Lessico Famigliare, de Natalia Ginzburg

Einaudi, col. Tascabili Letteratura
Turín, 19995 [1963]

Esta obra, Léxico Familiar, como indica parcialmente el título, es la crónica de una familia. Y como se apresura a indicar la autora, lugares, hechos y personas son reales. Incluso los nombres son auténticos. Y el recorrido en esta crónica, desde los años treinta a los cincuenta, sometido a la verdad, se hace tremendamente descarnado, cruel en ocasiones. En efecto, ¿es lícito retratar a los padres, por ejemplo, de esta manera? ¿ponerlos bajo el foco de la atención pública? Maticemos, como matiza Ginzburg. Lo que se explicará será la verdad, pero no toda la verdad.
Natalia Ginzburg, entre la fórmula de las memorias y la narrativa, escoge que esta obra sea leída como una novela. Una novela con base real, pero en la que las ausencias marcan la distinción entre lo que realmente sucedió y lo que se nos explica. Como en el género memorístico, por otra parte; pero bien está que Ginzburg marque esta diferencia como voluntaria en lugar de caer en la omisión vergonzosa o maliciosa, si se quiere, de la reconstrucción de la propia historia.
Otra cosa es el método empleado para la evocación. Más que la anécdota, más que el acontecimiento, son las palabras. Esos latiguillos, frases y expresiones recurrentes que definen una personalidad y se constituyen en auténticas "palabras de la tribu", que delimitan una familia, sus componentes y su entorno, pero también sus actitudes.
En este aspecto, el hallazgo es genial. La memoria es algo volátil, y la evocación puede llegar por muchos métodos (como saben los millones de malos imitadores de Marcel Proust), pero las palabras tienen una esencia inmanente, personal y propia. Un  no sé qué distintivo que diferencian a las personas y que, por repetidas como si fueran aforismos (aforismos no universales, sino familiares, en el sentido del clan, y de ahí el título) son capaces de ser reproducidas en ocasiones diversas y, por tanto, mantienen su poder evocativo más allá de las situaciones, los tiempos y las distancias.
Esto es el hilo conductor, y es un hilo limitativo. Las palabras como esencia se vuelven ligazones entre los miembros de la familia. Por tanto, lo que nos relatan estas palabras son las relaciones entre estos familiares y su entorno; pero también dejan fuera esas situaciones íntimas de cada persona, en las que la familia no interviene y, por tanto, estas palabras están de más.
Como método (re)constructivo es brillante. Aísla lo en exceso individual, tan proclive, en un relato verídico, a caer en lo morboso. Podríamos decir que esencializa la historia personal como si fuera una de aprendizaje y relación.
Sólo hay un problema, o una ventaja, y es que esta obra es única e inimitable. Tratar de reproducir ese método es caer directamente en el plagio intelectual, por más que resulte tentador trazar la historia (propia o inventada) de esta manera. De ahí lo único de esta novela. Natalia Ginzburg abrió la puerta a una forma de narrar, pero, involuntariamente, la cerró tras de sí.
Para acabar de matizar lo que les comenté al principio de lo descarnado de los retratos de esta novela, hay que decir en su descargo (si es que eso es una culpa) que es así, pero que también hay mucho cariño metido en estas descripciones. El retrato es verista. Pero no olvudemos que nuestras impresiones de estos personajes poco o nada le importan a Ginzburg, que ha trazado una obra familiar en base a un léxico familiar. Somos espectadores invitados, probablemente queridos, pero nada más. Desde luego, no somos jueces.
Y queda una cosa por decir. Fuera del método, fuera del artificio, fuera de toda otra consideración, la originalidad no hubiera sido nada si no tuviera algo detrás. Convertir minucias en arte no es fácil. Hacer del arte algo más que decoración es más difícil todavía. Ginzburg lo logra de forma magistral.

Portada y sinopsis de la edición italiana
Portada y sinopsis de la edición castellana

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1 comentarios:

Lluís Salvador dijo...

Hello, Nel:
Obrigado. Boa sorte col vostro blog!
Un saludo!