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Jazz Porque Sí: Louis Armstrong Plays Fats Waller

Volvemos a encontrarnos con la más grande figura del jazz de todos los tiempos, acompañado de sus All Stars: Barney Bigard al clarinete, Trummy Young al trombón, Billy Kyle al piano, Arvell Shaw al contrabajo y Barrett Dimms a la batería. Dos temas grabados en estudio, Tin Roof Blues, típico neoorleanés, con Young "hablando" el estilo tailgate como si de una clase magistral de trombón se tratara, y Pretty Litle Missy.
Y entonces tendremos una grabación en estudio realmente antológica, tanto por la excelente forma de Armstrong y sus muchachos como por el hecho de que rendía homenaje a la música de Fats Waller, no sólo un tipo simpático y gamberro, sino un enorme pianista stride y un compositor que ha dejado piezas inmortales, como verán.
Escucharemos Honeysuckle Rose, con Velma Middleton acompañando a Armstrong a los vocales; Blue Turning Grey Over You; I'm Crazy About My Baby (And My Baby Is Crazy About Me); Squeeze Me, de nuevo con Middleton al vocal, en una gran interpretación; Keepin' Out of Mischief Now; All That Meat and No Potatoes; e, incompleto, I Got a Feeling I'm Falling.
En fin, una nueva sesión de escuchar un muy buen jazz con un Armstrong pletórico como trompetista y dinámico en el vocal y el scat, acompañado del gran estilista que era Bigard, del excelente Young, de un Arvell Shaw que cuando decide que su contrabajo se oiga es único, y de un estilizado Billy Kyle.
Presten atención  a los comentarios del Cifue, y espero que disfruten. 


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Selección Natural, de Gilbert Thomas

Gilbert Thomas, de quien no he podido encontrar ningún dato, publicó este relato en la "Ellery Queen's Mystery Magazine"y que fue utilizado para la serie televisiva "Alfred Hitchcock Presenta", algo que no es de extrañar si tenemos en cuenta su temática y desarrollo, muy del gusto del maestro: truculencia pero sin mostrarla, dejando que el lector y el espectador añada los detalles. Los lectores que sepan inglés pueden leer el cuento en el enlace que figura al pie de esta reseña. Los demás me temo que tendrán que contentarse con el resumen que voy a hacer, a menos que encuentren la antología en la que se publicó en el mercado de libro de viejo.
Y, realmente, como resumen, tengo que ser necesariamente breve si no quiero destripar el relato, que es de choque, con sorpresa final, y una de las más brutales que se puedan dar.
Dos conocidos han salido en viaje hacia la naturaleza. Por desgracia, su automóvil los ha dejado tirados en medio del desierto cuando el aceite se ha acabado y el motor ha explotado. He dicho conocidos con plena conciencia. En realidad son socios, y lo que podría llamarse con ligereza amigos, pero en realidad, una realidad puesta a prueba en la carretera del desierto donde pasan las horas y no aparece nadie en el horizonte, todos los defectos que Butter pueda tener aparecen en la mente de Craw; desde culparle de la avería hasta reprocharle su gordura, pasando por su pusilanimidad y otros detalles.
La distancia es demasiada para volver atrás, y adentrarse en el desierto es la muerte segura. hay, sin embargo, una casa relativamente cerca, y tras penas y trabajos llegan a ella. Sin embargo, está deshabitada y abandonada. Encuentran un viejo y estrambótico automóvil y un bidón de queroseno; el automóvil es tan antiguo que funcionará con ese combustible, si bien echando humo, pero ni hay agua para el radiador ni aceite para el motor. Y Craw cada vez está más furioso con su compañero y con el mundo en general.
Entonces se produce ese final que el lector tiene que imaginar; y que el autor ya ha ido prefigurando llamando a uno de sus personajes "Butter", mantequilla. Al fin y al cabo, puede que un automóvil no necesite de un aceite necesariamente mineral para funcionar...
Este cuento es una de esas historias preparadas para golpear en su final, pero que tiene un desarrollo cuidadoso y medido, con un crecendo de tensión y frenesí que hace que sobresalga de la mayoría de los relatos de su género.

(Natural Selection)
En Cuentos que Mi Madre Nunca Me Contó
Ed. Bruguera, col. Libro Ameno
Barcelona, 19762 [1950]

Texto en inglés de Natural Selection


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La Señorita Cora, de Julio Cortázar

La narrativa de Julio Cortázar podría servir como un curso completo de escritura creativa, de tantas maneras se ha expresado y de tantas variantes narrativas como empleó. En el caso de La Señorita Cora, en lugar de tener un narrador omnisciente, Cortázar cambia de narrador, y por tanto de punto de vista, continuamente, a veces en la misma frase, en el mismo párrafo. Estos cambios, que algunos han definido como "abruptos" (un apelativo con el que no estoy de acuerdo; las más de las veces el cambio se realiza con total suavidad, sin transición pero con coherencia) son un desafío narrativo. Requieren de la implicación del lector, puesto que debe seguir el texto con atención, pero además el autor debe cuidar muy mucho los detalles para que el lector sepa siempre y en todo momento quién está hablando. En este aspecto, Cortázar realiza un trabajo modélico, que no extraña a los lectores habituales del maestro, acostumbrados a un manejo perfecto de las formas expresivas.
En cuanto al fondo, el relato nos describe el ingreso y estancia en el hospital de Pablo, un adolescente mimado por su mamá que tiene un ataque de apendicitis y va a ser operado. Casi de inmediato, se produce una atracción de Pablo por la enfermera de noche, Cora. Atracción que es menospreciada como una chiquillada por ésta, pero que, cuando Pablo es operado y se descubre que tiene muchas posibilidades de morir, Cora cambiará de actitud y volcará su cariño en Pablo. Un cariño que Pablo no podrá conocer, puesto que la enfermedad y los calmantes le hacen estar en otro plano de realidad hasta su muerte.
En apariencia parece un relato de un amor romántico como hay tantos otros, pero los diversos niveles de significación que siempre usa Cortázar le dan un polifacetismo sutil y complejo. En apariencia, repito, la historia es la de una atracción no correspondida que luego se ve realizada cuando ya es demasiado tarde. Sin embargo hay otros detalles. Pablo es un adolescente, apenas un chiquillo que se acaba de poner los pantalones largos y que se siente atraído por una enfermera, una figura de madurez y responsabilidad, pero que a la vez es muy joven. Cora justamente desdeña el aprecio de Pablo en primer lugar como represalia ante las impertinencias de su madre, insolente en procurar los mejores cuidados para su nene. Cora es una persona con una profesión de responsabilidad, que aparenta una madurez que, en realidad, no tiene. Pues Cora tiene apenas veinte años, y debe haber recibido su título de enfermería a los diecinueve. En suma, Cora no es sino una adolescente que acaba de entrar en la edad madura, que se cree responsable y experimentada, una mujer de mundo, pero que sigue siendo impresionable por, entre otras cosas, la muerte. En ese aspecto, los encuentros y desencuentros entre ambos tienen una curiosa característica de inversión. La enfermedad y la muerte hacen que Pablo entre de golpe en una madurez inesperada, y este mismo hecho hace que Cora regrese a la adolescencia y al amor romántico y trágico.
No me estoy inventando nada. Los significados de este cuento pueden variar según el lector, pero los elementos que lo componen están ahí, claramente detallados por Cortázar, y ello proporciona datos a la(s) interpretación(es).
Subyacente en todo el relato está el tema de la muerte y de cómo cambia la perspectiva de las acciones humanas. La muerte es una gran movilizadora de emociones, una creadora de solidaridad, compasión y cariño en los últimos momentos, aún en el caso de los extraños, un cariño que, como se ve, es desmesurado, fácilmente confundible con el amor.
También está el hecho de la comunicación, un tema que es importante, puesto que Cortázar emplea esos cambios de punto de vista para justamente declararnos los pensamientos de todos los personajes. La preocupación extrema de la madre, que sólo tiene ojos para su nene, y a la que el padre ocultará la gravedad del chico, probablemente porque provocaría una explosión cataclísmica en ella. El juego de madurez aparente que Cora ejerce con Pablo. La atracción adolescente de éste y su queja de que, de no estar bajo los cuidados y las órdenes de Cora, tal vez ésta lo miraría de otra manera (algo que será cierto, pero en un sentido trágico). El desapego de Marcial, amante de Cora y anestesista, hombre que ya lo ha visto todo en un hospital, y que intenta transmitir esa indiferencia profesional, esa falta de implicación, a Cora (es decir, que es el mentor de la joven).
Por no hablar de la conservación de la inocencia, del miedo a la muerte y del miedo a acostumbrarse a ella, que también está presente en el relato. Como están presentes otras muchas interpretaciones y facetas.
Si, con un relato breve, se puede aportar tanta densidad temática e innovación formal, ¿cómo hay que calificar al cuento? Una vez más, tratándose de Cortázar, como una obra maestra.

