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Jazz Porque Sí: Charlie Parker en el Howard Theater

Completando la actuación en el Howard Theater que escuchábamos la vez anterior que el Cifu trajo al pájaro a su programa, y en cuarteto con el gran Max Roach a la batería, podremos oír Cool Blues y Anthropology.
Y entonces nos desplazaremos a Boston, al club Storyville, donde, de nuevo en cuarteto, pero con los grandes Roy Haines a la batería y Red Garland al piano (un tipo al que hay que escuchar), Bird interpretará, en plenitud de facultades y casi sin interrupción, Moose the Mooch, I'll Walk Alone, Ornithology y Out of Nowhere. Como siempre, atentos a los comentarios del Cifu, que sitúan e ilustran la carrera del fundador del jazz moderno.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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Fat Face, de Michael Shea

En Demons & Dreams. The Best Fantasy and Horror 1
Legend/Century Hutchinson
Londres, 1989 [1987]
Ed. de Ellen Datlow y Terri Windling

Siempre he dicho que la creación de Lovecraft, los Mitos de Cthulhu, goza de una razonable buena salud cuando ya se acerca al siglo de existencia. Este relato de Michael Shea es una buena muestra de ello. Pone a los Mitos en un contexto moderno, contemporáneo, y sobre todo los pone en un ambiente urbano, desplazándolos de su lugar "natural" de comunidades aisladas y endogámicas apartadas de la corriente principal cultural y sociológica imperante.
No es un relato para débiles de corazón, y desde luego no es uno para los que deseen ver reproducidos una y otra vez los modelos repetitivos del cuento de miedo, tan comunes en la mala ficción gótica que nutre la literatura popular anglosajona y que es capaz de crear sus buenos cinco o seis facsímiles de sí misma cada mes.
Combinando una historia de prostitución (y empleando un arquetipo presente pero poco tratado, la prostituta-con-un-corazón-de-oro) con la perversión emocional; la idea de los seres cthulhulianos (los shoggots, para ser precisos) viviendo y adaptándose a un medio urbano; y con el inquietante tema de fondo de que en las ciudades nadie se conoce entre sí y las personas pueden desaparecer de un lugar en el que apenas son elementos del paisaje sin levantar grandes interrogantes. Todo ello hace un relato que no es perfecto, ni mucho menos, pero que lleva consigo la idea de que ese horror cósmico no tiene un biotopo concreto, antes bien, es traspasable a cualquier ambiente y sigue siendo eficaz en su efecto y coherente en su mensaje. Claro que para hacerlo así se necesita la imaginación precisa para entender este ambiente y comprender que en sus resquicios puede crecer la ficción lovecraftiana.
Shea, mejor o peor, posee esta capacidad imaginativa. Más que un buen relato, en Fat Face tenemos una tesis de cómo hay que desarrollar un género literario para que siga susrtiendo efecto, sea contemporáneo y válido en el mundo por el que caminamos hoy.

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La Sisena Flota a Barcelona, de Xavier Theros

Eds. La Campana/Ajuntament de Barcelona
Barcelona, 2010 [2010]
Premio Josep Maria Huertas Claveria 2010

Xavier Theros ha escrito La Sexta Flota en Barcelona (que ha obtenido un merecido premio Josep Maria Huertas Claveria de periodismo escrito) en el momento preciso. En el momento justo porque nos hallamos al borde de la desaparición de buena parte de aquellos testigos que presenciaron la llegada y estancia de los barcos de la Sexta Flota en una época contradictoria y de contrastes. Es particularmente relevante esto porque el testimonio personal es importantísimo: la prensa barcelonesa mantuvo un silencio sepulcral sobre el tema, más allá de la mera noticia de su arribo y unas pocas notas de actividades sociales insignificantes: las noticias de las peleas, los contactos de los marinos con la población local, su influencia económica y social padecieron un silenzio stampa gracias al cual se corría el riesgo de perder todos estos matices de un contacto que fue mucho mucho más allá de lo esporádico o lo anecdótico.
Como libro, representa un esfuerzo periodístico e historiográfico impresionante por lo exhaustivo y por la comprensión que muestra del fenómeno.
Insisto, Theros no se queda en la superficie de la prostitución en el Barrio Chino, o en los chiclés regalados por los americanos a los pilletes de las Ramblas.
El alivio diplomático que suponía la llegada de los barcos americanos para un régimen dictatorial y aislado internacionalmente. La generosidad y derroche del que hicieron gala los marinos en una ciudad que todavía pasaba hambre y que tenía los alimentos de primera necesidad racionados; la creación de una industria comercial y de ocio (incluyendo la prostitución) destinada a esos visitantes; la picaresca nacional, las dobles tarifas; los matrimonios mixtos y las tensiones por la llegada de unos protestantes a un país nacional.católico; la introducción de nuevas costumbres e influjos culturales: San Valentín, el jazz, el rock; el tendido de nuevos puentes con los americanos por parte de elementos catalanistas y opositores al régimen; el fomento de deportes "nuevos" como los bolos, el baloncesto o el béisbol mediante torneos entre locales y las tripulaciones; la droga y la llegada de tropas con fatiga de combate procedentes de Vietnam, lo que provocó un incremento en la violencia de los visitantes; el rechazo del PCE a esta intrusión "imperialista" y las mentiras de su discurso (el rechazo de la población, que fue inexistente hasta la transición, por ejemplo); y muchas otras cosas más, incluyendo los detalles más ínfimos.
El libro de Theros es completísimo, ameno, excepcionalmente bien construido. Forma parte de la pequeña historia, pero no sólo de ella. La Sexta Flota fue el primer experimento turístico y cosmopolita (si bien de un cosmopolitismo limitado) que tuvo la ciudad de Barcelona, y en él se encuentran las semillas de la orientación exterior de la ciudad como punto de acogida y visita. Su influjo económico produjo, volens non volens, un cambio de paradigma de las costumbres de consumo y de orientación de la economía, así como de las culturales. Algo parecido sucedió en Rota y en Torrejón, las bases americanas en España, y es un hecho que muchos jóvenes, fueran contestatarios con el régimen o no, adoptaron unas posturas ante la vida que eran imitativas de una sociedad consumista, sí, pero desde luego menos acomplejada y represiva que la imperante en la España de Franco.
Theros no oculta (no quiere hacerlo ni puede: su libro está basado primordialmente en un sinnúmero de testimonios) que esta relación estuvo basada en el amor y el odio, y sin embargo, los recuerdos de marineros y barceloneses muestran nostalgia. Es un sentimiento comprensible por el paso del tiempo e incluso, en su momento, por la siempre demostrada capacidad humana de seguir viviendo aún instalados en la contradicción. Lo cierto es que Barcelona fue el puerto de escala favorito de esos marineros, no tanto por la fiesta continua o lo barato de sus precios como por sentirse bien recibidos. Y lo cierto también es que en una época gris, descascarillada y pacata como la de la dictadura, esa llegada como mínimo representaba una bocanada de costumbres nuevas, que bien podía alentar la esperanza de tiempos nuevos.
No se trata de juzgar, pero el fenómeno se produjo. Y si Theros no hubiera dedicado tiempo y esfuerzo en hacer este libro exhaustivo y completo, un modelo de investigación y expresión, este momento peculiar de un país y una ciudad hubiera caído en el olvido. No hay premio que recompense esto.

