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Viaje al Oeste. Las Aventuras del Rey Mono, anónimo chino del siglo XVI

(Hsi-You Chi)
Eds. Siruela, 2004 [1592]
Ed. y trad. de Enrique P. Gatón e Imelda Huang-Wang

La transmisión intercultural siempre ha sido asunto difícil, y buena prueba de ello es este texto. Viaje al Oeste puede ser comparado al Quijote de la cultura china. Pues bien, este libro no ha sido traducido al castellano hasta 1992.
Esta obra monumental (2.260 páginas), inmensurablemente popular en China y los países de tradición budiasta zen y sintoísta, es, a la vez, una novela de aventuras, una novela iniciática y un texto sincretista del budismo, el taoísmo y el confucianismo.
Aparte otras subdivisiones, el libro tiene una primera parte que describe las aventuras del travieso y anárquico Rey Mono, y de cómo, por desfachatez y orgullo, provoca el caos hasta en el mismísimo cielo, hasta que una bodhisattva consigue dominarlo y encerrarlo en una montaña.
La segunda son los orígenes de Tripitaka, un monje budista que emprenderá la peregrinación hacia el oeste en busca de textos sagrados budistas y que, bendecido y protegido por los inmortales, tendrá como compañero y guardián a ese mismo Rey Mono, que se redimirá de sus faltas y carencias en esta peregrinación.
La tercera será la llegada al reino de Buda de los los eregrinos y las enseñanzas y revelaciones que tendrán allí.
Contado así, parecería que este es un libro más religioso que otra cosa. No tal. Las aventuras son continuas, unas picarescas y otras guerreras, y no hay grandes distancias entre los capítulos en los que el Rey Mono no tenga que recurrir a su barra de hierro o a sus poderes para preservar la integridad del santo aunque imperfecto Tripitaka frente a monstruos sin cuento, criaturas mitológicas u hombres envidiosos y malvados.
Este hecho lo convierte en lectura amena para todas las edades, y no es de extrañar entonces su pervivencia a través de los siglos. Pero también es fundamental en este hecho (que tanto desconcierta a los occidentales) ese sincretismo que les mencionaba. Viaje al Oeste nos presenta un Cielo confuciano imbuído de piedad budista, con una progresión hacia el Tao (muy similar al Nirvana) necesaria y recomendable para el ser humano, entendido como tal desde la óptica oriental, claro está.
Es un logro notable, y más teniendo en cuenta que en Europa, en la misma época, las naciones discutían a golpe de cañón si la Eucaristía tenía un sentido literal o de mera conmemoración.
Viaje al Oeste recoge antiguas leyendas chinas, tradiciones de todas clases, y sin embargo nos las presenta como un todo completo y coherente, entretenido de forma y trascendente en el fondo, y es una de las pocas obras con las que los occidentales podemos llegar a atisbar los entresijos de la mentalidad y filosofía orientales. Léase, como todos los clásicos, con un poco de paciencia, pero la diversión está asegurada. Así como el alimento con el que saciar la curiosidad.

