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Conan Doyle, Detective. Los Crímenes Reales que Investigó el Creador de Sherlock Holmes, de Peter Costello

Ed. Alba
col. Alba Oscura
Barcelona, 2008

La tradición biográfica británica es bien conocida, y goza de justa fama, hasta llegar, por ejemplo, a la monumental biografía, escrita por Peter Ackroyd, de... la ciudad de Londres, nada menos. De modo que, como de costumbre, nos hallamos ante un ejemplo de esa minuciosidad en lo que no es más que una biografía del aspecto "criminal" del creador del detective más famoso del mundo.
Siguiendo un antiguo hábito, esta biografía se pone de parte del biografiado, pero ese amor al detalle suple las carencias que suelen adolecer las hagiografías de los famosos. A decir verdad, el título es un poco engañoso. Uno se imagina a Conan Doyle poniéndose la capa a cuadros, pipa y lupa en mano, y saliendo a buscar pistas. Y aunque algo de eso hay, fundamentalmente lo que hizo sir Arthur fue interesarse (como no podía ser de otra manera) por los crímenes de su época, a veces a petición de los interesados, y dejar constancia por escrito de sus impresiones de los mismos.
Pero no importa. Porque el libro es un recorrido por crímenes que sucedieron en el Imperio Británico durante las épocas victoriana y eduardiana, cuyas tramas bien podrían ser casos del admirado Holmes. Y, considerando todo lo que figura en el libro, los informes policiales, las crónicas periodísticas y los escritos de Conan Doyle, esta biografía es, no sólo interesante, sino curiosa y absorbente.

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La Asamblea de las Mujeres, de Aristófanes

Ed. Cátedra
col. Clásicos Universales
Madrid

El sólo sugerir que se lean los clásicos a toda costa (por lo menos, ciertos clásicos), es una pretensión de intelectualidad insoportable, o bien un ejercicio que se asemeja a esa enemiga de la lectura, como es el texto obligatorio en los programas escolares, y que tanto ha hecho para alejar, a veces definitivamente, al público de los libros.
De modo que no voy ni siquiera a sugerir que esta comedia tenga que ser leída. Adquieran ustedes su bagaje cultural como les plazca; un día, descubrirán (o ya lo han hecho) que Shakespeare no es tan plomo como el profesor de secundaria parecía insinuar; y después, tal vez, les entre la duda de si leer o no los clásicos griegos y latinos. Cuando lleguen a este punto, adelante, léanlos. Y si no lo hacen, no se preocupen. No se lo echaré en cara.
Si les digo que Golfus de Roma (una película y musical desternillante) es una trasposición de El Militar Fanfarrón, de Plauto, nos acercaremos a lo que quiero decirles sobre los clásicos en general y sobre la obra de Aristófanes en particular. Porque la Asamblea... es una comedia divertidísima. A poco que un director trabaje la escenografía, deje de lado los esnobismos de representarla en griego antiguo, en verso y con la solemnidad que a veces, erróneamente, se toma por lealtad al espíritu del autor, esta es una farsa que proporcionaría grandes momentos, seguro que mejores que algunas comedias que se representan y se filman en la actualidad.
¿El argumento? Simple: las mujeres de Atenas, hartas de que la política esté en manos de los zánganos de sus maridos y padres, toman el poder acudiendo disfrazados a la Asamblea. A partir de ahí, las situaciones y los ridículos se suceden. Si esta trama les parece moderna, no se engañen. En realidad somos nosotros los antiguos.
Y, para aquellos que creen que los clásicos no sirven para nada y son un peñazo, un mínimo ejemplo: ¿Recuerdan ustedes aquella famosa escena de La Vida de Brian en la que las mujeres acuden a la lapidación, ataviadas con barbas postizas y disimulando la voz? Pues esa escena, no igual pero sí muy similar, está presente en la Asamblea de las Mujeres. Puede ser casualidad, pero unos tipos como los Monty Python, que han analizado y pasado por todos los tipos de comedia, es más que posible que hayan sabido reconocer la punta de comicidad del viejo Aristófanes, y aprovecharse de ella. Como no podía ser de otra manera.

