El Viaje, de Julio Cortázar

La situación es trivial, casi un episodio cómico. Una pareja tiene que hacer un viaje en, pongamos, la provincia de La Rioja, hasta Mercedes. Por razones diversas, el marido irá en automóvil hasta cierta estación y ahí tomará el tren hasta el destino final, mientras que la mujer tomará dos trenes hasta llegar a Mercedes. Todo ello, la rutina de los cambios, los nombres de las estaciones, los horarios, les ha sido explicado con detalle.
Pero, al llegar a la estación de ferrocarril donde tienen que adquirir los billetes, el marido no recuerda la combinación, ni cuál es la estación que le conviene. El boletero intenta ayudar, aunque parece en su fuero interno estar divirtiéndose con la situación. El marido recorre a la esposa, pero ésta tampoco se acuerda.
De hecho, llega un punto en el que ninguno de los dos tiene idea de cuál es su destino final. Que, nosotros los lectores sí conocemos y, por puro azar, será la que finalmente prueben ambos cónyuges.
Insisto, casi un episodio cómico, y podríamos decir que de poco vuelo. Sin embargo, Cortázar es alguien con mucha mayor carga en su prosa. Una escritura exquisita en la que se mostró un maestro de, no tanto el silencio como de las medias palabras y los significados implícitos. Porque en este pequeño relato, en realidad una de las prosas que conforman la extraordinaria colección Último Round, lo que es una situación banal se hace en una atmósfera cada vez más espesa, más amenazadora, con unas suspicacias que crecen, unas complicidades que se van estableciendo entre la esposa y el taquillero, con la presencia atenta pero sutil de un pasajero sentado en un banco, y a medida que párrafo a párrafo, se va desarrollando la conversación, diversas certezas nos invaden. En una situación banal, de repente hay un cambio de actitud de los protagonistas, un cambio que intuimos que va a ser permanente y que tendrá mucha más importancia que el olvido del nombre de un par de estaciones.
En esta creación de atmósferas psicológicas en las que Cortázar ejerció una y otra vez su maestría, la importancia del detalle, del gesto, de las cosas apenas insinuadas, es trabajado hasta su límite, y es la complicidad del lector la que hace el resto, convirtiendo los relatos de Cortázar en prosas exponenciales en su significado, una virtud que muy pocos escritores han podido alcanzar.

En Los Relatos 1 Ritos
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19763 [1969]

Publicado originalmente en Último Round

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1 comentarios:

Unknown dijo...

En ningún lado dice que la mujer acompañará al hombre en ese viaje. De hecho, se deduce que el hombre viajará solo a descansar, y por el desarrollo del cuento, es lógico que se vaya solo. Y la secuencia es: el hombre viajará en auto hasta una estación (Cháves), de allí tomará un tren hasta Peulcó (que es un empalme) y luego hasta Mercedes, destino final. De hecho, la mujer le dice al hombre que deje el auto en la primera estación, y queda el interrogante si su mujer irá a buscarlo.
La mujer sí recuerda las estaciones, sólo que le hace creer al hombre que no (es mi lectura, y creo que así es). Por eso esa sonrisa que cree ver el boletero en ella. No importa el juego de olvidos o recuerdos, hay una especie de venganza en la mujer, venganza de un sometimiento cuya única acción se deja ver cuando el hombre, de espaldas a los demás, le toma la muñeca a su mujer y la presiona para que recuerde. ¿Cuántas veces hemos visto esta situación? El hombre no se hace cargo de su propio despiste, de su falta de memoria en algo que le correspondía a él, y carga a la mujer con el peso y los errores propios. "Vos sí tenés que acordarte". La mujer incluso parece que deseara que el hombre se equivocara. Al final, cuando se ve que fueron acertando el camino, hace un último intento desesperado, al insistir con Malumbá. Y el cierre final: "Sería una lástima que al final se hubiera equivocado", de manera irónica.