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La Bicicleta Estàtica, de Sergi Pàmies

Quaderns Crema, col. Mínima Minor
Barcelona, 20102 [2010]

La última colección de diecinueve relatos de Sergi Pàmies tiene como nexo de unión ese punto de la madurez (o el inicio de la vejez) en el cual una persona descubre que se halla en su vida como sobre una bicicleta estática, es decir, pedaleando sin moverse del sitio.
También es un libro en el que, casi por vez primera, detalles biográficos del autor se inmiscuyen en la ficción. Si bien para los lectores catalanes esto es evidente (al fin y al cabo Pàmies es una figura merecidamente conocida), lectores de otras latitudes puede que reconozcan estos detalles como ficciones, como en el caso (en El Mapa de la Curiositat [El Mapa de la Curiosidad]) en el que cuando llamaban a la puerta de su casa sin hacer la señal convenida, el padre del narrador iba a esconderse en un armario; los que conocen las circunstancias vitales de Pàmies, hijo del difunto (y recordado con sentimiento y homenaje en Cent per Cent Seda Natural [Cien por Cien Seda Natural]) dirigente comunista Gregorio López Raimundo y la escritora Teresa Pàmies, los reconocerán como guiños personales bien aprovechados dentro del marco de la historia que, como se ha dicho siempre, consiste en narrar sobre lo que se conoce; los que no tengan constancia de ellas serán capaces de admitirlos como detalles que enriquecen la narración. No importa demasiado, pero es un detalle interesante y una variación no tanto morbosa como liberadora.
En cualquier caso, son los relatos los que importan y, mínimos y sobrios como son, costumbre pamiesca que se agradece, componen una sinfonía de detalles insignificantes pero significativos que marcan o demuestran el paso, más que del tiempo, de la edad, y el reconocimiento de las derrotas y las situaciones que se dejaron pasar o que, sencillamente, no sucedieron. Emblema de esto es Hauries Hagut d'Insistir [Deberías Haber Insistido], en el que dos ex se encuentran y ella, rememorando el día en que le dijo que ya no lo amaba, añade, para desconciero de él: "deberías haber insistido". Una frase que ya no es ni una oferta de presente, mucho menos de futuro, sino un reconocimiento de lo que podríamos denominar la ficción del pasado, eso que nos imaginamos en cierto punto de la vida que hubiera podido pasar si nuestra vida hubiera seguido un camino que entonces llevábamos y al que renunciamos o nos hicieron renunciar. Nostalgia desesperada, en suma.
Buena parte de estos relatos, en efecto, miran hacia atrás. En detalles cotidianos, en pequeñas obsesiones o pequeñas fobias (por ejemplo, el magistral Papiroflèxia [Papiroflexia], sobre la incapacidad de disfrutar de la lectura de El Principito que ha tenido alguien durante toda la vida, y que decide superar), Pàmies nos habla de las frustraciones y los desencantos de la vida.
Son pequeñas frustraciones, nada de grandes temas existenciales aquí, pero no los desdeñemos. En parte porque no somos (ni querríamos ser) unos personajes de Camus o de Sartre, pero en mayor parte porque estos pequeños desencantos son los que en realidad nos afectan y hacen de nosotros seres cuya felicidad no es completa. Seres que se preguntan por qué pedalean tanto si no parecen moverse del sitio. En esta perspicacia de Pàmies por ver los detalles incómodos e incongruentes de nuestras vidas radica el mérito de sus narraciones, que nos interesan porque hablan, por persona interpuesta, de nosotros mismos.

Portada i sinopsi de l'edició catalana
Portada y sinopsis de la edición castellana

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Harper, de Jack Smight

SESIÓN MATINAL

(Harper); 1966

Director: Jack Smight; Guión: William Goldman, basado en la novela The Moving Target [El Blanco Móvil], de Ross Macdonald; Intérpretes: Paul Newman (Lew Harper), Lauren Bacall (Sra. Sampson), Shelley Winters (Fay Estabrook), Arthur Hill (Albert Graves), Julie Harris (Betty Fraley), Janet Leigh (Susan Harper), Pamela Tiffin (Miranda Sampson), Robert Wagner (Allan Taggert), Robert Webber (Dwight Troy), Strother Martin (Claude); Dir. de fotografía: Conrad Hall; Música: Johnny Mandel.

En España se llamó Harper, un Detective Muy Privado. Es un título acertado, aunque me apresuro a decir que no en el sentido que los distribuidores hispanos quisieron darle. Porque las ficciones de Ross Macdonald tienen una característica casi omnipresente, y es que Lew Archer (¿Por qué los productores le cambiaron el nombre por el de Lew Harper? Misterio insondable) suele entrar en el círculo íntimo de aquellos que le contratan como detective privado. Y lo que descubre suele ser trapos, más que sucios, inmundos. En las novelas de Macdonald, Archer actúa lo justo, y muchas veces se muestra como un espectador, algo cínico, algo asqueado, de los destripamientos, odios y miserias familiares que tiene que contemplar y soportar para descubrir la verdad. Le pagan para eso, pero muchas veces le pagarían porque no la descubriera. No sé qué tal se enteró el director de esto (realiza una labor discreta), pero sí que está presente en el guión del impagable Goldman; pero sobre todo quien se enteró fue Newman, que se mete en la piel de Harper/Archer de manera tan impecable que el rostro de este detective ya tiene para siempre los rasgos de Paul. Una interpretación como corresponde al género, principal, cínica, dura, con rasgos de humor.
Pero, si esta película, como casi todas las de género negro, es un canto al detective privado, esta además se distingue por ser coral, y así tenemos toda una constelación de personajes fascinantes que orbitan en torno del caso. Bacall, Wagner, Winters , Harris, Tiffin, hasta Julie Harris como la ex-esposa de Harper tienen sus momentos.
¿Que no les he hablado del argumento? Les aseguro que, como en las grandes novelas y películas de género negro, tiene una importancia menor frente al clima moral y social que se respira alrededor de la trama.
Tal vez no una gran obra de cine, pero sí una muy buena película de género. Para disfrutar.

