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Snuff, de Terry Pratchett

In Memoriam: TERRY PRATCHETT (1948-2015)

Ha sido una época muy dura. No en lo estrictamente personal, pero a un nivel íntimo, sí ha estado muy difícil de superar.
Terry Pratchett ha muerto. Su defunción coincidió con otra (que ya les detallaré) a los pocos días que acumularon una especie de furia, lo cual me parece una buena actitud respecto a la desaparición de nuestro mundo de aquellos a los que aprecias; y una mala respecto a la muerte propia, y eso fue una lección magistral más de entre las muchas que nos legó Pratchett.
Empecemos por decir que yo conocí a Terry Pratchett. En su primera visita a Barcelona, le llevé a ver los lugares que quería conocer. Sí, le he invitado a unas rondas (no alcohólicas; era abstemio. Como Sam Vimes, reflexionarán algunos. En efecto, como Sam Vimes) y él me invitó a unas rondas. No es momento de anécdotas, pero sí puedo decir que hablamos sobre el humor en la literatura y sobre mil cosas más. Lo que aprendí en estas charlas no tiene precio, y adquieren más valor teniendo en cuenta que fueron muy breves. De haber tenido más tiempo para hablar, ustedes habrían tenido a un bloguero mucho más sabio.
Llegamos al meollo del asunto. Fui uno de los primeros en decir que Pratchett era el mejor autor de literatura humorística del mundo, punto. No el mejor humorista de la fantasía, o del género, o inglés, sino el mejor en el humor escrito en todas las consideraciones. Con el paso de los años, esa opinión, para nada exageración, ha venido siendo corroborada por críticos de todo tipo. No se recibe fácilmente un espaldarazo de literatura por parte del Times. O de Antonia S. Byatt. No cuando uno es "sólo" un escritor de "fantasías" o de "humoradas".
Pratchett ha sido un campeón sin querer serlo (que son los mejores héroes, por si no lo intuían) en que la ciencia ficción y la fantasía trascendieran las barreras que las limitaban a unos guetos de incultos o lectores de novelitas de evasión, según aquellos que sostenían unos prejuicios que parecían inamovibles, por mucho que Eco les advirtiera que el templo de la alta cultura elitista se les desplomaría sobre sus cabezas.
Un doctor en ciencias puede leer a Pratchett. Un doctor en humanidades (o letras, como se les llamaba en la antigüedad hace veinte años), puede leer a Pratchett. Cualquiera encontrará una sorpresa constante por la carga de erudición que sus obras conllevan.
Por la enorme dosis de sentido común que hacen que sus lectores entiendan el mundo de una manera nueva. Y, permítanme decirlo, mejor.
Lo de hablar de Snuff es sólo un pretexto, pero es un pretexto magnífico. Porque, de nuevo, Terry Pratchett se pone del lado de los despreciados, de los parias del mundo. Del Mundodisco, claro; o sea de nuestro mundo. El hecho de que una de sus últimas novelas fuera aquella en que ese Sam Vimes, comandante de la Guardia de Ankh-Morpork, que tan rápidamente fue asimilado a un personaje tan dudoso como Harry el Sucio (algo que de seguro molestó a Pratchett); que en Snuff ese personaje se convirtiera en el defensor de la especie más despreciada, más vilipendiada y más alienada de todo el Mundodisco, no es casual. Sam Vimes considera que los trasgos merecen ser vilipendiados, despreciados y alienados. Pero que tienen derecho a la justicia, es decir, tienen los mismos derechos que el resto de las mundodiscales, y permítanme el neologismo por analogía con la humanidad (si es que esa fuera la única especie inteligente en la Tierra, ja, ja.). Pratchett no ahorra en detalles que hacen de los trasgos algo ¿asqueroso? Pues claro. Todos somos asquerosos para los otros, por si no se habían enterado.
Lo grande de Terry Pratchett no es que en sus obras practicara la tolerancia. Lo enorme es que, al final y todo contado y debatido, es que predicaba la simpatía hacia el otro. Y eso es algo a lo que muchos oenegistas no han llegado, ni aspiran a llegar.
Todo esto no lo aprendí en unas conversaciones, aunque me allanaron mucho el camino. Esas conversaciones me ayudaron a entender su obra. Pero lo que sí aprendí fue a apreciar y querer a una persona que, no por sabida su enfermedad y su más que segura muerte, no voy a dejar de echar de menos. Porque no habrán más obras de Pratchett. Y porque no podré invitarle a ninguna otra ronda.

Snuff
Random House Mondadori
Barcelona, 2013 [2011]