Circe, de Julio Cortázar

Alguna vez hemos comentado que nada es prescindible en la narrativa de Cortázar, y que sus títulos suelen tener una gran importancia para la estructura y significado del relato. En este caso, el título lo es todo. Sin él, nos hallamos ante un relato, ciertamente enigmático y algo críptico, sobre la relación de un hombre con Delia, una chica que es "viuda" de dos novios. Se trataría de un cuento realista, en el que tal vez podríamos hallar claves surrealistas o freudianas, pero que sencillamente se constituiría en esa historia propia sin mayores referencias.
Sin embargo, el sólo apelar desde el título a Circe, la maga de la Odisea, tiene un efecto de transformación profunda en ese texto, que sigue siendo el mismo pero de pronto se ve mediatizado por un significado paralelo; y puesto que el título es pieza importante, una declaración de principios e intenciones, ese significado paralelo se convierte en preponderante.
Con sólo esa palabra, el relato realista se vuelve fantástico. Ya no se trata de la historia de una muchacha que ha sufrido la pérdida de dos novios, por suicidio uno, por accidente otro. Desde su inicio el lector se vuelve vigilante ante las manipulaciones que Delia pueda hacer, ante su obsesión por los bombones y los licores, que remiten a las pócimas de la hechicera de Homero. Y, por descontado, el lector está en guardia, temeroso de la suerte que pueda correr Mario, el protagonista.
La trasposición de historias clásicas a una narrativa moderna no es algo nuevo. De hecho, cada vez se vuelve más corriente, pero Cortázar no es un escritor corriente. No se limita a poner por escrito una historia de terror contemporáneo haciendo de una mujer una "nueva" Circe. No, su procedimiento es más sutil. No va a recontar la historia homérica, sino que la utilizará como referencia continua para relatarnos algo nuevo, aunque comparta identidades y tal vez intenciones.
En ese trabajo literario, Cortázar se muestra especialmente brillante, transfiriendo todo lo que puede del mito a su cuento, pero dotándolo de identidad propia y utilizándolo para sus propios fines. En esas referencias constantes podemos ver a los familiares de Delia, que podrían ser los animales servidores de la maga de la Odisea, seres de aspecto feroz pero amigables y serviciales. El papel que Hermes jugaba en la historia de Ulises de mensajero que previene al héroe lo podemos discernir en las cartas anónimas que recibe Mario y en la nota de prensa que lee. Los cerdos en los que Circe transformaba a los hombres pueden tal vez asimilarse a las cucarachas, que rondan por la casa y que Mario encuentra, finalmente, en el bombón que se le ofrece. Inclusive la sospecha de que esos novios muertos no han muerto realmente, sino que sencillamente han abandonado su cuerpo humano para seguir viviendo una existencia a capricho de Delia en los cuerpos del gato y del pececillo.
Esa superposición, ese mezclar conceptos y trasponer mitos, convierte a Circe en un relato poliédrico, de muchas interpretaciones, que tiene una base en la realidad pero trasciende a ella para hacerse, a la vez, onírico y mágico. Y, vuelvo a repetirlo, esa complejidad se logra tan sólo con una palabra en el título.
Se podrá aducir que, para disfrutar de esta multiplicidad de niveles narrativos se tiene que conocer previamente la historia narrada por Homero. Y es cierto. Pero lo es también que, como dice Umberto Eco, la alta cultura es aquella que requiere un conocimiento previo para ser disfrutada y comprendida plenamente. En este orden cultural se movió Cortázar para escribir este relato maestro, que es a la vez mirada a un pasado literario y creación literaria nueva y futura, en un juego de interpretación y reescritura que pocos autores han sabido hacer.

En Los Relatos 1 Ritos
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19763 [1951]

Aparecido originalmente en Bestiario

Texto de Circe

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