Táiler:


Harper (Theatrical Trailer)

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Jazz Porque Sí: Charlie Parker en el Carnegie Hall

Y antes en el Birdland de Nueva York. Y después en el Hi-Hat Club de Boston.
La actuación en el Birdland corresponde de hecho a la del Milt Jackson Quartet (que se convertiría en el Modern Jazz Quartet; MJQ en cualquier caso), en la que apareció Parker (al fin y al cabo estaba en "su" casa) para acompañar en un par de temas: un How High the Moon que más bien es un Ornithology (que ya saben que compuso Parker sobre las armonías de How High...) con Bird en plena forma; y una balada, Embraceable You.
Pero el plato fuerte es el concierto en el Carnegie Hall. Parker tocaba con sección de cuerdas, casi inaudible o muy lejana en la grabación, pero no importa: nos proporciona un casi puro parkeriano Just Friends, de lo mejorcito. Tras Easy to Love entrará a las congas Cándido Camero y entre él y Parker ejecutarán un Repetition antológico y distinto. Y entonces entrará como invitado el viejo colega de Charlie Parker, Dizzy Gillespie, para interpretar Night in Tunisia, que es de lo mejor de la velada y que enlazarán con el tema de cierre 52nd Street Theme, por una vez larguito.
Atentos como siempre a las explicaciones del Cifu, al que agradezco poder tener acceso a los podcasts de su Jazz Porque Sí en Radio Clásica de Radio Nacional de España.
Espero que les guste.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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Oficiales de Imprenta, Herejía e Inquisición en la España del Siglo XVI, de Clive Griffin

(Journeymen-Printers, Heresy, and the Inquisition in Sixteenth-Century Spain)
Ollero y Ramos Eds.
Madrid, 2009 [2005]
Trad. de Héctor Silva Míguez (†)

Es un hecho que sin los hispanistas británicos la historiografía hispánica no sería lo que es. En este caso Clive Griffin no es historiador sino profesor de literatura, aunque especializado en historia del libro en España e Hispanoamérica. Pero esto no es óbice para que se comporte como tal historiador con todos los pronunciamientos en este estudio, que no calificaré de ameno hasta la diversión, pero sí curioso y de tema poco visitado.
La génesis puede traslucirse fácilmente: en una búsqueda de la influencia de impresores extranjeros en la historia del libro español en el siglo XVI, que fue mucha, Griffin debió encontrarse con muchos de éstos procesados y condenados por la INquisición. El tema estaba servido; impresores y tipógrafos de toda Europa, pero sobre todo franceses, entraron en la península para ganarse la vida y se toparon con un muro de suspicacias, xenofobia y persecución, no siempre religiosa.
No queda claro si estos impresores cayeron bajo el ojo de la Inquisición por incitación popular o por iniciativa propia del Santo Oficio; en cualquier caso, su capacitación profesional, el que supieran leer y escribir y su trato con libros y la posibilidad de imprimirlos ciertamente los convirtió en elementos peligrosos que suscitaron un control y represión dedicado, hasta convertirse, mediante los métodos habituales de delación y tortura, en un colectivo que sufrió una "razzia" intensa.
Griffin puede no ser historiador, pero sus métodos son británicos cien por cien. Eso implica una investigación exhaustiva, una consulta de documentos y funetes total, y una citación y ordenación casi prístina que aporta luz sobre el tema.
Con semejantes métodos, este libro no se dedica a poyar una determinada tesis; antes bien, lo completo de la explicación y referencia suple la descripción de la Inquisición y sus métodos; de sus carencias también, incluso en materia teológica, como en el caso en que un encausado respondió correctamente en un punrto de religión y el inquisidor le imputó herejía por ello. El cuadro de la xenofobia ante el extranjero, en el que ser francés, o gascón, o flamenco es ser sospechoso (y vivir frente a la casa de Calvino o haber pasado un día por La Rochela, motivo de prisión preventiva). Un reflejo también de la sociedad española del XVI, de sus imprentas, su entramado social y cultural y su vida cotidiana.
Siempre me llaman la atención estos estudios, elegantes y documentados, sobre detalles sorprendentes y en apariencia nimios que, sin embargo, trascienden sus límites y se convierten en auténticos referentes sobre una época de la historia. Aportaciones que abren caminos nuevos y dan luz sobre los antiguos.

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The Curious Incident of the Dog in the Night-Time, de Mark Haddon

Vintage/Random House
sin pie de imprenta, s. f. [2003]

Existe edición castellana en Ed. Salamandra

El Curioso Incidente del Perro a Medianoche se inicia como una novela policiaca, con el descubrimiento del asesinato de un perro atravesado por una horca de jardinero. El niño (de 15 años, 3 meses y 2 días) que escribe esto toma la decisión de investigar el suceso y descubrir al culpable. Claro que Christopher Boone no es un niño corriente; padece (como nos informa graciosamente la contraportada, pero no el texto) el síndrome de Asperger. Esto quiere decir que tiene muchos problemas para relacionarse con los demás. Es bueno en matemáticas. Odia que le toquen. Le gusta el orden milimétrico y la verdad. Pero no sólo tiene problemas de relación. También es huérfano de madre, al menos hasta que en sus investigaciones descubre que en realidad su padre le ha engañado haciéndole creer que su madre está muerta.
Caminamos por un terreno resbaladizo, aquí. Estas novelas siempre se mueven sobre la fina línea que separa lo sentimental de lo sentimentaloide, y si Haddon consigue transitar indemne por este territorio es gracias a que, por una parte, muestra un tremendo respeto por su protagonista, y por otra, a que la novela tiene un trasfondo amargo que proscribe la lágrima fácil y el edulcoramiento.
Ciertamente es un policiaco singular, un homenaje sentido a las historias de Sherlock Holmes de Conan Doyle, de las que Christopher es admirador, pero, y a mitad de novela el misterio deja paso al retrato de una mente que, por insólita, es inaprehensible, y al desarrollo de una situación familiar que se descubre traumática (y que, en un pesimismo realista y, por tanto, loable, será más traumática) pero que la mente de Christopher acepta en su resolución provisional puesto que viene a restaurar, aunque sea de forma precaria, un cierto sentido del orden en su vida que se había perdido.
Hay que agradecer a Haddon esta amargura. Es fácil, demasiado fácil, escribir historias moralizantes en las que los aquejados de estas enfermedades son "felices en su  mundo" y los padres de estas criaturas son los mejores del mundo, más santos que humanos. O a la inversa, en la que la sociedad es la culpable siempre, todos los "normales" somos malos de película y los protagonistas mártires de esta sociedad. Haddon se mueve en esta zona de grises, no sin esfuerso, pero con soltura, y su retrato de Christopher, preciso y analítico como es, no empaña que los problemas que aquejan a estas personas, aparte de los inherentes a su propia condición, pueden ser y son los mismos que los del resto de gente. La cuestión es que también son más vulnerables a ellos. Si hay un mensaje que extraer de esta novela, aparte de la inquietud que sentimos ante el futuro de Christopher, es que deberíamos modular nuestros patrones de conducta, no ante una persona con síndrome de Asperger, o de Down, o de cualquier otro, sino ante cualquier persona. Cuando Christopher agrede a un policía porque éste le agarra por un brazo, lo que Haddon nos dice es que el policía (o cualquier otra persona) debería respetar los deseos de cualquier ser humano a no ser tocado por nadie. Puede ser una anécdota. Pero el secreto tal vez sea respetar a todos, sean como sean.

