Firma invitada: SUSANA RIZO
SESIÓN MATINAL
Este jovencito ─jovencito, sí─ judío de mirada avispada y mayor talento es a quien muchos de nosotros debemos el cine de una época. Le debemos también que nos lo pensemos dos veces antes de zambullirnos en el agua, o que escudriñemos el cielo en busca de luces de colorines sin identificar. Sus películas son iconos. Sus bandas sonoras, de la mano muchas de ellas de John Williams, también. Ha puesto de moda hasta frases (recuerden la célebre “necesitará un barco mayor”, frase usada a raíz de Tiburón para referirse a cualquier situación que entrañara dificultades difíciles de superar). Además tiene la virtud de no dejarse anquilosar ni perder la capacidad para seguir sorprendiéndonos. Para muchos de nosotros es un símbolo, como para otros tal vez lo sea el cine de John Ford, y es que con Spielberg todo es posible, porque todo lo que toca lo convierte en magia.
¿Qué es lo que hace que recordemos esas escenas, y que otras películas del mismo género nos parezcan meras imitaciones que rozan el ridículo? pues su fórmula, que es lo que marca diferencia. Los ingredientes: sentido del humor agudo, capacidad de establecer con el espectador empatía y meterlo en escena, sentido de la acción trepidante, capacidad para crear intriga y suspense, imaginación y fantasía arraigadas a la realidad. Y un pilar temático tan antiguo como el mundo, a saber, el enfrentamiento entre el bien y el mal, con el casi ─casi─ siempre triunfalismo de valores como el amor, la bondad o la amistad.
Definiendo un estilo: “No me gusta seguir la corriente, sino marcar la pauta”
Steven Allan Spielberg nació en Cincinnati (Ohio). Hijo de un ingeniero y una concertista de piano, tuvo una infancia en movimiento, con varios traslados, aunque gran parte de la su infancia transcurrió en los suburbios de Haddonfield (Nueva Jersey) y Scottsdale (Arizona). Fue un niño tímido ─¡qué extraña característica en un genio!─, introvertido ─otra extraña característica─, y un estudiante mediocre ─también─. La separación de sus padres supuso un duro golpe. De pequeño le gustaba ver las series de ciencia ficción de los años 50 y los dibujos animados de la TV. Hizo sus primeras películas caseras tras requisar la cámara de su padre ─una kodak de 8 milímetros─, y mientras sus tres hermanas se dedicaban a vender las entradas por el vecindario. Pasaba la mayor parte de su tiempo rodando cortos pero no conseguía buenas notas y ello le impidió estudiar su vocación ─el cine─ en la Universidad del Sur de California en Los Ángeles, así que finalmente lo hizo en el Colegio Estatal de Long Beach. En esos años, Spielberg fue aprendiendo de algunos directores de cine, que se acabaron convirtiendo en modelos y referentes para su cine. Éstos fueron A. Hitchcock, W. Disney, J. Ford, S. Kubrick, A. Kurosawa, D. Lean, R. Walsh, y F. Capra.
Sabía lo que quería y lo persiguió. Lo provocó, más bien, y fue gracias a una pequeña travesura, o una osadía, según se mire: durante una excursión organizada a los estudios de la Universal, Spielberg se escondió en el lavabo hasta que se marchó todo el mundo, y allí se quedó, deambulando por sus instalaciones durante todo el día siguiente. El entonces responsable de la biblioteca, Chuck Silvers, lo descubrió y le cayó en gracia. Le concedió un pase y el joven cineasta pasó todo el verano tomando nota de cómo trabajaban los grandes. Incluido el mago de suspense, Hitchcock.
A partir de ahí, se encadenaron las cosas y todo sucedió deprisa. En 1969 rueda Amblin, un corto que llamó la atención de un capitoste de la Universal, Sid Sheimberg, y se le empezaron a abrir todas las puertas, comenzando por la realización de sketches para series de TV, concretamente la entonces afamada Night Gallery, donde ya se topó con actores de la talla de Joan Crawford, y siguieron otros encargos para la TV, siendo destacado el primer episodio de la celebérrima Colombo. Y así fue cómo empezó a moverse con soltura por ese mundillo, dándose a conocer, hasta que en 1971, solo dos años después de aquella encerrona en el lavabo, llevaría a cabo su primera adaptación de un relato para la gran pantalla. Muchos de ustedes ya saben que les estoy hablando de aquel anticipo del Tiburón que fue El Diablo Sobre Ruedas. Nada más estrenarse en la gran pantalla, Spielberg ya fue muy bien acogido por el gran público y pudo ver un atisbo de lo que sería su arrollador éxito del futuro.
