Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal

AGEA/Clarín, col. La Biblioteca Argentina, serie Clásicos
Barcelona, 2000 [1948]

Adán Buenosayres, una novela tan fundamental en Argentina como desconocida en España, es todo un mundo en sí mismo. Leyéndola, uno no puede por menos que evocar tanto el Ulises de James Joyce como la Divina Comedia de Dante. Claro está que la ironía y el sentido del humor que preside la novela la aleja, sólo en apariencia, de ambas (siempre he sostenido, y Stanisław Lem conmigo, que el Ulises de Joyce no es más que una monumental broma (escrita con estilo impecable, eso sí) que alguna gente se ha tomado demasiado en serio).
En apariencia también, es la historia de un maestro, entre intelectual e intelectualoide, de sus amores y del ascenso de su alma a la iluminación metafísica y su descenso a los infiernos del desengaño amoroso y la percepción de sus propios defectos y los de la sociedad. En apariencia. Son ya tres menciones a esta palabra, y es que esta novela es polisémica y simbólica como se puede deducir fácilmente del título y nombre del protagonista, a la vez personaje y personificación del primer hombre bonaerense y representación de esta ciudad contradictoria y de extremos.
Establecida en tres partes bien diferenciadas, la primera (de los libros primero a quinto) es un periplo temporal bien señalado de la vida de Adán Buenosayres. Despertar, meditación solipsista, paseo por su barrio y descripción de tipos, visita al salón de su amada y desengaño, excursión con martinfierristas a los arrabales gauchescos o seudogauchescos, al Buenos Aires malevo, una mañana en su escuela y sueño iluminado. He ahí el símil con Joyce: Buenos Aires en dos días, y a la vez, Buenosayres en dos días. Pero con un sentido satírico, sobre todo ante los criollistas y guapiares, en un contraste entre ficción y realidad, que pervade el texto y critica estas mitologías más creadas que reales. Y a la vez sátira de la presunta trascendencia metafísica del protagonista, que es más vulgar de lo que él cree.
La parte central es el famoso Cuaderno de Tapas Azules, con el que Adán pretende desnudar su historia y su alma y, uno supone, impresionar a su amada Solveig Amundsen. ¡Pobre Adán Buenosayres! Por lo visto anteriormente, el contraste entre su vida y su pensamiento es abismal y, por otra parte, nos damos perfecta cuenta de que la pobre Solveig, enfrentada a ese fárrago, no quedaría deslumbrada sino desconcertada ante un texto que invita más a dormitar en el aula que al inflamar de la pasión. Porque fárrago es, pero un fárrago que se convierte en irónico tras haber visto el periplo anterior, la vida real, de Adán Buenosayres.
La tercera parte es un sueño de Adán, uno en el que, guiado por su conocido el astrólogo Schultze, desciende al infierno de Cacodelphia, creado por el propio astrólogo hecho demiurgo, un infierno que no es sino trasunto de Buenos Aires y de sus gentes. Por supuesto, he ahí el símil con la Divina Comedia, y me apresuro a añadir que, por lo menos en el Infierno, la obra de Dante tiene más de Comedia que de Divina, porque era una sátira de su época, una venganza personal y un poema à clef en el que eran identificables personajes contemporáneos de Dante condenados por sus supuestos pecados rectores. Marechal también satiriza aquí a las gentes, aunque más por sus (arque)tipos que por sus apellidos, y muchas veces el humor es desbordante.
No sé definir si esta sátira es doliente o no. Más bien creo que Marechal quiso decir: "así somos, qué le vamos a hacer, y tampoco es como para sentirse tan orgullosos de ello". Más una figuración resignada de unos defectos deplorables pero que, en el fondo, conforman lo que es una sociedad.
Divertida, incisiva y monumental, bien harían los lectores de latitudes más alejadas que las argentinas en leer Adán Buenosayres. La recompensa es grande.

Sinopsis

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4 comentarios:

mario skan dijo...

Lluís: este libro es enorme y fundamental para la literatura argentina. También creo que tiene mucho de Ulises, asunto que Marechal nunca quizo reconocer y también de la Comedia. El escritor argentino Mempo Giardinelli asevera que sin Filloy no hubiera existido el estilo perfecto y argentino de Adán B.Libro enorme que abarca como tu bien dices partes diferenciadas que son una delicia, por mi parte, el paseo por los arrabales es un cuadro genial de la literatura de la época, allí están Borges, Xul Solar y otros que no ahora no recuerdo. Y el cristo de la mano rota? es una obra para releer infinitamente.
Muy buena tu reseña.
saludos

Lluís Salvador dijo...

Hola, Mario:
Como siempre, las reseñas mejores me salen cuanto mejor es el libro reseñado. Y en este caso, el Adán Buenosayres es de categoría...
Lo de que Marechal no quisiera reconocer la influencia del Ulises, podría ser por su religiosidad contrapuesta a lo "impío" como se le calificó en la época de la obra del irlandés. Pero yo creo que la influencia es marcada: esa obsesión por mostrar el paso del tiempo, la hora que es en cada momento, y el mismo periplo de Adán es, si no parecido, sí casualmente parecido. Pero me inclino a creerlo intencionado. Y, lo que sucede es que en el espacio que me marco no puedo (ni quiero, hay que dejar que los nuevos lectores descubran sus escenas en la obra) trazarlo todo. Pero estoy de acuerdo, ese cristo de la mano rota es inconmensurable, como lo es la escena del gaucho arreándole un zapatillazo a Samuel Tesler, salida genial para una escena que ha devenido tensa... Inacabable, ciertamente.
Un saludo!

Lluís Salvador dijo...

Juan Pablo Cozzi ha dicho:

En su libro Cuaderno de Navegación, el mismo Marechal desmiente rotundamente la comparación de su Adán con el Ulises de Joyce. Vale señalar que, si el autor se ha tomado el trabajo de argumentarlo, es porque la comparación es inevitable. Resulta algo así como una preterición, de su parte: digo lo que no quiero decir.
Muy buena reseña, saludos desde Buenos Aires.

Lluís Salvador dijo...

Hola, Juan Pablo.
En primer lugar, bienvenido al blog. Puedes comentar, criticar, sugerir, etc. con toda libertad.
Y bueno, Marechal lo dice, habrá que creerle. Por lo menos a nivel del consciente. Porque lo cierto es que hay detalle: la insistencia en marcar la hora exacta en la primera parte, el periplo bonaerense comparado con el dublinés, etc. Hay veces en que el inconsciente gasta malas pasadas. Y de todas maneras, por mucho que Marechal diga (y le creo en el sentido de que no intentaba hacer un Ulysses), lo cierto es que Joyce era de sobras conocido, Borges lo había comentado ya en El Hogar en 1937, creo, de forma elogiosa, y es seguro que Marechal lo leyó, aunque sin duda debieron incomodarle algunos pasajes debido a su ética religiosa. Pero tampoco nos vamos a hacer mala sangre por ello. Hay que creer al autor, sí, pero la obra una vez publicada adquiere vida propia e interpretaciones libres. De hecho, esas interpretaciones parecen ser consustanciales a las grandes obras, que se desmarcan así de la linealidad de trama y pensamiento.
Como dices, una preterición, en efecto.
Gracias por el comentario y un saludo cordial!