Portada y sinopsis de la edición inglesa
Portada y sinopsis de la edición castellana

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El Caso Moro, de Leonardo Sciascia

(L'Affaire Moro)
Tusquets Eds., col. Andanzas
Barcelona, 2010 [1978]

Cuando en 1978 se produjo el secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro, Leonardo Sciascia era precisamente diputado por el Partido Radical y formó parte de la comisión parlamentaria que investigó el caso y emitió un informe sobre el mismo. Este informe forma parte de este libro, pero que no sorprenda a nadie que ocupe 33 páginas de las 186 totales. Aunque duro con ciertas actuaciones e ineficiencias policiales y con algunos hechos, este informe comisionado no podía entrar en trasfondos morales ni en hipótesis sobre lo que el gobierno y el partido Democracia Cristiana podía hacer y no hizo o sobre la dirección que tomó su política durante la crisis. Pero la persona Sciascia sí.
Les ruego que lean, por favor, el resumen de contraportada que encontrarán en el enlace al pie de esta reseña; constituye una recensión interpretativa por sí misma.
El núcleo del razonamiento de Sciascia es ese "afirmaban [...] que las cartas escritas por Moro desde el cautiverio eran obra de un loco o fruto de la coacción". En efecto, en un principio Moro intenta ganar tiempo pidiendo la negociación, mientras en sus cartas da pistas sutiles para, como mínimo, circunscribir la búsqueda policial a la zona de Roma donde se hallaba prisionero (sin éxito). Pero, casi de inmediato, la reacción a esa petición de canje es automática: «Moro ya habla como un miembro de las Brigadas Rojas: ésta es la tesis que, como una losa, cae sobre el hombre vivo, lúcido y batallador que Moro sigue siendo en la "prisión del pueblo", mientras se recuerda y se celebra al Moro difunto, al Moro digno de un monumento, al "gran estadista" que Moro nunca fue. En su vieja ensoñación o alucinación del Estado (y lo digo sin sarcasmo, porque también yo padezco de esa ensoñación o alucinación, sólo que él cree haber visto al Estado alguna vez en Italia, y yo nunca), Montanelli entonó un "réquiem por Moro", mientras que el diputado comunista Antonello Trombadori proclamó, en los pasillos del Congreso: "¡Moro ha muerto!". Y un selecto grupo de "amigos de Moro", entre sus muchos "amigos", redacta un monstruoso documento renegando de él: el Moro que habla desde la "prisión del pueblo" no es el Moro que conocimos».
Es un mecanismo frecuente y reconocible. De repente, Aldo Moro, que poca cosa podía hacer en sus cartas, deja de ser "de los nuestros". Por tanto, pasa a ser "de los otros", en ese maximalismo despiadado. Y si es "de los otros" es uno de ellos con todas las consecuencias; y "los otros", mejor muertos que vivos. De hecho sólo volverá a ser el Moro "que conocimos", el Moro "de los nuestros", si muere, santificado por el martirio y expiada su culpa de haber insinuado que se podía negociar un canje. Es un mecanismo de alienación conocido, y desde ese momento la sentencia de muerte para Moro es extendida, al alimón, tanto por los brigadistas como por los propios compañeros de partido y de gobierno de Moro.
En esta sentencia terrible, en esta deshumanización tremenda, Sciascia compone una sobrestructura contenida pero intensa, y en extremo inteligente, que intenta, si no comprender, sí por lo menos explicar cómo frente a la brutalidad de los terroristas, toda una maquinaria política y las se supone personas que la integraban  pudieron colaborar para dejar a un hombre solo y sin más alternativa que la de morir por los disparos de una pistola con silenciador.

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Porco Rosso, de Hayao Miyazaki

SESIÓN MATINAL

(Kurenai no Buta); 1992

Director: Hayao Miyazaki; Guión: Hayao Miyazaki; Música: Joe Hisaishi.

Esta película surge de un acto de amor. Por el romanticismo de una época, amor por la aviación de los tiempos heroicos en los que los aviones eran de tela y madera, y en concreto por los hidroaviones, por las historias de aventuras, por el fantástico introducido en estas historias. Incluso por una canción.
A hayao Miyazaki no hay que descubrirlo a estas alturas. Es el director de dibujos animados japonés más literario, personal y coherente de los que pueblan esa parcela del cine. Sin embargo, Porco Rosso, hablando en sentido estricto, sólo es una película de dibujos animados porque da la casualidad de que los que la interpretan son dibujos. Porque lo cierto es que por trama, personajes, época y espectáculo aéreo, esta hubiera podido ser una magnífica película de acción real. O tal vez no; los encuadres y movimientos que son posibles con la animación tal vez hubieran quedado dubitativos en imágenes aéreas. No lo sé y no importa, porque cada vez que veo Porco Rosso me sumerjo en ella sin ejercer grandes esfuerzos por superar la barrera de los dibujos versus "realidad".
Porco fue en tiempos un aviador de la primera guerra mundial. Pero, por alguna razón, tal vez no murió cuando le correspondía. Y por tanto ahora vaga por la tierra italiana y los cielos del Adriático convertido en cerdo. La tierra italiana de los primeros tiempos del fascismo; como dice el mismo Porco: "prefiero ser un cerdo a ser un fascista". Y los cielos del Adriático, hogar de los piratas del aire, libertarios, anárquicos y condenados a la desaparición. Allí ejerce su oficio Porco, entre pirata y mercenario antipirata y, por supuesto, puesto fuera de la ley, con su pequeño hiroavión rojo que empieza a tener problemas de motor. Ya que "un cerdo que no vuela sólo es un cerdo". Y también allí se aloja su amor secreto e imposible, al que un aventurero americano recién llegado también pretende, destronándolo de paso de su supremacía en el aire.
Una película que por ambiente y creación tiene más de Casablanca que de anime. Una obra maestra de la animación, pero también una obra maestra de cine clásico. Una película surgida de un acto de amor, vaya.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Coleman Hawkins en el Savoy Ballroom