Y ese éxito no tardó mucho en llegar, porque las maneras que apuntó desde el primer momento, y tras algún que otro experimento, con Loca Evasión un poco menos afortunado, enseguida llegaron Tiburón ─tremendo éxito de taquilla─, la originalísima y cómica 1941, la ópera kubrickiana Encuentros en la Tercera Fase y la aventura con mayúsculas de la era moderna, que el cine clásico había dejado en listón tan alto, Indiana Jones (I, II, y III; dejemos la IV de lado). Con los Indianas de Spielberg nace un estilo de marca propia, que otros han intentado imitar con bastante poca fortuna e ínfima calidad. La infancia, tema recurrente en su obra, se cubre de magia con aquel entrañable homenaje que supuso ET. Pero no sólo de fantasía y aventuras trepidantes vive el hombre. Este genio sabe entrar en otros campos que a veces no encajan con el encasillamiento de eterno director de entretenimiento. El efectismo lo logra a veces economizando medios, con obras maestras y más personales que en su día pasaron más desapercibidas, porque tal vez no coincidían con sus esquemas habituales. Ahí quedan las sentimentales y melodramáticas El Color Púrpura, Always y Amistad, o la obra maestra (bellísima) El Imperio del Sol. Esta última película es justamente la que marcó un punto de inflexión en su carrera y vimos la cara de un Spielberg con muchos otros registros. Dejaba patente una lucidez mucho menos esperanzada y cruda. Una visión de la infancia ausente de inocencia. Demasiado trágica, incluso. Pero no queda duda de que cuando Spielberg arriesga, le sale bien.
La ciencia-ficción es uno de sus lugares predilectos. Acaso aquellas películas y series que veía de pequeño tuvieron mucho que ver. En honor a aquella mítica serie The Twilight Zone dirigió uno de los episodios de En los Límites de la Realidad y más adelante Cuentos Asombrosos. Y retomó el género más adelante en sendos homenajes a los grandes clásicos, anteriormente novelas, con La Guerra de los Mundos e Inteligencia Artificial. Esta última, realizada por sugerencia de su amigo Stanley Kubrick, quien durante mucho tiempo deseó dirigir el film, pero finalmente le pasó el testigo a Spielberg.
Lo sobrenatural tiene su lugar en el cine de Spielberg, especialmente en los Indianas, pero hay un título en concreto que se alza protagonista absoluto y da la impresión de que aquellos célebres sustos no han perdido hoy en día todo su potencial. Con Poltergeist de nuevo nació una frase para el recuerdo “ya están aquí”, y la tele con niebla para algunos llegó a ser amenazante.
Fuera de esos terrenos en los que Spielberg se mueve como pez en el agua, hay otros trabajos en que evidencia su gran capacidad como narrador y su interés en explicar historias que conmuevan con temas serios y comprometidos. Así, entran en su cine los conflictos bélicos y los conflictos personales. Con Munich o Salvar al Soldado Ryan, ambas de una crudeza considerable, mostró en determinadas escenas una violencia frontal e inusual incluso en el cine, y ya no digamos en su cine. La soledad y la humanidad ante todo priman en La Terminal o la búsqueda de arraigo familiar que hay tras la cara cómica de la espléndida Atrápame Si Puedes. Y detrás, casi siempre, un final de marca con esa “esperanza spilbergiana”.
Cuando experimenta con el drama usa uno de sus temas predilectos: el Holocausto, abordado varias veces a lo largo de su carrera (El Holocausto Szemei, Los últimos días, Supervivientes del Holocausto). Tratar de contar lo que no se puede contar era una tarea difícil, pero lo consiguió a través de esta historia que se convirtió en uno de sus mayores éxitos, poniendo de acuerdo a casi toda la crítica: la obra maestra La Lista de Schindler, quizás su obra más personal. No sólo es una historia fascinante. Es una película hermosa, sin dejar de maquillar la cara más perversa del ser humano, con una cadencia y una fotografía impecables. De hecho, aquí la luz habla, se convierte en un personaje más.
En ocasiones ha querido experimentar aprovechando por un lado su casi asegurado éxito, pues ya tenía un nombre. El mundo perdido se hizo más real que nunca con Parque Jurásico. Con ésta, y tal vez como productor de Gremlins y Regreso al Futuro, también taquillazos en su día, desplegó hasta límites insospechados lo que su imaginación le pedía en ese momento, sacando partido de los prodigios de las nuevas tecnologías. Se trataba de nuevo de llevar a la gran pantalla algo de magia y mucho entretenimiento. Demasiado tentador. Aunque en este caso tal vez se granjeó escaso respaldo por parte de la crítica, y es ahí donde desde algunos sectores lo encasillaron en una mainstream poco pensante, y su público se volvió mayoritariamente infantil.
Además de los títulos citados, en los que trabaja como director, merece mención a parte su extensa e impresionante labor como productor. Y cabe destacar la alianza con el otro monstruo del género ciencia-ficción o fantasía, George Lucas, con el que comparte su predilección por los marcianos.