Portada i sinopsi de l'edició catalana

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Los Príncipes Valientes, de Javier Pérez Andújar

Tusquets Eds., col. Andanzas
Barcelona, 20072 [2007]

Tengo un problema con este libro. La opinión siempre es subjetiva, por mucho que uno se esfuerce en objetivizarla. Sin embargo, esta novela me plantea a mí, personalmente, un problema añadido en este campo. Empecemos aclarando que Los Príncipes Valientes me ha encantado. Pero sucede que su autor, Javier Pérez Andújar, y yo somos de la misma generación. Y en una novela que es generacional, que tiene como referentes continuos los libros juveniles, las series de televisión y sobre todo, una época, no puedo estar seguro de si esos referentes los comprendo porque también son, más o menos, los míos (incluso los locales: de Sant Adrià de Besòs a Barcelona sólo hay un paso, en ocasiones imperceptible) o bien lectores de otras generaciones también hallarán las mismas emociones evocadas por este texto.
Como mínimo, me alegra haber leído antes su segunda novela, Todo lo que se Llevó el Diablo. Puedo así estar razonablemente seguro de que Pérez Andújar sabe controlar y contar una historia y hacerlo con pulso firme, ritmo y estilo. Aislando esto como lo haría un analista clínico, puedo percibir que el autor tiene mucho que decir sobre una época, una sociedad y unas gentes; pero la duda persiste, porque la infancia tiene un poder evocativo enorme, y es uno que por el mero hecho de mencionar un detalle conocido y reconocible ya despierta una traslación emotiva en la que perderse. Tal vez la única forma de soslayar este conflicto sea decir que sí, que Pérez Andújar sabe narrar, sea lo que sea que narre, y que también los niños de los años sesenta tenemos derecho a "nuestra" literatura; sabe dios que el resto, los niños de la guerra, los de la posguerra, los de la transición y hasta los de la generación olímpica, tienen la suya.
Si hablamos de argumento, esta es la historia de un muchacho y su amigo, y de cómo ambos realizarán, sin apenas proponérselo y sin apenas solemnidad (salvo la que proviene de los actos de camaradería infantil, que son tan solemnes como los de una sociedad secreta) un rito de iniciación, no a la vida, o al sexo, o a la muerte, sino a la literatura. A una bendita literatura que proviene de las novelas juveniles que a lo largo de los años se descubre que no lo son tanto, de las ilustraciones, de los tebeos y la televisión.
E igualmente importante es lo evocativo: de una época, no tanto en blanco y negro como en gris, en la que hasta los niños convivían con la represión y la lucha de clases, con los "treinta años de paz" y con la educación nacional-catolicista; del ambiente mísero de las conurbaciones dormitorio del extrarradio; de la emigración y su vacilación continua entre la nostalgia y el nuevo modo de vida; de la resistencia política y personal, mínima, tímida y secreta.
Sospecho que esta evocación me domina porque es la mía, y que para otros lectores la historia del protagonista y su amigo Ruiz de Hita tomará más relevancia. De hecho, la tiene. Y Pérez Andújar la lleva de principio a fin con originalidad y estilo. Pero cada lector encuentra cosas diferentes en los libros, y lo que yo he hallado es el viaje a un tiempo que fue el mío.

Portada y sinopsis

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Los Vikingos, de Richard Fleischer

SESIÓN MATINAL

(The Vikings); 1958

Director: Richard Fleischer; Guión: Calder Willingham, basado en la novela The Viking de Edison Marshall; Intérpretes: Kirk Douglas (Einar), Tony Curtis (Eric), Ernest Borgnine (Ragnar), Janet Leigh (Morgana), Alexander Knox (Padre Godwin), Frank Thring (Aella), James Donald (Egbert), Maxine Audley (Enid), Eileen Way (Kitala); Narrador: Orson Welles; Dir. de fotografía: Jack Cardiff; Música: Mario Nascimbene; Títulos de crédito: United Productions of America.

Gracias a la fotografía de Jack Cardiff te parece que te estás helando en la butaca, cuando aparecen esos paisajes invernales intensos; gracias a la música de Nascimbene tienes la permanente impresión de estar ante una épica de los tiempos antiguos. Gracias a la interpretación de Curtis tienes el adecuado sentimiento de suspensión entre dos mundos y dos civilizaciones; gracias a la de Kirk Douglas tienes la visión perfecta de un pueblo conquistador, guerrero y brutal, con todas sus concepciones bárbaras pero con sus propios código. Y gracias a Fleischer, ese pathos proporcionado por Tony Curtis y Kirk Douglas se mantiene en una adecuada ambigüedad en la que puede que un hombre sea perverso, pero no todo un pueblo. Porque la película es lo bastante ambigua como para dejar entrever que ni los británicos ni los vikingos ocupan las tradicionales posiciones de buenos y malos.
Realizada en superproducción que se deja traslucir en la pantalla poniendo lo necesario sin caer en el recargamiento, Los Vikingos es una de esas películas de aventuras extraordianriamente bien realizadas, con una gran dedicación por todos los involucrados, y que se deja ver con gusto repetidas veces.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Ben Webster en el Montmartre de Copenhague

Nadie, o casi, ha tocado el saxo tenor como Ben Webster. Agresivo, rasposo en los tiempos rápidos; pero cuando llegaba el tiempo lento... ¡Ah, sus baladas! Nadie ha tocado las baladas al saxo como él.
Webster fue el terciopelo hecho saxo tenor, alguien reconocible al primer soplo, y pocas cosas se pueden decir salvo escucharle. Si alguien lo hace por primera vez, le envidio, porque el placer del descubrimiento es inigualable. Y piensen que hay mucha más música grabada de este jazzman incansable, además de esta actuación realizada poco antes de su muerte.
En tiempo medio o rápido, pero sobre todo en sus baladas, disfruten del dulce sonido de Ben Webster.
Como siempre, gracias al Cifu y su programa Jazz Porque Sí por la oportunidad de escuchar la música de estos genios.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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The Man Who Liked Dickens, de Evelyn Waugh

En The Mammoth Book of Classic Chillers
Robinson Publishing
Londres, 1986 [1933]