Coleman Hawkins se inventó uno de los instrumentos que ha llegado a ser sinónimo del jazz: el saxo tenor. Un saxofón que antes de su llegada nadie sabía muy bien qué hacer con él. Y "Hawk" o "Bean", como era apodado, lo enarboló y le creó un lenguaje. A partir de entonces, agresivos o aterciopelados, explosivos o suaves, los saxos se convirtieron en los iconos del jazz, sustituyendo a la trompeta.
Fue también alguien que pasó sin despeinarse por todas las etapas fundamentales del jazz, desde el Nueva Orleans al swing hasta llegar al bop, y lo hizo brillando con luz propia, con un estilo inconfundible (y muy imitado) y con el respeto de sus colegas.
Uno de mis recuerdos favoritos es una fotografía suya; con cerca de setenta años, los ojos cerrados y los dedos en las llaves del saxo, su imagen es pura energía. Tal vea sea que lo relaciono con unos temas de ese disco: Just You, Just Me, Stuffy... Parecían tocados por el joven de veinte años que seguía siendo en la música, en su música.
Por tanto, presten atención a este concierto en el Savoy, porque tendrán una buena, una gran muestra de los talentos del maestro al frente de su propia big band.
Detalles, precisiones y sabiduría sobre lo que oirán, el Cifu se los transmitirá de forma impecable, como acostumbra. Agradecer a Jazz Porque Sí en Radio Clásica de Radio Nacional de España la posibilidad de disfrutar de sus podcasts.
Gocen con el vuelo de Coleman Hawkins, al que, es este mismo concierto, llaman con toda justicia "cuerpo y alma al saxo tenor".

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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No Acosen al Asesino, de José María Guelbenzu

Santillana/Alfaguara
Madrid, 2001 [2001]
Serie Juez Mariana de Marco nº 1

Carlos Sastre entra en una casa y degüella con una navaja barbera al magistrado Medina. Como dice atinadamente la contraportada, "sabemos quién es el asesino y aún queda todo por descubrir".
Cierto, y por ello ya intuimos que Guelbenzu no va a ir por los trillados caminos del "quién lo ha hecho" y se centrará más en los aspectos psicológicos de sus personajes. En este caso los personajes son una colonia de veraneantes más o menos habituales, más o menos elegantes (aunque con algunos toques descritos de vulgaridad) de una zona costera de Cantabria. Es una postura arriesgada, y requiere mucho coraje y dominio literario mantener la tensión y, a la vez, la intriga. ¿Lo consigue Guelbenzu? A medias.
Esta fue su primera incursión en el policiaco, y se detecta una cierta vacilación en los modelos del género. A veces muy à la Agatha Christie, aunque se nota que quiere escapar de ese estilo; a veces alejándose del tema principal, pero rápidamente volviendo a él. Se nota también una cierta timidez en la actuación de la teórica protagonista, la juez Mariana de Marco. Ésta tiene intuiciones, pero por fortuna no son geniales o tan sutiles como para convertirla en una parodia de Hércules Poirot; pero, a la vez, está ausente en gran parte de la novela, y eso casa mal con los modelos del policiaco y la novela negra "de protagonista". Tanto más cuando es la primera novela de una serie, y por tanto requiere una presentación más detallada. Quizá es que, en un principio, Mariana de Marco no tenía continuidad como personaje en la mente de Guelbenzu. No lo sé.
En cualquier caso, y pese a las imprecisiones de la novela, no deja de tener valores que la redimen y hacen de ella un relato interesante y prometedor. Sus retratos de grupo, su dominio de la descripción y, ciertamente, un sentido de la intriga hacen que a Guelbenzu y su mariana de Marco merezcan darles una oportunidad.

Portada y sinopsis

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There's a Long, Long Trail A-Winding, de Russell Kirk

En The Mammoth Book of Short Horror Novels
Robinson Publishing
Londres, 1988 [1976]
Ed. de Mike Ashley

Esta novela corta, cuyo título se puede traducir como Hay un Largo, Largo Camino que Serpentea, recibió en su día el World Fantasy Award, y estoy convencido de que lo obtuvo por su belleza.
Frank Sarsfield, en un día de ventisca, busca un refugio; cruzando una autopista, llega a un pueblo fantasma y, un poco más allá, a una mansión cerrada y deshabitada. Frank es un vagabundo, uno de los últimos de su generación, y un pequeño delincuente esporádico que ha pasado períodos en algunas cárceles, tales como la abandonada que domina desde un alto el pueblo en el que se halla. También es un gigante de fuerza descomunal. Pero no es un mal hombre. Evaluado psicológicamente de forma sistemáticamente errónea, salvo en una ocasión en la que topó con un psicólogo que de forma sincera se preocupaba de los internos, es un gran lector, sobre todo de poesía, que memoriza y recita con toda la pasión y exactitud necesarias, al que le gusta jugar con los niños, un hombre que sabe quién y qué es en la vida y no está satisfecho con ella, pero tampoco se muestra resentido con esa vida al límite de la supervivencia. En esa casa descubrirá una historia terrible que sucedió años atrás, y tendrá la ocasión, no de redimirse, sino de hallar una forma de justificar su vida ante sí mismo.
Es un relato bellamente construido, y también inusual en su temática. Está claro que es una narración sobre la casa encantada, sobre el "mal lugar", pero la casa no es estrictamente un lugar maldito. Más bien es un lugar oníricamente perfecto, pero amenazado. Esa amenaza tuvo lugar y fue en parte conjurada, pero también, como en un relato de fantasmas clásico (a los que Kirk es tan aficionado), esa amenaza es recurrente, y es misión de Frank el conjurarla, en lo que parece un mal sueño pero que es, en otra ambigüedad, fatalmente real en un sentido físico para el pobre Frank, pero redimente en el sentido individual de su propia conciencia.
Pese a ser norteamericano, Kirk domina la técnica inglesa de la ghost story, y ciertamente There's a Long, Long Trail A-Winding parece una novela victoriana si no fuera por su situación en una época moderna y en un paisaje típicamente estadounidense. Sin embargo, va más allá del cuento de miedo clásico, por su entrada en la psicología del protagonista, tan extraña pero tan creíble a la vez, por su juego temporal de los acontecimientos que se repiten (¿en la realidad? ¿en la mente del protagonista?) y por las ambigüedades presentes en el tema de la redención y el destino vital.
Por su tratamiento, pero también por su estilo, el premio World Fantasy que obtuvo me parece más que merecido. La prueba es su permanencia, y There's a Long, Long Trail A-Winding, una vez leído, sigue en la memoria.