No es difícil percibir en muchas de sus películas una sensación de búsqueda, en el sentido que los personajes casi siempre buscan escapar de ciertas rutinas, siguen determinados ideales casi infantiles a veces. Sus personajes son libres, y huyen de la estrechez de miras y de las normas. La interrupción de lo cotidiano, de la rutina ─lo extraordinario, por tanto─ es casi una constante en el cine de Spielberg. Asistimos a la transformación a nivel personal de los protagonistas, como si hubiera un antes y un después a lo largo de la misma película. Por eso tal vez Spielberg ha echado mano de actores con registros interpretativos altamente expresivos, con los que además, ha repetido. Tom Hanks, Richard Dreyfuss y Tom Cruise están en su lista de favoritos. Y en otras ha recurrido a caras poco conocidas para otorgar mayor credibilidad. Sus elecciones en este sentido son cuidadosas, perfilando personalidades con las pueda identificarse su público.
Otro tema de fondo recurrente, especialmente cuando los niños son protagonistas, es la falta de armonía familiar, acaso sea esto una reminiscencia de la propia falta de estabilidad durante su infancia. Y tiene otras obsesiones, como la vida después de la muerte, el esoterismo, la magia y la religión. Spielberg además domina la técnica de crear momentos de tensión en todos los géneros que ha abordado. Entre el derroche de imaginación, la música que usa, el sentido de la acción trepidante, el uso de los silencios en el momento oportuno, la técnica de sugerir sin mostrar… y que encima se conoce a la perfección las normas de los que inventaron el suspense, consigue que no se pueda apartar la vista de la pantalla y que te quedes pensando “qué va a pasar ahora”. Y que de vez en cuando te de unos buenos sustos. Podríamos decir que es un maestro para crear “el momento” o “la escena”. Cómo, en caso contrario, podría estar grabada en la retina de tantos espectadores la escena del perfil en sombra de Elliot y ET en bicicleta recortándose contra una luna inmensa. O aquel primer ataque desgarrador de tiburón cuando todos habíamos salido a nadar con aquella chica a la luz de la luna. Eso ya es historia.
Impossible is nothing
Tal podría ser su lema. Porque Spielberg tiene la varita para activar los resortes emocionales y conectar con los sueños infantiles y las fantasías de los mayores que siguen siendo un poco niños. Hacerse amigo de un extra-terrestre encantador o ser arqueólogo? ¡Por qué no!. Hay mucho espacio para la esperanza en su cine, mucho happy end. ¿Manipulador? Puede, quién no lo es en arte. Todo arte es artificio. Si lo haces bien, mereces un diez. Spielberg es un cineasta con fino olfato para saber dónde se esconde un buen proyecto, capaz de convertir una novela de mediana repercusión en un éxito sin precedentes trasladada a la pantalla.
Sin embargo, Spielberg ha sido menoscabado por parte de ciertos sectores de la crítica que se concentran más en el potencial mercantilista que han tenido sus películas. Pero lo que en realidad subyace es una sutileza magistral en un discurso narrativo sincero con su público a la hora de mostrar su visión del mundo, sus inquietudes, su imaginación. Sencillamente, y según sus propias palabras, “hago películas que como espectador me gustaría ver”. Quiere entretener, esa es la norma. Sus cuentos, son aptos para todos los públicos, y que nadie se equivoque: me refiero a un público inteligente y que puede ser exigente como el que más.
Cuando Spielberg llegó, el cine-espectáculo ya estaba inventado por directores como Cecil B. deMille, y el listón estaba muy alto. Siempre he pensado que Spielberg intuyó que él podía ─debía, si me apuran─ aportar su propia visión de lo que él había asimilado del cine de su infancia y juventud, con las películas de monstruos y extraterrestres, fantasía y ciencia ficción, géneros éstos en los que se ha desenvuelto con gran soltura. Lo que vemos en pantalla son en parte sus propios anhelos, pero da la casualidad, bien calculada por otra parte, que coinciden con los anhelos de muchas personas, y ahí nació el vínculo. Y creo que él sabía que funcionaría. Lo que la vida limitaba, el cine lo hacía posible. Con aquellos sueños, aventuras, e historias bonitas, nos hizo desear estar allí. Pero también con temores, y fantasmas, desde el privilegio de sentirse “a salvo” sentado en la butaca. Un engranaje perfecto entre puesta en escena, elección cuidadosa de actores, argumentos atractivos, y su sello. Y como lema, entretener a su público sin menoscabar su capacidad analítica, como espectador no pasivo, sino activo y pensante. Su sello, su firma, se fue moldeando con los años y conforme maduraba se atrevió a meterse en otros terrenos más oscuros. Cambió ─cuando quiso, porque es ante todo un artista libre que sigue sus propias normas e instintos─, la luminosidad a la que nos tenía acostumbrados por la lucidez que sólo pueden darte las experiencias dolorosas. La seguridad en el riesgo a veces solo la concede el talento y eso se lo pueden permitir solo unos pocos. Los que de verdad tienen talento.
© 2009, Susana Rizo. Todos los derechos reservados.
Trailer de El Imperio del Sol: