
Estamos en un mundo globalizado donde justamente la imbecilidad es global, y no hay mayor imbecilidad que renunciar a la herencia cultural que hemos ido acumulando desde el principio de los tiempos. En este el mejor de los mundos posibles, acabamos de descubrir que hasta la posteridad es efímera. Pobres de nosotros. Ni esa esperanza queda.

0 comentarios

Oro en Barras, de Charles Crichton

SESIÓN MATINAL

(The Lavender Hill Mob); 1951

Director: Charles Crichton; Guión: T. E. B. Clarke; Intérpretes: Alec Guinness (Holland), Stanley Holloway (Pendlebury), Sidney James (Lackery), Alfie Bass (Shorty), Marjorie Fielding (Sra. Chalk), Edie Martin (Srta. Evesham), John Gregson (Farrow), Gibb McLaughlin (Godwin); Dir. de fotografía: Douglas Slocombe; Música: Georges Auric.

Una joya absoluta de la comedia, y una película que marcó época en el cine británico. Vean los créditos y descubrirán a los grandes nombres de la industria inglesa, todos reunidos aquí: el director Crichton, el fotógrafo Slocombe, el compositor Auric, y los actores Guinness, Holloway, Alfie Bass, Marjorie Fielding y John Gregson. Para más lustre, debutaba en la pantalla en un pequeño papel Audrey Hepburn.
Lo cierto es que, vista hoy, la película es tan divertida como el público y la crítica la calificaron en su época. El apocado empleado de banca que interpreta Alec Guinness ha pasado toda su vida custodiando los envíos de oro en barras desde la fundición hasta el banco. Y todos estos años ha estado imaginando cómo podría hacerse con ellos... Cosa de niños, porque el golpe no tiene mayor problema, pero el sacar el oro del país es lo complicado, puesto que poner en el mercado inglés semejante cantidad es imposible y arriesgado. Hasta que un día, en la pensión en la que vive, aparece el artista por vocación Stanley Holloway, industrial de profesión. Industria de souvenirs, en cuyo taller, por ejemplo, se funden las réplicas de la torre Eiffel en plomo... Y el golpe maestro está servido.
La interpretación de ambos es espléndia, per Guinness es quien se lleva la parte del león, con una actuación enérgica, magistral, unos golpes expresivos increíbles y ese rostro de felicidad que adopta cuando se está dedicando con toda su alma al crimen.
Un monumento al cine bien hecho, con todas las parcelas cubiertas con algo más que profesionalidad, con algo que acerca el cine al genio creador, aunque sea en comedia.

Tráiler:

0 comentarios

Jazz Porque Sí: Lee Morgan en el Birdland

Esta vez traigo a su consideración a un magnífico trompetista. Pero no sólo eso. Porque lo que van a oir es una espléndida actuación (como dice el Cifu: "¿cuándo tuvieron una mala?") de los Jazz Messengers.
Probablemente los Messengers son mi grupo favorito en jazz, y eso es decir mucho, porque lo son tengan la composición que tengan. En efecto, el grupo creado por Horace Silver y Art Blakey (y después llevado por Blakey en solitario) tuvo a muchos músicos en sus filas; algunos desconocidos y otros ya famosos en el mundo del jazz. Y sin embargo, todos los que pasaron por allí salieron engrandecidos: los desconocidos a una carrera consistente, los conocidos siendo mejores. Sin duda eso fue influencia del también mi batería favorito (sé que hay muchos otros grandes bateristas, pero tengo un cariño especial por papá Blakey) y líder. Y a Blakey, además le gustaba tocar en directo y que esas actuaciones se registraran, lo que le agradezco enormemente, porque como saben, soy un gran defensor de la química, la frescura y el riesgo que se alcanzan en los conciertos en vivo.
Pero entes de desplazarnos al Birdland de Nueva York, tendremos ocasión de escuchar una auténtica apoteosis del ritmo percusivo: una pieza del álbum "Drums Around the Corner", la titulada Lover, interpretada por Lee Morgan a la trompeta, Jimmy Merrit al contrabajo, Bobby Timmons al piano y, agárrense, Art Blakey a la batería, Roy Haines a la batería, Philly Joe Jones a la batería, y Ray Barreto a la percusión. Trío de grandísimos baterías más un excelente percusionista. El inicio de este tema es inolvidable.
Y después ya sí que iremos al famoso club neoyorquino, donde escucharemos Hip City Blues, Justice (que es el Evidence de Thelonious Monk), Close Your Eyes y Just Cooling. Interpretados por la formación de aquel momento de los Messengers: Blakey a la batería, Merrit al bajo, Timmons al piano, Hank Mobley al saxo tenor y Lee Morgan a la trompeta.
Pero la actuación no ha acabado, de modo que sigan leyendo y escuchando.