Evelyn Waugh es un caso del tipo de escritor que permanece discreto en los estantes hasta que es leído, y entonces deslumbra por su versatilidad y su perfección. Es autor de unas de las mejores novelas humorísticas de la literatura, como son Merienda de Negros y ¡Noticia Bomba!; de una novela delicada y perspicaz como es Retorno a Brideshead; o de una trilogía que es una reflexión sobre la sociedad de una época, Sword of Honour. Entre otras.
Como todos (o casi) los escritores británicos, también cuenta en su haber con algunos cuentos de terror, y este El Hombre al que le Gustaba Dickens es uno de ellos.
A un poblado perdido en la selva amazónica llega medio muerto un explorador inglés. Ese poblado está dirigido por el descendiente de un escocés y una india, y cuida al inglés hasta su recuperación. Este escocés posee la colección completa de las obras de Dickens, que su padre solía leerle en voz alta durante su infancia, pe´ro él mismo no sabe leer. Y, poco a poco, el protagonista percibe que ese hombre al que le gusta Dickens no tiene la menor intención de dejarle marchar, habiendo hallado al lector ideal.
Por descontado, no es un cuento de horror sobrenatural, sino más bien un "cuento cruel", pero además es extremadamente irónico y mordaz, empezando por el hecho de que en el último rincón remoto del mundo parezca haber un británico implantando su particular visión del mundo; o el esnobismo inglés, que cura su spleen yéndose de aventura, excéntrico modo de remediar la melancolía (y que aquí recibe una recompensa merecida, aunque cruel en su forma). O el humor negro que representa la visión de alguien a quien le gusta Charles Dickens hasta el llanto, pero que se muestra insensible hacia el sufrimiento de su lector.
Todos estos detalles dejan muy claro que no se trata únicamente de un divertimento escrito de cualquier manera y para exponer sólo una idea de choque. Es un relato incisivo, con detalles que parecen de fondo pero marcan mucho más de lo que parecen insinuar, con un desarrollo impecable y un humor negro implícito que refuerza la narración y la lleva a un final abierto en el que el lector pone mucho de su parte para imaginarse aquello que sucederá después del punto final, una sutileza que es de agradecer.

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The Masque of the Red Death, de Edgar Allan Poe

Múltiples ediciones en castellano.
Recomendada: en Cuentos / 1
Alianza Editorial, col. El Libro de Bolsillo
Madrid,  [1842]
Traducción de Julio Cortázar
Texto original en inglés en este enlace de Proyecto Gutenberg

La Máscara de la Muerte Roja, uno de los relatos más célebres de Poe, y uno que obtiene incluso galardones (fue incluido en 1983 en el Salón de la Fama de la Fantasía de Todos los Tiempos) casi dos siglos después de ser escrito, si tuviéramos que clasificarlo dentro de una de las categorías que reclamaba el mismo Poe, diríamos que es un cuento de lo grotesco (aunque posee un pequeño arabesco en su interior, en el sentido de que el mundo en miniatura del castillo de Próspero, en definitiva, se sólo la reproducción del mundo exterior en su mortalidad y miniatura).
El sentido de grotesco, aunque incluye la acepción de deformidad, tiene más que ver con un aspecto estético, sin embargo, como es el de la fascinación por lo oscuro y extemporáneo.
Un resumen del argumento resulta casi ocioso: La muerte roja asola el territorio y el príncipe Próspero y un millar de cortesanos se encierran en una abadía fortificada, dejando al país y su desolación en el exterior y entregándose al ocio y la diversión en el interior de la fortaleza. En el transcurso de un baile de disfraces, una figura corta la respiración de los presentes vestida de muerte escarlata y enmascarada. Próspero enfurece ante lo que considera una osadía y una afrenta, y se lanza daga en mano contra la figura, sólo para caer muerto a sus pies. La muerte roja ha entrado en la fortaleza, literalmente, y pronto pone fin a las vidas de todos sus habitantes.
Este relato fuertemente estético, enormemente conciso (apenas siete páginas en su lengua original), sin embargo lleva tanto a cuestas que daría para realizar una tesis en sí mismo.
Empezando por la situación, evocación del Decamerón o Los Cuentos de Canterbury, con un país asolado por la peste; la noción, algo moralista pero potente, de la inevitabilidad de los destinos humanos; la referencia, esta vez directa, a las Danzas de la Muerte (el concepto de que la muerte llega a todos se produce en un baile de máscaras; la misma personificación de la Muerte Roja parece danzar por las diversas estancias de la abadía); dos símbolos ineluctablemente unidos como son la muerte y el tiempo, representado por ese reloj de ébano. Por no hablar de la imagen que para alguien tan amante de la cultura clásica como Edgar Allan Poe debió de representar una atracción irresistible, como es el tema del "et in Arcadia Ego", en el cual en la Arcadia feliz y en el paraíso despreocupado aparece de pronto la calavera, el recuerdo de la mortalidad.
Es mucho. Y sin embargo, con una prosa imaginista y levemente barroca, Poe introduce todo esto de forma medida y natural en un relato de tensión creciente, un texto narrativo y citable cual si se tratara de un poema que avanza hasta su último verso (casi no se puede hablar de frase): "And Darkness and Decay and the Red Death hold illimitable dominion over all" [Y la Oscuridad, la Decadencia y la Muerte Roja ejercieron su ilimitado dominio sobre todo], en un final rotundo, espléndido, total.

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La Leyenda de los 47 Ronin, anónimo japonés del siglo XVIII y El Incivil Maestro de Ceremonias Kotsuké no Suké, de Jorge Luis Borges

La Leyenda...
versión inglesa en este enlace

El Incivil...
en Historia Universal de la Infamia
Alianza Editorial, col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19714 [1934]