Esta novela corta puede escucharse leída por su autor (en inglés) en este enlace

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Il Deserto dei Tartari, de Dino Buzzati

Arnoldo Mondadori Ed., col. Oscar
Milán, 198931 [1940]
Existe edición castellana en Alianza Editorial

El teniente Giovanni Drogo es destinado a la fortaleza Bastiani, y allí espera hacer carrera. Pero la fortaleza Bastiani está en ninguna parte. En una frontera en la que nunca ha pasado nada, frente a un desierto del que nunca ha surgido nadie, llamado de los Tártaros, una denominación que ya es irónicamente mítica e irreal. ¿Qué tártaros, y cuándo, si no fue en en un pasado perdido en la noche de los tiempos, estuvieron allí? Drogo se apercibe de esto con rapidez, y aspira a un rápido traslado conforme a sus ambiciones. Y sin embargo...
Sin embargo, esa fortaleza mantiene una extraña fascinación como es la de la espera de lo extraordinario, del ataque, de la gloria; una gloria que llegará sencillamente por estar en el lugar más improbable en el que suceda cualquier cosa fuera de lo rutinario. Y Drogo pasará toda su vida allí, en la espera; en la costumbre y el día a día, distanciándose de su familia, de sus amigos, de su juventud y de su vida, en una espera repetitiva, una confianza desesperanzada en que ocurra, no lo inesperado, sino al contrario, lo contra toda lógica esperado. Cuando eso sucede, Drogo ya es tan anciano que su único acto de heroísmo sólo puede ser enfrentarse , a solas, con su propia muerte.
Si descubro todo el argumento (pero no sus matices) de esta novela prodigiosa es porque la trama, fundamental como es, no es nada comparada con el estilo y los episodios puntuales que suman esta novela inquietante y opresiva y la convierte en una de las más inolvidables de la literatura mundial.
Una alegoría directa de la vida del ser humano, inmerso siempre en la duda, incierto de si está en el lugar apropiado, de si la vida le deparará la gran oportunidad que espera; de si por buscar esta oportunidad en otro lado puede perderla. Del conformismo. Y de la vida dilapidada, tal vez precisamente por esperar algo que es más que posible que nunca suceda.
Buzzati, que es una referencia culta e impresionante de la narrativa fantástica italiana, era un admirador de Edgar Allan Poe. Se nota en esta novela, principalmente (pero no sólo) en que la fortaleza Bastiani adquiere una personalidad propia que la asemeja a la casa Usher. Pero en quien se piensa más a menudo leyendo El Desierto de los Tártaros es en Kafka, y con todo motivo. La espera obsesiva, la "postergación indefinida y casi infinita", como decía Borges,  es una de las características de Kafka, pero allá donde el checo es interior y tenebroso, Buzzati es abierto al mundo, a la sociedad que rodea a su protagonista Drogo, y luminoso en sus paisajes. Tal vez esa luminosidad es ominosa, pero eso mérito y no defecto.
Grandemente admirado, entre otros, por Borges y Bioy Casares, es prácticamente seguro que El Desierto de los Tártaros prefigura el Realismo Fantástico latinoamericano: La fortaleza Bastiani es un lugar irreal, mágico, enclavado en un terreno mítico e improbable, que no está en este mundo ni tampoco en el otro, sino más bien en una zona difusa y aislada de la realidad. Llámense Macondo, Santa María o la isla de Morel, el universo cerrado de la Bastiani es un precedente destacable y un hallazgo narrativo moderno y poderoso.
Como lo son Giovanni Drogo y sus camaradas, que asemejan a muertos en vida, marchitados en la espera, pero también en la obsesión enfermiza que, sin embargo, nos parece común y razonable en nuestra vida diaria. Por citar de nuevo a Borges: «Dino Buzzati, en estas páginas, retrotrae la novela a la epopeya, que fue su manantial. El desierto es real y es simbólico. Está vacío y el héroe espera muchedumbres».

Portada (del propio Dino Buzzati) y minisinopsis de la edición italiana
Portada y sinopsis de la edición castellana

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Jazz Porque Sí: Cab Calloway

Sí, Cab Calloway. Es más que probable que no sepan quién es, aunque lo hayan visto en persona o inerpretado por un actor. Porque, si han visto la película Cotton Club, allí aparecía en la ficción la orquesta de Calloway, que sucedió en ese club a la de Duke Ellington. Mejor todavía, si han visto Granujas a Todo Ritmo (The Blues Brothers), quien hace de maestro de ceremonias en la actuación final de los dos protagonistas es el mismo Cab Calloway, y es quien, para amenizar la espera, canta su canción fetiche, Minnie the Moocher.
Un tipo increíble, vestido con frac con faldones enormes, armado de una batuta larga como su brazo, que agitaba mientras saltaba por el escenario, cantando sus canciones, siempre llenas de "jive", la jerga jazzística por excelencia de los años 20 y 30.
Pero, amigos y vecinos, haciendo sólo el payaso no se sucede en el puesto a Duke Ellington. El hecho es que Calloway tenía olfato para todo: para los gustos del público, para el ritmo, para el espectáculo, para elegir a los músicos (Dizzy Gillespie, por ejemplo, empezó en su banda).
Y una voz única, que le ganó el apodo de "Hi-de-ho Man", y que empleaba en canciones con un estilo reconocible de inmediato. Y cuando digo única es única. Nadie ha cantado como Calloeay.
Y puedo asegurarles además que su banda tenía un swing imparable, como podrán comprobar.
Atentos a las palabras del Cifu, que como siempre pone en situación la música. Otros programas dedicados a Calloway los podrán encontrar en los podcasts de Jazz Porque Sí en Radio Clásica de Radio Nacional de España, a la que agradezco por ponerlos a disposición pública.
Que disfruten.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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El Mago de Oz, de Victor Fleming

SESIÓN MATINAL

(The Wizard of Oz); 1939

Director: Victor Fleming; Guión: Noel Langley, Florence Ryerson, Edgar Allan Wolfe, basado en el libro de Lyman Frank Baum; Intérpretes: Judy Garland (Dorothy), Frank Morgan (El Mago de Oz y otros cuatro papeles), Ray Bolger ("Hunk"/El espantapájaros), Jack Haley ("Hickory"/El hombre de lata), Bert Lahr ("Zeke"/El león cobarde), Margaret Hamilton (Señorita Gulch/La bruja malvada del oeste), Billie Burke (Glinda), Charley Grapewin (Tío Henry), Clara Blandick (Tía Em); Dir. de fotografía: Harold Rossen; Canciones: E. Y. Harburg, Harold Arlen; Dir. musical: Herbert Stothart; Dir. artística: Cedric Gibbons, William A. Horning.

