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El Honor de los Prizzi, de John Huston

SESIÓN MATINAL 

(Prizzi's Honor); 1985

Director: John Huston; Guión: Richard Condon, Janet Roach, basado en la novela de Richard Condon; Intérpretes: Jack Nicholson (Charley Partanna), Kathleen Turner (Irene Walker), Robert Loggia (Eduardo Prizzi), William Hickey (Don Corrado Prizzi), John Randolph (Angelo "Pop" Partanna), Anjelica Huston (Maerose Prizzi); Dir. de fotografía: Andrzej Bartkowiak; Música: Alex North; Diseño de producción: Dennis Washington; Montaje: Rudi Fehr, Kaja Fehr.

Película desordenada, embrollada, difícil de seguir... El Honor de los Prizzi es eso y más, puesto que, además, tiene un metraje excesivo. No sabemos cuál es la explicación para que una película que tenía todos los elementos para salir bien fracase en su planteamiento. Tal vez la sombra de El Padrino era demasiado alargada. El caso es que hay una sensación generalizada de que hubo poca implicación por buena parte del equipo de rodaje. Incluso el habitualmente espléndido Alex North emplea música popular y, cuando compone música incidental, recuerda muy sospechosamente al Bernard Herrmann de Con la Muerte en los Talones.
Entonces, ¿por qué traerla aquí? Porque no todo es malo en esta película. Y porque vale la pena intentar seguir su argumento sólo para contemplar un trío de actuaciones magníficas, las de Jack Nicholson, Kathleen Turner y Anjelica Huston, unas interpretaciones que salvan del marasmo todo el filme y que llegan la pantalla de intensidad. Y cuando unos actores consiguen que, a pesar de todos los defectos, no tengas más remedio que contemplarlos, entonces estamos hablando de arte. Aunque sea en medio de una película, no mala, pero sí fallida.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Thelonious Monk Abril 1957

De nuevo siguiendo la discografía del genio de la armonía, el sin par Thelonious Monk. Seguiremos escuchando las piezas que, a piano solo, grabó en 1957, All Alone y una toma alternativa de Functional, ambas muy pensativas, por supuesto personalísimas, y a un ritmo lento que permite que Monk se explaye en sus combinaciones armónicas.
Luego vendrá una sesión en la que Monk intervino, juanto a Sonny Rollins al saxo tenor, Jay jay Johnson al trombón, Paul Chambers al contrabajo y Art Blakey a la batería. Por supuesto esta nómina de grandes es tal que el resultado es espectacular. Misterioso, con alternancia al piano con Horace Silver, muestra a un Blakey haciendo una versión totalmente nueva del acompañamiento rítmico. Y una enérgica entrada e interpretación de Sonny Rollins. Reflections, en la que no está Jay Jay, es otra pequeña obra maestra.
Sigue una interpretación por el recién formado cuarteto de Monk, aunque esta vez a trío, Monk's Mood. Y quienes componen ese trío son ni más ni menos que John Coltrane, que está magistral, y Wilbur Ware al contrabajo. Y finaliza el programa escuchando una parte de una grabación de Monk... como Jazz Messenger. Pero eso lo comentaremos en el próximo programa dedicado a Monk.
Atentos como siempre a los comentarios del Cifu, y que disfruten de la música de un genio acompañado de sus pares en el jazz.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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Galloping Foxley, de Roald Dahl

Cada uno de los relatos inesperados de Roald Dahl es una sorpresa en sí mismo. Leídos en su conjunto, la sorpresa se multiplica exponencialmente, porque la variedad es tal que, predispuesto el lector a esperar algo similar por el cuento anterior, el que se inicia va por un camino tan diferente (y efectivo) que su efecto se multiplica.
Galloping Foxley es un relato en apariencia inocente, que encuentra su significación en el final, convirtiéndolo en otra cosa, en una pesadilla para el narrador y en una humorada cruel por parte del lector. Pueden ustedes leer el relato en los enlaces al pie de esta entrada; lo que sigue puede llegar a descubrir demasiadas cosas sobre el argumento, de manera que yo de ustedes volvería aquí después de leído el cuento. Están avisados.
William Perkins, quien narra, es un abogado de éxito típicamente inglés. Él mismo describe sus hábitos regulares, mantenidos a lo largo de los años. Tan regulares que se han convertido en idiosincráticos. Es "su" estación de tren, "su" andén, "sus" compañeros de viaje, "su" compartimento. hasta que un día en el andén aparece un personaje que instintivamente se le hace odioso. Atractivo, demasiado para su gusto. Vestido con elegancia, pero una elegancia ostentosa. Y tal vez ese disgusto se incrementa por cierta familiaridad que detecta en el individuo. Hasta que finalmente cae en la cuenta. Se trata de Bruce "Galloping" Foxley, el prefecto de su sala de estudios cuando Perkins tenía doce años; y en calidad de prefecto, tenía derecho de baja justicia sobre todos los estudiantes a su cargo.
Perkins recuerda las humillaciones, los bastonazos, las incontables vejaciones que Foxley le infligió (lo cual también nos dice algo sobre el sistema educativo del internado británico). Y ahora, cuando él ha triunfado y se halla a salvo del despotismo de Foxley, lo tiene ante sí, lo tendrá ante sí día tras día. A su merced. Libre para contar en voz alta sus insoportables cualidades a sus compañeros de viaje, reforzando el vacío que éstos ya le hacen y convirtiendo el trayecto diario de Foxley en una humillación que tenga que soportar o bien tenga que escapar de ella, dejando de nuevo "su" tren sin profanar, no sin antes haber recibido una parte de lo que merece. De modo que, para sorpresa de sus compañeros de viaje, que desaprueban toda relación con el intruso, Perkins se inclina para presentarse a Foxley...
Y ahí surge el final de la historia, demoledor, de un humor negro inigualado por sus implicaciones, un final tan bien preparado por la narración que lo ha precedido que es insuperable. Un final que hace que toda una continuación de la historia surja en la mente del lector.
Porque ésta es otra de las virtudes de Dahl. Sus relatos entran en una complicidad tal con los lectores que el autor sabe perfectamente que puede contar con ellos para culminar su obra. Es una rara virtud, que pocos escritores poseen y que Roald Dahl consiguió una y otra vez, en una maestría argumental y una mesura narrativa que hacen de estos relatos algo único.

(Galloping Foxley)
En Cuentos de los Inesperado
Ed. Argos Vergara
Barcelona, 1981 [1953]

Existe reedición en Editorial Anagrama

Texto en castellano de Galloping Foxley
Texto en inglés de Galloping Foxley

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El Hombre Hueco, de Thomas Burke

Un cuento único, en efecto; y también un relato muy extraño, empezando por su narrador omnisciente, extremadamente frío, distante, lo cual transmite una sensación de irrealidad a toda la narración. Y siguiendo por la descripción, ya anticipada por el título, de un hombre feérico («Tenía largas las piernas, pero caminaba con ese paso corto y medroso de los ciegos, aunque no era ciego. Sus ojos, bien abiertos, miraban fijamente al frente, pero no parecía ver ni oír cosa alguna. [...] Caminaba como si no fuera a ningún sitio en concreto, y, sin embargo, al llegar a esta o aquella esquina torcía sin dudarlo.»)
El relato completo lo pueden leer en los enlaces al pie de esta reseña. Si lo hacen comprenderán que se trata de un relato de terror, pero extremadamente frío, poco espectacular, que fuunciona más por sus implicaciones que por sus efectos. Y sin embargo, esta idea del muerto asesinado que, resucitado, vuelve a buscar a su asesino para ni él mismo sabe bien qué, es enormemente potente, y muy avanzada en su época.
Y la descripción de la decadencia de Sinnombre, su asesino hace muchos años, y la ruina progresiva de su restaurante, en el que el hombre hueco se instala, sin dormir jamás, en apariencia por toda la eternidad, como una especie de castigo o de recordatorio del crimen, tiene más de simbólico y psicológico que no de los usos habituales de la literatura de zombies, porque en definitiva, y aunque elegante y estilizado, esto es este relato.
Burke no fue hombre de una sola obra. Conocía muy bien el Londres de su época, y escribió sobre él con acierto y popularidad; curiosamente también, pareció especializarse en la comunidad china, y una de sus historias inspiró la película de David Wark Griffith Lirios Rotos. Sin embargo, poco o nada de su obra pervive hoy. Pero, si alcanza en algún punto la intensidad y frío desapego de este El Hombre Hueco, sin duda sería alguien a recuperar.

(The Hollow Man)
En Cuentos Únicos
Ed. Siruela, col. El Ojo sin Párpado
Madrid, 1989 [1933]

Texto en castellano de El Hombre Hueco
Texto en inglés de The Hollow Man

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Puertas Abiertas, de Ian Rankin

Jubilado literariamente el inspector Rebus (al que se rinde homenaje y mención en este texto), Ian Rankin decide en esta novela emprender la senda del crimen, en uno de esos golpes perfectos que, por alguna circunstancia, fracasan.
Mike Mackenzie, que tiene treinta años y se aburre de forma soberana, conoce por casualidad a un mafioso local. Esto le pone en el punto de mira de la policía de Edimburgo, que se pregunta qué pueden estar tramando un tipo más bien basal y el respetado Mackenzie. Pero este encuentro fortuito también hace surgir en Mike una idea. Todos esos cuadros sin exponer, pequeñas obras maestras, que se guardan en los almacenes de la National Gallery of Scotland y que nadie ve, o cuando son vistos son pasados por alto como "menores", merecerían una vida mejor. Por ejemplo, ser colgados en su casa, y recibir atención, cuidados y, sobre todo, cariño.
Mike posee el dinero, Robert Gissin es el especialista en arte, Allan Cruickshank es el colaborador necesario y Chib Calloway tiene los criminales y armas necesarios para dar el golpe. Que consistiría en aprovechar el día de puertas abiertas de los museos de Edimburgo, robar unos cuadros seleccionados previamente, simular el fracaso del robo y dejar a la vista unas reproducciones realizadas cuidadosamente por un artista local. Claro está que no hay que subestimar nunca a los artistas, impelidos casi por necesidad a dar un toque propio a sus obras, aunque sean copias de otras. Ni tampoco hay que subestimar el poder de la codicia.
El género de los atracos perfectos que resultan imperfectos siempre ha sido popular, sobre todo en el cine, pero Rankin no es escritor que se limite a la mera intriga.
Aprovecha, como siempre en sus novelas, para dar un repaso a la sociedad escocesa, a sus bajos fondos en gran parte surgidos de la pobreza, a la autonomía limitada de Escocia con las contradicciones que eso conlleva, su sociedad bienestante, ni cola de león ni cabeza de ratón, sus pretensiones y sus carencias. En suma, todos los contrastes que tiene un país de larga historia y poco dinero, de enorme riqueza patrimonial y duras condiciones económicas y sociales.
Todo ello en el estilo habitual de su autor, duro, cínico, perspicaz, irónico y ágil, un estilo marca de la casa que hace que el lector, aunque conservando la añoranza del problemático Rebus, descubra que Ian Rankin, por fortuna, sigue vivo y bien situado en la narrativa negra contemporánea.

(Doors Open)
RBA Libros, col. Serie Negra
Barcelona, 2009 [2008]

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Espartaco, de Stanley Kubrick

SESIÓN MATINAL

(Spartacus); 1960

Director: Stanley Kubrick; Guión: Dalton Trumbo, basado en la novela de Howard Fast; Intérpretes: Kirk Douglas (Espartaco), Laurence Olivier (Craso), Charles Laughton (Graco), Tony Curtis (Antonino), Jean Simmons (Varinia), Peter Ustinov (Batiato), John Gavin (Julio César), Nina Foch (Helena Glabro), Herbert Lom (Tigranes Levantus), John Ireland (Crixo), John Dall (Marco Publio Glabro), Charles McGraw (Marcelo), Woody Strode (Draba); Dir. de fotografía: Russell Metty; Música: Alex North; Diseño de producción: Alexander Golitzen; Montaje: Robert Lawrence.

Si nos situamos en la época de su estreno, la de las grandes salas, reconozcamos que el espectáculo era inmenso: Entrando en la sala, se escuchaba la espléndida música de Alex North. Apenas empezaba la película, con la misma música, desfilaban por la pantalla (una pantalla grande, enorme, diríamos) unos títulos de crédito obra de Saul Bass tan magistrales como acostumbraba. Y entonces nos trasladábamos a una cantera en donde un sutil movimiento de cámara nos presentaba a Espartaco. Unas escenas iniciales que eran obra de Anthony Mann, por cierto.
Aunque Stanley Kubrick es el autor (al fin y al cabo, Mann sólo estuvo en el rodaje una semana), y se nota su mano, Espartaco es quizá la menos kubrickiana de sus películas. De hecho, más podemos hablar de película de productor, como las que acostumbraba a realizar David O. Selznick. En este caso, el productor era Kirk Douglas, que utilizaba los recursos de la Universal. Acababa de rodar con Kubrick Senderos de Gloria, e insistió mucho en que el director que deseaba el británico, pese a que Mann era un director más que solvente. Finalmente lo consiguió, pero el desmesurado control que pretendía ejercer Douglas sobre la producción pronto envenenó la relación.
Sin embargo, el cine, cuando hay genio, lo soporta casi todo. Espartaco, con su metraje de tres horas, sigue siendo una película cuyo ritmo interno es impecable. Douglas quiso y consiguió los mejores actores de su tiempo, casi todos británicos, y éstos estuvieron a la altura, aunque en algunos casos sólo fuera para no dejarse comer por el oponente, como en el caso de Olivier y Laughton. También fue valiente en la elección del guionista, Dalton Trumbo, entonces en la lista negra; ni siquiera quiso que firmara con seudónimo, sino con su nombre completo. El presidente Kennedy fue a ver las películas y atravesó los piquetes de protesta, con lo que dio un espaldarazo al film (y un golpe a la lista negra de McCarthy).
Y es que de eso va la película. Más allá de la nota histórica que representó la guerra servil de Espartaco, su figura y cómo se representa en el filme es un canto y dar valor a la libertad. Sin libertad no se es nada. Un hombre teme a la muerte cuando es libre, pero cuando es esclavo no puede temerla, porque es el fin de sus sufrimientos. Todo ello está en la película, que es ciertamente un espectáculo, pero también una lección de cine, de compromiso y de cómo las ideas pueden transmitirse sin necesidad de aburrir.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Dexter Gordon en el Montmartre de Copenhague 20 Agosto 1964

De nuevo tengo el inmenso placer de reencontrarles con el gran maestro del saxo tenor bop y la excepcional rítmica que le acompañaba en esas actuaciones en el club Montmartre de Copenhague: nuestro (y gran) pianista Tete Montoliu, el excepcional contrabajo Niels Henning Ørsted Pedersen y el estupendo batería Alex Riel.
A estas alturas, hablar de Dexter es superfluo. Su música se expresa mejor que cualquier comentario, de modo que escuchen, en primer lugar, un Billie's Bounce magnífico, seguido de un Satin Doll en el que podrán comprobar que Dexter tenía una prodigiosa inventiva musical que sabía articular en un discurso completamente coherente; y en el que hay un genial solo de Niels. Y finalizaremos, puesto que son temas largos, con Soul Sister, donde además del lucimiento habitual de Dexter Gordon, escucharán un estupendo solo de Tete y de nuevo a Niels tocando el contrabajo como sólo los grandes pueden hacerlo.
Atentos a los comentarios del Cifu, como siempre, y que disfruten.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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Good Lady Ducayne, de Mary Elizabeth Braddon

Bienvenidos a la más pura literatura popular victoriana. Braddon, autora prolífica y que se recuerda principalmente por su novela El Secreto de Lady Audley, tal vez no tenía un estilo demasiado remarcable, pero cuando alguien como William Makepiece Thackeray declaró que "si tuviera el don para la trama de la señorita Braddon, yo sería el más grande autor de la lengua inglesa", quiere decir que sus obras no son precisamente desdeñables.
El relato lo pueden leer en los enlaces al pie de esta reseña. Si lo hacen, verán lo que les decía sobre las características victorianas: unas diferencias de clase bien marcadas, una historia de redención social (muy supeditada al matrimonio, algo también típico), una protagonista femenina desvalida y una moral rígida y con energías para hacer que sea inamovible en su derecho universal de justicia. Y, por supuesto... una historia de fantasmas. Aunque en este caso el protagonista no sea un fantasma, sino un vampiro, aunque ciertamente no uno sobrenatural.
Es curioso observar los elementos de esta historia vampírica y comprobar cómo Bram Stoker (que no publicaría Drácula hasta 1897) que al parecer había leído todo lo legible sobre vampiros, los emplea: el semisueño placentero pero inquietante del ataque, un amago de cazavampiros; el cortejo que rodea al monstruo; los elementos señoriales que lo envuelven...
Si bien el final es ciertamente anticlimático y hasta decepcionante, la atmósfera creada por M. E. Braddon es una que anticipa muy correctamente todas las convenciones del género que Stoker plasmaría en su novela sobre el conde transilvano. Y como tal antecedente, Buena Lady Ducayne es un relato que merece la pena ser leído.