La denominación de leyenda sólo distingue los detalles añadidos que adornan un hecho real y comprobable en la historiografía japonesa contemporánea. Enseñada en las escuelas de Japón, fuente de versiones e inspiración de filmes, historias gráficas, obras de teatro y operísticas, si les señalo esa versión en concreto es porque, a pesar de no ser una muy buena traducción al inglés, presenta la garantía de ser versión directa del japonés y preservar en sus detalles el texto canónico original.
El seño de la torre de Ako tiene que recibir a un enviado imperial, y para prepararse para ello atiende a las instrucciones del maestro de ceremonias Kotsuké no Suké, unas instrucciones dadas con altanería. No pudiendo soportar una definitiva ofensa, el señor de Ako desenvaina su espada [aquí las versiones difieren: unas afirman que hizo un leve corte infamante en la frente del maestro de ceremonias, otras que se limitó a mostrar la hoja desnuda]. La ofensa hacia un funcionario del emperador es grave, y el señor de Ako recibe la orden de cometer seppuku, suicidarse ritualmente, cosa que hace con toda dignidad. Los 47 capitanes del señor de Ako, convertidos en ronin (samurais sin señor), se reúnen y conciertan vengarse del maestro de ceremonias.
Es aquí donde la historia tiene su punto de inflexión por el que deja de ser el mero relato de una venganza para adquirir el pathos que la vuelve legendaria. Los cuarenta y siete están ya concertados, pero Kotsuké no Suké no es tonto, y no espera otra cosa que la venganza de los samurais; fortifica su casa, la protege con soldados y arqueros y hace espiar a los 47. Oishi Kuranosuké, el capitán de los capitanes, se apercibe de esta vigilancia y actúa con inteligencia, pero más allá del deber: dispersa a los 47, ordenándoles que sigan sus vidas. Y él mismo se traslada a Kioto y se da a la mala vida; borracho, jugador y frecuentador de prostitutas, lleva una vida embrutecida; es reconocido, escarnecido y escupido por su falta de honor y lealtad y por la vergüenza ajena que provoca su vida disuelta en el vino de arroz. Así sigue durante casi dos años. Cuando Kotsuké no Suké sabe con seguridad de la dispersión de los antiguos guerreros y de la arruinada vida de su jefe, rebaja su vigilancia.
Entonces, Oishi Kuranosuké convoca a los 47 para ejecutar su venganza.
El final se lo dejo para que lo lean ustedes. Les aseguro que sigue siendo tan épìco y legendario como lo que le antecede, y va mucho más allá del cumplimiento de la misión de los 47 capitanes.
Pueden leerla también relatada, en esa prosa genialmente lacónica que Borges gustaba de emplear a veces, en el relato incluido en Historia Universal de la Infamia. Borges se ciñe a los hechos tal como los leyó en la versión de A. B. Mitford de Tales of Old Japan, salvo en dos inclusiones puramente borgianas. La primera cuando define al incivil Kotsuké no Suké como «El hombre que merece la gratitud de todos los hombres, porque despertó preciosas lealtades y fue la negra y necesaria ocasión de una empresa inmortal».
La segunda, cuando introduce su propia valoración de la leyenda cuando dice: «Éste es el final de la historia de los cuarenta y siete hombres leales ─salvo que no tiene final, porque los otros hombres, que no somos leales tal vez, pero que nunca perderemos del todo la esperanza de serlo, seguiremos honrándolos con palabras.»
No puedo estar más de acuerdo.

Enlace a las ilustraciones de Yoshitoshi sobre la leyenda (1860)

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La Cuadrilla de los Once, de Lewis Milestone

SESIÓN MATINAL

(Ocean's Eleven); 1960

Director: Lewis Milestone; Guión: Harry Brown, Charles Lederer; Intérpretes: Frank Sinatra (Danny Ocean), Peter Lawford (Jimmy Foster), Sammy Davis Jr (Josh Howard), Richard Conte (Anthony Raymond "Tony" Bergdorf), Dean Martin (Sam Harmon), Angie Dickinson (Beatrice Ocean), Cesar Romero (Duke Santos), Joey Bishop ("Mushy" O'Connors), Patrice Wymore (Adele Ekstrom), Akim Tamiroff (Spyros Acebos), Henry Silva (Roger Corneal), Ilka Chase (Sra. Restes); Dir. de fotografía: William H. Daniels; Música: Nelson Riddle.

Once excombatientes en la segunda guerra mundial planean robar cinco de los grandes casinos de Las Vegas en una sola noche, mediante un plan perfecto... y casi lo consiguen.
Hay que decir, en favor de los guionistas, que ese plan tiene su enjundia, y que mantiene la tensión durante la película (aunque es demasiado larga, 128 minutos). Sin embargo, lo que más llama la atención sobre este filme, que no es en absoluto menospreciable, son unas cuantas cosas chocantes. Primero la inverosimilitud de meter a todo el "rat pack" en una película y esperar que el espectador vaya a creerse a los personajes. Lo único que ve son, precisamente, a Sinatra, Martin, Davis y sus amigotes haciendo ver que son ladrones de casinos. Segundo, y probablemente porque Milestone intuía que lo anterior iba a producirse, las autobromas y referencias que de continuo salpican la película. Todo lo cual se resume en que casi se convierte en una parodia de sí misma.
Y sin embargo, y con estos inconvenientes, funciona. Lo bastante como para que Clooney, Pitt y sus muchachos (líbreme dios de llamarles "pack" de cualquier cosa) parezca que vayan a acabar la numeración de las decenas y llegar al "Ocean's Twenty" en sus remakes y secuelas.
Puede que no sea una gran película, pero es agradable, y por lo menos no ofende al espectador, que ya desde el mismo elenco, sabía lo que iba a ver.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Dizzy Gillespie

Poco se puede decir de Dizzy Gillespie que no se haya dicho ya: padre fundador del jazz moderno, trompetista genial e inconmensurable, bufón sobre el escenario, donde le gustaba intercambiar bromas con el público, jazzman íntegro e icono de esta música.
En este programa lo disfrutaremos en dos de sus grandes vertientes: por una parte con su big band (cada vez que pudo, Dizzy montó orquesta propia); y en una sesión de estudio de lo mejorcito.
Con la big band (en la que destacan John Coltrane y Jimmy Heath a los saxos altos y Paul Gonsalves al saxo tenor) podremos escuchar a un Dizzy espléndido interpretando, entre otras, Tally Ho, Coast to Coast, suyas, o Carambola, de Heitor Villa-Lobos con arreglos de Chico O'Farrill, y también una de las humoradas de Dizzy, You Stole My Wife, You Horse-Thief, que le debió resultar simpática y en la que metió mano en la letra ("Me dejó que fuera en círculos y ahora Dizzy [mareado] es mi nombre) y un gran Honeysuckle Rose, la inmortal composición de Fats Waller, cantada (y muy bien) por Joe Carroll, compañero habitual de las bufonadas vocales de Dizzy: impresionante.
Y la segunda parte, una sesión con Charlie Parker, Thelonious Monk, Curley Russell y Buddy Rich, de la que entrarán cuatro temas magistrales, Bloomdido, An Oscar for Treadwell, Mohawk y My Melancholy Baby.
Dar, como siempre, las gracias al Cifu y su programa Jazz Porque Sí por poder tener la oprtunidad de difundir estos podcasts.


Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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How the Wind Spoke at Madaket, de Lucius Shepard

En The Mamoth Book of Short Horror Novels
Robinson Publishing
Londres, 1988 [1985]
Ed. de Mike Ashley

Lucius Shepard vendrá más veces a este blog; material tengo (aunque muy poco traducido al español), estilo y originalidad le sobran, y su ficción, a veces declaradamente de género, a veces imbuida de un cierto realismo mágico, a veces basada con firmeza en el realismo, pero pasada por el monólogo interior y modificada por la perspectiva del protagonista, es interesante y reminiscente de muchos ismos, pero con un paso adelante que la hace propia.
En el caso de Cómo el Viento Habló en Madaket, Shepard entra en el cuento de terror sobrenatural, pero como acostumbra va más allá del estereotipo.
En Madaket, población vecina a nantucket, isla ballenera y feudo de Edgar Allan Poe desde que escribiera su Arthur Gordon Pym, vive un escritor con un problema sentimental pasado, una situación de pareja que no sabe si tiene futuro y un presente creativo muy fructífero.
Conforme crece en él un sentimiento de inquietud, en el pueblo empiezan a producirse desapariciones inexplicables en principio. La respuesta parece hallarse en un cúmulo de basura flotante que ha aparecido en un punto muerto entre corrientes. Y la respuesta es que un elemental del aire ha ido tomando entidad; algo que se hará evidente, incluso para el escéptico policía del pueblo, cuando este elemental, como un niño malcriado que prueba sus poderes y se divierte con ellos, provoque una orgía de muerte y destrucción en el pueblo. Shepard empieza a desmontar tópicos, aquí: los elementales, figuras míticas de la religión natural, siempre han sido representados como ajenos, ausentes e ignoradores de la raza humana. O bien, en un fenómeno de domesticación psicológica, integrados en la magia y la religión. Shepard, en cambio, describe un ser que es consciente de la presencia humana; le importamos poco, pero algunos de nosotros puede que excitemos su curiosidad. En ambos casos, la conclusión es terrible. Y también, y sin tratarlo como tal directamente, considera al elemental como un personaje. Difícil de expresar por escrito, pero lo logra, y es una vuelta de tuerca que se agradece.
La ficción de Shepard es siempre difícil de describir, porque por una parte depende mucho de las impresiones que el lector siente, y por otra porque puede combinar la descripción detallada con la ambigüedad de conceptos y su expresión en el relato. Que ningún lector espere más explicaciones de las necesarias; el resto serán impresiones, sentimientos, conceptos expresados más entre líneas que sobre el papel. Esto pone una carga, de trabajo si quieren, sobre el lector, pero también abre las posibilidades de interpretación a cada uno, con lo que le hace partícipe en el desciframiento del relato. Es una técnica difícil de conseguir sin convertirse en tramposa (demasiada ambigüedad, y el autor se reiría del lector) o en intrusiva (demasiado poca, y el lector se encontraría con una lectura dirigida). En hallar ese punto justo, en el que el lector mismo se encuentra incitado por lo que el autor le cuenta, es en lo que Shepard ha conseguido una excelencia que es casi su marca de fábrica. Y que sólo los grandes escritores pueden conseguir.

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Demanda del Método, de Luis Moreno Villamediana

En Cuerpo Plural. Antología de la Poesía Hispanoamericana Contemporánea
Ed. Pre-Textos/Instituto Cervantes, col. La Cruz del Sur
Valencia, 2010 [1996]
Ed. de Gustavo Guerrero

Es imposible percibir la evolución de un poeta en tan sólo cinco poemas. Y es difícil encontrar características comunes o corrientes distintivas dentro de sólo cinco poemas.
Sin embargo, y en estos cinco de Luis Moreno Villamediana contenidos en esta antología, en cuatro de ellos se cita la muerte o el infierno, salvo en el que nos ocupa, en donde, en cambio, se refiere a un «edén [...] muy privado». Esta continua referencia a un más allá proporciona un sentido metafísico a estos poemas, pero si la metafísica suele ser solipsista, en este caso Moreno Villamediana, desde ella, contempla al resto del mundo para remarcarle la distinción entre el poeta o el ser trascendido a lo corriente, lo uniforme y lo conforme del mundo "real".
Es en esta trascendencia metafísica del poeta donde se encuentra el desafío que lanza de continuo a no ver las cosas como son para todos sino a trascenderlas también mediante la visión, no sólo poética, sino distinta de la persona que es capaz de no conformarse.
Es un desafío irónico lanzado desde esta visión metafísica que, por descontado, no pretende demostrar ninguna superioridad, antes bien reafirmar el valor de la rebeldía del individuo (y de los mismos objetos).
Esta ironía frente a los estamentos que son el resto del mundo ahogado en la convención es constante: las referencias a él como «señores», como si en sus poemas se reflejara la comunicación con esos seres uniformes a la manera del escrito oficial, se hallan presentes en varios poemas, y no es menor en esta Demanda del Método, desde su mismo título, un alegato para que se comunique el método por el que él debería «emprender, por ejemplo, / la descripción de un paisaje común pero ignorado»: «¿acaso debería, / señores, / les pregunto, / escoger el lápiz más fino y más hermoso» para realizar esa descripción «de un edén [...] muy privado» que sin embargo «no puede caberme / en el sucio bolsillo».
La ironía sería amarga (y algo de amargura hay) si no fuera porque la ironía recae en los otros y el tono de desafío inconformista es permanente. Esta rebeldía intelectual llega a percibirse claramente en este y otros poemas (Un Saunche Tiene Derecho a Voz y a Voto; Recuento).
Como poemas, los de Luis Moreno Villamediana son profundos, densos en su brevedad y contenido; tensos en su expresión por lo medido de sus palabras, pero vibrantes en su ejecución y su ritmo poético. En sus emociones, sean estas irónicas, coléricas a veces, melancólicas otras, se percibe esa rebeldía fundamental que es el deber de los poetas frente al mundo que, siendo poético en sí, se ve deformado por la estupidez del ser humano.

Portada y sinopsis

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Hotel California, de Eagles

Hace tiempo que no realizaba una entrada en esa miniserie que son las canciones que contienen una historia, entendiendo ésta (porque, reitero, todas las canciones contienen una historia en realidad) como una que podría haber sido expresada, digamos, en medios "literarios", como poema narrativo, o como relato corto.
Hotel California, escrita por Don Felder, Don Henley y Glenn Frey, y pese a que los propios miembros de Eagles cuentan (de manera poco clara) que la historia se refiere al mundo de las drogas, y no digo que no tengan razón, como alegoría (el lugar en el que entras cuando quieres pero del cual nunca puedes salir), lo cierto es que tomada en su literalidad es una historia de terror tan clásica como las de Poe, aunque con algunas oscuridades "argumentales".

En una oscura carretera del desierto, con el viento frío en mi pelo
cálido aroma de maría alzándose por el aire,
en la distancia vi una luz trémula,
mi cabeza se hizo pesada y mi vista borrosa
tenía que detenerme a pasar la noche.
Allí estaba ella en el umbral.
Oí la campana de la misión
y pensaba para mí
"esto podría ser el paraíso o podría ser el infierno".
Entonces ella encendió una vela y me mostró el camino.
Habían voces al fondo del pasillo,
y creo que decían...
Bienvenido al Hotel California;
un lugar encantador,
un rostro encantador...
Siempre hay habitaciones en el Hotel California;
en cualquier época del año, aquí lo hallarás.