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Amphigorey, de Edward Gorey
















(Amphigorey)
Ed. Valdemar, col. Avatares
Madrid, 2002 [1953-1972]
Desde que, en una enciclopedia, vi una una ilustración de Edward Gorey, no paré de remover cielo y tierra hasta encontrar (en edición de Alfaguara; libro hace tiempo perdido) uno de los cuentos de Gorey, inextricablemente ligadas su escritura entre el nonsense y la rima y sus ilustraciones, macabras, surreales y, sobre todo, sugestivas.
Edward Gorey fue lo que llamaríamos un excéntrico o un genio. Cada cual se quedará con el calificativo que más le convenga. Yo prefiero el segundo.
Por descontado, el hecho de que sus cuentos se califiquen de infantiles conlleva una contradicción fundamental. Gorey no rehuyó para nada lo macabro y la muerte, el crimen y la crueldad. Pero, amigos y vecinos, todos aquellos que creen que la infancia es una especie de Arcadia feliz y que la misión principal de padres y educadores es mantener esta Arcadia libre de miedos y otras realidades que forman parte de la vida cotidiana de los adultos se equivocan.
En efecto, "Et in Arcadia Ego". No es posible (o diría que no es deseable) mantener esa ficción de felicidad y perfección. Los niños, esos rehenes de un mundo adulto, tienen unos mecanismos muy eficientes con los que tratar los hechos de la vida y la muerte. En este aspecto, y mediante el sentido de la maravilla, la magia y el juego, pueden llegar a adoptar con naturalidad cosas que, para un adulto no preparado, pueden ser traumáticas.
No hay más que ver una película de alguien que con toda probabilidad no sería el que es sin la existencia previa de Gorey, el cineasta Tim Burton.
Este volumen, editado con valentía y fortuna por Valdemar, nos ofrece quince obras ilustradas de Edward Gorey, de todo tipo. En todas ellas destaca otra de las características de la narratividad de Gorey: sugerir antes que declarar, presentar antes que explicar, mostrar antes que clasificar.
Dinamizar la mente del lector antes que cerrar las puertas de una historia. En efecto, no existen las historias de Gorey en el sentido en que Edward Gorey siempre, en sus imágenes y textos, permite al lector que componga él su propio relato, busque sus explicaciones (¡si quiere!) o piense en otras implicaciones.
Sin embargo, y con ese clasicismo formal que le caracteriza, no se puede hablar de inexistencia argumental. Antes bien, cabría decir que lo que hace Gorey es establecer una colaboración única con cada lector.
Esa contención, conseguida con un derroche técnico y artístico notable, es una auténtica experiencia que lleva a Gorey a superar los meros límites de la autoría y entrar en la grandeza del genio.

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La Correspondencia de Fradique Mendes, de José Maria Eça de Queirós

(A Correspondência de Fradique Mendes)
Ed. Columna
Barcelona, 2002 [1900]

En El Misterio de la Carretera de Sintra aparecía un personaje secundario genial, un dandi decadentista y baudeleriano, rompedor y extravagante, al que se presentaba, con enorme gracia, como "─Fradique Mendes, antiguo pirata", al lo cual éste respondía, con no menos desparpajo: "─Madame es demasiado amable; de corsario no pasé."
Pues bien, este tal Fradique, al que Helena Cidade Moura define como "caballero medieval, heroico defensor de las damas, personaje de vida refinada y elevada; aire asiático, viajero apasionado del mundo, íntimo de emperadores que lo reclaman; filósofo de bulevar, creador de frases-síntesis, artista y deportista, conversador encantador y poeta romántico, amigo de Baudelaire", es en realidad una creación colectiva de un grupo de literatos portugueses, encabezado por Eça de Queirós, que fue quien, más allá de la aparición esporádica, lo utilizó, con recuerdos ficticios y correspondencias fingidas, para ejercer a veces un sano humor y otras para dinamizar las estructuras literarias y morales de un Portugal adormecido.
Confieso que el género biográfico y epistolar no es de mi agrado, con pocas excepciones. Tanto mejor, puestos a inventar o a fingir ante terceros, hacerlo ya con todas las consecuencias y que estos fingimientos e invenciones sean producto de un personaje imaginario. Por lo menos, la originalidad está garantizada. Y una relativa sinceridad, también.
He disfrutado de la lectura de estas notas y cartas, tanto por su buen humor como por las reflexiones que este Fradique, personaje más grande que la vida, desgrana sobre los temas más variados. Hasta el punto de que desearía que en toda cultura hubiese un Fradique, original y con ideas claras, que diera algún que otro puntapié a las respectivas estructuras, dispuestas con alarmante frecuencia a mirarse el ombligo a perpetuidad. Claro que para ello se requeriría antes tener un Eça de Queirós.
Y como muestra, y extrapolando de la prensa al blog, he aquí lo que Fradique tiene que decir:
«El diario que ofrece cada mañana, desde la crónica hasta los anuncios, una masa espumeante de juicios sin pies ni cabeza, improvisados la víspera, a medianoche, entre el silbido del gas y el hervir de las comilonas, hechos por muchachos excelentes que aparecen por la redacción, agarran una hoja de papel y, sin sacarse el sombrero, deciden con cuatro garabatos de pluma sobre cualquier asunto del Cielo y de la Tierra. Tanto da que sea una revolución de estado, la solidez de un banco, un juego de manos o un descarrilamiento; los cuatro garabatos, de un solo golpe, propagan y juzgan. Ningún estudio, ningún documento, ninguna certidumbre.»
Tomo nota, estimado Fradique; tomo nota para no caer en ello.

