La Pequeña Ciudad Donde se Detuvo el Tiempo, de Bohumil Hrabal

Nos reencontramos con una de las típicas historias de Hrabal, enormemente vitalistas, llenas de humor y de una ternura para con sus personajes que las vuelven cercanas al lector.
Es un modelo narrativo que repite una y otra vez, pero que jamás cansa; su secreto es que Hrabal consigue crear personajes que son más grandes que la vida pero, a la vez, están tan arraigados en la cotidianeidad que se nos hacen creíbles y reconocibles de inmediato y, porqué no decirlo, envidiables en su filosofía vital.
En este caso, el personaje en cuestión es el tío Pepin, contador de historias autobiográficas increíbles (y que, en el fondo, nadie cree, aunque casi todos disfruten con ellas), visitador, animador y héroe de las barras americanas y los bares de la ciudad, gran seductor tocado con su gorra naval blanca y dorada, dispuesto siempre a bailar y a dar lecciones de higiene sexual extemporáneas pero narradas con gracia tal que se convierten en relatos literarios. Contrapuesto a su hermano, director de la fábrica de cerveza, cuya máxima pasión es la desmontar y volver a montar todo vehículo a motor que pueda adquirir, y al que la vida despreocupada de su hermano lleva a mal traer.
Y la ciudad donde se detiene el tiempo es donde viven estos personajes principales y todo el coro de vecinos y familiares que los contemplan. Una ciudad donde no pasa el tiempo porque, lleguen o se vayan los nazis y se imponga o no el sistema soviético, intenta seguir con su vida cotidiana, aparte de grandes ideologías, gestas y tragedias, en una aspiración a normalidad y tranquilidad que no siempre son posibles.
hay quien se sorprende de que, tras todo el vitalismo expresado por Hrabal en sus obras, sus finales sean trágicos o descorazonadores. Es la diferencia entre ser un narrador inteligente o idiota o, si quieren, entre ser perceptivo o cegarse a sí mismo con un falso optimismo. La vida, como sabía muy bien Hrabal, es dura, es cruel. Al fin y al cabo, todas las vidas acaban en la muerte, y en muy pocas ocasiones ésta es placentera, o justa, u oportuna. Pero Hrabal sabe también que preocuparse por cómo, cuándo y dónde se va a morir es emplear un tiempo precioso de vida en saber lo que es incognoscible y perder ese tiempo que uno podría emplear en gozar de la vida, en su forma más sencilla o más sublime, que ambas tienen su valor y sus recompensas.
¿Y cómo se convierte eso en literatura? La respuesta la proporciona el mismo Hrabal cuando dice, por boca del narrador: «yo sabía que a Dios la verdad le importaba tres pepinos; a Dios le gustan los locos y los lunáticos y aquellos a los que les falta un tornillo y los entusiastas, personas como mi tío Pepin, Dios admira las mentiras repetidas con fe, las mentiras entusiastas le resultan más agradables que una verdad razonable, sosa y aburrida.» Mentiras que, además, son bellas cuando las escribe Bohumil Hrabal, añado.

(Městečko, kde se Zastavil Čas)
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Barcelona, 2013 [1978]
Trad. de Monika Zgustova

Portada y sinopsis


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