La mente de ella está girada por las joyas, tiene la inclinación de los mercedes,
Tiene muchos chicos bonitos, a los que ella llama amigos.
Cómo bailan en el patio, ese dulce sudor del verano,
Algunos bailan para recordar, algunos bailan para olvidar.
De modo que llamé al camarero,
"por favor, tráigame el vino".
Y dijo: "no hemos tenido aquí ese alcohol desde 1969"
Y todavía esas voces seguían llamando desde la lejanía,
te despertabas a mitad de la noche
sólo para escucharlas decir...
Bienvenido al Hotel California;
un lugar encantador,
un rostro encantador...
Siempre animado el Hotel California,
Qué bonita sorpresa, traigan sus pretextos.

Espejos en el techo,
champán rosado en hielo
y ella dijo "somos todos prisioneros aquí, por nuestros propios recursos"
Y en las habitaciones del propietario
se reunieron para el festín.
Lo apuñalaron con sus cuchillos de acero,
pero no pudieron matar a la bestia.

Lo último que recuerdo,
es correr hacia la puerta.
Tenía que encontrar el modo de regresar
al lugar en el que antes vivía.
"Relájese", dijo el empleado de noche,
"Estamos dispuestos para recibir.
Puede liquidar la cuenta cuando quiera,
¡Pero jamás podrá salir!"

Y claro, la canción es esta:

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French Connection, de William Friedkin

SESIÓN MATINAL

(The French Connection); 1971

Director: William Friedkin; Guión: Ernest Tidyman, basado en el libro de Robin Moore; Intérpretes: Gene Hackman (Jimmy "Popeye" Doyle), Roy Scheider (Detective Buddy Russo), Fernando Rey (Alain Charnier), Tony Lo Bianco (Sal Boca); Dir. de fotografía: Owen Roizman; Música: Don Ellis.

A Nueva York va a llegar un cargamento de droga. Dos policías tienen la intención de aprehender ese cargamento y a sus dueños.
Una película pequeña que fue el gran éxito del año, los motivos para su despegue fueron variados: una exposición casi como si se tratara de un documental y no de una película de ficción (algo que ahora tal vez no extrañe, pero que en su época era bastante nuevo); un realismo exacerbado de las calles y su entorno, que hacía que la película fuera sentida como "auténtica" por los espectadores, muchos de los cuales podían reconocer esos ambientes o los similares de su propia localidad; la creación de un antihéroe como es el detective Popeye Doyle, un tipo violento, operando en los límites de la ley a cambio de ser efectivo. Y una persecución que recordaba a la de Bullitt, pero que iba un paso más allá, al desarrollarse persiguiendo a un metro elevado de Nueva York.
Ah, y cómo no, la famosa secuencia del seguimiento en el interior del metro, una que ha sido imitada, copiada y parodiada hasta la extenuación.
Si hablamos de secuencias que han sido imitadas, comprenderán que el trabajo de Friedkin en la dirección sea meritorio, como lo fue el de los actores: Gene Hackman componiendo un personaje antiheroico para las antologías; Fernando Rey creando un cínico y elegante capo de la droga Alain Charnier, casi como si fuera un marchante en arte; y el muy correcto y reivindicable Roy Scheider.
Huyan de la segunda parte, que apenas tiene nada que ver con la primera, y vean esta French Connection. Una película pequeña, pero que contiene buenas lecciones de cine.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Fats Waller

Cuando uno se topa por primera vez con grabaciones de Fats Waller no sabe a qué carta quedarse. No sabe si está escuchando un cómico que canta, un baladista, un swinger, un bluesman, un cantante peculiar o qué.
Y, sin embargo, a pesar de ser todo eso en uno, hay algo que atrae a los que pareciamos el jazz, y es su toque sublime de piano. Porque prácticamente Fats Waller, junto a Earl "Fatha" Hines, estableció cómo debía sonar el piano en jazz. No es maravilla que Fats encante: muchas de las cosas que estableció al piano en los años treinta siguen empleándose hoy en el jazz pianístico más rabiosamente moderno.
Fats Waller fue un grandioso pianista, un fenomenal compositor (suya es, por ejemplo, Honeysuckle Rose) y un tipo simpatiquísimo.
En este programa, como siempre magistralmente conducido por el Cifu, podremos comprobar todas estas facetas: tendremos un gran swing en, por ejemplo, Send Me Jackson; al Waller más tierno en Little Curly Hair in a Highchair; al bluesman en su propia composición Fats Waller Original E-Flat Blues; al gran pianista en todas las piezas, pero destacado en Stayin' at Home; y al más gamberro (en la mayor de las gamberradas que le he escuchado) en Eep Ipe, Wanna Piece of Pie.
Escuchar a Fats Waller es siempre refrescante y sorprendente. Atentos también al batería Slick Jones y al más que apreciable guitarrista Al Casey.


Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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Nadelman's God, de T. E. D. Klein

En The Mammoth Book of Short Horror Novels
Robinson Publishing
Londres, 1988 [1985]
Ed. de Mike Ashley

Esta novela ganó el World Fantasy Award 1986 a la mejor novela corta. Y lo que nos trae el bueno de "Ted" Klein con ella es una historia, moderna, literaria y a buen paso, sobre el poder de la fe y sobre los peligros de la infatuación filosófico-literaria.
El relato se inicia con la visita de Nadelman y la que años más tarde será su esposa a un club S&M ocultista de mala muerte. Ya hemos dicho que el estilo es moderno, y este estilo conlleva una aproximación escéptica, irónica, racionalista, a lo sobrenatural; una aproximación "tongue in cheek" muy anglosajona. «Había una lección que extraer de aquella gente en el bar, y Nadelman no se había mostrado lento en aprenderla. El mundo, había descubierto, estaba lleno de gente amarga, solitaria y patética. Eran básicamente buenas personas, la mayoría, merecedoras de simpatía; merecedoras incluso de respeto. Pero muchos de ellos ─especialmente la especie que reclamaba poseer la sabiduría celestial, el poder preternatural, el conocer los atajos mágicos en las leyes del universo─ no eran la clase de gente que quería tener como amigos. [...] Para demasiados de ellos, lo oculto sólo era un puente entre la cosmología y el sexo extravagante. Eran, en una palabra, chiflados».
En cualquier caso los años pasan, Nadelman se convierte en un publicitario de éxito, con una vida estable, y un día uno de sus compañeros de instituto, ahora promotor musical, le pide permisa para adaptar uno de los poemas de Nadelman publicados en la revista de la escuela como letra de un grupo de heavy metal. Permiso concedido, unos pocos dólares de derechos, la canción no llega a ser un éxito ni se convierte en disco sencillo. Asunto olvidado. Hasta que un día le llega a Nadelman la carta de un fan. Es ciertamente una carta extraña, y Nadelman la responde con cierta displicencia, pero su llegada aviva la curiosidad, de modo que revuelve una maleta llena de viejos papeles y encuentra ese boletín, y comprueba, como ya temía, que el poema era un pastiche pretencioso con ideas del Kubla Khan de Coleridge, el Melmoth el Errabundo, y Swinburne, con toques de The Monster from the Black Lagoon, todo ello sobre el tema de la democión de Dios y la creación de un dios nuevo.
Las cosas se ponen peliagudas cuando las cartas y llamadas de ese admirador se hacen más insistentes y parece que esté construyendo la efigie de ese dios siguiendo las instrucciones que Nadelman daba en el poema. Y que esa efigie puede ser que esté tomando vida, además de cuerpo.
La aproximación de Klein (o, más bien, de Nadelman) a la teogonía parece ser una, si no atea, sí por lo menos teísta: Dios, en efecto, creó el universo, pero el puesto está vacante, y ya que estamos en un universo cruel, se puede contruir un reemplazo, un dios que reine sobre esta crueldad.
Todo muy adolescente pero muy real, sobre todo para los estudiantes anglosajones, que pasan por los grandes clásicos del  romanrticismo, el malditismo y el decadentismo, de todo desde Blake, Shelley y Byron hasta Baudelaire y Huysmans.
Pero el gran mérito de Klein es llevar esta historia hacia un crescendo tensionado y medido, en un relato irónico de principio a fin, pero que cumple con los cánones del género y además tiene una aproximación temática original donde las haya.