En Los Relatos 1. Ritos
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19763 [1966]

Originalmente publicado en Todos los Fuegos el Fuego

Texto de La Señorita Cora


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El Chico de la Trompeta, de Dorothy Baker

Esta novela (que también tiene una muy apreciable versión fílmica, El Trompetista (Young Man with a Horn), con Kirk Douglas como protagonista) está inspirada en la música de Bix Beiderbecke, no en su vida.
Con todo, hay unos puntos de contacto que merecen ser reseñados. Si en algún momento el reinado de Louis Armstrong como el mejor trompetista de jazz se vio amenazado fue con la meteórica aparición de Bix Beiderbecke. Era un maestro del instrumento, un improvisador genial y, aunque era blanco, se expresaba en el lenguaje del jazz sin ningún tipo de complejo. Sería recomendable leer esta novela después de haber escuchado su interpretación de I'm Coming Virginia, tan perfecta que casi siempre se ha tocado desde entonces sin variar ni una nota del solo que hizo Bix. Si su aparición fue meteórica, su desaparición, debida al alcoholismo, fue trágicamente rápida, dejando apenas un puñado de obra grabada y un recuerdo indeleble.
La novela de Baker aprovecha de todo ello la fulgurante aparición, la brillantez interpretativa que le hizo legendario y su alcoholismo y muerte prematura. El resto es invención, la creación de Rick Martin, un joven que aprendió a tocar el piano de forma autodidacta, que descubrió el jazz, se dedicó en cuerpo y alma a la trompeta aprendiendo de los músicos negros de Los Ángeles y por fin fue descubierto para ir a Nueva York y convertirse en una estrella. Creo que el único músico que existió en realidad citado en la novela es Paul Whiteman.
Todo ello puede ser inventado, pero Baker consigue crear con suma perfección el ambiente que rodeaba a la música de jazz en los años 20 y 30, la vida de sus músicos y la esencia de una música que en aquel entonces tenía todos sus caminos por explorar, abiertos a aquel que fuera tan valiente u osado como para discurrir por ellos. Si vieron la película, recordarán sin duda una frase que, en realidad, proviene de la novela: «No sé qué demonios se piensa ese chico que una trompeta es capaz de hacer. Esa nota que trataba de sacarle, eso que intentaba hacer... no existe. Con una trompeta, no.»
Rick Martin es un personaje que desprende tal pasión por todo (la música sobre todo, pero también el amor) que no puede ser sino un personaje trágico. Frente a esa intuición que se trasluce y se apoya en el viejo concepto de que el genio lleva su propia maldición, lo que Baker consigue es situarnos en una época en la que cierto tipo de música rechazaba admitir la frialdad o el desapego, en la que el jazz era, sobre todo, expresión interna. Ya fuera expresión de alegría, del espíritu lúdico, del vivir el momento o de los demonios interiores, como en el caso de Rick Martin, da igual. Es ese sentimiento el que impulsa al personaje y la novela.

(Young Man with a Horn)
Ed. Contraseña
Zaragoza, 2013 [1938]
Trad. de Ismael Attrache

Portada y sinopsis


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Adiós Mr. Chips, de Sam Wood

SESIÓN MATINAL 

(Goodbye Mr Chips); 1939

Director: Sam Wood; Guión: R. C. Sherriff, Claudine West, Eric Maschowitz, basado en la novela de James Hilton; Intérpretes: Robert Donat (Mr. Chips), Greer Garson (Katherine), Paul Henreid (Staefel), Lyn Harding (Wetherby), Austin Trevor (Ralston), Terry Kilburn (John Colley / Peter Colley I / Peter Colley II / Peter Colley III), John Mills (Peter Colley de joven), Milton Rosmer (Chatteris), Jill Furse (Helen Colley); Dir. de fotografía: Frederick A. Young; Música: Richard Addinsell; Montaje: Charles Frend.

El problema que tiene contemplar hoy esta grandísima película, una joya de interpretaciones y de dirección, es que pertenece a un mundo que ya no existe. Y ese mundo es el de la educación clásica, con todos los pronunciamientos del principio de autoridad, unas materias más que anquilosadas y unas tradiciones y envaramiento perdidos que sólo perviven en algunas escuelas inglesas, pero que son meros vestigios. La sociedad ha cambiado, para bien o para mal, la escala de valores también, y al espectador moderno le puede desconcertar ver la simple historia de un profesor de latín que ha entregado su vida, con no poca frustración al principio, a la educación de sus alumnos.
Sin embargo, yo pediría que se superasen esos inconvenientes. Porque la película sigue siendo muy contemplable, y en algunos momentos magistral y emocionante.
Hay que destacar las tres interpretaciones principales: un Robert Donat que, cuando lo vemos envejecido (y pasa tres cuartas partes de la película así), nos parece la misma persona pero encarnada por otro; una interpretación verosímil y enorme, conseguida gracias a la caracterización y al cambio de voz (es obligatorio verla en versión original); una Greer Garson chispeante y en su papel, y un Paul Henreid (para quienes no se acuerden, era el Victor Laszlo de Casablanca) que compone una de sus mejores actuaciones en pantalla como el profesor Staefel. Todo ello conseguido bajo la muy meritoria y brillante dirección de Sam Wood, un director al que se ha reivindicado y se reivindica cada día más.
Hagan un esfuerzo por situarse en otra época y vean Adiós Mr Chips. El esfuerzo vale la pena, créanme.

Tráiler:


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Jazz Porque Sí: Art Farmer en el Kimball's East de Emeryville

Hoy traemos un concierto muy disfrutable, muy bop, realizado por unos músicos que se cuentan entre los grandes del jazz: Art Farmer al fiscorno, uno de los mejores trompetistas que ha dado el jazz moderno. Frank Morgan al saxo alto, un virtuoso en toda regla y alguien que por velocidad y coherencia en la interpretación maravilla de inmediato; Lou Levy al piano, con una expresividad enorme; Eric Von Essen al contrabajo, que si no es tan conocido es porque murió prematuramente, pero que de seguro les llamará la atención de inmediato, por su sonoridad y su sentido melódico; y Albert Heath a la batería, uno de los grandes nombres del instrumento.
Escucharemos Star Eyes, un tema relajado, pero que comprobarán que tiene swing para dar y tomar; Farmer's Market, tema que juega con el apellido del fiscornista, a buena velocidad; Embraceable You, sin Frank Morgan, una balada muy sentida en la que Farmer nos da toda una lección de expresividad; Blue Minor; un precioso I Remember You; y los primeros compases de Cool Struttin'. Pero sigan leyendo.


El concierto se completa con Cool Struttin', con todos los músicos dando una lección magnífica de clase y sentido musical; y un vertiginoso Donna Lee, la composición de Charlie Parker, que sólo grandes intérpretes como estos pueden realizar de manera tan impecable.
Y retrocederemos en el tiempo para ir a Japón, donde Art Farmer realizaba una gira. Pero los músicos que componen el grupo son tan o más impresionantes que los del concierto en el Kimball's East: Cedar Walton, el gran Cedar Walton, al piano; Sam Jones al contrabajo; Billy Higgins a la batería; y el saxo alto Jackie McLean, alguien a quien la fama no trató bien en su día y que ha sido reivindicado y puesto en justo valor (que era muy grande) después de su muerte.
Escucharemos Constellation; la balada In the Wee Small Hours of the Morning; y un Moving Out a toda velocidad mostrando la maestría de todos los músicos.
Presten atención a los comentarios del Cifu, y espero que disfruten de estos grandísimos intérpretes. 