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Sant Jordi i el Drac Gandul, de Kenneth Grahame

(The Reluctant Dragon)
Ed. Empúries
Barcelona, 2003 [1898]
Ilustraciones de Ernest H. Shepard

Dejemos de lado este título en catalán y volvamos al original, que no es otro que El Dragón Reluctante. Porque este cuento infantil, que puede ser disfrutado por igual por el lector adulto, trata justo de eso. De entre la población de dragones (y, como buena figura mítica, los dragones han poblado la literatura oral y escrita por centenares), alguno tendría que haber que no compartiese ni la malicia, ni la ferocidad, ni esa extraña afición por los tributos de doncellas. En este dragón que se ha asentado en los Downs británicos, semejantes tendencias se han transmutado en un inusitado amor por la poesía y la vida pastoral y perezosa.
El muchacho protagonista (que se llama "Muchacho"), inteligente y leído como es, no tardará en establecer una cordial relación con la bestia, animal simpático y pacífico. No es tan comprensiva el resto de la vecindad, que recurrirá a los héroes para librarse de esa inquietante presencia, y el mismísimo San Jorge será el que acuda a la lucha.
Pero San Jorge no es tonto, y tras una conversación con el muchacho y el dragón, convendrá en escenificar un magnífico combate, para entretenimiento y tranquilidad de los habitantes, y dejar en paz después al dragón y sus aficiones.
Kenneth Grahame es el autor de El Viento en los Sauces (un clásico de la literatura infantil poco conocido en el mundo hispánico). En toda su obra hay un mucho de fino humor y una cierta dosis de nonsense, combinados con unos argumentos originales cuyo tratamiento los eleva por encima del común de la literatura para niños y los sitúa en la plena inteligencia. Acompañado de unas ilustraciones clásicas deliciosas, es uno de esos cuentos que, una vez descubiertos, no se olvidan.

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El Joven Goodman Brown; y Mi Pariente, el Mayor Molineux, de Nathaniel Hawthorne

(Young Goodman Brown)
(My Kinsman, Major Molineux)
En La Hija de Rappaccini y Otros Cuentos
Ed. Tiempo, col. Literatura Universal
Buenos Aires, 1977 [1835 y 1832]

Dos por el precio de uno. ¿Qué más pueden pedir? Estos dos relatos pueden ejemplificar dos de las facetas primordiales que marcaron la ficción de Hawthorne.
Nathaniel Hawthorne no es muy comentado hoy en día, aunque, como destacaba Borges, si Washington Irving fue el fundador de la literatura en las recién independizadas colonias estadounidenses de Nueva Inglaterra, y Edgar Allan Poe su gloriosa culminación, Hawthorne fue quien conformó la ficción literaria norteamericana, marcando los caminos que ésta iba a tomar.
El Joven Goodman Brown es un relato tan impresionante como lo puedan ser los mejores de Dostoyevski. El protagonista, Goodman Brown, emprende una extraña excursión entre el crepúsculo y el alba, durante la cual se ve acompañado por el diablo, que intenta convencerlo de que vive en realidad en un mundo lleno de hipocresía y cuyos más santos y destacados exponentes son fieles adoradores del mal. Goodman Brown se resiste a creerlo, pero las evidencias le llevan a la desesperación. Aunque finalmente resistirá las intimaciones del diablo, saldrá de esta noche con un cambio profundo en su carácter.
¿Lo ha soñado o lo ha vivido? Tanto da. Goodman Brown no podrá volver a contemplar a sus convecinos, ni tan siquiera a su esposa, como antes.
Hawthorne traza aquí los rasgos distintivos de la narrativa norteamericana moderna, que desembocaron en lo que se ha dado en denominar, algo imprecisamente a mi gusto, el "gótico de Nueva Inglaterra". El ambiente puritano de las colonias, en extremo opresivo, con su herencia de cazas de brujas y su permanente obsesión por el demonio y el mal, las reminiscencias de la presencia india pagana y sus cultos chamánicos, la forma de una sociedad tradicionalmente muy cercana y cerrada, sectaria en muchas ocasiones, tan dependiente de sus miembros que veda la noción de vida privada, todo ello conformó desde el principio una sociedad distintiva y peculiar en sus miembros y costumbres, nido de la hipocresía, el silencio y los secretos apenas musitados.
De si esto es así o no hoy, o de si ya en su tiempo fueron exageraciones de Hawthorne, importa poco. Me inclino a confiar en la perspicacia del autor, porque estos rasgos que trazó se han reproducido una y otra vez narrativamente hasta finales del siglo XX.
Mi Pariente, el Mayor Molineux, compartiendo con el anterior relato estos rasgos fundamentales, no tiene nada de fantástico, aunque la narración adquiera en ocasiones un marcado carácter onírico. Un joven llega de noche a una ciudad de Nueva Inglaterra buscando la casa de su pariente, el poderoso y notable mayor Molineux. Por todas partes encuentra silencio hostil o burla descarnada. Por fin, alguien se apiada de su vagar y le anuncia que si permanece en la plaza, al cabo de una hora el mayor Molineux pasará por allí. Así será, pero ese paso será en el carro de la vergüenza pública, acompañado por una multitud, los mismos que antes han despreciado las preguntas del joven.
Es un relato en apariencia sencillo, aunque intrigante, pero da también el otro tono que a veces empleó Hawthorne, el del orgullo de una nación incipiente. El relato transcurre durante el dominio inglés, y la última frase del cuento es significativa: "O, si prefieres permanecer con nosotros, quizá, puesto que eres un joven listo, lograrás prosperar en el mundo sin la ayuda de tu pariente, el mayor Molineux".
Toda nación acabada de nacer necesita de muchas cosas, y una de ellas es una literatura y unos mitos literarios, por mínimos que sean. Los Estados Unidos tuvieron la inmensa fortuna de tener a un Nathaniel Hawthorne como padre constituyente de esa literatura.