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Segundo Diario Mínimo, de Umberto Eco

Ed. Lumen
col. Palabra en el Tiempo
Barcelona, 1994

Umberto Eco es un semiótico e intelectual de respeto en su campo y en la cultura occidental. En cuanto a su labor como novelista va desde la medianamente interesante en El Nombre de la Rosa a la deficiente, pero en algún momento brillante, en La Isla del Día de Antes, pasando por la aburrida El Péndulo de Foucault (el resto no lo he leído, y después de los tres intentos anteriores, prefiero abstenerme). De modo que puede resultar una sorpresa encontrar a un articulista espléndido, divertido y mordaz en este Diario Mínimo.
El diario se estructura en cinco partes: los Fragmentos de la Cacopedia son unos ejercicios intelectuales, juegos en suma, destinados a una minoría. Son de aquel tipo que se reserva para las horas libres en las clases y facultades, y no tienen más interés que la anécdota. El Milagro de San Baudolino es también un divertimento que explica las diferencias de los Alessandrinos y sus vecinos, y puede leerse con una sonrisa en los labios. Juegos de Palabras son lo que nos anuncia el título, y ahí ya Eco demuestra un ingenio notable. Las Historias Verdaderas pueden parecer elitistas, pero nos presenta joyas como "El Descubrimiento de América", una retransmisión televisiva de la llegada de Colón al Nuevo Mundo; "Lamentamos Rechazar", delirantes notas de rechazo editoriales a libros como la Biblia, el Quijote o el Proceso, entre otros; o "Tres Reseñas Anómalas", críticas literarias a libros archiconocidos, entre ellos el superventas Billete de Cincuenta Mil Liras (Casa de la Moneda del banco de Italia, 1967). Pero es en la sección "Instrucciones de Uso" donde se desata la ironía, el ingenio y la inteligencia; juzguen: Cómo... "Hacer el Indio"; "Organizar una Biblioteca Pública", sobre lo que fueron y siguen siendo las bibliotecas y su guerra perpetua contra el lector; "Pasar unas Vacaciones Inteligentes", una sátira de esa tendencia a llevarse tochazos ilegibles a la playa o al campo; "Sustituir un Carnet de Conducir Robado", sobre la burocracia; "Seguir las Instrucciones", sobre el diseño; "Comprar Gadgets", sobre las tonterías de la sociedad de consumo, como los antirronquidos o las calculadoras especializadas; "Comer en el Avión", una imposibilidad física; "Hablar de los Animales", sobre el animal más tonto, el homo sapiens; "Presentar en Televisión" (¡y ahora, publicidad! [atronadores aplausos]); "Emplear el Tiempo" (no queda); "Usar al Taxista", pesadilla urbana; "No Saber la Hora", sobre esos relojes que lo hacen todo salvo, tal vez, decir la hora; "Reconocer una Película Porno", algo más sutil de lo que parece; "No Hablar de Fútbol", obligatorio para los que odian a los forofos; "No Usar el Teléfono Móvil".
Entre otros. Entre muchos otros, igualmente divertidos.
Un ejemplo:
"En cambio, el taxista parisino, no conoce ninguna calle. Si le pedís que os lleve a la Place Saint-Sulpice, os desembarca en el Odéon, diciendo que desde allí ya no sabe cómo llegar. Antes se habrá quejado durante mucho tiempo de vuestra pretensión con unos "Ah, ça monsieur, alors...". A la invitación que podríais dirigirle de que consultara su guía, o bien no responde, o bien os hace entender que si queríais un asesoramiento bibliográfico teníais que dirigiros a un archivero paleógrafo de la Sorbona. Una categoría aparte son los orientales: con extrema cordialidad os dicen que no os preocupéis, que encuentran en seguida el lugar, recorren tres veces el perímetro de los bulevares y luego os preguntan si os importa mucho que, en vez de la Gare du Nord, os hayan llevado a la Gare de l'Est, que, al fin y al cabo, siempre de trenes se trata.
"Por doquier, para reconocer a un taxista, hay un medio infalible. Es esa persona que nunca tiene cambio".

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La Muerte de Danton, de Georg Büchner

en Obras Completas
Ed. Trotta
col. La Dicha de Enmudecer
Madrid, 1992

Como es costumbre con las obras maestras, y esta es una que figura en cualquier canon que se precie, este drama puede tener varias lecturas.
Representada miles de veces, una obra de tatro como esta se presta a que los diversos montajes pongan énfasis en la visión que más interese al director de turno, sea ésta la política, la tragedia humana, la voracidad y autodestrucción de las revoluciones... De modo que, ante esto, suele ser a veces conveniente echar un vistazo al escrito original. No defrauda en absoluto.
La obra se estructura en una presentación del estado de cosas en la Revolución Francesa; la premonición de la muerte que acabará devorando a Danton y el fatalismo de éste; el juicio contra Danton; y la muerte del antiguo líder revolucionario.
Cada cual puede extraer sus conclusiones y aplicarlas como le convengan. Todas son válidas. Pero llamo la atención al respecto de los tres personajes principales: Danton, Robespierre y el pueblo. Y sobre el dilema de si la piedad es revolucionaria o no, de si es necesaria. De si la muerte es instrumento, fin o condenación: "Y si tuvo derecho a matar a uno, tembién tuvo derecho a matar a dos o tres. ¿O a más? ¿Dónde se para uno? Ahí están los granos de cebada; ¿forman dos un montón, tres, cuatro? ¿Cuántos entonces?"

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Heaven, de Talking Heads

Todos intentan llegar al bar
El nombre del bar, su nombre es el Cielo.
La banda en el Cielo toca mi canción favorita.
La tocan de nuevo, la tocan toda la noche.

El cielo, el cielo es un lugar
donde nunca, nunca pasa nada.

Hay una fiesta, todos están allí.
Todos se irán exactamente a la misma hora.
Es difícil concebir que algo
pueda ser más emocionante, pueda ser tan divertido.

El cielo, el cielo es un lugar
donde nunca, nunca pasa nada.

Cuando este beso se acabe, empezará otra vez.
No será diferente, será exactamente el mismo.
Es difícil imaginar que nada
pueda ser tan emocionante, pueda ser tanta diversión.

El cielo, el cielo es un lugar
donde nunca, nunca pasa nada.


Esta traducción, como siempre en el caso de las canciones, es incompleta, no porque falten versos, sino porque la melodía y el canto son importantes. La letra original en inglés la pueden encontrar aquí.
De las versiones, les recomiendo la del concierto/álbum en directo Stop Making Sense, que dispone también de versión fílmica [uno de los mejores conciertos filmados jamás], dirigida por Jonathan Demme.
La voz rota de David Byrne al cantar los versos de la última estrofa transmite a la perfección esa desesperación que surge de la monotonía, ese absoluto horror que es la felicidad inmutable para toda la eternidad.

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Memòries d'Altres, de Àngel Casas

Ed. Quaderns Crema
col. Mínima Minor
Barcelona, 2008

Àngel Casas es todo un personaje en Cataluña. Lo oí nombrar por vez primera en mi infancia, escuchando un magnífico, rockero y humorístico programa de Ràdio Barcelona, Trotadiscos, que él dirigía y que presentaban Rafael Turia y Constantino Romero (sí, ese, el de la Voz). Después, ya en la televisión, fue apareciendo, con más o menos asiduidad, en espacios que iban desde la música hasta lo que hoy se denominaría "late show".
Pronto se demostró como un entrevistador de marca, amable pero incisivo, cariñoso pero sin masajear al invitado, respetuoso pero sin rehuir lo que el espectador, probablemente, quería que preguntase.
Recuerden, estamos hablando de la prehistoria de la televisión comercial en España (los setenta y ochenta), cuando la entrevista era un género respetable y respetado, y todavía no se había perdido en combates a gritos y personajes de serie Z dispuestos a contar cualquier procacidad (y mentira), todo por la pasta o, lo que es peor, por la ilusión de creerse famosos.
No sé a cuanta gente habrá entrevistado Àngel Casas. Cientos, seguro; miles, probablemente. Pero en aquella época en la que aquí no venía nadie, Casas tuvo la genial idea de traernos los restos del star system, patrio y foráneo, y charlar con ellos de algo más que su última película o su último noviazgo.
Este libro se puede leer de muchas maneras. No es una transcripción de entrevistas, aunque figuran algunas respuestas de las mismas; es más bien un relato de la estancia de gente que, en su mayoría, siguen formando parte de un pozo mítico común (Robert Mitchum, Glenn Ford, Lola Flores, Rock Hudson, etc.), gente que fue anécdota en su época y que se ha olvidado, aunque no el personaje que impactó (Sylvia Kristel, Maria Schneider, Joan Collins, Amanda Lear, etc.), o gente que tuvo un ascenso fulgurante y después siguió con más pausa (Joaquín Cortés, por ejemplo). Famoseo, dirán ustedes. Bueno, pero con clase.
También puede verse este libro como una especie de recorrido fragmentario de la carrera del propio Àngel Casas, y como tal, podemos contemplarlo como unas memorias de unas épocas de nuestro país, no como unas "memorias de otros" o unas "memorias de mí", sino como unas "memorias de nosotros".
Y puede también leerse como una reflexión sobre la televisión. Sobre lo que se hacía y ya no se hace, sobre lo que se hace y antes no se hubiera hecho. Sobre lo que no se volverá a hacer. Extinguido el género de la entrevista en televisión, no sé si para bien o para mal, menospreciado lo poco que queda de él, puede ayudar a pensar cómo se establecían complicidades entre el periodista y el entrevistado y, así, se conseguían auténticas perlas.
Lo lean como lo lean, como mínimo se entretendrán. Tal vez rememoren épocas pasadas (los que ya estamos granaditos, como dice el tópico). Y quizás nos haga pensar.
Es triste, pero a mí, lo que me sabe peor es tener que leer televisión, en lugar de verla.