Si han llegado hasta aquí es porque supongo que habrán escuchado lo anterior. No creo que tenga que decir nada más. Pues bien, todas las actuaciones de los Messengers eran igual de consistentes, igual de rítmicas, con ese swing, y con una música excelsa.
Recordaremos el Just Cooling del anterior programa y seguiremos con Chicken and Dumplings, M & M, Hi-Fly, The Theme (desarrollado en largo), y Art's Revelation, composición dedicada a Art Blakey.
Disfruten de todos en individual y de su conjunto. El ritmo imbatible y reconocible de inmediato de Blakey, el gran trabajo de Merrit al contrabajo, la elegancia de Timmons al piano, el enorme solista que era Mobley, y la espléndida trompeta de Lee Morgan. No se pierdan, como siempre los comentarios del Cifu. Que disfruten.



Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

0 comentarios

The Cutter, de Edward Bryant

Saben ustedes que tengo gran admiración por ese autor casi desconocido en España que es Ed Bryant. Es uno d elos mejores críticos del género que he leído, con una inteligencia privilegiada, y además cuando escribe lo hace sin concesiones, con mucho poder literario en su pluma y una toma de riesgos, temáticos y formales, que es encomiable. Pues bien, cuando acabé de leer este The Cutter (traducción fácil y difícil; se podría llamar El Montador, por las razones que verán, pero el título original no abandona el otro significado de "cutter" en el sentido cortante del término) era consciente de haber leído uno de sus mejores cuentos; y si me apuran, uno de los mejores cuentos fantásticos jamás escritos. Por desgracia, no podré transmitir todos los matices que hacen de este relato una gran narración, puesto que eso sería destrozarlo, pero conste que lo es y que necesita ser leído para percibir el equilibrio y la potencia del cuento.
El relatos e abre de manera evocativa, cuando Robby recuerda su primer visionado de The Thing (la de Nyby y Hawks) y de cómo esa primera vez no es la misma que la que acaba de ver en la edad adulta. Entramos entonces en la atmósfera de un cine de pueblo de un lugar perdido de Estados Unidos, en donde Robbyu hace las veces de chico para todo y acomodador de su propietario, el señor Carrigan, un buen hombre muy filosófico, que además, según nos enteramos, es un genio. No siempre lo hace, pero en ocasiones Carrigan toma la película que tiene que exhibir y la remonta en su moviola, «convirtiendo algo bueno en algo sublime»; después de proyectada, la vuelve a cortar y montar en su estado original para que siga en el circuito como si nada hubiera pasado. Semejante idea ya es potente, pero cuando Bryant la pone en conexión con una frase que Carrigan le dice a Robby, el truco de magia está hecho: "Recuerda que la vida siempre puede ser cambiada".
En este caso, uno sospecha que la vida puede cambiarse, en efecto, por parte de un mago como Carrigan; y más cuando nos enteramos de que el señor Carrigan está enamorado irracionalmente (y ni siquiera sin que sea su tipo), de una chica de la localidad, Barbara Curtwood, con cierta fama de promiscua, pero de la que entendemos que jamás saldría con Carrigan. Sin embargo, éste se lo propone, y Barbara lo abochorna en público. A estas alturas ya tenemos suficiente tensión, sabiamente construida por la elegante prosa de Bryant, y los acontecimientos se precipitan. En efecto, la vida se puede cambiar. Pero no sospechamos cómo hasta que lo leemos...
Un relato perfecto en todos sus matices e inflexiones, con una frase final que corona la obra con todas unas consecuencias y unas sugerencias al lector que son terribles, más de lo que éste espera. Una obra maestra de un autor lamentablemente poco editado, y que merece todos mis respetos, Ed Bryant.

En Demons & Dreams 2. The Best Fantasy and Horror
Legend / Random Century
Londres, 1990 [1998]
Ed. de Ellen Datlow y Terri Windling