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La Mula, de Juan Eslava Galán

Ed. Planeta, col. Autores Españoles e Iberoamericanos
Barcelona, 2003 [2003]

Dentro de lo irracional que es una guerra, se puede ir un punto más allá cuando esta guerra es civil. Esta aparente gradación de la violencia, y dejando aparte las consideraciones teórico-filosóficas que la desmientan, tiene aspècto y motivos para ser verdad. En una guerra, en teoría, se lucha contra un ente anónimo, llamado "el enemigo"; en una guerra civil, por su propia naturaleza, es más que probable que cuando veas el blanco de los ojos a ese enemigo te encuentres a un vecino, a un amigo o a un pariente.
De todo ello hay casos, demasiado numerosos como para pasarlos por alto. Y de todo ello, y de más cosas, trata esta novela.
¿Cuál es la posición más baja en un ejército? Con toda probabilidad, la de acemilero. Tan baja que ni servicio de armas realiza. Juan Castro es cabo acemilero y un día, mientras busca espárragos en la tierra de nadie, encuentra una mula perdida, huida tal vez por el ruido de un bombardeo. Castro la llevará a su compañía, en la esperanza de mantenerla "disimulada" y, cuando acabe la guerra, llevársela a casa, con lo que su fortuna (así de proporcionales son los sueños de los hombres) estará hecha.
En el transcurso de una de las últimas ofensivas de la Guerra Civil, la mula Valentina volverá a escaparse, y Castro, que aprecia a su mula más que a cualquier otra cosa (tal vez porque a lo que más se ama es a la esperanza), saldrá a buscarla. Ahí se encontrará con un grupo de soldados, con un paisano y conocido al frente, quienes, hartos de guerra y de miseria, se le entregarán para ser prisioneros con garantías. Pero las guerras requieren de héroes, de modo que la prensa primero y después los mandos, glorificarán la historia y concederán a Castro la medalla al valor.
Sobre esta anécdota, Eslava Galán construye una novela dedicada a la vida del soldado en campaña. En campaña durante la Guerra Civil Española. He escuchado suficientes historias de la gente que hizo esa guerra como para saber que todas las que se relatan en el texto son ciertas. Son retratos de hambre, de miseria, de penurias, de sufrimiento, de vidas arrancadas de su lugar y llevadas a un lugar antinatural, como es el campo de batalla. Son historias de confraternización, de encuentros con paisanos y vecinos que están en el otro bando, de uniformes que no se corresponden a los pensamientos e ideales y, en resumen, de un absurdo enorme, que sólo entienden y justifican los mandos, que suelen estar muy lejos del frente.
Eslava trata de introducir humor en esta narración, pero es en el fondo un humor amargo. No puede ser de otra manera. El humor de las trincheras siempre ha sido así: un tomarse las cosas con filosofía, un disfrutar de la vida porque al cabo de ¿segundos? ¿meses? uno puede estar muerto. El discurso de Franco, en cambio, es humorístico, pero es real. Tópico tras tópico, se limita a llenar de retórica hueca un desastre y una ambición. Tras leerlo, y haber leído lo que le precede, uno llega a la conclusión de que lo que anuncia es que España iba a comer grandeza, gloria y patrioterismo. Como así fue.
No he identificado el bando en el que milita Juan Castro. Es el nacional, pero eso tanto da. En el absurdo de una guerra civil no hay un día en el que cada cual pueda escoger bando, suponiendo que tenga las ideas claras, que muchas veces no es así. A uno le colocan un uniforme allá donde está y ahí se apañe cada cual con su conciencia o con el pelotón de fusilamiento.
Hay poca ideología en esta novela. Es lícito. Porque, y en estas mismas conversaciones de las que les hablaba, entre los que vivieron la guerra y la inmediata posguerra ha habido siempre una constante: Nunca más. No en su vida, ni en la de sus hijos. Con una vez tuvieron bastante, y acabaron hartos.
Es una expresión casi aterrorizada, y con razón, que podría explicar muchas cosas. Es, a la vez, un grito de sufrimiento emitido mucho después del final de la guerra.
Esta novela ayuda a explicar el origen de ese grito.