En The Penguin Book of Vampire Stories
Penguin, col. Fiction
Londres, 1987 [1896]
Ed. de Alan Ryan

Texto en inglés de Good Lady Ducayne
Texto en castellano de La Buena Lady Ducayne, en el blog El Espejo Gótico

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Merienda de Negros, de Evelyn Waugh

Es posible que ésta sea una de las novelas más divertidas jamás escritas. Lo que es seguro es que el díptico que forman Merienda de Negros (Black Mischief) junto a su hermana ¡Noticia Bomba! (Scoop) es probablemente la mejor serie de humor de la literatura universal.
Desde luego, cuando una novela se inicia con las palabras «Nos, Seth, emperador de Azania, jefe de los jefes de los sakuyus, señor de Wanda y tirano de los mares, licenciado en letras por la Universidad de Oxford [...]», está declarando una intención satírica más que evidente. Y el objeto de esta sátira es el colonialismo en todas sus formas.
La novela se abre con la incertidumbre del resultado de una guerra por el poder en Azania (un país imaginario compuesto de varias características y paisajes propios del África Oriental); Seth, el emperador, dicta cartas confiadamente mientras a su alrededor todos huyen del ejército que se aproxima a la ciudad, y que puede ser el de su rebelde padre o el del general Connolly, expolicía en Irlanda, expolicía en Sudáfrica y expolicía en las Reservas de Caza de Kenia antes de alistarse como generalísimo de Azania. Seth es un decidido partidario del progreso («Reverso [de la medalla]: la figura del Progreso. En una mano tiene un aeroplano; en la otra, algún pequeño objeto que simbolice una educación avanzada. Más tarde le daré los detalles. Ya me vendrá la idea..., un teléfono podría valer..., ya veremos.»), aunque no parece tener muy claras las prioridades para el progreso de su país. Por allí aparece Basil, un inglés lechuguino y tarambana que será nombrado Alto Comisario para la Modernización, provocando más caos que otra cosa. Estos personajes, junto a los desquiciados enviados de las grandes potencias (diplomáticos de ínfima categoría, o desechos de la diplomacia), ansiosos de hacer figurar su nombre en los despachos de las metrópolis (o por mera ignorancia de dónde están viviendo), prácticamente provocarán un follón tan enorme como para hacer de Azania un problema internacional. Y cuyas consecuencias, en la más pura tradición del humor inglés, serán imprevisibles.
Quien tenga la tentación de pensar que esta novela es un mero chiste sobre los "pobres negritos" hará bien en desechar con rapidez esa conclusión. Waugh satiriza absolutamente todo, desde el colonialismo más acérrimo y el paternalismo de las metrópolis hasta la idea de falso progreso imbuida por los blancos en los países africanos (una mera extensión de la política de dependencia, y muchas veces expolio, de las colonias). Critica el aventurerismo inglés, los alambicamientos diplomáticos (y su reverso, la tendencia a considerar que esos pobres países son cementerios de diplomáticos de los que de otra manera sería imposible deshacerse). Critica la pasividad con la que muchos africanos aceptaron una idea de civilización imposible, y que los convertía en meras caricaturas de europeos. En definitiva, critica la rigidez mental colonial, que hacía imposible toda comprensión de los colonizados y que no veía más allá del beneficio inmediato.
Un texto como este, «Proclamó la abolición de la esclavitud y fue cálidamente aplaudido por la Prensa europea; la ley se expuso de forma destacada en toda la capital, en inglés, francés e italiano, para que todos los extranjeros pudiesen leerla; jamás se promulgó en las provincias ni se tradujo a ninguna de las lenguas nativas; el antiguo sistema continuó en vigor sin trabas, pero se había evitado la intervención europea.» puede parecer sardónico, pero tiene un sonido tal a realidad que su exposición humorística no hace sino elevar el tono de la crítica.
Evelyn Waugh, delicado autor de obras como Retorno a Brideshead, parece otro en sus novelas humorísticas, hasta que uno cae en la cuenta de la exquisita estructuración, la perfección argumental y el profundo y sabio uso del lenguaje. Entonces se descubre que el excelente narrador Waugh lo era en todas sus vertientes. Si se tiene en cuenta que el humor es un género poco cultivado (y difícil), esto hace de Evelyn Waugh una de sus grandes figuras, que ha provocado imitaciones pero a la que nadie ha desbancado jamás.

(Black Mischief)
Ed. Anagrama, col. Panorama de narrativas
Barcelona, 19852 [1932]
Trad. de Juan García Puente

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El Tango de la Guardia Vieja, de Arturo Pérez-Reverte

FIRMA INVITADA: Susana Rizo

Reflexiones en torno a El Tango
La última novela de Arturo Pérez-Reverte nace en un barco con un tango y muere cuarenta años más tarde en tierra firme, en el otro lado del mundo, con una partida de ajedrez.
El Tango de la Guardia Vieja cuenta la peculiar historia de amor que viven un hombre y una mujer que casualmente ‘coinciden sobre la Tierra’ ─como reza la cita de Joseph Conrad que encabeza la novela─ a lo largo de tres momentos del siglo XX (años 20, 30 y 60) en cuatro escenarios distintos: un barco (el Cap Polonio), Buenos Aires, Niza y Sorrento.
Calificar de "peculiar" su relación no se debe tanto a que él sea un pirata y un ladrón de guante blanco y ella, una dama de alta cuna, sino a que él es un digno caballero ─aunque se apropie de cuanto no es suyo, sean palabras u objetos─ y a que ella posee una impecable presencia que no es óbice para que explore sus límites físicos y abra puertas a lo que el narrador ha convenido en llamar “lugares impropios”.
Ella tiene una apariencia real bajo la cual esconde secretos. Y él, una apariencia robada bajo la cual también esconde sus secretos. Se conocen bailando en los elegantes salones del Cap Polonio, en el transcurso del viaje que ella, Mercedes Inzunza (Mecha), y su marido, el famoso compositor Armando de Troeye, hacen con la finalidad de encontrar en Buenos Aires inspiración para componer un tango. No uno cualquiera: El Tango que da nombre a la novela. A partir de ese momento nuestro protagonista masculino, el bailarín mundano Max Costa, se convierte en el anzuelo, en el “catalizador” del matrimonio De Troeye para adentrarse en los orígenes del tango, en los lugares peligrosos y marginales donde nació esta música.
Mecha y Max se reencuentran casualmente 10 años después en Niza, donde él se ve involuntariamente envuelto en un asunto relacionado con el espionaje, siendo la guerra civil española y el ambiente prebélico en Europa el telón de fondo que condiciona el segundo movimiento de este tango.
Treinta años después, y de nuevo de forma casual, ambos vuelven a verse, esta vez  en Sorrento, donde se celebra un campeonato de ajedrez, tercer movimiento, y final, de este tango. 
Los encuentros casuales van madurando esta historia entre Max y Mecha, y los acontecimientos se aceleran de una forma extraordinaria y frenética, mezclando de una forma audaz y técnicamente perfecta los tres tiempos en que se mueve la obra, que dejan literalmente enganchado al lector a la novela. Cada vez más rápido. Perfectamente sincronizado, hasta solaparse del todo, siendo el tango el punto de encuentro y desencuentro.

