(Why Gods Persist. A Scientific Approach to Religion)
Eds. de Intervención Cultural/Biblioteca Buridán
Barcelona, 2008 [s. f. ]
En un comentario anterior daba las claves de cuándo se realizaría en estas notas una reseña que fuera demoledora. En ella (cosas de la vuelapluma), me olvidaba de una: aquellos ensayos que tuvieran un punto falsario, o supersticioso, o que pudieran llevar al lector a un engaño o una falacia científica. Bien, ha llegado la hora de desenvainar el cuchillo (o el bisturí) y diseccionar un libro que pretende hacer lo que anuncia en el título mediante un andamiaje de razonamientos que no es más que un cúmulo de medias verdades.
Hinde se preocupa por la persistencia que las religiones tienen en la sociedad humana. Es una preocupación lícita. Sin embargo, ya desde el principio, insinúa que la religión debe ser estudiada científicamente. Ahí su propósito ya empieza a patinar, puesto que, como sabemos, las ciencias, por lo menos las puras, basan su investigación en lo material, lo mesurable, lo matemático. Pero, hay que ser pacientes y esperar a ver sus razones.
Éstas las desarrolla en la parte central del libro, y ahí nuestra sorpresa crece: Hinde analiza la influencia de la religión (o lo religioso) en los campos psicológico, antropológico y sociológico. Por supuesto, estas ciencias (aplicadas, no puras) han estudiado siempre el fenómeno religioso en su influencia a nivel del individuo, su etnia o su sociedad, y con toda licitud.
Pero, me apresuro a remarcar, estas ciencias (aplicadas), no estudian la religión. Estudian los efectos de la religión en el individuo, la etnia y la sociedad. Que es algo muy distinto.
El ejemplo más claro que se me ocurre es el de los cultos "cargo" en el Pacífico. He ahí una religión (que pervive) de la cual conocemos a la perfección su genealogía. La llegada de los grandes pájaros de acero (los transportes y bombarderos estadounidenses de la II Guerra Mundial) que, mediante unos rituales misteriosos (el encendido de hogueras o la disposición de luces para marcar la pista de aterrizaje), la erección de un extraño altar elevado (la torre de control), hacían que los pájaros aterrizasen y los enviados de los dioses daban a los nativos productos benéficos y jamás vistos (chocolatinas, leche condensada, telas brillantes, instrumentos de metal).
Ningún antropólogo que se precie perdería un segundo en analizar la teología del "cargo", ninguno analizaría a los miembros de las fuerzas aéreas estadounidenses como "dioses". El interés es cómo surge y cómo influye esa religión. Y eso que es una de las pocas religiones en las cuales hasta se puede entrevistar y filmar a los dioses hoy en día.
¿Puede ser que nos hayamos confundido? ¿Que Hinde tenga el loable propósito de defender que las ciencias (aplicadas) de la antropología, la psicología y la sociología presten la debida atención a la religión? La respuesta es no.
Lo que intenta es que el estudió de la religión se realice desde el punto de vista biológico y etológico. En el transcurso de su argumentación, primero insinuada y después a las claras, Hinde desliza su pretensión principal: que la religión forma parte del patrimonio genético humano. Cartas boca arriba, por fin.
Este es un libro sibilino. Trabajando con medias verdades, y a veces escondiendo hechos. Todo el libro da la impresión de que el autor ha aprovechado cualquier cosa para "hacérsela venir bien" en apoyo de su tesis.
La religión es universal, dice, pancultural. Allá donde la religión ya no ejerce influencia, el ser humano ha montado otra: la burocracia estatal.
En absoluto dice qué pasa en sociedades laicas occidentales no burocráticas, como en Francia. Llegado el caso, estoy casi seguro de que Hinde invocaría a la Santísima Seguridad Social o al Sacro Subsidio de Desempleo.
Si uno no es religioso, pero le da repelús un gato negro, amigo, la religión está ahí, en su patrimonio genético. No se engañe. Es usted tan religioso como un imam o el papa.
Aquellas sociedades que abolieron la religión han vuelto a la senda (según Hinde, genética) de la creencia. A Hinde le importa un bledo que sociedades como la rusa, que llegaron a tener un 90% de ateos oficiales en sus mejores épocas, hayan vuelto a la religión, sí, pero no en la medida en la que los genes deberían impulsar, y que, si no recuerdo mal, en Rusia persiste un 50% de ateos y/o agnósticos. Da igual ese 50%, en realidad debe creer en la mafia rusa, y un capo es tan bueno como un pope, ¿no?