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Os Outros Feirantes, de Álvaro Cunqueiro

Ed. Galaxia, col. Literaria
Vigo, 2003 [1979]

Álvaro Cunqueiro fue (y es) una de las grandes figuras de las letras gallegas. Por desgracia, no está considerado de la misma manera en el ámbito castellano (escribía tanto en una lengua como en otra). Desgracia y vergüenza, porque fue uno de los narradores y eruditos más notables, a la par que sencillos en apariencia, del siglo XX español.
Este Los Otros Feriantes está constituido de una serie de retratos breves de gente que, siendo muy plausible, tienen peculiaridades fantásticas o a las que les suceden hechos maravillosos. Es así porque Galicia es una tierra mítica por muchos conceptos (la boscosa, la siempre verde, la céltica, la melancólica, el finisterre, el camino de Santiago, donde la lluvia es arte, tierra de meigas, de saludadores y menciñeiros, y de mil detalles más) y es así porque pocos como Cunqueiro supieron reunir en su prosa estos caracteres y proporcionar unos retratos curiosos, levemente melancólicos, de un humor entre socarrón y suave; finamente detallistas y caracteriológicamente únicos.
Nadie puede resistirse a la curiosidad de conocer a esta otra gente; por ejemplo:
«[...] ─Parece ser, contaba el señor Manuel Suárez en Sotomayor─, que el canónico conocía las hablas de los demonios, y tenía el oído tan fino que los escuchaba hablar dentro del cuerpo del endemoniado, cuando éste dormía. Una vez tuvo a su cargo una endemoniada muy rica, una solterona, hija de unos condes, en la que entraron cuatro demonios, los cuales de vez en cuando dejaban de martirizar a la mujer y poníanse a jugar al tute, alrededor de una mesa que le pusieron a aquella en los riñones, con perdón. Los demonios se hacían trampas unos a otros, y peleaban entre sí, y tiraban los naipes al suelo, es decir, al suelo que hubiese en aquellas partes de la mujer. Un día uno de los demonios tiró las cartas con tanta fuerza que la endemoniada sacó, meando, el siete de oros e incluso el as de bastos, y como sin esas dos cartas los endemoniados no podían seguir jugando al subastado, salieron del cuerpo de la solterona, y fueron a Coimbra a mercar otros naipes, y otro cuerpo humano que estuviera más a mano, para seguir jugando.»
Es sólo un pequeño detalle de estos Otros Feriantes; el muestrario es amplísimo, y en todos hay algún detalle que, de seguro, cautivará la atención y sorprenderá al lector.
Cunqueiro va desapareciendo de nuestras librerías. Es una lástima, porque son necesarios estos escritores imaginativos, de lenguaje cuidado y rico y que entran en complicidad con el lector. Y con el mundo.
Dénle una oportunidad a Cunqueiro. No se arrepentirán.