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El Hombre que Vendió Cuerda a los Gnomos, de Idris Seabright

Hay que hacer dos precisiones: Idris Seabright es el pseudónimo de la escritora Margaret St. Clair, que no es que sea muy conocida en España, pero algo más que su nombre de pluma; es autora de El Signo de Labrys, una curiosa novela fantástica en la que introducía elementos folklóricos y de la magia wicca (estamos hablando de los años sesenta, de manera que esto era bastante raro, antes de la explosión del Wicca como complemento de la New Age). Nunca pretendió publicar en revistas o editoriales de la corriente principal literaria, y defendía las novelas de género diciendo que tenían menos tapujos y eran más frescas en su aproximación a la cultura popular y tradicional en sus aspectos más oscuros y que tenían cierta cualidad de balada que se evitaba en la literatura más convencional.
La segunda precisión es que, pese al denodado desconcierto del traductor de la época, que debió considerar que era una errata o un capricho, no se trata en este cuento de gnomos, sino de gnolls o gnoles, criatura fantástica ficticia creada por Lord Dunsany y que ha pasado a integrar el bestiario fantástico anglosajón. Terry Pratchett los hace aparecer en la novela Jingo. La descripción académica es la de un ser parecido a una hiena humanoide, aunque cada autor, al parecer, les atribuye las características que quiere.
Lo que me ha gustado de este relato es ese desparpajo encomiable que tienen algunos autores fantásticos para introducir lo extraño con toda naturalidad y sin disculparse por ello, El argumento y todo el cuento, que es muy breve, apenas seis páginas, es muy convencional en el sentido de las historias infantiles, aunque en este caso esté destinado claramente a un público adulto, con su toque irónico. Un hombre, representante de cordelería, decide hacer el negocio que le encumbrará a la cima de las ventas, y es venderles cuerdas a los gnoles. Para ello, se dirige a lo más profundo del bosque, y allí, tras largo deambular, por fin encuentra la casa de uno. Lo que sigue es una completa demostración de las cualidades de un vendedor a puerta fría, pese a las dificultades de comunicación que hay entre el ser sobrenatural y el prosaico vendedor, pero parece que por fin llegan a entenderse y a formalizar un acuerdo.
Por descontado, los problemas de comunicación con otra cultura y el no saber cuándo detenerse en una transacción ponen las cosas muy difíciles, trágicamente complicadas para nuestro comerciante en cuanto pretende tener como pago los ojos de repuesto del gnoll.
Estas historias no sirven para otra cosa que para despertar una sonrisa en el lector, hacerle pasar un buen rato y emular por unos instantes el ambiente de cuentos extemporáneos que se solían explicar en las tabernas en los tiempos anteriores a la televisión. No hay profundidad ni caracterización, ni los necesita. Sencillamente trabajan con lo que se ha dado en llamar bizarro y entretener. No es poca cosa, se lo aseguro.

(The Man Who Sold Rope to the Gnoles)
En Cuentos que Mi Madre Nunca Me Contó
Ed. Bruguera, col. Libro Ameno
Barcelona, 19762 [1951]


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Dalí Parlat, de Lluís Permanyer

Si, como dice el propio Salvador Dalí en este Dalí Hablado, "como pintor no soy bueno, pero como payaso, ¡soy mucho mejor que Chaplin!", comprenderán que, se diga lo que se diga, además de los libros que recogen la obra plástica, indiscutiblemente fundamental en la historia del arte, aquellas manifestaciones visuales o verbales que Dalí desgranaba revisten un interés indudable.
Aparte payasadas y excesos, que eran una especie de mercadotecnia genial que hacía que su figura fuera omnipresente en el mundo del arte, nadie puede mantener un interés fuera de su obra sólo con excentricidades. De manera que hay que destacar que Salvador Dalí era un autodidacta polímata que se interesaba por casi todo y cuyos conocimientos siempre sorprendían a interlocutores y entrevistadores.
Lluís Permanyer, uno de los hombres más cultos que recorren (y por muchos años más lo haga) las calles de Barcelona, tuvo la oportunidad de entrevistarlo en tres ocasiones, y estas tres entrevistas que se recogen en este libro (que incluye una conversación en registro sonoro) denotan que hubo desde el principio entendimiento y simpatía entre ambos, lo cual redundó en una apertura y profundidad mayores por parte de Dalí. No abandona del todo el Dalí espectáculo, pero sí que aparece con claridad el Dalí intelectual.
Por tanto tenemos un primer encuentro en el que Dalí tenía que responder al cuestionario Proust, pero además de estas respuestas, necesariamente escuetas, también está reflejado el relato de ese encuentro entre Permanyer y Dalí, y la conversación que surgió entre ambos.
La segunda conversación es sobre el Dalí desde sus inicios a la actualidad, y el pintor se muestra extraordinariamente abierto y sincero en lo que se refiere a sus relaciones y a la narración de su vida.
La tercera, extraordinariamente interesante, es sobre el erotismo en la obra de Dalí, que es una constante importantísima dentro de su pintura, y en el transcurso de la conversación se desgranan tanto el método daliniano de tratar las imágenes freudianas como las propias influencias del erotismo del pintor dentro de su obra.
Pero en las tres conversaciones percibimos esas ganas de expresarse, de hablar con alguien al que considera lo bastante inteligente como para que pueda entenderlo, y en esa sinceridad y voluntad de explicar su vida y obra recae el gran mérito de este librito, que puede competir con muchas biografías en su conocimiento del pintor y los detalles que relacionan su vida y su obra. Mérito sin duda de Lluís Permanyer, que siempre ha lamentado no haber podido entrevistarlo más veces. A la vista de este Dalí Parlat, nosotros también.

Quaderns Crema, col. D'un Dia a l'Altre
Barcelona, 2004 [2004]

Portada i sinopsi


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Riña de Gatos. Madrid 1936, de Eduardo Mendoza

Por una vez, en lo que podríamos denominar producción "seria" (no es que sus novelas humorísticas estén escritas con menos seriedad, pero de alguna manera hay que distinguir estas dos claras corrientes narrativas de su autor) de Eduardo Mendoza, éste se aparta de Barcelona y da el salto a Madrid. Un Madrid de los tiempos inmediatamente anteriores al alzamiento militar, y un Madrid que ya comentaremos más tarde en esta reseña; en esta traslación Mendoza demuestra lo capaz que es de captar la esencia y la atmósfera de una ciudad.
Hay un consenso general en que Mendoza ha escrito la mejor novela sobre Barcelona (La Ciudad de los Prodigios); que sea capaz de reproducir esta vitalidad con Madrid sólo dice que es uno de los pocos autores que entienden a las urbes como personajes y sabe cómo tratarlas. Sus cafés, bares, tascas y figones, sus calles y su arquitectura son tan importantes en la novela como los personajes mismos, tal vez porque es a través de estos lugares como éstos consiguen modular su expresión y sus actitudes.
Anthony Whitelands llega a Madrid para cumplir un trabajo para el que está perfectamente cualificado: autenticar y tasar un cuadro que una familia aristocrática pretende vender para así asegurarse un pied à terre en el extranjero, en vista de la inminente revolución bolchevique que se cree va a estallar.
Sin embargo, muy pronto Anthony se convierte en centro de conspiraciones. La casa de los aristócratas es frecuentada por el marqués de Estella, que Anthony ni reconoce ni tiene porqué conocer, salvo cuando la Dirección general de Seguridad, que se interesa por sus movimientos en España, le informa que se trata de José Antonio Primo de Rivera, jefe del principal partido fascista español. Y es que ese cuadro bien puede ser que esté destinado a financiar la compra de armas para la Falange. Algo que también interesa a la embajada británica, a los soviéticos y a quién sabe más, si llegan a enterarse de la operación.
Todos los sucesos que narra Mendoza son imaginarios, una mera fábula; una aventura sin más, si ustedes quieren, puesta en contexto histórico. Pero justamente ese contexto es importante, porque más allá de las vicisitudes de Anthony (que es un poco tontaina y apenas se entera de nada), Mendoza nos da un retrato perfecto del clima previo a la Guerra Civil, por boca y descripciones de personajes como Azaña, José Antonio, Franco, Mola o Queipo de Llano, entre otros y sin olvidar a la gente de la calle. Un clima de río revuelto en el que calmar las aguas ya parece imposible y, en cambio, hay muchos pescadores dispuestos a pescar a manos llenas.
Hay un fino sentido del humor que recorre la novela (menos extremo que en sus escritos humorísticos, pero el tema no daba para la farsa), lógico si tenemos en cuenta que Anthony es un ingenuo en una situación que no controla (como la inmensa mayoría de los españoles, por otra parte), pero este humor conjura buena parte de la solemnidad y la trascendencia que impregnan (muchas veces de manera rimbombante) las novelas que han surgido sobre la Guerra Civil. En mi opinión, ya era hora que fuera así; como bueno es que José Antonio se convierta en personaje hasta simpático en lo cercano y desquiciado en lo ideológico, sin que se le demonice, como también acostumbran las novelas al uso, más en blanco y negro (o rojo y azul) de lo que se debiera para, de una vez, discurrir con normalidad por este período histórico.
Tal vez la de Mendoza no sea la novela sobre la Guerra Civil, pero sí que proporciona buenas pistas para adivinar cómo se escribirá. Con algo más de normalidad y naturalidad, con más respeto por los protagonistas anónimos, de cualquier bando. Con algo de humor, tragicómico sin duda, pero más real que la solemnidad perenne.
Pero creo que estas lecciones no van a calar; todavía hay demasiadas ansias por subirse a un pedestal para narrar la Guerra Civil española. Algo que Mendoza no quiere y se niega a hacer, por fortuna.