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Trenes Rigurosamente Vigilados, de Bohumil Hrabal

Ed. Península
Col. Narrativa
Barcelona, 1988

Es difícil escribir en pocas líneas sobre una obra de Hrabal, porque es un escritor con tantos matices y situaciones que cualquier comentario que no sea la propia obra no hace justicia a uno de los mejores narradores que nos dió el siglo XX.
Pero si algunas palabras pueden apuntar su estilo, estas son naturalidad y suavidad. Esta naturalidad a veces melancólica, a veces humorística, a veces trágica (pero suave, suave, porque la tragedia es parte de la vida), es la que nos lleva con tranquilidad por las situaciones, con una sonrisa o con seriedad, pero sabiendo que todo lo que describe es parte nuestra, del ser humano.
¿Es posible sonreír en medio de una guerra? Sí, nos responde Hrabal, porque la vida sigue. Sigue hasta que se acaba, claro, pero el morir no es más que el final natural de la vida.
Se esté de acuerdo o no, esta novela (de apenas 80 páginas) es un canto continuo a la vida y al ser humano, en sus pequeñeces, que son precisamente lo que le hace grande: "Y en aquel hospital que veía, lo más raro eran los ojos de la gente, los ojos de aquellos soldados heridos [...] como si aquel dolor que ellos les habían causado a otros y que estos otros a su vez les habían causado a ellos, como si aquel dolor hubiera hecho de ellos una gente distinta; estos alemanes eran más simpáticos que los que iban en sentido contrario, todos miraban por la ventana el aburrido paisaje con tanta atención y con un gesto tan infantil como si pasaran por el mismo paraíso, como si mi pequeña estación fuera una joyería".
Hace tiempo, intenté repetidas veces conocer a Hrabal, en su cita semanal con la cerveza de "U Zláteho Tygra", el Tigre de Oro, en Praga. Al principio, no sabía que iba sólo allí los miércoles. Luego, un miércoles que acudí, resultó que estaba enfermo. No conseguí hablar con él. Es algo que lamento profundamente.

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El Comisario Bordelli, de Marco Vichi

Eds. Témpora
Col. Tropismos
Salamanca, 2004

En los últimos tiempos parecería que cualquier novela del género negro, principalmente la protagonizada por un detective o su variación, debiera ser contemplada como una parte de un todo, como si de una serie de televisión se tratase, en la cual, como no veas los capítulos en su orden corres el riesgo de necesitar un plano para orientarte. En efecto, los autores parece que optan por desarrollar el personaje a lo largo de un proyecto de largo aliento, en vez de presentárnoslo de una vez o repetirse en cada libro (y la variación de esas repeticiones son muestra de la maestría del narrador), en beneficio del lector.
Esto no tiene porqué ser bueno o malo, pero pasa la carga de la prueba a la serie en lugar de hacerlo sobre cada novela. Por ejemplo, una novela de la serie puede ser floja, pero si no la lees te pierdes informaciones fundamentales para los futuros relatos.
Es lo que sucede con esta novela. El personaje de Bordelli (comisario cincuentón, ex-partisano, inconformista, mal considerado por sus superiores, solterón, apto más a entender al delincuente que a una justicia que puede ser justa pero inhumana e inútil) es interesante, y sus personajes secundarios, tanto los que tienen relación con la trama como los que orbitan en la vida del comisario, fascinantes, pero el argumento es, no flojo, pero sí poco relacionado con estas vidas y filosofías que se nos esbozan.
Una anciana ha sido asesinada de forma misteriosa, procurando que la muerte pareciera natural. La distancia de esto con una novela de Agatha Christie es cortísima. Y es poco plato para tan buenas salsas, con lo que toda la estructura de la novela se resiente. Confieso que tengo ganas de leer la segunda novela del comisario Bordelli, pero por dos motivos alejados a una buena sensación que me hubiera podido dejar la primera: seguir al personaje, y averiguar si vale realmente la pena o no, y ver si el autor ha ideado una trama más relacionada con lo que quiere contar, en lugar de trufarnos un enigma de habitación cerrada. Ya les contaré.