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Odile, de Raymond Queneau

(Odile)
Marbot Ediciones, col. Tierra de Nadie
Barcelona, 2008 [1937]

Comparece por primera vez aquí Raymond Queneau. No será la última. Queneau, que fue animador del Colegio de Patafísica (del que fue precursor insigne Alfred Jarry y heredero del mismo Julio Cortázar) y creador del Taller de Literatura Potencial, u OuLiPo (del que fueron alumnos aventajados, entre otros, Georges Perec o Italo Calvino), representó un escritor que dio un empujón fundamental a la literatura, metiéndola de forma definitiva en la modernidad tanto en su aspecto formal como temático.
Odile es una novela no tanto de aprendizaje, como dice el resumen de contraportada, como de desconcierto. Travy, el protagonista, vive una vida desconcertada, sin rumbo, en un juego continuo. Juega a no amar, por no entrar en la vulgaridad de la vida normal. Juega a no ganarse la vida de forma acostumbrada, por el mismo motivo. Se refugia en el cálculo matemático, en un intento por descubrir certezas mínimas que puedan regir su vida y que, por supuesto, no existen.
Se relaciona con grupos que, a su manera, también juegan a ser niños, que consideran que sus juegos les convierten en importantes y trascendentes, y que sólo por esas actitudes se consideran redimidos frente al mundo y redentores del mismo.
Se dice que es una parodia del movimiento surrealista y de su figura principal, André Breton. Es muy plausible. Queneau va unido casi siempre al humor y la sátira de las actitudes absurdas. Pero, en el fondo, es una crítica a la pose vital y la complicación cuya única finalidad es conseguir una supuesta trascendencia que, en realidad, no es más que una ficción vacía. Como nos dice en un punto de Odile:
«Podemos proponer la infancia como un "ideal" a condición de que no sea por defecto sino por excelencia, no porque seamos incapaces de convertirnos en adultos sino porque al contrario hemos realizado todas las posibilidades de ese estado. Estos predicadores de la infancia la buscan en los sótanos de la conciencia, en los trasteros, en los desechos; por eso se quedan en una caricatura. Observe cómo se articula su pseudoactividad. Juegan como "niños grandes", con todo el eco de enfermedad mental que traen esas palabras. ¿Qué son esos congresos, esos manifiestos, esas exclusiones? ¡Chiquilladas! Juegan a ser magos, revolucionarios, sabios: ¡Una farsa! Observe sus experiencias, sus doctrinas, sus aires de grandeza, su seriedad; ¡puerilidades! ¡puerilidades!
»─Entonces, ¿se ha hecho usted mayor?
»─¡Exacto! Tome este otro ejemplo: la inspiración. Ellos la oponen a la técnica y quieren poseerla de forma constante renegando de toda técnica, aun de aquella que consiste en atribuir un sentido a las palabras. ¿Qué es lo que vemos? que la inspiración desaparece: es difícil considerar inspirados a quienes no hacen más que devanar rollos de metáforas y deshacer enredos de palabras. Se arrastran entre lo negruzco con la esperanza de desenterrar los martillos y las hoces que habrán de romper las cadenas y seccionar las ataduras de la humanidad. Pero han perdido toda libertad. Convertidos en esclavos de tics y automatismos se felicitan por su transformación en máquinas de escribir; hasta se ponen como ejemplo, lo que denota una demagogia bien ingeniosa. ¡El futuro del espíritu en la palabra y el balbuceo! Me imagino, al contrario, que el verdadero poeta no se encuentra nunca "inspirado": está precisamente por encima de ese más y de ese menos, iguales a sus ojos, que son la técnica y la inspiración; iguales porque domina ambas a la perfección. El verdadero inspirado nunca está inspirado: lo está siempre; no busca la inspiración ni se irrita contra técnica alguna.»
Es, en resumen, un regreso a la sencillez, no tanto como regreso sino como avance hacia ella. Y en esta sencillez es donde los protagonistas hallan su destino y solución.
Queneau siempre ha tenido la virtud de unir los grandes conceptos con los mejores argumentos y la extrema calidad. De una obra de Queneau nadie sale indiferente. Es muy de agradecer.