El Mago de Oz es un musical pero no sólo un musical; es un cuento infantil que, por estructura y elección fílmica, fascina más a los adultos que a los niños; es un cuento de hadas que, por tener canciones en él, se convierte en un espectáculo.
También es otras cosas, como una adecuada contraposición entre sueño y realidad, lo inmarcesible y lo cercano, lo mítico y lo cotidiano, todo ello marcado incluso por la elección del color (o su falta de él). Pero sobre todo es un espectáculo, y uno en el que las canciones han pasado a la historia del cine y de la música. Desde los grandes crooners y las grandes vocalistas hasta Klaus Nomi, todo el mundo parece haber incluido en su repertorio, por lo menos una vez, "Over the Rainbow" o "Ding, Dong! The Witch Is Dead".
Y unas interpretaciones geniales, del cuarteto protagonista (Dorothy, el espantapájaros, el hombre de lata y el león cobarde) y de los secundarios que los acompañan. Todo ello con un derroche de tecnicolor y una dirección artística soberbia.
En resumen, una película mítica, en el sentido de que permanece en el inconsciente colectivo y que perdura generación tras generación.

Tráiler:

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La Vida Secreta de Walter Mitty, de James Thurber

(The Secret Life of Walter Mitty)
En La Vida Secreta de Walter Mitty
Acantilado/Quaderns Crema, col. Narrativa del Acantilado
Barcelona, 2004 [1942]

Este es un relato notable en varios aspectos. Primero, porque dio nombre al síndrome de Walter Mitty, la tendencia a fantasear en la vida diaria; y segundo, porque fue la base para una película de idéntico título y que es una de las pocas decentes que interpretó Danny Kaye.
El relato se inicia in medias res, en la cabina de un hidroavión bombardero con problemas que intenta atravesar una poderosa tormenta. Hasta que de repente surge una voz que interpela al valiente comantante de vuelo y le dice: «─¡No vayas tan deprisa! ¡Estás yendo demasiado deprisa! ¿A santo de qué vas tan deprisa?»
Es la voz de la señora Mitty y a quien se dirige no es a un intrépido aviador, sino a un tímido conductor llamado Walter que lleva su automóvil por una tranquila carretera en dirección al pueblo de Waterbury.
Y es así: Walter Mitty es un hombre apocado, con una esposa dominante y una vida anodina, que se evade imaginándose héroe de cualquier cosa real que estimule una aventura imaginada; la espera ante una tienda se convierte en el héroe apoyado en el paredón de fusilamiento fumando su último pitillo; un olvido trivial se transforma en el interrogatorio de un fiscal.
Mitty es un loco inofensivo, si es que podemos llamar locura a esas excursiones extemporáneas que le ayudan a mantener en orden su vida y a soportarla mejor. Y, tras el relato de Thurber, nos queda la duda de si su comportamiento es patológico o bien esa válvula de escape no hace, precisamente, evitar patologías mayores, agresivas o desquiciantes.
Es un singular ejercicio de humor aplicado a la vida diaria. Un esbozo conductal, una descripción de algo, la intrusión de la fantasía en la vida normal, que fascinó repetidas veces a James Thurber. Y si bien compadecemos a Mitty por su vida real, nos congratulamos de que pueda seguir con ella gracias a este mecanismo autoadaptativo que ha desarrollado. Mitty vive una vida, pero en ella hay muchas vidas más, que logran que el aburrimiento se convierta en aventuras apasionantes. Seguro que, desde el pragmatismo, su conducta es corregible hacia una ¿deseable? conformidad o hacia una ¿benéfica? rebelión. Pero como personaje, como alegoría de todos aquellos que una y otra vez nos hemos hallado en un lugar cuando deseábamos estar en otra parte haciendo otra cosa, dejemos vivir a Mitty sus múltiples vidas en paz.

Portada y sinopsis de la antología

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Las Historias Naturales, de Joan Perucho

(Les Històries Naturals)
Edhasa, col. Pocket
Barcelona, 1978 [1960]