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Humanidad. Una Historia de las Emociones, de Stuart Walton

Ed. Taurus
Madrid, 2005

Pero, ¿de dónde sacan los británicos esta legión de ensayistas estupendos, que profundizan en temas apenas insinuados en el pasado y sacan libros que se convierten en obras de referencia fundamentales para el futuro? Cuando aquí el paradigma es el investigador humanista que revisa con talento el campo de la filosofía y acaba escribiendo manuales de autoayuda poco mejores que los del común de los charlatanes que pueblan las librerías, la cosecha ensayística anglosajona, en cambio, parece compuesta por intrépidos exploradores dispuestos a arremangarse ante una jungla impenetrable y abrir, no un camino, sino una carretera, completa con elementos de señalización y puestos de socorro.

Stuart Walton, y transcribo de la solapa, es el autor del "aclamado [?] Colocados. Una historia cultural de la intoxicación [!]". Con este bagaje (y es uno que, por lo visto en Humanidad, no me importaría leer), Walton se mete en la selva de describir porqué somos humanos y sentimos lo que sentimos. No es poco. Para ello, analiza unos sentimientos básicos: miedo, ira, asco, tristeza, celos, desprecio, vergüenza, bochorno, sorpresa y felicidad, estructurando el análisis de cada uno en tres partes: qué es ese sentimiento (por ejemplo, temer), el provocarlo (causo tristeza) y el sentirlo (tengo miedo). Cada emoción, además, comporta una cita, una definición completa del diccionario y la descripción de sus indicadores físicos según Darwin.

Es posible que Walton haya dejado piedras por remover en cada uno de los casos, pero es indudable que las que ha visto han sido, no removidas, sino estudiadas y comparadas. Un elogio recibido dice que "su erudición es abrumadora". Doy fe de ello. Pero no sólo se limita a la mera cita o a la mención pedante. Con todos los elementos de que dispone, y son muchos, Walton contruye una tesis para cada sentimiento y de esa suma extrae conclusiones nuevas.

Como, por ejemplo, hablando de los celos, dice: "lo que ocurre es que esos individuos han perdido de vista que una relación tiene que estar fundada en un equilibrio simbiótico de amor y fe". No es la única conclusión acertada que existe en el libro (y no se limita a enumerarla, sino que el lector llegará a ella junto al autor. Es una diferencia con los libros de autoayuda, que se limitan a dar aforismos que uno tiene que repetirse como si de mantras se tratasen, olvidando que la mejor forma de asimilar algo es comprenderlo). Podría citar muchas frases más, pero preferiría que acompañaran a Walton en su camino (al fin y al cabo, y siguiendo con la metáfora, él va delante haciendo el trabajo).

Y una cosa más. Cuando se habla de un libro de estas características, todo el mundo teme encontrarse con que, a mitad de párrafo, uno se ha perdido o empieza a tener un martilleante dolor de cabeza. No es el caso. Walton nos lleva desde el principio hasta la conclusión con destreza, amenidad, claridad y belleza, explicándose hasta donde tiene que hacerlo, poniendo ejemplos curiosos pero ilustrativos, pero sobre todo, hablándonos de tú a tú. Y es que todos nos emocionamos, ¿no?

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Rita Hayworth and Shawshank Redemption, de Stephen King

