Mateo Falcone, de Prosper Mérimée

Como buen romántico, Mérimée utilizó extensamente el exotismo en sus obras; claro que era un exotismo ciertamente extraño, buscado en lugares no muy alejados, algo que los españoles tenemos buena muestra en Carmen, ciertas leyendas de la cual hemos sufrido hasta tiempos muy recientes (por ejemplo, la mitificación del "toreador" (parcialmente cierta), o la de que todas las españolas llevaban una navaja en la liga (falsa)).
Consecuente con esta postura, casi colonialista, de contraponer la visión del francés ilustrado y moderno a la "realidad" de lo salvaje y basal, Mérimée también buscó esto último en su propia casa, y lo halló en ese territorio considerado hasta hoy como agreste, machista, violento y francés-pero-ajeno como es Córcega. Con el agravante de que Mérimée no la había visitado todavía.
Conforme a esta visión culturalmente metropolitana del mundo, lo que hallamos en Mateo Falcone es una pura exageración. Un país dominado por el código de honor, la pertenencia al clan familiar, el desprecio a las leyes "impuestas" y a sus brazos ejecutores, el desprecio todavía mayor a los "colaboracionistas", la importancia de la descendencia masculina, la sumisión absoluta de la mujer, el prestigio del bandidaje y que el máximo delito sea la delación.
Claro que la literatura funciona por exageración, y ésta no es óbice para poder escribir un relato como un castillo. Mateo Falcone es un personaje más grande que la vida: excelente tirador, con un sentido del honor inexpugnable, que ha reforzado el clan del que es cabeza con alianzas con otras familias, buen amigo y mal enemigo, y de una independencia feroz. Un día que su hijo primogénito, Fortunato, se ha quedado solo en casa llega a ésta un fugitivo que huye de los tiradores corsos, la milicia policial local. Tras un tira y afloja, acepta ocultarle. Los tiradores registran la casa sin hallar rastro del huido, pero el sargento, que se huele la jugada, tienta a Fortunato con un reloj de plata que el joven ha mirado con codicia. Consumada la delación, llega Mateo Falcone a la casa. Lívido y pese a las súplicas de la madre y de Fortunato, que saben a la perfección lo que le espera a quien ha traído el deshonor a la familia, lleva a Fortunato al malezal y lo mata.
Todo ello muy enorme, muy tremendo, muy trabajado sobre arquetipos que casi son estereotipos, pero ello no tiene nada que ver con la calidad literaria. Y Mérimée, convirtiendo el hecho en una tragedia de proporciones homéricas, compone un relato que funciona a la perfección, avanzando de forma impecable hasta su inexorable final.
El lector puede ver todas y cada una de las implicaciones cuasi-ideológicas que están implícitas en el cuento, pero cuando finaliza la lectura, lo que queda es un relato magnífico en su estructura y su desarrollo, una historia altamente literaria, con carácter y fuerza que se sitúan en la categoría de mito y permanecen en la mente del lector.

En Mateo Falcone y Otros Cuentos
Ed. Espasa Calpe, col. Austral
Madrid, 19404 [1829]

Texto en castellano de Mateo Falcone

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