Ed. Planeta, col. Autores Españoles e Iberoamericanos
Barcelona, 2010 [2010]

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Espionaje, aventuras y amor en el Madrid previo a la guerra civil.

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El Hombre que Vino a Cenar, de William Keighley

SESIÓN MATINAL 

(The Man Who Came to Dinner); 1941

Director: William Keighley; Guión: Julius J. Epstein y Philip G. Epstein, basado en la obra teatral de George S. Kaufman y Moss Hart; Intérpretes: Monty Woolley (Sheridan Whiteside), Bette Davis (Maggie Cutler), Ann Sheridan (Lorraine Sheldon), Jimmy Durante (Banjo, parodiando a Chico Marx), Reginald Gardiner (Beverly Carlton, parodiando a Noël Coward), Richard Travis (Bert jefferson), Billie Burke (Sra. de Ernest Stanley), Grant Mitchell (Sr. Ernest Stanley), Ruth Vivian (Harriet), Mary Wickes (Señorita Preen, enfermera), George Barbier (Dr Bradley), Elisabeth Fraser (June Stanley); Dir. de fotografía: Tony Gaudio; Música: Frederick Hollander.

Aunque sólo fuera por ver a Bette Davis actuando en clave de comedia, ya valdría la pena ver esta película. Pero, además, se trata de una de las comedias más hilarantes, de lengua más afilada y más veloces que ha dado jamás el cine.
El famoso personaje de la radio y la crítica teatral Sheridan Whiteside (interpretado por un genial Monty Woolley, en un papel que se inspira en Alexander Woollcott) llega a Mesalia a dar una conferencia, pero en la casa en la que ha sido invitado a comer resbala en el porche y se rompe la cadera, teniendo que quedar en una silla de ruedas durante varias semanas en esa casa. Whiteside tiene una lengua afiladísima, y un carácter imposible y caprichoso, de modo que la vida se convierte en un infierno para aquellos que, sin conocerle, tienen que convivir a la fuerza con él. Y más cuando se decide a intervenir en las vidas de los que le rodean...
No hay grandes alardes de dirección aquí; la película se basa en una obra de teatro, de manera que casi toda la acción se desarrolla en una misma sala. Pero, ¡ah, los alardes de interpretación! En esta comedia basada casi únicamente en el humor verbal, los papeles principales tienen una oportunidad de lucimiento única entre las manos. Y la aprovechan. Vean a Jimmy Durante realizando una imitación desencadenada de Chico Marx, o a Reginald Gardiner parodiando a Noël Coward, el autor y dramaturgo más vanidoso que ha existido sobre la faz de la tierra. Pero además están los otros: Bette Davis respondiendo ironías a las ironías de Woolley; Grant Mitchell componiendo un espléndido y desesperado dueño de la casa; y más, mucho más.
Como muestra, tengan esta pieza de oratoria que la enfermera (interpretada por Mary Wickes) lanza al crítico Whiteside, harta de él: «No sólo abandono este caso, señor Whiteside, sino que abandono la profesión de la enfermería. Me convertí en enfermera porque toda mi vida, desde mi infancia, me realizaba la idea de servir a una humanidad doliente. Después de un mes con usted, señor Whiteside, voy a trabajar en una fábrica de municiones. Desde ahora, cualquier cosa que pueda hacer para ayudar a exterminar a la raza humana me producirá el mayor de los placeres. Si Florence Nightingale le hubiera atendido a usted, señor Whiteside, se habría casado con Jack el Destripador en vez de fundar la Cruz Roja.»


Tráiler:


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Jazz Porque Sí: Patrice Caratini en París + Horace Silver en Newport

Lo que tendremos hoy será un tributo a la memoria del musicólogo de jazz, compositor y arreglista (y en sus primeros tiempos violinista) André Hodeir, una de las figuras clave del jazz francés de la segunda mitad del siglo XX. Y, puesto que este es un blog principalmente de literatura, alguien que compuso una monumental cantata de jazz titulada Anna Livia Plurabelle, uno de los personajes del Finnegans Wake de James Joyce. Que alguien componga sobre esta obra ya da indicio de que su música va a ser tremendamente original y poco convencional, pero no se espanten; Hodeir compuso música que no se parecía a nada de lo que se componía en jazz en su época, pero perfectamente escuchable, comprensible y, sobre todo, atractiva para el espectador.
Así pues, el Patrice Caratini Jazz Ensemble interpretará piezas compuestas o arregladas por André Hodeir: On a Blues; Bicinium; Jordu; Evanescence; Le Palais Idéal; Criss Cross; On a Standard, sobre las armonías de Night and Day; Oblique; On a Riff; Jazz Cantata; y Paraphrase.
Jazz tremendamente original, pero muy atractivo y sorprendente.
La segunda parte del programa va dedicada a Horace Silver, uno de los grandes nombres del hard bop y alguien cuya música es tan maravillosa que sus composiciones son de lo mejor que se puede escuchar en jazz. En esta ocasión en una actuación en el festival de Newport, con Silver al piano, Louis Smith a la trompeta, Junior Cook al saxo tenor, Gene Taylor al contrabajo y Louis Hayes a la batería. Escucharemos Tippin', una preciosa composición de Silver que da buena cuenta de sus capacidades; The Outlaw, tema complicado donde los haya y que es resuelto con maestría por el quinteto; e, incompleto, Cool Eyes.
Estén atentos a los comentarios del Cifu, y que disfruten con la música de dos de los compositores más originales que ha tenido el jazz.


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Los Hijos de Noé, de Richard Matheson

Richard Matheson fue, sin lugar a dudas, uno de los grandes maestros del terror moderno, un revolucionario en los temas que aportó al género una visión que iba mucho más allá del mero escalofrío o el simple efecto terrorífico, como puede comprobar cualquiera que lea Soy Leyenda, con su filosófica inversión de papeles entre la normalidad del vampirismo y la monstruosidad del humano que sale de día a matar a esos ciudadanos vampiros.
También fue autor que desarrolló un fino humor o una acerada ironía en mucha de su producción, y este es el caso en Los Hijos de Noé, que pueden ustedes leer en el enlace que figura al pie de esta reseña.
El planteamiento es simple y clásico. Un turista en automóvil, Ketchum, que recorre la costa de Nueva Inglaterra (un lugar gótico donde los haya en la imaginería estadounidense), llega de noche al pueblo de Zachry (población: 67 habitantes), conduce a 50 mph en un lugar donde sólo se puede ir a 15, es detenido por la policía local y arrestado y puesto en un calabozo a la espera de ser juzgado. Todas esas campanas que hemos escuchado desde tiempos inmemoriales acerca del forastero que se mete en líos en un pueblo desconocido, cuyos habitantes son siempre hoscos y poco amistosos resuenan aquí. Y hay que decir que lo hacen para cumplir todas nuestras peores expectativas, en un final sorpresa brutal, tremendo, inesperado.
Pero más que su efecto, que ya es remarcable, hay que destacar lo bien construido de la historia, su paso imperceptible de la monotonía a la inquietud, después al enigma para finalmente alcanzar el terror. Y la fantástica descripción que Matheson hace del pueblo, de su atmósfera de decadencia, de su misterio. Todo ello convierte este relato en una pieza, si no muy conocida, sí en magistral.
Les dejo aquí un enlace al tráiler de un corto titulado Zachry, del director Guillaume Hanoun, basado en esta historia de Richard Matheson. Puede darles una aproximación visual ciertamente inquietante al relato escrito.