en Different Seasons
Futura Books
Londres, 1982

Los que me conocen debían estar preguntándose cuándo iba a dejarme llevar de una vez por mis impulsos naturales y comentar un libro de terror. Bueno, pues esta es una obra de Stephen King, pero no de terror, ni de ciencia-ficción, ni de fantasía. Y es que las etiquetas tienen el defecto de ser pegajosas.
King publicó la serie de cuatro novelas cortas de ficción pura, casi naturalista, Different Seasons, cuando su fama como escritor de terror era tal que se le hubiese publicado la lista de la compra. Y hubiese sido una lástima que, caso de no haber vendido lo suficiente "en lo suyo", hubieran caído estas historias en el vacío.
Porque KIng tiene un dominio (cuando está en forma) casi absoluto del argumento y el ritmo narrativo. Pero no es de esto de lo que quiero hablar hoy.
Les supongo al caso del argumento de esta historia. Si son de los pocos que no la han leído o que no han visto la película Cadena Perpetua, como se llamó aquí (en los países civilizados conservó su título original, The Shawshank Redemption, la redención de Shawshank), entonces enhorabuena. Van a disfrutar de una experiencia MUY gratificante. Corran a su librería o biblioteca y busquen el relato. Léanlo. Y entonces corran a su videoclub y alquilen o compren la película. O esperen. Suelen pasarla por TV unas 3 ó 4 veces al año, y por mí como si la quisieran emitir una vez al mes. La vería igual.
Todo esto me lleva a hablar de las adaptaciones literarias a la gran o pequeña pantalla (y con la proliferación de teléfonos móviles, ordenadores, multisalas y homecinemas, la diferencia se diluye rápidamente. Me pregunto cómo se debe de ver Ben-Hur en un móvil). Son muy pocas las que respetan la obra literaria original. Dejemos que hable el mismo Stephen King: "A veces, cuando uno trata con Hollywood, tiene la impresión de que juega para empatar [...] y mi propia reacción, hasta el momento [1981], a las adaptaciones de mi obra es un suspiro de alivio, no por lo buenas que hayan sido, sino porque no son lo malas que hubieran podido ser". Esto con su propia obra. Hablando en términos más generales, añade: "Creo que los productores se gastan enormes sumas de dinero en comprar novelas para después enmendar la plana a los escritores en lo que no les gusta de ellas [...] ¿Es esta la manera de llevar una empresa? ¿de dirigir una compañía ferroviaria?"
Shawshank Redemption es una adaptación perfecta. No igual al original, porque hay cosas intrasladables a la pantalla en un una narración literaria, siempre. Pero superior al original en otras cosas. Y el secreto de una adaptación tan buena reside en el respeto (¿la admiración?) al original y, desde esa base un trabajo de amor.
Shawshank es una narración carcelaria. Un condenado a cadena perpetua, Andrew Dufresne, ¿justa? ¿injustamente? Es indiferente. El protagonista auténtico es el penal de Shawshank. Dufresne y su relación con Shawshank. Desde la primera palabra y el primer fotograma esa relación se establece, con sobresaltos, sí, pero dentro de ese paso suave y natural del tiempo que es una condena de por vida. Y sin embargo, no dejan de pasar cosas. No muy dramáticas, o contadas muy dramáticamente, pero que intrigan y mantienen el interés. Hasta que desemboca en un gran final. No se trata de que sea una gran historia, un gran argumento, una gran dirección, unos excelentes actores (¡todos están bien!). Es que es una obra de amor. Lean y vean.

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Confessions de Fèlix Krull, Lladre i Farsant, de Thomas Mann

Ed. Proa
col. A Tot Vent
Barcelona, 2003

Clásico de la literatura, Premio Nobel, Thomas Mann es escritor de obra polifacética. En el caso del libro que nos ocupa, primera parte que nunca tuvo una segunda (cosa que al autor no molestaba en absoluto), se trata de las supuestas memorias de un estafador, vuelta de tuerca a un género picaresco que nos trae a la memoria el Tom Jones, el Buscón, el Guzmán de Alfarache o el Simplicissimus [algún día habrá de estudiarse con detenimiento las relaciones del género picaresco, que parece haber descollado sólo en países tan dispares como España, Inglaterra y Alemania. De acuerdo, con algunas muestras más en Centroeuropa, influencia germánica al fin, y cierro el claudátor o puedo acabar loco].
No es una obra sencilla de leer. Herencia del género, esta narración en primera persona recoge también una descripción prolija, que el autor, intencionadamente, emplea para enlazar a sus antecesores del siglo XVII con su protagonista de finales del XIX.
También como sus predecesores, asistimos a la creación del personaje desde la cuna, pero ya desde el principio podemos percibir la vuelta de tuerca que Mann intenta dar al personaje del pícaro: Félix Krull puede tener los sentidos del engaño y el disfraz como innatos, pero desde luego, la gente que le rodea no es menos farsante que él (o hipócrita, si lo prefieren, y estoy convencido de que es un efecto buscado conscientemente por Mann): su padre, su tío, su médico de cabecera, su escuela, el ejército y el médico militar, el personal del hotel, los clientes del mismo, hasta llegar al marqués que, encantado, asume que Krull le suplante mientras él, en resumen, vive la vida de alguien que no es.
Insisto, la novela es demasiado prolija para ser del gusto actual. Pero en el fondo, y una vez separada la paja del grano, la historia de Krull y de quienes le rodean es fascinante, y es una lástima que Mann no la acabara.
Aunque, y sólo es una hipótesis, ¿no podría ser que alguien la hubiese completado por su cuenta? Vuelta de tuerca sobre vuelta de tuerca, la historia del suplantador Ripley en A Pleno Sol, de Patricia Highsmith, tiene una encantadora resonancia con la de Félix Krull, aunque llevada a sus últimas consecuencias mediante el asesinato. En cualquier caso, Félix Krull se hubiese sentido orgulloso de su (in)digno sucesor.