Los pilotos aliados en la Segunda Guerra Mundial, imagínense, creían en gremlins. Tal es la fuerza de los genes. Aquí, tal vez comprendiendo que se ha pasado y que su argumentación podía pasar de ser un quiero y no puedo a la pura broma, Hinde se arrepiente y (muchas) páginas después precisa que los pilotos "fingían creer" en gremlins.
Todo el libro está lleno de cosas irritantes, al menos para alguien con formación científica. Hinde no realiza una sola cita entrecomillada. Emplea autoridades a troche y moche en apoyo de su tesis, pero jamás nos enteramos de las palabras exactas de su fuente. Lo cual no sólo es sospechoso, sino confuso. Uno nunca sabe cuándo habla Hinde y cuando la fuente documental. Ni si dice lo que interpreta Hinde, claro. Pero este libro es todo él una gran ceremonia de la confusión.
A los científicos que no creen en el estudio científico de la religión, Hinde los tacha de "destructivos". Es una calificación muy insidiosa. Porque, por supuesto, los que sí creen, por contraposición, tienen que ser calificados como "constructivos", palabra esta que sabemos concita las máximas simpatías.
En una prolongación de esa actitud omnipresente de tirar la piedra y esconder la mano, Hinde acusa a Konrad Lorenz de hacer "extravagantes afirmaciones". No sabemos cuáles son éstas, porque Hinde no se digna a mencionarlas, pero no creo que la bibliografía nos ayude demasiado. Sólo se cita un artículo de Lorenz, y, si mi alemán no me engaña, es sobre medio ambiente y pájaros, no sobre religión.
Hinde defiende que la religión es pancultural y genética, pero no nos engañemos. El propio autor nos aclara que, puesto que es la que más conoce, la base de sus ejemplos será la suya, es decir, la buena y vieja religión cristiana occidental. Cuando, en ocasiones, se refiere a las religiones orientales o africanas, Hinde se monta un embrollo monumental, haciendo extrapolaciones que resultarían inadmisibles para cualquier antropólogo.
Podría seguir, pero ya les he cansado bastante, y bastante me ha cansado Hinde a mí.
Capítulo aparte merecen las referencias bibliográficas. Suele ser algo que se obvia, pero que proporciona valiosas pistas sobre el fondo documental de un ensayo. Sólo un 6% son libros científicos, y un 1% de medicina; varios, 3%; textos de sociología, un 13%, de antropología, un 14%; de psicología, un 31%, igual que las fuentes sobre religión. No queda duda de que la base científica pura es mínima.
Otra cosa son estas fuentes sobre religión. Una gran cantidad provienen de una sola fuente, una revista llamada Journal of the Scientific Study of Religion, donde hallamos perlas como: "Motivos para participar en la experiencia religiosa", "Las tres caras del auténtico creyente: motivación para asistir a una iglesia fundamentalista", "Correlaciones de las experiencias místicas y diabólicas en una muestra de estudiantes femeninas universitarias", "Probando la escala de trascendencia de la muerte" y "La herencia protestante y el espíritu de posesión de armas de fuego". Entre otras. Todo esto tiene una resonancia familiar, ¿no es cierto?
Lo peor de todo no es que Hinde intente embarcar a la ciencia (a los científicos; no existe algo llamado Ciencia como una especie de superorganización) en un debate estéril, sino que este debate pueda comprometer el progreso científico.
Y que Hinde, con sus diatribas, se carga de un plumazo la fe. Cualquier estudiante de primero de teología (He ahí la ciencia de la religión, una ciencia muy peculiar, sin embargo, en la que antes de dar un paso, se tiene que pronunciar la frase "Demos por supuesto... que Dios existe"), decía, cualquier estudiante de teología sabe que Dios es inefable. Es decir, no se puede describir con palabras. Y su plan, tampoco. Decir que la religión va con los genes implica echar por el desagüe cosas como la Fe, el Libre Albedrío, y aquella famosa frase de "Dios escribe recto con renglones torcidos". He ahí la definitiva contradicción de Hinde: Al religionar la ciencia, el método científico no existiría, pero al cientificar la religión, la despojaría de toda su base, de toda su esencia.
Quiero ocuparme brevemente de la editorial española, Buridán (desconocemos si es en homenaje al filósofo occamista o a su asno). En la solapa dicen: "desde el surgimiento de nuevas disciplinas como la biología de la religión...". Hinde, por miedo, por vergüenza torera o porque no se atreve a tanto, en ningún sitio menciona una "biología de la religión". Porque es una tontería. Suponer que la religión es un ser vivo que nace, crece, se reproduce y muere es igual a suponer que existe una biología del perchero.