(Children of Noah)
En Cuentos que Mi Madre Nunca Me Contó
Ed. Bruguera, col. Libro Ameno
Barcelona, 19762 [1957]

Texto en castellano de Los Hijos de Noé


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Historia del Arte. Últimas Tendencias, de Lourdes Cirlot

FIRMA INVITADA: Susana Rizo

Uno puede plantarse ante “Verde sobre morado” de Rothko, o delante de “New York City 3” de Mondrian y hacerse muchas preguntas. Entre ellas si el artista le está tomando el pelo al espectador con esas tiras adhesivas que crean líneas, eso sí, perfectamente paralelas y perpendiculares, o superponiendo dos colores ─verde y marrón─ y llamar a un cuadro así, por muy bien combinado que esté el cuadrado verde, sobre el cuadrado morado. Y es lícito, de hecho, hacérselas.
Hace bastante tiempo, la que ahora les escribe a ustedes trabajó tratando de explicar al público qué significaban esas obras. Por qué se habían concebido así. Por qué tenían tanto valor. Qué representaban, en el caso de que representasen algo. Y en caso contrario, qué técnica había usado el artista para hacer su obra. Trataba, en definitiva, de explicar lo que tenían delante. Pero sobretodo, lo que consideraba fundamental para que el espectador no se me escapase en digresiones a menudo inútiles (yo misma lo reconozco), era tratar de que conectase, que no le fuera indiferente. Tenía recursos para ello. Uno que no fallaba era contar cosas sobre la vida de esos artistas. Manías y peculiaridades de cada uno (como algunos de ellos eran bastante excéntricos, la fórmula rara vez fallaba). También solía explicar el momento en que nació el estilo pictórico o escultórico que representaban, la circunstancia histórica, política o social que pudieron influir a tal o cual artista para hacer obras que si bien pudieran tener un resultado estético, también pueden tenerlo dudoso en cuanto a la dificultad en la ejecución.
Si tenía que explicar el “Papel arrugado con macha de tinta” de Tàpies, se supone que iba implícito en mi oficio el sentir alguna clase de reverencia porque, simplemente,  se trataba de un Tàpies. Pero a mi me sucedió una cosa. Yo no la sentía. Y no la transmitía al público que tenía delante. Es más, llegué a decirles que quizá Tàpies se reía de todos nosotros (poco después de aquello, justo después de ver expuesto un burro disecado colgando del techo, dejé mi trabajo de guía en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) y que cada uno de nosotros estaba haciendo arte cada vez que, por ejemplo, se le caía un huevo al suelo. “Huevo estrellado en el suelo, nº 3”. “Juzguen ustedes mismos”, les decía. Y ante su cara de perplejidad, yo sonreía. ¿Cómo demonios iba a decir que había arte en una pared repleta de cucarachas de plástico, que ojo, seguramente valían un dineral, de Jaume Plensa? Díganmelo. Cómo demonios.
Pero me voy por las ramas.
Hubo algo que me salvó aquellos años para entender y conseguir todos esos recursos de los cuales les hablo y que, en ocasiones, dejaba encandilado a mí público. Y a mí, satisfecha por el trabajo bien hecho. Para tratar de entender no todo, porque era imposible. Pero sí una parte. Y eso que me salvó fueron los recuerdos que conservaba de mi último año en la facultad de Historia del Arte, con una de las mejores profesoras que he tenido. Doña Lourdes Cirlot. El libro que escribió, y que es del que os voy a hablar, “Últimas tendencias de arte”, fue mi guía. El lugar donde iba a encontrar respuestas, referencias. Pues allí, en ese libro, está todo.
El libro abarca el periodo de las segundas Vanguardias  (1942-1968) hasta las denominadas Tendencias Posmodernas (1968 hasta nuestros días). Desde el Informalismo, pasando por expresionismo abstracto, el Pop Art, Minimalismo, Arte cinético, happening, Arte Conceptual, Arte Póvera, hiperrealismo, neoexpresionismo germano, transvanguardia italiana hasta llega  a las últimas tendencias en pintura y escultura en Estados Unidos, Reino Unido y España. 
Se trata de un libro crítico. Muy detallado, ilustrado y muy bien explicado, fácil de leer, fácil de comprender. Con una introducción sobre la etapa en la que se gesta cada movimiento, los significados de cada uno de ellos, las técnicas que se usaban, base ideológica, representantes, análisis de sus principales obras, documentación tratada con esmero. 
Para todos aquellos que estén leyendo esto, sean aficionados, no se pierden una bienal en Venecia, o un ARCO en Madrid, este libro del que les hablo, es la guía. Absolutamente fundamental, pues pocas veces he visto en un libro tan breve, todas y cada una de las tendencias y movimientos que nacieron poco después de la segunda guerra mundial, hasta nuestros días, tan bien explicados, con los principales representantes de cada estilo, dentro de las numerosísimas tendencias que experimentó el arte después del movimiento expresionista germano. La frontera entre lo que es arte, y no lo es, es frágil en el arte contemporáneo pues otros son los que han decidido que algo sea considerado digno de admiración y de subastarse y exhibirse bajo un precio desorbitado, o que sea, literalmente, desechado, olvidado. No es el tiempo quien le pone un precio y un valor a una obra. Es la crítica. Alguien con credibilidad dijo que algo era bueno. Y de ahí, a la fama. Como la bañera oxidada de Beuys expuesta como un objeto de culto.
Ya lo dice la propia profesora en su libro. El eslogan de “Todo vale” hizo que se cayera en un peligro real en la posmodernidad del arte. Adelgazó las fronteras. Hubo tanta diversificación que resultó difícil establecer una pauta, diferenciar corrientes.  A veces ese mismo lema llevó a los artistas a pecar de falta de originalidad.
Recuerdo una instalación de Boltanski que consistía en cientos de cajas de metal apiladas formando una especie de caja enorme que se podía recorrer a través de un estrechísimo pasillo. Imagino lo que muchos espectadores pensarían al ver eso. Pero si yo les cuento a ustedes que esas cajas son un recuerdo del holocausto, que si tu entras dentro sentirás casi asfixia (así es cómo funcionaba esa instalación de hecho, había que recorrerla por dentro) y sentías clavarse en tu nuca las miradas de todas la fotografías de fallecidos sen campos de concentración al entrar allí, la cosa cambiaba. No eran cajas apiladas. Era un atentado a la tranquilidad en la que creemos vivir y estar a salvo.
Y esas cábalas me hallaba yo precisamente el otro día, paseando por el Thyssen, y contemplando un cuadro de Van Gogh que me parece estéticamente precioso por su combinación de colores, la textura que se llega a percibir. Yo allí veía arte. Y decidí que al final era muy sencillo. Hay cosas que son innegablemente buenas. Porque hay una técnica, un esfuerzo. Porque hay una perfección objetiva. No hay un azar. Y en el arte contemporáneo sucede que una obra le puede llegar a uno, o no llegar. Es subjetiva. Es un me gusta, o no me gusta.
Es algo que te remueve por dentro. Algo de lo que sigues hablando, o en lo que sigues pensando. Y no tiene por qué haberte generado buenas sensaciones. Goya no las generaba. Era una patada en mitad del alma “esto es lo verdadero”, decía él , que no tiene por qué coincidir con lo que a uno le gusta mirar. Las venus de Tiziano son ensoñaciones. Los garrotazos de Goya, reales. Quizá lo peor que le podría suceder a una obra de arte es la indiferencia del espectador.
No digo que sea necesario leer este libro para entrar en una galería de arte moderno. Porque de lo que se trata aquí es de contemplar sin prejuicios y dejar que fluya. Lo que no llega por los sentidos, a veces puede llegar a ser comprendido si se sitúan en su preciso contexto.  Entonces y solo entonces (especialmente si lo desligas de las instituciones siempre tan preocupadas por quedar bien y salir en las fotos, los poderes fácticos y monetarios que hay allí involucrados creando un teatro más falso que los duros a tres pesetas de Pla) puedes llegar a sentir en algún momento la magia de los neones de Merz. Las telas tristes y roídas del Arte Póvera de Italia. El baile que hay en las pinceladas de Sonia Delaunay. Los irresistibles colores vivos del Rothko. O la fuerza del dripping de Pollock. Puedes llegar a sentir la lluvia del “Temps de pluja” de Barceló.
Para todos aquellos que quieran saber más, entender el por qué de ciertas obras, acérquense a uno de esos informadores de sala (les aseguro que la mayoría de ellos lo están deseando). O háganse con este sencillo, más que interesante y práctico libro. Especialmente para los estudiantes de arte resulta sencillamente imprescindible. Cirlot tenía, y tiene, el don de transmitir y hacer que lo que pasaba desapercibido pudiera ser valorado, observado y considerado con otros ojos. La mirada limpia, y libre, para no negar primero. Hablo de esa mirada que solo poseemos de niños, y luego perdemos. Eso es lo que me enseñó. Y esa capacidad que tenía como profesora, está recogida en este libro. Incluso para alguien agnóstico como yo que pone en duda una gran parte del arte realizado después de los fauvistas, se convirtió aquellos años en libro de cabecera. 