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Groucho Marx Fa l'Article, de Groucho Marx

Angle Editorial
col. Humor
Barcelona, 2004

Reconozco que preferiría ver en los estantes de las librerías las obras completas de Groucho Marx antes que las de, pongamos, Azorín. Al fin y al cabo, los campos de Castilla parecen haberse convertido en bosques de urbanizaciones, mientras que Hollywood y Broadway, con sus constipados y fiebres cuartanas, siguen ahí, acogiendo turistas españoles sorprendidos de que el dólar se parezca cada vez más a la peseta de posguerra.
En este caso, el presente libro es la colección completa de los artículos periodísticos y cartas al director escritos por Groucho Marx. Que las columnas son un género que trasciende el mero periodismo es algo que este país tiene archicomprobado gracias a Juan José Millás, Maruja Torres, Manuel Rivas, Quim Monzó o, remontándonos en el tiempo, Joan Fuster, por ejemplo.
Y, en el teatro, en la radio, en el cine o pluma (estilográfica) en mano, Groucho sabe que lo que mejor sabe hacer es provocar la risa o la sonrisa, ser irreverente, audaz, surrealista; marxiano, en suma.
En mi juventud me regocijé repetidas veces con sus hilarantes memorias, Groucho y Yo. Las he leído tantas veces que, por desgracia, ya sólo puedo hojearlas para recuperar algún detalle difuminado por el tiempo.
De modo que cuando aparece algo de Groucho que es nuevo, bendigo a los cielos. Groucho Marx puede haber estado más o menos inspirado, pero el peor escrito de Groucho es una garantía de diversión, así como las peores películas de Hitchcock (que menospreciábamos) son obras maestras comparadas con la producción cinematográfica media actual.
Groucho ya no está con nosotros para alegrarnos la vida. Por fortuna, sus libros sí nos acompañan, esperemos que hasta el fin de los tiempos.

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Catalunya contra Napoleó. La Guerra del Francès 1808-1814, de Antoni Moliner Prada

Pagès Editors
Lleida, 2007

Sin duda, con motivo de los fastos (pocos) del bicentenario de la revuelta de 1808 contra las tropas napoleónicas, serán muchos los libros que aparecerán [y ya lo están haciendo], y que culminarán, supongo, con la celebración de la constitución de 1812. Ha inaugurado la carrera, muy dignamente, el homenaje a la revuelta popular del 2 de mayo en Madrid de Arturo Pérez-Reverte, Un Día de Furia.
Es más raro que aparezca un libro como este, que historia la lucha en territorio catalán. Es raro porque dentro del páramo español sobre la Guerra de la Independencia, la historiografía de ese escenario en Cataluña se convierte directamente en desierto. Alguna cosilla en la imprescindible, por única, colección de Rafael Dalmau Editor (a quien no se ha dado el adecuado reconocimiento), y poco más. Esta guerra, que debería ser motivo de debate y reflexión, si no para políticos, sí para historiadores, ha dependido toda la vida de los escritos ingleses.
Por tanto, que aparezca un texto de estas características, realizado no por un chalado de los soldaditos de plomo (como yo), o de los uniformes carpetovetónicos (como yo), sino por un profesor titular de Historia, constituye un pequeño acontecimiento.
El libro es equilibrado, documentado y completo. Analiza el conflicto desde todos los puntos de vista, militar, político, social y propagandístico, e incluso la visión posterior que de la guerra han tenido las diversas ideologías y regímenes que se sucedieron en España y Cataluña. Tal vez cojea en la falta de información sobre las operaciones inglesas en la costa catalana, pero para eso ya hay abundante material inglés, ¿verdad?
Deben estar preguntándose qué demonios hago comentando un ensayo histórico cuando este cuaderno es primordialmente literario. Bueno, así somos los erráticos. Y la literatura, a veces, no sólo se basa en la imaginación pura, sino en hechos. Podría esta obra inspirarme para hablar de las aventuras de Sharpe, ese soldado inglés de la Guerra Peninsular, o de las novelas de Patrick O'Brian. Bueno, tiempo al tiempo. Por el momento, antes de la ficción, unos cuantos hechos. En este caso, de publicación necesaria.

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El Comisario De Luca: Via delle Oche, de Carlo Lucarelli

Eds. Témpora, col. Tropismos-Negro,
Salamanca, 2006

De Luca ya depurado de sus responsabilidades, se reincorpora a la Brigada Antivicio de la policía de Bolonia. Italia vuelve a la normalidad... ¿o no? Es la época de las primeras grandes elecciones, donde se dirime el decantamiento del país hacia el comunismo o la pertenencia al bloque occidental. La lucha electoral se realiza por todos y con todo: la Iglesia, el plan Marshall, las huelgas obreras, los atentados, el matonismo, la prensa... Una lucha de la que la policía no queda al margen.
Una serie de crímenes, que se intenta encubrir por oscuros motivos, pondrán a De Luca ante la disyuntiva de elegir entre la verdad y la componenda que le asegure un futuro.
Entre las grandes cualidades de esta trilogía de novelas (en realidad, novelas cortas), está la de proporcionar un cuadro creíble y apasionante sobre un período de la historia de Italia que conformó casi una pequeña guerra civil: la República de Saló contra los italianos aliadófilos; la represión y depuración de los elementos del régimen derrotado; y la confrontación, sangrienta y despiadada, entre dos visiones de la sociedad.
Y el papel que en estas (y en todas) circunstancias representa la verdad frente a los intereses políticos. Una verdad que es sacrificable, junto a los hombres que la descubren, en el altar de la conveniencia.

