William y Mary, de Roald Dahl

Entre los relatos de choque, típicos del autor, hay unos pocos que emplean elementos de ciencia ficción para convertir en realidad los deseos íntimos de sus protagonistas.
En el caso de William y Mary, el inicio es casi prosaico, banal. Nos hallamos en el despacho de un procurador que está dando curso a las últimas voluntades del difunto William. El poco dinero del que disponía va a su esposa, Mary. Todo según lo previsto, salvo una carta personal que se entrega a la viuda. En ella, y quizá por primera vez en la vida, William sale de la intensa vulgaridad «solemne y afectada» que dominó toda su existencia.
En la carta William describe cómo ha aceptado que, una vez muerto, un investigador amigo suyo utilice su cerebro para mantenerlo vivo en una solución salina, desconectado del cuerpo, controlado por un encefalógrafo y con un nervio óptico y un globo ocular remanentes para captar impulsos externos.
Por una vez, parece que William se decidió a hacer algo que no fuera vulgar. Claro que la tentación era muy grande, y no pudo resistirse a exhortar solemnemente a su viuda: «Cuando te deje, sé buena y recuerda siempre que es más difícil ser viuda que esposa. No tomes cócteles. No malgastes el dinero. No fumes. No comas dulces. No te pintes los labios. No te compres un aparato de televisión. Cuida de que mis rosales, al igual que el jardín de rocalla, estén bien desherbados durante el verano. Y, de paso, visto que ya no me ha de servir para nada, te sugiero que hagas suspender el servicio telefónico.» Al parecer, William no tuvo bastante con treinta años de matrimonio, quería ser un latazo incluso postmortem.
Aunque, claro, si esta admonición no es realmente póstuma, si William puede ver, pero no hablar ni quejarse, quizá no ha medido bien las consecuencias de ejercer una tiranía más allá de lo que la ley y el sentido común aconsejan. La furia de una mujer no es desdeñable.
Roald Dahl sabía muy bien que hay convivencias que son pequeños infiernos, martirios que se soportan hasta que llega un punto de ruptura. En este caso, una conducta ejemplar como la de Mary recibe como premio una prolongación de ese suplicio más allá de lo razonable. O, como nos advierte Dahl, recibe el premio de la venganza, en un relato minucioso en la psicología de sus personajes, y corrosivo en su desarrollo.

(William and Mary)
En Relatos de lo Inesperado
Ed. Argos Vergara
Barcelona, 1981[1960]

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2 comentarios:

Magda Revetllat dijo...

No sabía nada acerca de este libro y, por tu post, me parece que la palabra corrosivo es muy acertada.

No debería pero me da ganas de ponerlo en mi lista de tareas...

Lluís Salvador dijo...

Hola, Magda:
Todos los relatos de lo inesperado de Dahl merecen mucho la pena, con su ironía, sus situaciones sorpresa y sus finales imprevistos... Y, releyéndolos, puedo asegurar que no pierden intensidad con el tiempo. Anagrama los ha editado compilados, de manera que se pueden encontrar con más o menos facilidad.
Un saludo!