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El Ojo de Jade, de Diane Wei Liang

(The Eye of the Jade)
Eds. Siruela, col. Nuevos Tiempos/Policiaca
Madrid, 2007 [2007]
Serie detective Mei Wang nº 1

Esta no es tanto una novela policiaca como un repaso al clima moral que se vivió en China cuando empezó a ser claro que se consolidaba el capitalismo de estado, o el capitalismo híbrido, o tercera vía, o como quiera que se denomine.
El hecho de que a Mei le llegue el encargo de investigar la posible aparición en el mercado negro de antigüedades de un sello de jade de la dinastía Han es prácticamente accesorio. Lo principal es el permanente juego entre la obsesión por el dinero y la necesidad de contar con guanxi, la adecuada red de contactos en las altas esferas sin cuya aquiescencia es imposible entrar en el mundo de los negocios.
Más expositiva que crítica, más observadora que discursiva, Diane Wei Liang traza este cuadro, algo desquiciado y oscilante entre la meritocracia del sistema sanitario, por ejemplo, y el lujo desmesurado de los empresarios coparticipados, sobre una población que, por una parte, soportó la locura de la Revolución Cultural y que ahora se enfrenta a una política totalmente opuesta (pero promovida siempre de arriba abajo) y sobre una nueva generación que, se intuye, se ha criado bajo esta nueva política y, por tanto, prima el valor del beneficio rápido y los bienes materiales sobre cualquier otra consideración.
Wei Liang no juzga si esto lleva a un paraíso o al desastre. Ciertamente la protagonista muestra su disgusto ante la ostentacíón de nuevos ricos de la que hacen gala unas gentes poco acostumbradas al dinero y a los lujos: el gasto como estatus, el lujo como indicador, sin consideraciones estéticas o artísticas, etc. Pero también se siente atraída por los objetos que son deseables: vestir con algo de distinción, calzado mejor...
Sin duda es la disyuntiva ante la que se encuentra el pueblo chino, por lo menos el de las grandes ciudades (sospecho que en el campo las cosas son muy distintas).
Acostumbrados al hieratismo del gobierno chino, los relatos, si no de primera mano, sí con referencias directas, son raros. No existe un auténtico relato de la vida cotidiana en la República Popular China de hoy, salvo que se conozca a alguien que haya vivido allí. Por eso esta novela tiene más interés que el del mero caso criminal.

Portada y sinopsis

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Todo lo que se Llevó el Diablo, de Javier Pérez Andújar

Tusquets eds., col. Andanzas
Barcelona, 2010 [2010]

Es un placer encontrar historias tan bien llevadas como Todo lo que se Llevó el Diablo. También es un placer poder superar las reticencias que provoca la llamada "novelística de la guerra civil"; reticencias que provienen del hecho de que la mayoría de estas novelas aprovechan una anécdota, una minucia, y la magnifican hasta convertirla en un discurso ideológicamente básico, las más de las veces manipulador y sentimentaloide, las más de las veces hueco, las más de las veces autojustificativo de su mediocridad en el hecho de estar "basado en hechos reales". Y que intentan forzar un silogismo absurdo: si usted es progresista, antifranquista, etc., a usted le tiene que gustar esta novela, tiene que comprarla y de críticas, ni hablar.
Nada de esto se encuentra en la ficción de Pérez Andújar. Ciertamente, el punto de arranque es el período (poco tratado) del bienio negro de la II República española, en concreto las Misiones Pedagógicas que se instauraron en el bienio anterior y que llevaron (o lo intentaron) instrucción y cultura a unos pueblos, no dejados de la mano de Dios, pero sí de la mano del ministerio de Instrucción Pública.
Pero esto es sólo un telón de fondo, así como las respectivas épocas eran telón de fondo de Los Miserables o Los Novios; pero todas estas novelas contaban otra historia, que por supuesto se imbricaba en la época y los hechos históricos.
La historia real de esta novela es la de los maestros, en individual y no en colectivo (por mucho que pueda extraerse una representación metafórica de estos protagonistas), que van a una de esas Misiones Pedagógicas; y, en paralelo, la de Velasco Flaínez, lobero hijo de loberos, una casta, la de aquellos que persiguen y cazan al lobo, que paga su tributo a esta especie y hasta convive con ella y la comprende (una insinuación, insinuación tan sólo, del mito del hombre lobo; un hombre lobo sin magia, puede, pero aunque de tipo realista, muy resonante de lo mítico), visiones del mundo y de la vida que interaccionan y se transforman unas a otras.
Y, repentinamente, entra en la historia la época contemporánea, en forma de investigación de los cuadernos de notas de uno de los componentes de la misión, que se convirtió en dibujante de cómics en Bélgica.
El mérito de Pérez Andújar es llevar esta historia con estilo innegable, con humor en ocasiones, dramatismo en otras, y no caer en excesos jamás. Con un ritmo impecable y una estructura medida que hace que el interés del lector se mantenga hasta el final sorprendente, que proporciona a esta novela un punto más de excelencia y una visión autoirónica de la realidad y la historia.
Y puede sorprender a quien no la haya leído (y a quien llega después de hacerlo a la nota autobibliográfica) que no todos los personajes existieron, por descontado, pero algunos sí. Y no los más evidentes.
Todo lo que se Llevó el Diablo es una novela magnífica, un placer en su lectura y que revela un gran escritor que sabe muy bien qué quiere contar y cómo hacerlo.