Ed. Planeta, col. Historia Universal del Arte
Barcelona, 1994


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Lionel Asbo. El Estado de Inglaterra, de Martin Amis

Lionel Asbo, el personaje central de esta novela, en realidad no se apellidaba así. En un giro que los lectores británicos pueden captar casi de inmediato, ASBO son las siglas de Anti Social Behaviour Order, Orden contra el Comportamiento Antisocial. Lionel Pepperdine cambió de apellido legalmente cuando obtuvo una de esas interdicciones a tan temprana edad como para marcar un récord nacional de precocidad, un hecho del que se siente particularmente orgulloso.
Lionel Asbo es el tío de Desmond Pepperdine, quien, huérfano, tiene a Lionel como figura paterna, o más bien antipaterna. Desmond, inmerso en el mundo de Diston Town, un barrio marginal de Londres, es inteligente, sensible y sensato. Su método para salir de la marginalidad que impera en su ciudad, en su familia y en su casa es simple: escuchar atentamente los consejos que su criminal tío le imparte y hacer todo lo contrario. Resulta un milagro, pero Desmond puede así convertirse en un buen estudiante, después en universitario y enamorarse y vivir con Dawn sin tener que recurrir a la delincuencia a la que parecía predestinado.
Un día, a Lionel, que reparte su vida al cincuenta por ciento en meterse en problemas y en pagarlos en la cárcel, le tocan 140 millones de libras en la lotería. Y se opera el cambio. ¿En Lionel? No por cierto. Lionel sigue siendo la mezcla de hooligan y desaprensivo que siempre ha sido, aunque ahora lo es con dinero de sobra y cierta desorientación sobre el mundo que le rodea. No, el cambio se opera en el resto del mundo. La prensa y la sociedad le desprecia como el "botarate con suerte" que es, pero eso no es más que la expresión de una insana envidia. Por lo demás, Lionel está en la cresta de la ola, y sus comportamientos gamberriles son vistos como las excentricidades de un nuevo rico de clase baja. Además de reírle las gracias, el dinero abre puertas, el dinero lo compra todo (o casi); el dinero no le hace respetable, pero sí respetado. Y Desmond, que nada quiere de esta fortuna y que tiene cierto cariño por su antipadre, intenta seguir su vida sin que Lionel le transforme.
Hay muchas más cosas y circunstancias en esta novela; Amis no es un narrador que se aferre sólo a una idea, y por eso el lector encontrará varias subtramas más, perfectamente integradas. Pero en cuanto al objeto principal de esta novela, la frase "Estado de Inglaterra" no se refiere, por supuesto, al concepto de estado como nación, sino al estado de cosas del país. Desde antes de nacer incluso, puesto que su padre, Kingsley Amis, fue también un excelente narrador que puso en solfa la sociedad del Reino Unido en sus novelas, Martin Amis, decía, desde siempre ha ejercido una sátira de la sociedad británica, con un humor tan ácido que resulta corrosivo.
Y en esta novela lo que hace es pasar revista a los modelos de popularidad y poder que predominan en el Reino Unido. La adoración de la prensa por el gamberrismo y los excesos, siempre que vayan acompañados de dinero. El pozo sin fondo de iniquidad que representan los barrios bajos y deprimidos, en los que se priman modos de comportamiento. la asunción de ese modelo de inglés, bebedor, juerguista, gamberro, inculto por elección, mal hablado y delincuente marginal que no sólo es visto como normal, sino con un punto de orgullo y de gracia.
Esta es una novela humorística. Extrema, delirante a veces. Pero tan convincente en sus ambientes que siempre sobrevuela en el lector la impresión de que es pavorosamente real. No hay más que leer los tabloides ingleses para acentuar esta impresión.

(Lionel Asbo. State of England)
Ed. Anagrama, col. Panorama de Narrativas
Barcelona, 2014 [2012]

Portada y sinopsis


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El Justiciero, de Elia Kazan

SESIÓN MATINAL

(Boomerang); 1947

Director: Elia Kazan; Guión: Richard Murphy; Intérpretes: Dana Andrews (Fiscal del Estado Henry L. Harvey), Jane Wyatt (Madge Harvey), Lee J. Cobb (Jefe Harold F. "Robbie" Robinson), Cara Williams (Irene Nelson, camarera en el Coney Island Cafe), Arthur Kennedy (John Waldron), Sam Levene (Dave Woods, reportero del "Morning Record"), Taylor Holmes (T. M. Wade), Robert Keith (Mac McCreery), Ed Begley (Paul Harris); Dir. de fotografía: Norbert Brodine; Música: David Buttolph.

Hay varias cosas destacables en esta película. Primero, fue rodada en un estilo semidocumental, y fue este filme, junto a otros que también iniciaron esta tendencia, el que marcó este estilo narrativo. Segundo, centraba su acción en una pequeña ciudad, lo cual tampoco era demasiado corriente en la época, y lo hacía de tal manera que era precisamente el análisis de esta ciudad lo que se convertía en parte integrante del argumento. Tercero, basada en un caso real, el espectador sabe casi desde el primer momento quién es el asesino, pero ni en la realidad ni en la película fue llevado a juicio, con lo que el crimen quedó impune; sin embargo, no es este el objetivo del filme, de manera que tampoco perjudica a la obra fílmica; sin embargo, este planteamiento era inédito en su época.
En una pequeña ciudad un sacerdote enormemente popular entre la población es asesinado en plena calle de un disparo, y el asesino logra darse a la fuga. A partir de entonces, los ánimos de los habitantes se hacen cada vez más agrios: exigen a la policía local resultados, y la investigación empieza a convertirse en un tema político, con una elecciones a la vista. La presión popular, instigada por una prensa pagada por el partido opositor, se vuelve insoportable, y ya se empieza a percibir el hecho de que es vital encontrar un culpable. Cualquiera que pueda ser culpable.
Este posible culpable es hallado fuera del estado y prontamente enviado a la localidad para ser juzgado. Pero justamente el fiscal que lleva la acusación (Dana Andrews, en una magnífica actuación) tiene dudas al respecto de la culpabilidad del sujeto. Y arriesgará carrera y prestigio declarándolo así en el juicio y desmontando todas las pruebas circunstanciales que se han presentado.
No sólo está el hecho policial y judicial, real o no; la película también se convierte en una adecuada correa de transmisión para decirnos que bajo la apacible fachada de una pequeña y tranquila ciudad de provincias hay muchas cosas tenebrosas: intereses políticos, por un lado; corrupción, por otro; el espíritu de masa que se convierte en partida de linchamiento a poco que se rasque la superficie de apaciblidad. Y la omnipresente sensación de que las circunstancias pueden siempre abrumar a un hombre inocente, que en esta ocasión tuvo la suerte de encontrarse con un teórico adversario que se convirtió en su mejor defensor. Pero si las cosas hubieran ido de otra manera, bien pudiera haber acabado ahorcado por un error judicial.

Tráiler:


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Jazz Porque Sí: Thelonious Monk en el Five Spot

Volvemos a reencontrarnos con el genio más original del jazz, Thelonious Monk. En una grabación de sus actuaciones en el club Five Spot en 1958, acompañado por Johnny Griffin al saxo tenor, Ahmed Abdul Malik al contrabajo y Roy Haynes a la batería.
Hay que insistir en que la música de Monk no es fácil, pero que cuando uno escucha con atención sus composiciones, con sus disonancias, sus escalas descendentes y, sobre todo, sus silencios, amés de su peculiar técnica al piano, se abre un mundo nuevo para el oyente. Y es nuevo porque nadie había hecho esa música antes, ni nadie ha podido hacerla después de él. Es posible que ni escuchándola repetidamente sea del agrado de algunos. Bueno, los universales son escasos, en música como en el resto de órdenes de la vida. Pero por lo general, la mayoría queda encantada con esa música peculiarísima y sin embargo, tan transmisora de sensaciones y estados de ánimo.
Se escuchará Misterioso, con un grandísimo solo de Johnny Griffin; 'Round About Midnight, la balada por excelencia del jazz; Evidence, con solo de batería de Roy Haynes para quitarse el sombrero; una pieza a piano solo, Just a Gigolo; Light Blue; y Comin' on the Hudson.
Pero sigan leyendo y escuchando.