Olvídense de vampiros que, más que morder, besan, cual es la última moda. Olvídense de Transilvania, las estepas del Este, las montañas balcánicas o incluso de los suburbios de Londres o Nueva Jersey. El vampiro autóctono es este país tiene un nombre, Onofre de Dip. Y un autor, Joan Perucho.
Perucho fue un buen poeta, un narrador más allá de la excelencia, un erudito como han existido pocos y un fabulador que siempre supo convertir la realidad en apasionante descubriendo sus entresijos y combinándola con una fantasía benéfica que elevaba la cotidianeidad al nivel de lo maravilloso. Admirador de Edgar Allan Poe y de sus sucesores, fue él quien trabó para siempre el mundo hispanico con el universo de los Mitos de Cthulhu de Lovecraft con un relato fundamental, Amb la Tècnica de Lovecraft, y lo hizo en una época en la que la narración fantástica española era un yermo y la ficción de la maravilla estaba mal vista y era cultivada sólo por él, Ana María Matute y unas cuantas obras de Torrente Ballester (a los gallegos, principalmente Álvaro Cunqueiro y Anxel Fole, hay que darles de comer aparte, entre otras cosas porque Galicia es en sí misma un argumento telúrico, en el que el volteo de una piedra descubre una conseja o un lobisome). Esta admiración por Lovecraft marcaría su técnica, en la que los libros de ficción se mezclarían con los reales (y muchos de los reales tendrían citas más fantásticas y numinosas que las inventadas); pero sobre todo marcaría la combinación del racionalismo con lo vaga o concretamente sobrenatural o fantástico, una mezcla sabiamente dosificada en la que lo maravilloso no sería una irrupción brusca sino una transición natural.
Con el trasfondo de las guerras carlistas en Cataluña como fondo, el científico y racionalista Antoni de Montpalau recibe una petición de ayuda para eliminar lo que parece ser un vampiro que ataca a los habitantes del pueblo de Pratdip. Escéptico en primera naturaleza, pero prestando atención a aquello de que hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que conoce su sabiduría, Montpalau, tras una serie de encuentros y medidas, logrará acorralar al vampiro Onofre de Dip, llamado como guerrillero carlista "El Mochuelo" (un guiño a la actividad bélica de Vlad Tepes, el Drácula histórico), un vampiro que sigue adelante por puro instinto de conservación, pero que en el fondo ansía hallar la paz, escapar de las privaciones que la inmortalidad de la no muerte conlleva.
No es una tontería de novela: en extremo canónica con el folclore vampírico, enclavada a la perfección en su contexto histórico, es sin embargo una novela pausada y alejada de los tremendismos y artificios, una marca de la ficción de Perucho que la hace doblemente atractiva, puesto que nos pone en el centro de un mundo que es o ha sido el nuestro, pero del que nos descubre cosas que no sospechábamos y que tal vez no sucedieron, pero que merecerían haber sucedido. Es en suma, la invención de un folclore inexistente pero tan atractivo que reclama la simpatía del lector.
En efecto, Las Historias Naturales es una novela maestra y precursora en su estilo. No sólo soy yo quien la aprecia así. Tuvo el rarísimo privilegio (dadas las dificultades de las traducciones en el mundo anglosajón) de optar al World Fantasy Award a la mejor novela. Si tenemos en cuenta que las candidaturas y los premios son otorgados por los profesionales de la ficción fantástica, tendrán una idea de la favorable impresión que causó en una gente acostumbrada a distinguir la excelencia en ese campo. De modo que las bondades de género están ahí. Pero tuvieron que ser apoyadas por una técnica y una escritura que pocos autores han conseguido con tanta convicción y maestría.

Portada i sinopsi de l'edició catalana
Portada de la edición castellana

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Leviatán o la Ballena, de Philip Hoare

(Leviathan or, the Whale)
Ático de los Libros
Barcelona, 2010 [2009]

Este es un libro peculiar. No es un estudio sobre Moby Dick, aunque la obra de Melville, con su extensa disertación sobre las ballenas, es omnipresente. No es una biografía de Herman Melville, aunque los hechos vitales del autor norteamericano son tratados en detalle y extensión, sobre todo en lo que se refiere a sus tratos con los balleneros y las influencias que le llevaron a Moby Dick. No es un libro de historia, aunque lleva en su interior toda la cronología de la pesquería de ballenas a lo largo de los siglos. No es un panfleto ecologista, aunque la defensa de estas especies en franco peligro de extinción es clara. No es un tratado de biología, aunque por pura necesidad (y por espectacularidad) la investigación científica de las ballenas tiene que ser tratada, ya que fueron y siguen siendo un enigma apasionante. No es un relato personal, pero desde que Hoare se fascinó con las ballenas el contacto con ellas ha sido constante, y así se refleja en la obra.
No es nada de esto y lo es todo a la vez, y con semejante variedad temática (y la estilística que comporta) lo difícil era componer una obra tan fascinante como es esta. Bebe, y se nota, de la pasión personal y la gran tradición historiográfica británica, una combinación que ha producido tradicionalmente resultados felices.
Pasión, pero también estímulo de la curiosidad. Moby Dick puede ser un arquetipo literario, pero es un arquetipo que reúne una fascinación milenaria, fruto de la enormidad y lo desmesurado de las dimensiones; de lo numinoso, incluso, encarnación práctica del mysterium tremendum que llevó a la denominación, trasladada consecuentemente al título, de Leviatán; de lo bíblico (arquetipo productor de arquetipos), pues pocos hay que, incluso sin haber leído la Biblia, no conozcan la historia de Jonás. Arquetipo de la dureza del mar, pues no había riesgo mayor, aparte la marina de guerra, que salir a la ballena. Y, por fin, y cuando hemos conseguido comprender mejor a estos animales, una alegoría de la brutalidad humana, y un llamado a la piedad, pues estos primos lejanos del hombre son percibidos hoy como especies benéficas e inofensivas, una visión que se desvanece de nuestros océanos gracias a nosotros  para dejar, ¿qué si no un gran vacío más evidente todavía por su tamaño?
Todo ello está narrado con energía, con seguridad, con paso firme, con ritmo, con erudición, con amenidad. Con sentimiento, además. Es algo difícil de lograr, y es incluso posible que sólo sea producto de una feliz casualidad que es provocada por esa pasión imprescindible. En todo caso son casualidades felices e inesperadas que cuando surgen suponen una alegría inmensa para el lector, que no puede por menos que sentirse agradecido por el hecho de que existan personas como Philip Hoare, que componen estas obras inusuales y geniales por el puro gusto de hacerlas.

Portada y sinopsis

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Testigo de Cargo, de Billy Wilder

SESIÓN MATINAL

(Witness for the Prosecution); 1957

Director: Billy Wilder; Guión: Billy Wilder, Harry Kurnitz, basado en la obra de teatro de Agatha Christie; Intérpretes: Charles Laughton (Sir Wilfrid), Tyrone Power (Leonard Vole), Marlene Dietrich (Christine), John Williams (Brogan-Moore), Henry Daniell (Mayhew), Elsa Lanchester (Señorita Plimsoll), Norma Varden (Sra. French), Una O'Connor (Janet), Ian Wolfe (Carter); Dir. de fotografía: Russell Harlan; Música: Matty Malneck; Montaje: Daniel Mandell.