Portada y sinopsis

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La Pantera Rosa, de Blake Edwards

SESIÓN MATINAL

(The Pink Panther); 1963

Director: Blake Edwards; Guión: Maurice Richlin, Blake Edwards; Intérpretes: David Niven (Sir Charles Lytton), Peter Sellers (Inspector Jacques Clouseau), Capucine (Simone Clouseau), Claudia Cardinale (Princesa Dahla), Robert Wagner (George Lytton), Brenda de Banzie (Angela Dunning), Colin Gordon (Tucker); Dir. de fotografía: Philip Lathrop; Música: Henry Mancini; Dir. artística: Fernando Carrere; Animación: De Patie-Freleng.

Podemos decir que esta película se prefigura como antecedente de lo que, cuatro años después, será la comedia de Blake Edwards por excelencia, El Guateque. Antecedente o pruebe, como quieran, pero una prueba que se mostró enormemente popular y efectiva, en parte por ser un regreso a ciertas formas de humor más propias de Laurel y Hardy, y en parte porque la película tuvo dos aciertos geniales: la animación de los títulos de crédito, que se hizo más popular que la película en sí y provocó una serie de dibujos animados propia, y la creación de una especie de arquetipo del policía metepatas sublime, una catástrofe andante llamada inspector Jacques Clouseau, un personaje que a Sellers (que lo había creado a base de fuerza actoral) le persiguió toda la vida.
En estos casos, el argumento (que ya es endeble) importa poco. En una estación de esquí se reúne la flor y nata de la sociedad, incluyendo a un ladrón de joyas (Niven) y a lo que van a ser sus dos amores: la princesa Dahla (Cardinale) y una fabulosa piedra preciosa que ella posee, la Pantera Rosa. Sospechando lo peor, la policía envía a Clouseau para prevenir el robo y detener al ladrón, con el terremoto que esto conllevará.
Ha envejecido un poco, sobre todo en el ambiente "chic" de la época, pero el cúmulo de gags protagonizados por Clouseau sigue siendo impagable. Lo peor que se puede decir de esta película es que provocó unas secuelas que fueron de más a menos, hasta acabar con un Clouseau reencarnado en el impresentable Roberto Benigni (ni me molestaré en comentar los remakes con Steve Martin). Por lo demás, si quieren ver una película con la dosis adecuada de humor y disparate, esta es una buena opción. Y no se pierdan los títulos de crédito iniciales.

Tráiler: Divertidísimo, con la Pantera Rosa presentando la película...

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Jazz Porque Sí: Clifford Brown en el Cotton Club de Cleveland

Debo haber escuchado esta actuación siete veces, y cuanto más la escucho, más me gusta. En estado de gracia, un quinteto excepcional y extraordinariamente inspirado, compuesto por el demasiado breve genio del trompetista Clifford Brown, el gigante del saxo tenor Sonny Rollins; al piano Richie Powell, hermano de Bud Powell y un pianista muy interesante, que murió en el mismo accidente automovilístico que también se llevó a Clifford; un contrabajo a reivindicar, el de George Morrow; y la percusión inmensa de uno de los grandes entre grandes, Max Roach.
Sólo cuatro temas, larguitos, pero que hacen de esta sesión un goce absoluto, llena de matices y detalles, una delicia: Delilah, Diggin' for Diz/Lover, la balada Lover Man y el clásico de Clifford Brown Daahoud.
Se lo reitero: siete veces lo he escuchado, y sólo escribiendo esto ya me dan ganas de oírlo de nuevo; no se lo pierdan.
La maestría habitual de los comentarios y el contexto músico-histórico corre como siempre a cargo del Cifu. Gracias a él y a su programa Jazz Porque Sí en Radio Clásica de Radio Nacional de España.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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Soft Monkey, de Harlan Ellison

En Demons & Dreams. The Best Fantasy and Horror 1
Legend/Century Hutchinson
Londres, 1989 [1987]
Ed. de Ellen Datlow y Terri Windling

Cabría preguntarse qué hace este relato en una antología de terror y fantasía, salvo que se considere terrorífica la violencia cotidiana, algo que bien podría ser; probablemente lo que sucede es que es casi irresistible incluir un Harlan Ellison si se tiene ocasión para ello, por trama, estilo y potenciua narrativa. Pero, con mucha más propiedad, los escritores de crimen y misterio de América lo hicieron candidato (y vencedor) al premio Edgar en 1987.
El título, Soft Monkey [El Mono Suave], hace referencia al conocido experimento etológico en el que a un orangután hembra que había perdido a su hijo se le dio a elegir entre una reproducción idéntica pero de material frío y otra mucho menos verosímil pero de trapo; escogió esta última; es el calor y la suavidad lo que la conforta.
Annie es una sin techo, una persona que duerme sobre cartones en los recovecos de las entradas de los comercios, que la protegen algo del viento gélido de Nueva York, mientras intenta dar y recibir calor de una muñeca que sostiene como si fuera su hijo. Una persona invisible, al menos para el noventa y nueve por ciento de la población.
Es así incluso cuando unos matones asesinan a un hombre frente a la copistería en cuya puerta se ha refugiado. O casi. Obviada al principio, una vez consumado el crimen se dan cuenta de que la vagabunda lo ha visto todo.
Annie escapa por milagro, pero los matones seguirán la persecución; asesinarán a unas cuantas sin techo negras, tomándolas por ella, pero cuando vean su error proseguirán la búsqueda, hasta que al fin Annie pueda librarse de sus perseguidores.
Tomado así, argumento escueto, el relato no pasa de ser una anécdota trágica. Pero Harlan nunca escribe anécdotas, y sus textos siempre llevan mucho más carga que la aparente.
Primero, la inmersión en un mundo que está ahí pero es, insisto, invisible psicológica y casi físicamente. Un mundo en el que deambulan unos seres que, pese a ser nuestros semejantes, elegimos no ver como individuos y confundirlos con el paisaje. Y esto nos lleva a lo segundo, esta característica nos introduce en un mundo aparte, tan alienígena como lo puede ser Júpiter para un terrestre. En efecto, ¿quién va, no a creer, sino simplemente a escuchar a una sin techo, tenga o no una perturbación mental? ¿y cómo se le podría pasar por la cabeza a una homeless ir a buscar protección y denunciar un crimen a la policía? Sólo pueden pensar esto hombres tan acometidos por la duda como unos gágsteres, unos matones tontos, mucho músculo, poco cerebro. Ya van muchos temas hasta el momento: el extrañamiento, la desigualdad social, etc., pero además el relato deja perfectamente claro que Annie está sola. Y este es un tema que impregna de forma magistral este cuento, impagable por su brevedad como la mejor de las novelas: una soledad fundamental, desesperada y exasperante. En el centro de la multitudinaria Nueva York, nada menos. Que esto inquiete las conciencias no es extraño. Ellison, en sus (pocos) peores cuentos, cae a veces en el panfletismo. Cuando, en cambio, deja hablar al texto y a lo que transporta por sí solo, sin discursear, hace pequeñas obras maestras de sensibilidad y estilo literario. Como esta.