En el mismo lugar y con el mismo grupo, podremos escuchar Rhytm 'a' ning, con un solo muy original de Griffin, y una intervención de Monk que no le va a la zaga, aunque la imaginación de Monk, de tanto señalarla, se convierte en normal (y no lo es); Evidence; Unidentified Piano Solo, una pieza original de Monk que no fue grabada ninguna otra vez y de la que se desconoce todo, salvo esta grabación; Blues Five Spot, dedicado a la "casa"; una pieza que me encanta, In Walked Bud; y Epistrophy, que generalmente marca el final de actuación, y aquí el final de programa.
Estén, como siempre, atentos a los comentarios del Cifu, y que disfruten.


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Los Veraneantes, de Shirley Jackson

Shirley Jackson, por desgracia fallecida a los cuarenta y ocho años cuando ya había conseguido deslumbrar a los críticos del género de terror y a los de la literatura en general, sigue siendo, sin duda alguna, la escritora de terror con más estilo que ha existido nunca.
Sus relatos, enormemente literarios, en extremo sutiles, no tienen necesidad alguna de emplear artificios propios del género para producir el efecto de una inquietud duradera, que sigue más allá de la lectura. Y todos ellos son tan originales y personales que son inolvidables.
En Los Veraneantes nos encontramos ante un cuento que algún crítico, con acertado ingenio, ha definido, parafraseando a Sartre, con la frase "el terror son los otros". Es un relato intimista, casi familiar, sin que en ningún momento se produzca una amenaza, una palabra fuera de tono, una situación extrema. Si lo vamos a mirar bien, nada hay que amenace a la pareja protagonista, y todos los hechos que se narran podrían tener una explicación racional e inofensiva. Y sin embargo... Sin embargo, la sensación de inquietud es creciente, tanto en los protagonistas como en el lector, y al final todos estamos convencidos de que los Allison, en efecto, han transgredido un código no escrito y que desconocían, y por ello han firmado su propia sentencia. Qué es lo que les espera, sólo podemos conjeturarlo.
La historia, tan sencilla, es la que sigue: Los Allison poseen una casa en el campo. No es una con muchas comodidades, y dependen de los suministros que provienen del pueblo, se iluminan con petróleo y su único contacto con el exterior es un teléfono que se conecta a la centralita del pueblo. Por otra parte, ¿qué más podrían necesitar? El pueblo y su gente son amables, los Allison gente respetable y de orden y la zona una en la que el dejar pasar los días de verano es la mejor distracción.
Un año, los Allison deciden no volver a la ciudad el Día del Trabajo, como tradicionalmente han hecho, y quedarse a pasar algunos días del otoño, en vista del buen tiempo. Esto causa extrañeza en los habitantes del pueblo, que repiten cada uno una frase que parece un mantra: "Nadie se había quedado antes aquí después de la Fiesta del Trabajo". Pero enunciada con un tono cordial, casual.
Pero casi de inmediato empiezan los inconvenientes: Quine les lleva el petróleo no puede suministrárselo; a partir del Día del Trabajo compra menos, y tiene otros clientes que atender. El tendero no puede llevarles los comestibles a la casa, su mozo no trabaja más que durante el verano. La carta que reciben de sus hijos parece extrañamente manoseada. El automóvil no arranca. El teléfono deja de funcionar.
Poquísimos, y lo repito, poquísimos autores han sido capaces de crear lo que se llama "terror a la luz del día", un terror no sólo diurno, sino cotidiano. Shirley Jackson, para admiración de sus colegas contemporáneos y posteriores, fue una autora que lo hizo una y otra vez, logrando en cada relato y en cada novela una pequeña joya, en muchas ocasiones una obra maestra. Como en el caso de Los Veraneantes.

(The Summer People)
En Cuentos Que Mi Madre Nunca Me Contó
Ed. Bruguera, col. Libro Ameno
Barcelona, 19762 [1950]

Texto en inglés de The Summer People


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El Imperio Otomano 1300-1650, de Colin Imber

El estado de la cuestión sobre el tema de este libro lo expresa el propio autor en la introducción al mismo: «Escribir una historia general del Imperio otomano es una empresa temeraria que necesita justificación. Una historia general requiere una base sólida de libros y artículos que abarquen todos los aspectos del tema, y una tradición de debate que le dé forma y dirección. Ésas son cosas que el historiador de Europa occidental puede dar por sentadas. Pero, para un otomanista, la situación es diferente. No es que no existan libros y artículos sobre el Imperio otomano, sino más bien que son más escasos y su calidad, más variable. Además, puesto que son relativamente pocos los que trabajan en este campo, los resultados de investigación tienden a existir aisladamente, con la consecuencia de que el tema en su conjunto adolece de coherencia. Por el mismo motivo, se hace difícil hablar de debates en la historia otomana o percibir una dirección general en la que avanza este campo. Los historiadores del Imperio otomano comprueban enseguida que las preguntas principales no sólo no han obtenido respuesta, sino que además las más de las veces ni siquiera se han planteado.»
No es que el autor quiera hacerle el trabajo a este reseñista, pero casi. Aquel que se interesa por la historia de este período se encuentra con que el Imperio otomano es un completo enigma. Lo cual no deja de ser sorprendente si tenemos en cuenta que estamos hablando de una potencia mundial de la época, que se extendía desde Crimea al bayato de Argel y desde Hungría al Imperio Persa, por no hablar de su influencia en territorios de la India, Malasia e Indonesia; cuya capital, Estambul, probablemente tenía un millón de habitantes.
La imagen que se nos da de esta potencia es la de un estado decididamente feudal , es decir, anacrónico según todas las teorías políticas renacentistas; y cuya figura típica de sus soldados (en una representación más bien eurocéntrica) era la del jenízaro, un soldado de infantería vestido pintureramente armado de espada, lanza y arco y flechas. ¿Eran estos los soldados que pusieron cerco a Viena no una, sino dos veces, en una época en la que el soldado más significado en todos los ejércitos era el mosquetero? La respuesta es que no, por descontado, y que el legado que nos llega sobre el Imperio otomano tiene más de propaganda que de objetivo. Se puede aducir que el Imperio turco no fue doblegado porque las potencias europeas jamás llegaron a aliarse con eficiencia para hacerlo, y algo de razón hay en este argumento, pero resulta difícil de creer que un estado tan "atrasado" venciera, una y otra vez, y pusiera en jaque a los estados "modernos" consiguiendo unas conquistas en Europa que permanecieron hasta el siglo XIX.
La realidad es muy distinta, y hay que alabar el esfuerzo de síntesis que ha realizado Colin Imber en esta historia otomana. No sólo resuelve esas dudas y nos permite entrar en los entresijos del poder otomano, sino que tiene tiempo y espacio para poner en orden cosas como la flota, el ejército, la legislación, la organización provincial, la estructura del palacio o el reclutamiento de funcionarios y soldados. Y lo hace con una claridad que resulta tanto más de agradecer cuanto se mueve en terra incognita para los lectores occidentales.
No sé si pueden haber historias del Imperio otomano mejores. Lo que sí sé es que en este momento no hay ninguna más accesible, y por tanto tendríamos que conformarnos con ella. Pero después de leer este libro, uno tiene la impresión de que Imber ha acertado, de que esta historia sí puede ser una magnífica introducción a un enigma histórico y cultural, de que esta historia vale la pena para estudiosos y curiosos en general.
[Signo de los tiempos, e irónicamente con lo anteriormente expuesto, este libro está descatalogado, con lo cual el lector español queda a merced de los ejemplares restantes en bibliotecas y en las librerías de segunda mano. Los otomanistas españoles, si alguno hay, van a tener que pasar una nueva travesía del desierto en cuanto a buenas referencias sobre el tema en castellano. Y aprender, además de turco y árabe, inglés.]