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El Comisario De Luca: El Verano Turbio, de Carlo Lucarelli

Eds. Témpora, col. Tropismos-Negro
Salamanca, 2006

La guerra ha terminado: De Luca, huyendo de la depuración por su pertenencia a la policía política, es reconocido en un pueblo por un antiguo partisano, aspirante a policía, quien le obliga a colaborar con él en la investigación de un crimen, so pena de descubrirlo y entregarlo a las autoridades... o a los partisanos, que son quienes han ocupado el vacío de poder.
De nuevo una interesante reflexión sobre la historia reciente italiana, y sobre el papel de quienes en ciertas circunstancias son héroes y se convierten en déspotas y monstruos cuando los tiempos de excepcionalidad pasan.
Un nuevo paso en este tríptico, más referido a la historia y a la sociedad que al crimen, que se interroga sobre la materia de la que están hechos los héroes, un contraste entre la leyenda y la realidad humana.

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El Comisario De Luca: Carta Blanca, de Carlo Lucarelli

Eds. Témpora, col. Tropismos-Negro
Salamanca, 2006

El solo hecho de encontrarse con una novela policíaca que transcurre en la turbulenta época de la República Social Italiana, conocida universalmente, y gracias a Pasolini, como "República de Saló", ya es interesante.
Este estado fascista "puro", nacido en la parte norte de Italia, sostenido por las tropas alemanas y fundado por el liberado Mussolini (en más de un sentido: liberado de sus captores, pero también de las ataduras de la monarquía y de los restos de un mínimo estado de derecho que pudieran quedar en Italia) tiene fama de haber sido uno de los estados policiales más sanguinarios de la historia reciente de Europa.
Así, nos hallamos en primera instancia ante el primer contraste: un policía, intentando resolver un asesinato de uno de los protegisdos del régimen, recibbiendo además carta blanca para operar, porque se quiere que "el pueblo italiano sepa que en la Italia fascista la ley, aun en tiempos difíciles, es siempre la ley". Pero las cosas no son lo que parecen...
No es la primera vez, por descontado, que se construye una novela en una época en la que la policía es más sinónimo de política que de ley. Por ejemplo, la encomiable La Noche de los Generales, de Hans Helmut Kirst, en la que un oficial de la Kriminalpolizei investiga a generales nazis; o la notable SS-GB, de Len Deighton, un comisario de Scotland Yard investigando... en la Inglaterra ocupada por la Alemania nazi, un recurso que demuestra la fascinación que ha ejercido esta situación en los escritores.
Hay muchas cosas notables en la novela de Lucarelli: el ambiente de provisionalidad y lo artificial de la República Social. El contraste entre los jerarcas fascistas y el pueblo llano o los refugiados de la guerra, que recuerda, referencia obligada, a pasajes de Curzio Malaparte. Las luchas por el poder, por un poder que se desvanece a ojos vista conforme los aliados van avanzando.
Pero, sobre todo, es el comisario De Luca quien nos atrae, intentando descubrir la verdad (un día después de haber sido trasladado desde la policía política, nada menos) y bregando con sus propios pecados, aunque sólo sean los de pensamiento y omisión, y justificarse ante el futuro, ante sus compatriotas y ante sí mismo. Un personaje que representa, con todas sus consecuencias, al personaje más universal que existe: el hombre medio.

3 comentarios

A modo de introducción

Este va a ser un bloc de opiniones personales sobre libros, literatura, cultura y todo lo que se me ocurra que pueda relacionarse (a veces de manera tortuosa, lo reconozco) con la literatura.
Si alguien espera una crítica sesuda y destripadora, que se abstenga. Nunca he entendido que hablar de libros tenga que ser aburrido, y no pienso cambiar de opinión ahora.
De modo que este va a ser un recorrido anárquico, personal y errático por las obras literarias y sus autores, desde los clásicos hasta las novelas de terror. Espero que me acompañen, aunque sea un trecho, aunque sea de tanto en tanto. Y que podamos hablar de lo que escribo y de lo que no.