Una película que hubiera podido firmar el propio Alfred Hitchcock; pero no, es de Billy Wilder, y el caso es que parece más británica que americana o alemana, pero son esos misterios del genio que son difíciles de comprender. El argumento es el típico y se ha hecho cien veces, la mayoría con gran clase (por ejemplo, Anatomía de un Asesinato, de Otto Preminger): La esposa (Dietrich) de un acusado de asesinato (Power) que seduce emocionalmente al abogado defensor (Laughton) y le induce a error, de modo que la posibilidad de inocencia o culpabilidad queda en entredicho.
Lo importante es que, sin ser una de las grandes películas de Wilder, sí mantiene el suspense (las trampas de argumento son atribuibles a la gran tramposa del género, Agatha Christie, autora de la obra de teatro), y se proclama como una de esas películas de juicios que se revelan imprescindibles. Brilla con luz propia la interpretación de Charles Laughton, acompañado de un Tyrone Power en su registro torturado de costumbre y una Marlene Dietrich que es arquetípica de la mujer enigmática y seductora. Vista hoy, todavía gana por goleada a muchas producciones actuales de películas "de tribunales".


Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Ella Fitzgerald Sings the Duke Ellington Songbook (III)

Última parte de esa fantástica colaboración entre Ella y el Duque, en la que podrán escuchar íntegra las suite Portrait of Ella Fitzgerald, compuesta y arreglada por Duke Ellington y Billy Strayhorn; y, para rematar ese encuentro The E and D Blues, un blues movido y a gran ritmo ejecutado por toda la banda y Ella Fitzgerald cantando en scat.
El programa se completa, y no es moco de pavo, con otras grabaciones del Duque en estudio, que incluyen algunos "índigos": Tenderly, Mood Indigo, Autumn Leaves (Les Feuilles Mortes) y Dancing in the Dark.
Que las disfruten, sobre todo acompañadas por los siempre impagables comentarios del Cifu, Juan Claudio Cifuentes, al que agradezco como siempre el poder emplear los podcasts de su programa Jazz Porque Sí de Radio Clásica de Radio Nacional de España.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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The Other Side, de Ramsey Campbell

En Demons & Dreams. The Best Fantasy and Horror 1
Legend/Century Hutchinson
Londres, 1988 [1987]
Ed. de Ellen Datlow y Terri Windling

Ramsey Campbell, si bien poco conocido en lengua hispana, es uno de los grandes nombres de la ficción terrorífica moderna; si encuentran su nombre en alguna antología o alguna de sus magníficas novelas, les encarezco a que le presten atención. Su ficción marca una ruptura estilística definitiva con el terror clásico y mete al género (no tanto a empujones como por convicción) en la modernidad, superando clichés del pasado y conformando un modelo a seguir en una época ultrarracionalista en la cual lo sobrenatural parecía quedar confinado en la reliquia de la superstición o los modos arcaizantes del gótico.
En The Other Side [El Otro Lado], Campbell reflexiona sobre el conflicto generacional en la enseñanza. Un conflicto que muchas veces parece moverse en el odio declarado entre educadores y educandos o, si quieren, en el desprecio que los profesores sienten hacia sus alumnos.
El profesor Bowring mantiene esta guerra con sus alumnos. Y es una guerra total: no se limita a las aulas. En su casa, en su tiempo libre, se sitúa ante su ventana con unos prismáticos y vigila el barrio, presto a descubrir a los autores de las gamberradas e intentar identificarlos como sus alumnos. Y, al día siguiente, afearles su conducta. Todo lo cual tiene su contraofensiva por parte del alumnado.
Pero, ¿es el odio o la beligerancia el auténtico motivo del comportamiento de Bowring? ¿O es la envidia? En el fondo, ¿no puede ser que Bowring ansíe hacer eso que realizan sus alumnos? La aparición de una misteriosa figura blanca maquillada como un payaso en los lugares de los hechos pone un punto de misterio. Pero el final es tan sorprendente como el planteamiento.
Es relativamente fácil para un escritor experimentado componer un relato sobre alguna de las figuras de la literatura de terror, ya sea el vampiro, el zombi o el fantasma. Es más difícil penetrar en los entresijos de la vida diaria, y hacerlo comprendiendo (como tan bien intuyó Robert Louis Stevenson) la estructura dialéctica que es el ser humano, por siempre intentando supeditar o satisfacer su lado dionisíaco frente a una actitud apolínea. Ramsey Campbell, en este relato, demuestra que no escribe por escribir; ni tan siquiera para narrar una historia vistosa. Demuestra que comprende muy bien lo que le rodea y que entiende muy bien las pulsiones humanas. Sus narraciones han sido definidas como "terror a la luz del día", y lo cierto es que aunque sucedan de noche, su cotidianeidad es lo que las hace tan cercanas (y, por tanto, más inquietantes todavía). Cotidianeidad, que no convencionalidad, es su forma de entender el horror. Y en ese estilo se ha consagrado como un maestro imprescindible.

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Las Aventuras de Wesley Jackson, de William Saroyan

(The Adventures of Wesley Jackson)
Acantilado/Quaderns Crema, col. Narrativa
Barcelona, 2006 [1946]

A William Saroyan el ejército de los EE.UU. le encargó una novela para dar una visión amable de la vida de las tropas americanas en la Segunda Guerra Mundial. Je, je, je... no sabían con quién se jugaban los cuartos. Porque el resultado son estas Aventuras de Wesley Jackson, un texto profundamente antibelicista, antiautoritario, crítico con el estamento y los usos de las fuerzas armadas americanas, y un canto a la amistad y solidaridad que se crea entre los soldados, la única cosa redimente que tiene una organización militar. Y aún es una que, en guerra, se trunca con la muerte en combate.
Wesley Jackson es un joven de dieciocho años, tan desorientado como puede estarlo cualquiera a esa edad, al que el gobierno estadounidense decide orientar metiéndole en el ejército. Y allí es donde encontrará su verdadera vocación, no la de matar, combatir y obedecer, sino la de ser escritor.
A partir de aquí se desarrollarán una serie de episodios, pero si están pensando en un nuevo Schweijk, quítenselo de la cabeza. Hay aventuras humorísticas, por descontado, pero lo que Saroyan relata, con imaginación y derroche de creatividad, pero basado con solidez en la realidad, son aventuras que cualquiera que haya pasado por una organización militar siente como cercanas y auténticas.
Y es que Saroyan es un gran narrador. Es capaz de emocionar, de humanizar las situaciones, de conmover, de no ahorrarnos el absurdo de la muerte y el odio; pero también de verter una esperanza sin límites en el ser humano de a pie, el que siente a sus semejantes cercanos, sin mediatización de galones, políticas o propagandas.
Las Aventuras de Wesley Jackson es una obra esperanzada y esperanzadora, pero para nada ingenua. Una que vale la pena leer. Porque por algo fue rechazada por el ejército americano.

Portada y sinopsis