Nuevo estilo
Arturo Pérez-Reverte se consolidó como un gran escritor hace mucho. Desde aquel impactante e inolvidable Territorio Comanche que nos convirtió a muchos en seguidores de su obra. Revertianos. Y tiene en su haber unas cuantas obras que considero maestras. Tan sólo por nombrar cuatro, la citada Territorio Comanche, la saga de Alatriste, El Maestro de Esgrima o La Carta Esférica (por la cual guardo una gran estima personal). En su vigésimo novena novela, el escritor cartagenero se nos descubre más maduro, con ganas de explorar un nuevo terreno en el que la mujer va a tener mucho que ver. Una mujer inteligente y serena que, al igual que sucedía con Tánger Soto en La Carta Esférica, posee algunos secretos, lugares donde nadie ha entrado. Según Reverte, el hombre que gana su mirada puede dar por satisfecha su propia vida, pues ya habrá valido la pena.
Con El Tango de la Guardia Vieja, Arturo Pérez-Reverte deja atrás conflictos bélicos, que aquí son sólo telón de fondo. Los enigmas y los asuntos de espionaje son la excusa para hacer que coincidan estos dos seres cuyo tango se interrumpe dos veces por circunstancias adversas, y otra por capricho.
Pero el autor no sólo penetra en una relación pasional entre un hombre y una mujer, terreno al que no nos tenía acostumbrados, sino que también nos enseña y presenta de forma impecable un mundo perdido que agoniza en el mismo libro conforme éste avanza. Maneras, elegancia y códigos que se tenían, fueras soldado, marqués o ladrón. Se trata de una ambiciosa construcción para recrear y recuperar ese mundo a través de infinidad de detalles. Una auténtica obra de orfebrería barroca con un trabajo ingente detrás, preciosista e impecable. Todos esos detalles van creando imágenes, de manera que es posible visualizarlo. Y escucharlo, pues es un mundo que tiene su propia banda sonora. Retrocede también en el lenguaje. No hay una sola palabra fuera de sitio, de su contexto. El cinematógrafo, por citar un ejemplo, se llama cinematógrafo.

No sólo una historia de amor
En El Tango de la Guardia Vieja la narración atrapa, la técnica perfecta de Pérez-Reverte para crear ambientación, los diálogos, las tramas hacen que la lectura se vuelva frenética a ratos, especialmente hacia la mitad de la novela, con el asunto en Niza con esos peligrosos espías rondando a Max (el personaje de Mostaza pone la carne de gallina) y hacia el final, con la no menos apasionante partida de ajedrez en Sorrento.
Pero tengo un problema. Y no sé cómo explicarlo. Yo volvería a leer El Tango de la Guardia Vieja porque sin duda es una de las novelas que más me han gustado de Arturo Pérez-Reverte. El engranaje en su conjunto me parece perfecto, pero el tema central de la obra, que es la historia de amor entre Max y Mecha, desde mi punto de vista subjetivo se ha quedado a medio camino y no he conseguido creérmelo, salvo al final. Demasiados quiebros. Demasiadas paradas. Su tango es amargo. Esta es más bien una historia de desamor que, de tan imposible, no sucede. O si sucede, he tenido la poca fortuna de no haberlo sabido ver. Su historia de amor, en cualquier caso, no concuerda con la que yo me había imaginado. No se buscan, se encuentran por casualidad dos veces más en su vida tras su primer encuentro, aquel en que ella le concede el honor de cederle su espacio y de mirarle. Ambos funcionan bien por separado, lo cual me lleva a pensar que esta historia fragmentada en tres encuentros casuales es la única que podían haber tenido. Si hubieran seguido juntos hubieran perdido lo que tuvieron. En el fondo, no son tan diferentes. Se mueven en terrenos peligrosos cuando lo desean aunque sus motivos sean diferentes. La frialdad de Mecha y su actitud aparentemente displicente, lejos de atraerme me han provocado cierta distancia. Me faltan aristas en este personaje, niveles de profundidad para poder llegar a la verdad, entrar en la mirada de Mecha. Me parece menos terrenal que Teresa Mendoza (La Reina del Sur), o Lolita Palma (El Asedio). En cierto modo me recuerda a Tánger Soto (La Carta Esférica) por el hermetismo. Aunque en Tánger su lado oscuro es peligroso porque en su ambición puede arrasar con todo, y en Mecha va por otros derroteros. Le gusta experimentar con su cuerpo. Con Max no me ha costado tanto acercarme. Además, casi siempre tengo su punto de vista y eso me ha ayudado a ver mejor a través de sus ojos. Es un tipo que ha sabido desenvolverse con soltura por el mundo usando sus armas. Un amante de la aventura que al final de su recorrido asume con honestidad las cartas menos afortunadas que le reparten.
Gracias a Max he podido ver a Mecha de otra manera, pues él es el único que creo que es capaz de poner su mundo del revés. Personalmente me han despistado esas apariencias tan trabajadas en las que se basan justamente sus papeles en los mundos en los que viven. Asumo que son muy importantes. Pero aunque la novela me ha atrapado como pocas, yo buscaba un estremecimiento con la pareja de baile que no ha terminado de llegar, con la excepción de su tercer reencuentro, cuando envejecen: es ahí cuando afortunadamente esa distancia se fue acortando. Lo que no terminaba de funcionar lo salvan esos gestos finales, como cuando él se lleva el pañuelo de ella, o el hecho de que la última aventura de Max se la dedique a ella, y no a él mismo. En mi opinión ahí está el retrato más brillante y franco de ambos. Al cabo, ella, a pesar de su casi etérea presencia, se derrumba ante la presencia de ese hombre. Su pareja de baile. Es más, diría que en un momento ella parece necesitarle más que él a ella. Bailaron un tango, qué duda cabe, tal vez desacompasado por los tiempos y las circunstancias. Es cuando empiezan a rebajar la intensidad de su baile cuando se dan cuenta de que lo fue, o mejor dicho, de que pudo haber sido.
Lanzo una pregunta ¿Por qué ellas siempre acaban pidiendo misiones suicidas a sus hombres?

El inclemente e inmisericorde. Perder la luz. Perder la sombra.
El paso del tiempo. Este es, a mi parecer, otro de los grandes temas de El Tango de la Guardia Vieja. Una vez escuché al maestro Reverte pronunciar estas palabras “Creo que es algo grande que a los 61 años aún tenga ganas de seguir, de hacer un nuevo asalto y recorrer nuevos caminos literarios”…“Sólo se es joven antes de entrar en combate; después, ya has envejecido”. Y sin embargo a veces existe la posibilidad de emprender un nuevo asalto, iniciar por azares de la vida y el destino una nueva aventura que le devuelva a uno la sombra.. “Camina ligero, desenvuelto. Con el mismo paso elástico y seguro de años atrás, cuando el mundo era todavía una ventura peligrosa y fascinante: un desafío continúo a su temple, astucia e inteligencia”. Me aventuraré a decir que es el propio Reverte el que ha experimentado esta sensación al escribir El Tango de la Guardia Vieja.
La novela evoluciona en el tiempo, y uno de sus principales atractivos es ver cómo cambian los dos personajes, Max y Mecha, a lo largo de todos esos años. De una juventud temeraria, a una madurez calmada, no exenta de ciertos reproches y añoranzas de lo que ambos fueron: “Todavía se encuentra ocupado rebelándose en sus adentros contra la desmesurada injusticia de orden físico. De ningún modo, concluye con furia impotente. Alguien debería responder de semejante desconsideración. De tan intolerable atropello.”
El tango que bailan Max y Mecha no es sólo un baile, es una manera de moverse por el mundo, asumiendo eso tan revertiano que son “las reglas del juego”. Aquí no hay término medio. O bailas, o contemplas. Asumir dichas reglas es también comprender que ese tango tiene un final, y que no siempre se será joven. Max y Mecha maduran y envejecen a lo largo de los años en que dura su baile. Cuanto perdieron y ganaron está ahí, en esa mirada final. Aceptarlo con naturalidad y serenidad es haber ganado la partida. No en vano el nombre del Tango que compuso Armando de Troeye es De la Guardia Vieja.
Esas manchas en el dorso de las manos a las que el autor se refiere en varias ocasiones cuando describe a la pareja adulta. Las arrugas. Y los achaques, que lo cambian casi todo, pero otorgan para compensar una cierta placidez, especialmente cuando se han hecho los viajes que se quería hacer. Siempre quedarán trenes que se perdieron. Pero una vida quizá no es, al cabo, lo que pudo haber sido, sino lo que fue. Y el deseo de aquello no vivido quizá es lo que enriquece lo que sí se ha vivido.

Ed. Alfaguara
Madrid, 2012 [2012]

Portada y sinopsis

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Solo Ante el Peligro, de Fred Zinnemann

SESIÓN MATINAL 

(High Noon); 1952

Director: Fred Zinnemann; Guión: Carl Foreman, basado en el relato The Tin Star, de John W. Cunningham; Intérpretes: Gary Cooper (Marshal Will Kane), Grace Kelly (Amy Fowler Kane), Thomas Mitchell (Alcalde Jonas Henderson), Lloyd Bridges (Ayudante del del marshal Harvey Pell), Katy Jurado (Helen Ramírez), Otto Kruger (Juez Percy Mettrick), Lon Chaney Jr (Martin Howe), Henry Morgan (Sam Fuller); Dir. de fotografía: Floyd Crosby; Música: Dimitri Tiomkin; Cantante: Tex Ritter; Montaje: Elmo Williams, Harry Gerstad.

Esta obra maestra, que hoy vemos como lo más natural del mundo (aunque conservando toda su tensión original) fue sin embargo recibida con bastante acritud. No por su mensaje político (o su alegoría política, de la que hablaremos más tarde), sino porque no contenía apenas ninguna de las convenciones del western a la que estaban acostumbradas las audiencias. Se la veía como una película "rara", demasiado dialogada, poco activa.
En realidad es todo lo contrario, y es una de las películas más tensas que se han realizado jamás. La historia del sheriff local que, el mismo día de su boda (y en el que se ha retirado del cargo), se entera de que el bandido al que llevó a prisión ha salido de ella y llegará en el tren del mediodía. En un principio, se va de la ciudad con su recien casada, pero pronto llega a la conclusión moral de que debe cumplir su deber, aunque ya no esté oblifgado a ello, y proteger a los ciudadanos.
Entonces será cuando el desengaño se hará patente. Todos le volverán la espalda, atemorizados por el pistolero y sus secuaces y las represalias que puedan ejercer. Porque estiman sus vidas más que otra cosa, y porque consideran que, si no huye, el sheriff se puede dar por muerto.
En este terreno, el tratamiento temático se vuelve genial. Zinnemann escoge hacer una película casi en tiempo real, y la presencia de los relojes en el filme es constante. Pero, además, como indicador del paso del tiempo, tenemos una espléndida música de Dimitri Tiomkin y el propio andar característico de Gary Cooper.
Un Gary Cooper espléndido. Para aquellos que no le consideran un buen actor, o uno de registro limitado, pueden ver esta película y comprobar que no es así. La expresión de angustia de Cooper, al que este filme le pilló en la edad adecuada para representar a un hombre ya vivido y cansado, al que no le falta más que un último desengaño, esa expresión angustiada, transmitida con la mirada, es total.
Y unas palabras sobre el mensaje político. Se ha querido ver en esta cinta un mensaje anti-maccarthista. Si lo observamos bien, podría ser también un mensaje pro-maccarthista. Sólo que su director no es lo que podríamos llamar un derechista militante. En suma, lo que decantó la balanza fue que tanto unos como otros decidieron que era una alegoría contra la caza de brujas. En realidad, se trata de una historia intensamente moral sobre el compromiso, la responsabilidad, el servicio y la dignidad.
Y una película que sigue en la cima de la cinematografía.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: The Jazz Crusaders en el Lighthouse de Los Angeles

Hoy traemos un concierto (o mejor dicho, uno y medio) de uno de los grupos más solventes del jazz, The Jazz Crusaders. Un grupo que se encuadra en el hard-bop, pero con un sentimiento general muy funky (funky jazzístico, ya saben; el Cifu hizo un programa espléndido sobre esta subcorriente musical, que pueden escuchar en este enlace). Lo componen unos excelentes músicos: "Stix" Hooper a la batería, Wilton Felder al saxo tenor, Joe Sample al piano, Wayne Henderson al trombón y Victor o Vic Gaskin al contrabajo.
Escucharemos un jazz muy ortodoxo, enérgico, de gran ritmo y enorme clase en la interpretación. Una auténtica delicia para el oyente, y un grupo que sirve de muy buena introducción al jazz moderno para el neófito.
El programa es: Congolese Sermon; Kathy's Dilemma; Blues for Ramona; Weather Beat; Scandalizing; Appointment in Ghana; Penny Blue; y Boopie. Y en el segundo concierto en el Lighthouse, en el que el gran Leroy Vinegar sustituye al contrabajo a Vic Gaskin, Some Other Blues; Scratch; Doin' That Thing; Milestones; y parte del Blues Up Tight.
Atentos a los comentarios del Cifu, y que disfruten de la música.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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El Silbo de la Lechuza, de Ignacio Aldecoa

En una pequeña ciudad de provincias española, unas mujeres cotillean todo, absolutamente todo lo que sucede. E intervienen en las vidas de los demás, haciéndolas imposibles y, en realidad, dominando toda la vida de la ciudad, o por lo menos la vida que a ellas les parece que se sale de "sus" cánones. Pero no crean que son unas cotillas cualquiera. Son de esas que tienen un espejo retrovisor atornillado en la baranda del balcón, y que usan magnetófono. De hecho, ellas mismas se denominan "la organización".
Frente a esta tiranía, algunos tratan de resistir, pero en vano. Todo lo que hacen puede ser contrarrestado por estas mujeres (que, simbólicamente, Aldecoa denomina «el aquelarre de la calle Libertad, número 4, piso primero izquierda).
El Silbo de la Lechuza es un relato sorprendente, en primer lugar porque parece alejarse de los temas habituales de Aldecoa, y segundo porque su tratamiento es humorístico, cómico, como de sainete. Aunque en realidad, y conforme avanza la historia, los tintes viran a lo tragicómico. Sin embargo, hay un párrafo final. Y ese párrafo modifica toda la intención de lo expuesto anteriormente. En ese párrafo, en el que se expresa la continuidad, la futilidad y, por fin, la inevitabilidad de la muerte, Aldecoa transforma el relato humorístico en una sátira feroz de las costumbres provincianas (y no tanto, hay insinuaciones de que lo que se relata podría haberse trasladado a una gran capital), de la inutilidad de una clase media establecida en el franquismo y que tiene como diversión espiar a sus vecinos y evitar ser espiados; sin pensar, sin razonar, sólo por poseer una tenue sensación de control. Control de qué... Pues de las vidas de los demás. Si bien podría entenderse esto como una metáfora del propio franquismo, la situación es demasiado ridícula, demasiado burda como para que no creamos que en realidad el punto de mira se pone más bien en una clase social demasiado ociosa, e inútil en su ocio.
Aldecoa siempre escribió en el borde de lo permitido (y tuvo sus problemas con la censura), y siempre tuvo que lidiar con metáforas e intenciones que debían entreverse, leerse entre líneas, más que declararse. En este relato divertido, sorprendente, no dejó de incluir una sátira feroz que añade valor hitórico y de compromiso a un relato ya de por sí maestro.

En Cuentos Completos 2
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19736 [1965]


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Carta de una Desconocida, de Stefan Zweig

El supuesto de esta novela es simple. Con el pretexto de una carta sin remite y sin firma llegada a manos de un escritor (al que, en el eterno juego de las apariencias que es la literatura, es fácil ver al propio Zweig, aunque su biografía tal vez lo desmienta), el autor relata una historia de amor bellísima, hecha de desencuentros y de identidades no reconocidas: Aunque, como veremos, hay mucho más.
Esta desconocida es una niña de trece años que se enamoró a primera vista, y aun antes, de este escritor que vino a vivir a su mismo rellano. En realidad, esta mujer no será tan desconocida; en el transcurso de su vida, se cruzará de manera íntima dos veces con el escritor. Pero éste no encontrará en ella a esa niña, ni después a la mujer a la que abordó en la calle; será desconocida, pues, no tanto por el reconocimiento físico como por la incapacidad de descubrir el amor intenso e invariable que esta mujer le profesó.
La mujer escribe después de que su hijo haya muerto. Y en una sentencia terrible, anuncia que si se está leyendo esta carta es porque ella ya no existirá tampoco. Hemos dicho que la estructura de esta novela es simple: un párrafo introductorio y otro final, y en el centro la carta. Sin embargo, con una mesura intangible, Zweig empieza a narrar en esta misiva una historia múltiple. No sólo la de un amor imperecedero, sino también la historia de la mujer, la del escritor que se contempla a sí mismo a través de la mirada de ella, la de una tragedia doble (la del fallecimiento de la mujer a la que no supo reconocer en su amor y la del fallecimiento de su hijo también ignorado), la de una existencia despreocupada que lo seguiría siendo si no fuera porque, después de leída la carta, esta existencia anterior se antoja vacía, equivocada en su falta de percepción de lo más noble que se puede haber cruzado en ella y, lo que es peor, una vida que ahora se aboca al vacío de la ausencia.
Porque el drama profundo (aparte de los que se relatan) es que, a este escritor, esa mujer le atraía. En dos ocasiones independientes, sin reconocerla, fue él quien se acercó buscando poseerla. Y no quiso, no supo o no pudo reconocer la posibilidad de eternidad en ella.
Esta novela es un prodigio de menos de cien páginas. En ella, con una sencillez de lenguaje y densidad de contenido admirables que sólo cabe atribuir a una elección excepcional de las palabras, Zweig consigue condensar un sentimiento en una vida, tanto más intenso cuanto más breve, y sin embargo invocar la sensación de atemporalidad, en una de las más bellas historias de amor jamás escritas.

(Brief einer Unbekannten)
Ed. Acantilado, col. Narrativa del Acantilado
Barcelona, 199814 [1922]
Trad. de Berta Conill

Portada y sinopsis

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Caro Michele, de Natalia Ginzburg

Querido Miguel es una novela predominantemente epistolar, aunque hay unos pocos interludios convencionales que sirven para situar los personajes y los acontecimientos. El objeto sobre el que orbitan estas cartas es Michele, un joven independizado sobre el que recaen toda una serie de sucesos: en antecedentes, la separación de sus progenitores y la convivencia de Michele con el padre. En la actualidad de la narración, el desapego con su familia, el cuidado intermitente de una chica que ha dado a luz un niño que puede, o no, ser suyo. Su huida a Londres, por motivos inexplicados pero que se intuyen políticos. Un matrimonio fracasado con una americana; su huida de este hogar. Y su muerte en un enfrentamiento con los fascistas en las calles de Brujas.
Pese a todos estos hechos, más existenciales que de vida, acabaremos la novela sin apenas saber nada de Michele. Es el objeto sobre el que giran todas las cartas, pero él mismo escribe poco, manteniendo un tenue contacto con todos. Prueba de ello es que todo lo que le sucede es sabido mucho después, y las más de las veces por boca (o carta, más bien) de terceros.
Extraño que el centro de una novela sea tan poco protagonista directo. O no tanto, si pensamos que, al leer las sucesivas cartas, con lo que nos encontramos es con una historia ejemplar de abismo generacional. Ginzburg siempre maneja sus personajes y su psicología con maestría, y Caro Michele no es la excepción. También emplea imágenes simbólicas que devienen una ironía inmensa, como la estufa alemana que la madre de Michele había elegido con tanto cuidado para su piso de soltero. Más adelante, nos enteramos de que Michele no la ha utilizado jamás. Va con leña, y él leña no ha tenido nunca ni la ha buscado. Más aún, el único uso que ha dado a esta estufa (uso desconocido por la madre, claro), elegida porque calienta tan bien, es como escondite de... una metralleta. Signo también de la psicología de Michele, esta arma está oxidada y no se ha empleado, tampoco, jamás.
En efecto, y a trvés de lo que de los hechos y las cartas sobre él cuentan, tenemos una idea de la mentalidad de MIchele (y hay que recalcar que hacerlo de forma indirecta tiene un gran mérito); es un joven, no nihilista, puesto que tiene ideales, pero cuyas inquietudes no encuentran un canal apropiado. Es un revolucionario radical, pero intuimos que no se ha atrevido a dar el paso de la lucha armada. No tiene conexión con el mundo que representan sus parientes, que no significa nada para él, pero no puede, en el fondo, desligarse totalmente. Quiere la libertad sexual, pero llegada la hora ni se desentiende ni se implica del todo con sus consecuencias. Desea redimir a alguien, pero fracasa porque no se da cuenta de que ni siquiera puede redimirse a sí mismo.
No sólo su personalidad es la trazada por Ginzburg; de lo contrario, ni tan siquiera a Michele entenderíamos. Una madre que habla de sontinuo a su hijo de cosas que a éste no le interesan, que dejaron de interesarle hace mucho tiempo. Y que, si bien tiene una imagen no idealizada de Michele, tampoco lo comprende. Unas hermanas que lo entienden mejor y que haata intuyen los desastres venideros en la vida de Michele, y que tienen hacia él una mezcla de envidia, ansiedad y reproche. Una chica como Mara, la posible madre del hijo de Michele, tan vana, estúpida y desgraciada que resulta fácil entender qué buscaba en ella MIchele (y cuyas cartas a éste sólo "le hacen gracia").
Y finalmente Osvaldo. En casi todas las narraciones corales existe un centro de equilibrio, no necesariamente el centro de la narración, pero sí personaje que es el espectador total; éste es Osvaldo, contenido, introspectivo, reflexivo y, en definitiva, el que más esfuerzos realiza por entender, y aceptar, a todos, ya sean Michele, su familia o mara. Un personaje que, en cierta medida, salva de la desolación a una novela en apariencia suave pero que es dura y dramática, una lección de escritura y un lamento anímico y moral intenso.

Einaudi, col. ET Scrittori
Milán, 19955 [1973]
Prefacio de Cesare Garboli

Existe edición castellana en Editorial Acantilado

Portada y sinopsis de la edición italiana
Portada y sinopsis de la edición castellana

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Mi Año Favorito, de Richard Benjamin

SESIÓN MATINAL 

(My Favorite Year); 1982

Director: Richard Benjamin; Guión: Norman Steinberg y Dennis Palumbo; Intérpretes: Peter O'Toole (Alan Swann), Mark Linn-Baker (Benjy Stone), Jessica Harper (K. C. Downing), Joseph Bologna (King Kaiser), Bill Macy (Sy Benson), Lainie Kazan (Belle Carroca), Lou Jacobi (Tío Morty), Cameron Mitchell (Karl Rojeck); Dir. de fotografía: Gerald Hirschfeld; Música: Ralph Burns; Diseño de producción: Charles Rosen; Montaje: Richard Chew.

Hay películas que te reconcilian con el cine hablando, justamente de eso, del cine y sus glorias pasadas. En esta comedia suave, que tiene sus grandes momentos divertidos, nos hallamos en el momento en que la televisión se hacía en directo y competía (y lograba expulsar de las salas) con el cine. En este contexto, uno de esos espectáculos con público retransmitidos desde Nueva York contrata a una estrella del cine de aventuras en decadencia, Allan Swann (Peter O'Toole). El problema es que la decadencia parece ser mayor de la imaginada. Swann es un desastre andante, alcóholico, mujeriego y al parecer incapaz de cumplir uno solo de sus compromisos. De manera que la cadena de televisión le pone a una niñera, Benjy Stone (Mark Linn-Baker) para procurar que esté presentable el día de la emisión.
A partir de aquí se producirá la típica (pero no tópica, al menos en su tratamiento y originalidad) historia de encuentro entre el mito y su realidad por parte de un admirador de este actor, y también una especie de aprendizaje vital por parte de este joven guionista, que recibirá unas cuantas lecciones por parte de Swann.
En sus momentos de comedia funciona muy bien, pero es aquellos instantes donde la película se deja llevar por la ternura y la amabilidad cuando se convierte en algo más que una mera cinta de entretenimiento. Peter O'Toole está magnífico, en una interpretación que debió representar una bocanada de aire fresco para él (y un papel que le viene perfecto a un actor capaz de interpretar personajes torturados y hacerlo contrastar con un despreocupado playboy).
Es en estos instantes de respeto para un cine que nunca volverá, pero también en este homenaje a actores del estilo de Errol Flynn que siguen conservando toda su magia, donde la película se encuentra, y el espectador, al permitirnos un breve vislumbre de esa alegría vital que se transmitía a los personajes, encuentra sentido a un cine que apelaba al pequeño héroe que llevamos dentro.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Sonny Rollins en el Village Vanguard

El incombustible (y esperemos que lo sea por muchos años) coloso del saxo tenor Sonny Rollins, y en dedicación especial, porque está a trío. Y muy bien formado, este terceto, con el propio Rollins al saxo tenor, Wilbur Ware, uno de los contrabajistas más regulares y efectivos que existen, y el estupendo Jimmy Cobb a la batería, uno de los más consistentes y originales, como tendrán ocasión de escuchar.
Hablar de Sonny Rollins es decir lo que todo el mundo sabe: un sonido denso, potente, y una improvisación inagotable (y casi inigualable). También, un rigor con la música extremo (y cuidado, rigor no quiere decir falta de buen humor o de ganas de jugar; pero siempre poniendo la música por delante. Con todo esto dicho y sabido, lo mejor es difrutar de uno de los mejores saxos de toda la historia del jazz, uno que se ha reinventado siempre, y siempre para progresar.
Escucharemos Night in Tunisia; Four; Woody'n'You; That Old Devil Moon; What Is This Thing Called Love; Softly as in a Morning Sunrise; Sonnymoon for Two; I Can't Get Started; I'll Remember April; Get Happy; Strivers Row; y parte del All the Things You Are.
Destacar un tema en concreto es imposible. Todos tendrán su favorito, pero todos los temas son de altísima calidad. Atentos al Cifu, siempre preciso e informativo en sus comentarios, y que disfruten.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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El Miedo del Lago, de Oswell Blakeston

A primera vista, en una primera lectura, puede parecer difícil justificar el carácter de "único" otorgado a este cuento por Javier Marías para su antología. Más cuando el relato se inicia de una manera un tanto desangelada, y su desarrollo demuestra que Blakeston no era precisamente el mejor narrador del mundo.
Sin embargo, la forma de narrar no lo es todo en literatura. Al fin y al cabo, una narración es el relato de una historia, y ésta tien (debe) tener un papel preponderante.
Y si uno empieza a pensar en lo que Blakeston nos ha narrado, empieza a hallar unos puntos de interés inquietantes.
El relato no es otra cosa, en apariencia, que un relato de fantasmas típicamente inglés. Tan típico que casi es vulgar. Una pareja y su bebé viaja a pasar una temporada en el campo en la casa de un amigo, que sin embargo les ha advertido de un cierto peligro de la mansión (un fantasma, típicamente). Pese a estos avisos, el marido decide ir, que su esposa le acompañe y que el bebé también. Una vez allí, la esposa tendrá una visión del fantasma y empezará a escuchar el llanto fantasmal de un niño. El marido, ni caso. Con todo esto puesto en escena, la esposa empieza a notar que su hijita se debilita por momentos. Y aquí dejaré el resumen argumental, puesto que no quiero destrozar la sorpresa final a los posibles lectores.
Todo, repito, muy típico, hasta esquemático. Sin embargo, hay una corriente subterránea curiosa. Ya no se trata de estupidez del marido, esa típica impecilidad que tantas veces hemos visto en películas de terror y que es tan antigua como el relato "Barba Azul" de Perrault, aquello de "ebn esta habitación y sólo en esta no entrarás" o, a nivel más básico, nunca bajes solo a un sótano en una casa encantada, en medio de un corte de fluido eléctrico a medianoche. No. Se trata de un fondo de crueldad. Podríamos llegarlo a confundir con el machismo victoriano, también en boga en los cuentos de fantasmas, pero parece haber un cierto regocijo en el marido en doblegar la voluntad de su esposa, en la despreocupación ante su angustia y en la contemplación de una cierta destrucción física de su hija y mental de su esposa. Algo que lo emparenta con los cuentos crueles, y ciertamente algo que Alfred Hitchcock supo emplear muy bien en sus películas.
No estoy convencido de que este efecto fuera querido conscientemente por su autor. Pero, aunque fuera producto del subconsciente o de una afortunada casualidad, existe, y manda su mensaje después de la lectura del relato. Tal vez por eso sea único.

(The Fear from the Lake)
En Cuentos Únicos
Ed. Siruela, col. El Ojo sin Párpado
Madrid, 1989 [1935]
Selección de Javier Marías
Trad. de Alejandro García Reyes

Existe reedición del libro Cuentos Únicos en Ed. Reino de Redonda

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La Guerra de Vietnam. Una Historia Oral, de Christian G. Appy

La guerra de Vietnam es una de las más desconocidas de la historia a nivel del público. Esto puede parecer extraño, pero real si pensamos en ella con algo de atención. A nivel global es cierto que era noticia diaria en su época, pero se veía como un conflicto lejano cuyas motivaciones eran brumosas. No ha creado el aluvión de películas que otras guerras han provocado, y las pocas que han surgido (Boinas Verdes, Apocalypse Now, Platoon, Nacido el Cuatro de Julio, etc.) han sido o muy panfletarias (caso del filme de John Wayne) o atinadas en sus apreciaciones particulares, pero sin la visión global necesaria para entender el conflicto. Mucha gente desconoce o no relaciona el continuo que supuso la guerra de Indochina entre franceses y vietnamitas con la posterior involucración de los Estados Unidos de 1964 a 1975.
En los Estados Unidos la situación es casi la misma. Se considera un tremendo error del que mejor no hablar; una derrota causada, según un punto de vista, por unas tropas desmotivadas y antipatrióticas, una prensa beligerante con los políticos y militares, y una quinata columna izquierdista y subversiva; por otro, una derrota que a lo máximo que podía aspirar era a convertirse en un empate poco honroso. Ciertamente, como un trauma, y si es cierto que los participantes en la guerra "buena" (la Segunda Guerra Mundial) eran respetados en su conjunto, y los de la guerra de Corea a nivel individual, los excombatientes de Vietnam son despreciados, vilipendiados a veces y, en las más ocasiones, ignorados.
En este contexto polarizado, una simple historia al uso (sin que pierda utilidad) está de más. La Guerra de Vietnam, más que ninguna otra, no puede entenderse desde el punto de vista puramente histórico y militar. El aspecto sociológico es predominante, siempre, y para captarlo es necesario saber las motivaciones de todos los implicados.
En una tarea ingente, Appy ha entrevistado a quienes tuvieron que ver con el conflicto, de ambos bandos, y ha ordenado estas entrevistas en un todo coherente. Líderes de primera fila como Robert Mcnamara o Vo Nguyen Giap, soldados de ambos bandos (o de los tres bandos, si contamos como tercero al Ejército de la República de Vietnam [del Sur]), objetores de conciencia, manifestantes y activistas antibélicos, civiles norvietnamitas y survietnamitas, reporteros y corresponsales de guerra, políticos y diplomáticos, etc. hasta a una conejita de Playboy que fue a animar a las tropas (en efecto, Coppola, no se inventaba nada).
El resultado, tanto por los testimonios como por la ordenación que les comentaba, proporciona un cuadro exacto de lo que representó Vietnam en el panorama mundial y estadounidense.
Si algo queda claro, es que la guerra de Vietnam no fue un error, sino un inmenso error por parte de Estados Unidos. Puede ser que Ho Chi Minh fuera un peón del comunismo, pero las diversas administraciones USA obviaron que el tema de la independencia y la unificación de Vietnam era más poderoso que la motivación ideológica (y prueba de esto, aunque no es el tema de Appy, es que poco después de la guerra Vietnam y China mantuvieron una guerra de poca duración). Cuando Estados Unidos tuvo la oportunidad de dar un paso atrás, se embarcó en una espiral de escalada del conflicto que no hizo sino incrementar la voluntad de resistencia del Viet Cong y el descontento de la población estadounidense. Fue un conflicto que dividió a la población americana, y no es difícil ver en él el origen de la paranoia y las tentaciones totalitarias que caracterizaron a la administración Nixon y desembocaron en el caso Watergate. Fue una guerra en la que se tiraron miles de millones de dólares para nada. O mejor dicho, para destruir un país (principal e irónicamente, Vietnam de Sur) que todavía hoy padece las secuelas del conflicto. Y que causó una fractura terrible en Estados Unidos, pero también en Vietnam. Treinta años de guerra son muchos, pero los últimos diez fueron particularmente crueles para el territorio, el enemigo y hasta para los aliados de la potencia extranjera y colonial en la que se convirtieron los Estados Unidos. Todas las guerras son crueles; unas pocas son justas. La de Vietnam fue un despropósito y por eso mismo, doblemente cruel.