(The Ottoman Empire)
Javier Vergara Ed. / Eds. B, col. Biografía e Historia
Barcelona, 2004 [2002]


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Nocturnos, de John Connolly

Es costumbre de este blog tratar los relatos como obras independientes por derecho propio, salvo las colecciones que tengan algún hilo conductor común. Sin embargo, en el caso de esta colección de cuentos que nos ocupa, va a ser muy difícil que el lector español los encuentre de otra forma que no sea reunidos en este volumen, de modo que creo que la reseña conjunta está justificada.
Como casi todas las colecciones de este tipo, la calidad es variable, aunque Connolly es tan bueno en el género de terror contemporáneo que la media es muy alta, con algunos relatos excelentes.
Por ejemplo, La Señorita Froom, Vampiro, un cuento que cumple lo que promete su título, pero que por un momento suspendido en la lectura, casi parece que va a tener final feliz, hasta que el desenlace (y la propia filosofía de Connolly, en la que el mal lo es sin características redimentes) nos devuelve a la negra realidad del vampirismo.
O El Ritual de los Huesos, un relato lovecraftiano sin referencias al corpus cthulhuliano, pero cuya estructura y ambientación remiten sin dudas a la Nueva Inglaterra que frecuentó en sus sueños (y pesadillas) el genio de Providence.
Cuentos que tocas adecuados puntos de inquietud comunes a mucha gente, como Algunos Niños Se Extravían por Error, donde Connolly se interroga sobre qué hay bajo el maquillaje de los payasos, y responde confirmando las más oscuras expectativas del lector.
Cuentos que podrían llamarse fantasías oscuras, como El Rey de los Elfos, o La Nueva Hija, un género muy querido por el autor, en el que las historias del folclore popular se tiñen de un terror que remite a los temores más primitivos.
Otras, en fin, como El Vaquero del Cáncer Cabalga, en el que el Connolly más conocido por su serie de Charlie Parker, el escritor sin concesiones, el autor no apto para estómagos débiles, no ahorra ninguna crudeza, y que puede dejar al lector en estado de shock.
En suma, una colección variada pero demostrativa de que John Connolly ha llegado al género sin ambages, para quedarse y ganarse un puesto propio en la ficción macabra moderna y contemporánea, con una serie de relatos que se sitúa entre las mejores publicadas en los últimos tiempos.

(Nocturnes)
Tusquests Eds., col. Andanzas
Barcelona, 2013 [2004]

Portada y sinopsis


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Estado de Alarma, de James B. Harris

SESIÓN MATINAL 

(The Bedford Incident); 1965

Director: James B. Harris; Guión: James Poe, basado en la novela de Mark Rascovitch; Intérpretes: Richard Widmark (Capitán Eric Finlander), Sidney Poitier (Ben Munceford), James MacArthur (Alférez Ralston), Eric Portman (Comodoro Wolfgang Schrepke), Wally Cox (Marinero Merlin Queffle), Martin Balsam (Teniente Comandante médico Chester Potter), Phil Brown (Jefe de enfermería Mackinley), Michael Kane (Comandante Allison, oficial ejecutivo), Gary Cockrell (Teniente Bascombe), Donald Sutherland (Enfermero Nerney); Dir. de fotografía: Gilbert Taylor; Música: Gerald Schurrmann.

Al destructor Bedford, que patrulla por aguas árticas cercanas a Groenlandia, llegan un periodista, Ben Munceford (interpretado por Sidney Poitier, en su primer papel que no tenía nada que ver con el color de su piel) y el reemplazo del oficial médico, Chester Potter.
Pronto descubrirán que el capitán del barco, Eric Finlander (Richard Widmark), es un perfeccionista en su trabajo, un hombre devoto al mismo, y un capitán inflexible, que tiene a sus hombres en estado de alerta permanente. Y que tiene una idea fija. De hecho, cuando llegan, el personal de enfermería se encuantra analizando basura. Sí, basura, la dejada por algún barco flotando en el agua; el análisis se realiza para descubrir si esos restos han sido cocinados a la rusa.
Y lo son. Son los restos dejados por un submarino soviético, y Finlander no piensa cejar en su persecución del sumergible, esté o no en aguas internacionales.
Las reminiscencias del capitán del Motín del Caine son perfectamente visibles, así como el permanente sentido de paranoia y ambivalencia respecto al poder nuclear propio de la Guerra Fría. Pero en esta película modesta, en teoría una serie B, estos rasgos se acentúan y se ponen al servicio de una narración tensa, con grandes interpretaciones por parte de Widmark y Poitier, y una excelente dirección en la que harris aprovecha todo el espacio que tiene a bordo del barco, ya sea el desolado del Ártico, ya sea el lúgubre de la sala de control, ya sea el calustrofóbico del puente y de los camarotes y pasillos del Bedford.
Todo ello en una película excelente, en la que el sentido de catástrofe se percibe desde el principio y aumenta hasta el fin. Un film que merece ser conocido y recordado.

Tráiler:


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Jazz Porque Sí: Django Reinhardt 1942

Nunca me canso de escuchar a Django Reinhardt. El torrente de imaginación que derrocha es tal que se pueden reproducir seguidas todas sus versiones de un mismo tema y encontrar que siempre tiene algo nuevo que decir, alguna diablura que realizar.
Y, por supuesto, con todo el sentimiento cuando hay que ponerlo y toda la alegría cuando tiene que haberla.
Esta vez, y en plena ocupación alemana, Django se fue de gira a Bélgica. Allí grabó a dúo con el pianista Ivon De Bie cuatro temas bien bonitos, Vous et Moi, con Django tomando el violín al principio y al final; Distraction; Blues en Mineur, de nuevo con Django al violín y a la guitarra; y Studio 24.
Y entonces se metió en estudio para grabar con la orquesta de Fud Candrix, con la rítmica del Quinteto del Hot Club de Francia. Ojo a estas orquestas belgas. Como les dirá el Cifu, tenían fama en la época, mejor incluso que las francesas, y por lo escuchado, la merecían. Lo grabado es Place de Brouckère; Seul Ce Soir; Mixture; y Bei Dir War Es Immer So Schön, y en todas ellas Django está en una forma excelente. A sus anchas, adoptando el papel de solista, pero sin poderse contener en cuanto a las diabluras de acompañamiento. Y siempre, siempre, con alguna sorpresa en el tema, un acorde inesperado y placentero, unas notas que acentúan un pasaje...
Con la orquesta de Stan Brenners, que además de una formación habitual de big band incluye cuatro violines, gracias al cielo discretísimos y eficaces, escucharemos Divine Beguine, que no es otra que Begin the Beguine con el título cambiado por motivos de censura nazi; Nuages, una de las mejores versiones grabadas jamas por Django; Djangologie, con un arreglo para orquesta que la hace muy original; y Eclats de Cuivre.
Una sesión de música tan genial como siempre en manos del mejor guitarrista de jazz clásico, y una para disfrutar intensamente. Presten atención, como siempre, a los comentarios del Cifu. Instructivos y amenos. 



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Corto Viaje al Hogar, de Francis Scott Fitzgerald

Scott Fitzgerald, el representante máximo de la Generación Perdida, nos trae un cuento sobrenatural. Bien, muy levemente sobrenatural, tanto que casi puede pasar por un cuento realista.
Se trata de uno de los relatos centrados en el ambiente que Fitzgerald mejor conocía. Unos jóvenes universitarios están esperando a Ellen, la beldad de la facultad, para ir a una fiesta, pero Ellen se retrasa. De hecho, se escapa por la puerta de atrás de donde vive, y los jóvenes intentan seguirla, pero en vano. Sin embargo, tienen un golpe de suerte y la encuentra saliendo de un automóvil. Su acompañante es Joe Varland, alguien malcarado, cínico, provocador y violento.
El caso es que Ellen parece estar completamente fascinada por este individuo, y el narrador, Jack, tiene la intuición de que algo diabólico hay en ese hombre, algo entre vampírico e hipnótico, y que tiene que hacer todo lo posible para que esa ligazón se rompa y Ellen quede libre.
Donde Fitzgerald se mostraba grandioso en su escritura era en su manejo de las emociones, y este relato no es una excepción. Jack tiene un variado conjunto de sentimientos con respecto a lo que está sucediendo, y además es una persona perceptiva, capaz de leer en las expresiones de los demás. En eso y en la fuerza de la ambientación, el relato se sostiene, hasta llegar a un final teóricamente feliz, pero que deja la insinuación de que Varland, o por lo menos su intención de predador, puede no haber desaparecido del todo del mundo de Ellen. Una insinuación inquietante, sobre todo proveniendo de quien proviene.

(A Short Trip Home)
En Cuentos que Mi Madre Nunca Me Contó
Ed. Bruguera, col. Libro Ameno
Barcelona, 19792 [1927]

Texto en inglés de A Short Trip Home