(The Vietnam War Remembered from All Sides)
Ed. Crítica, col. Memoria Crítica
Barcelona, 2008 [2003]

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El Seminarista, de Rubem Fonseca

Rubem Fonseca siempre ha merecido mejor suerte en España, cuyo público no se ha apercibido lo suficiente del gran autor de las letras brasileñas que aparecía esporádicamente en los estantes de las librerías. Por suerte, en los últimos tiempos parece que Fonseca empieza a tener una continuidad de edición, que espero sea seguida por un incremento de sus lectores. Tanto en su vertiente policial como de literatura general (aunque ambas son inextricables) merece la pena seguirlo.
Siempre Fonseca fue reconocido como autor explícito, que no se arrugaba en las descripciones de la violencia, no por exhibicionismo o morbosidad, sino como un elemento imprescindible en historias necesariamente violentas, como sus novelas políticas acerca de diversas dictaduras, en las cuales reflejaba la brutalidad como parte programática del sostenimiento en el poder.
Aunque el mostrar la violencia ya no es novedad, habiendo recorrido en el cine el camino de Sam Peckinpah hasta llegar a Quentin Tarantino y más allá, Fonseca sigue teniendo una intensidad inusual y una mesura inusitada. La violencia que Fonseca muestra nunca es gratuita en la narración.
El Seminarista es un asesino a sueldo. Ni le importa ni sabe quiénes son sus víctimas. Se limita a hacer su trabajo con la máxima eficiencia y sobriedad. Sólo que, cuando decide retirarse descubre que su negocio no es uno del que pueda apartarse con un mero gesto. Y se encuentra él mismo como posible víctima y, a la vez, constreñido a usar la violencia no ya con frialdad, sino como instrumento de venganza y defensa.
El personaje que traza Fonseca, necesariamente poco simpático para el lector (aunque tenga reglas en su amoralidad) es uno al que le gusta el cine, leer; es una persona culta, que recurre de continuo a las citas latinas aprendidas en el seminario para comprender el mundo. Un personaje que desea, sin conseguirlo, retirarse para contemplar ese mundo de cerca, en lugar de estar permanentemente solo en el desempeño de su oficio.
Y es que esta novela podría definirse como existencialista. José "Zé" Joaquim Kivir, el Especialista, después conocido como El Seminarista, es y no puede ser otra cosa que asesino a sueldo. ese ha sido su medio de vida, su vida en resumen, y esa va aseguir siendo, lo quiera o no. El mundo no tiene otro lugar para él, de modo que, por dinero o por amor, no le queda otro recurso que seguir matando. En este aspecto la visión irónica que da Fonseca es coherente, no con la novela sino con la sociedad, que encasilla a todos en el papel que les toca representar.
La intensidad de Fonseca, y no sólo en la violencia, es enorme. Rubem Fonseca jamás se detiene en la superficie, y esta profundidad hace que tanto las emociones como la psicología sean máximas. Si la visión que propone es desoladora, no lo es menos el hecho de contemplar un mundo perfectamente ordenado en el cual todos tienen su lugar, ya sean asesinos, víctimas, pobres, ricos, desgraciados o en la cumbre. Que esta visión sea una construcción literaria no proporciona ningún consuelo, antes bien, suscita la sospecha de que la realidad se parece más al mundo fonsequiano de lo que se desearía. No es tanto pesimismo como denuncia.
Rubem Fonseca sigue siendo un narrador vívido, perspicaz, capaz de ver más allá de lo aparente, y capaz de expresarlo de forma magistral. Ojalá sus obras tengan mejor difusión, no sólo por magistrales, sino también por necesarias.

(O Seminarista)
RBA Libros, col. Serie Negra
Barcelona, 2011 [2009]
Trad. de Basilio Losada

Portada y sinopsis

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Un Paseo Bajo el Sol, de Lewis Milestone

SESIÓN MATINAL 

(A Walk in the Sun); 1946

Director: Lewis Milestone; Guión: Robert Rossen, basado en la novela de Harry Brown; Intérpretes: Dana Andrews (sargento Bill Tyne), Richard Conte (soldado Rivera), Sterling Holloway (McWilliams), John Ireland (soldado de primera Windy Craven), George Tyne (soldado Jake Friedman), Herbert Rudley (sargento Eddie Porter), Richard Benedict (soldado Tranella), Norman Lloyd (soldado Archimbeau), Lloyd Bridges (sargento Ward), Huntz Hall (soldado Carraway); Dir. de fotografía: Russell Harlan; Música: Fredric Efrem Rich.

Una película modesta pero notable, narra la historia de un pelotón americano desde el desembarco en Italia hasta la conquista de una granja en la campiña. Pero eso es lo de menos. Lo cierto es que, mucho antes de que Spielberg y su soldado Ryan entraran en escena, esta película era una de las pocas que mostraba las interioridades de un grupo de soldados en combate. Por ejemplo, sin mostrar jamás al enemigo, centrándose únicamente en las personas que componen el pelotón.
En ese proceso, logra algo que pocos filmes han alcanzado, y es transmitir, sobre todo en la primera parte de la película, la sensación de miedo que pervade a todos. Se siguen haciendo bromas, se tiene la apariencia de una vida "normal", pero esa vida es de una tensión subyacente que traspasa la pantalla. Pocas veces, insisto, se ha logrado dar esa impersión tan bien. Richard Winnington escribió en su época: "Una notable película de guerra, tal vez la más notable película de guerra que ha surgido en América".
Doy fe de ello, por su intimismo y por su clara sensación de vivencia. Y como también dijo Richard Mallott, después de casi dos horas de proyección, el espectador lamenta que la película finalice. Lo que no es poco elogio.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Wynton Kelly en el Famous Ballroom de Baltimore

Traemos hoy una rítmica excepcional, encabezada por uno de los pianistas más prístinos que ha dado el jazz, Wynton Kelly. Prístino e influyente, porque no hay pianista del jazz moderno que no haya aprendido algo de él. Acompañado de sus habituales, el excelente Paul Chambers al contrabajo y el magnífico Jimmy Cobb a la batería. Pero, además, con un saxofonista de excepción, Joe Henderson. Juntos, desarrollarán una actuación muy vital y feliz, en la que descubrirán las virtudes de cada uno de los músicos, incluyendo la libertad estilística y armónica de Henderson al saxo tenor. Pero no se asusten. Henderson no comete los excesos de algunos free-jazzmen.
Lo que escucharán es: Straight No Chaser; Days of Wine and Roses; What Is This Thing Called Love; If You Could See Me Now; Autumn Leaves; Four; On Green Dolphin Street; On a Clear Day; y parte de Limehouse Blues.
Un concierto donde la modernidad se une a las mejores virtudes técnicas y estilísticas del jazz clásico, y uno plenamente disfrutable. Sigan con atención las explicaciones del Cifu.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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Fragment of a Novel, de George Gordon, Lord Byron

En la famosa reunión a orillas del lago Ginebra en la que surgió la criatura de Frankenstein de la mano de Mary W. Shelley, el resto de asistentes también ejerció sus habilidades (salvo Percy B. Shelley, que al parecer no escribió nada). El doctor Polidori escribió un texto gótico muy malo, y Byron este Fragmento de una Novela, que a veces también es llamado El Entierro.
Como fragmento es mínimo, pero su importancia radica en que Polidori lo tomó como inspiración para escribir, un par de años más tarde, su novela El Vampiro. Ciertamente, la influencia existe y es reconocible, y por eso podemos afirmar que la apoteosis del género que sería Drácula tiene un padre literario más que distinguido como es Lord Byron.
Si uno lee este fragmento byroniano, muy atmosférico, muy griego, turco y pagano, encontrar un vampiro le será difícil. Y, en realidad, es así. La descomposición final del cuerpo del amigo del protagonista es una imagen que se ha hecho clásica en la literatura vampírica, pero no existen otros datos que permitan suponer que el protagonista sea un vampiro. Sin embargo, el tono de este fragmento es el que inspiró a Polidori, y estableció el ambiente de las narraciones vampíricas. En su escenario oriental y de mezcla de culturas y supersticiones, podemos anticipar algo de lo que Stoker escribió.
De manera que admitamos la paternidad, o como mínimo la ascendencia, que Lord Byron tuvo en la creación del conde transilvano. Y leamos a Byron, que siempre es un gusto, y volvamos con él a esa Grecia en la frontera entre el paganismo y el monoteísmo. Mientras, además, disfrutamos del ambiente que debió haber en esa reunión en Suiza en lo que se ha denominado "el teaparty más loco de la historia".

En The Penguin Book of Vampire Stories
Penguin Books
Londres, 1987 [1816]
Ed. de Alan Ryan

Texto en inglés de Fragment of a Novel
Texto en castellano de Fragmento de una Novela