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Antología de la Poesía Macabra Española e Hispanoamericana, edición de Joaquín Palacios Albiñana

Ed. Valdemar, col. El Club Diógenes, serie Autores Españoles
Madrid, 2001 [s. XIX-XX]

¡Qué cachondos son los de Valdemar! A nadie más se le podía haber ocurrido editar semejante extravagancia. En serio, imagínense que ven a alguien en el metro leyendo este libro. Puedo casi ver cómo se va haciendo un círculo de separación a su alrededor. De todas maneras, el esfuerzo es encomiable, pero el propio antólogo Palacios debió darse cuenta con rapidez del jardín en el que se había metido.
Y es que, muchas veces en estos casos, se confunden los términos. Antología debería referirse a "lo mejor de", y en cambio por lo general se toma como compilación. Así, los resultados suelen ser desiguales, y en el caso del terror, no debemos olvidar que del horror al humor hay un paso muy corto, y que por el propio paso del tiempo y los cambios de valores, lo que en su época provocó la repulsión o el escalofrío, hoy no causa sino hilaridad. Por este motivo, la presente antología tiene resultados que van desde lo abismal hasta lo sublime.
La antología se inicia con Espronceda (aunque, por vergüenza tal vez, no con "La Desesperación". Ya saben: "Me gusta un cementerio / de muertos bien relleno...", etc.). Pasamos por el romanticismo, el dandismo, el tremendismo, lo gótico, el malditismo y el baudelairismo hasta llegar en ocasiones al ripio:

[...]
Y allá, en su triste habitación sombría
de un cirio fúnebre a la llama incierta,
sentó a su lado la osamenta fría,
y celebró sus bodas con la muerta. [...]

debidos en este caso a Carlos Borges (1875-?); o:

[...]
El infierno en sus antros se agite;
carcajadas arroje el dolor,
y una voz estentórea, que grite:
¡MALDICIÓN!...
¡MALDICIÓN!...
¡MALDICIÓN!...

de Antonio Plaza (1833-1883).

Pero tampoco hay que exagerar. Hemos hablado también de la presencia de lo sublime en esta antología, y en efecto hay poemas muy recomendables, y algunos maestros, sobre todo a partir de la aparición de las formas modernistas.
Por ejemplo, el mexicano Salvador Díaz Mirón (1853-1928):

EJEMPLO
En la rama el expuesto cadáver se pudría,
como un horrible fruto colgante junto al tallo,
rindiendo testimonio de inverosímil fallo
y con ritmo de péndulo oscilando en la vía.

La desnudez impúdica, la lengua que salía,
y alto mechón en forma de una cresta de gallo,
dábanle aspecto bufo, y al pie de mi caballo
un grupo de arrapiezos holgábase y reía.

Y el fúnebre despojo, con la cabeza gacha,
escandaloso y tímido en el verde patíbulo,
desparramaba hedores en brisa como racha

mecido con solemnes compases de turíbulo.
Y el sol iba en ascenso por un azul sin tacha,
y el campo era figura de una canción de Tíbulo.

O el "Satán" del argentino Leopoldo Díaz (1862-1947):
[...]
Su rostro por el rayo ennegrecido
de nuevo yergue el inmortal forzado,
y como Prometeo encadenado
crece el orgullo de Satán caído.

Es el primer rebelde, el primer grito,
la más altiva imprecación lanzada
ante la augusta faz del infinito.
[...]

O Luis Ram de Viu (1864-1907), español, esta vez sí, jocoso intencionadamente:

Debajo de esos panteones
de piedra dura y labrada,
las ánimas de los muertos
están haciendo gimnasia;
ya en verdad la necesitan,
porque si no se ensayaran
en levantar grandes pesos
y en remover grandes masas
cuando la triste trompeta
del Juicio Final sonara
¡ni Sansón sale del nicho
por no levantar la tapa!

El genial argentino Leopoldo Lugones (1874-1938):

LA LECHUZA
Evocando tristes cruces,
y cosas de sepultura,
prende ante la cueva oscura
su linterna de dos luces.
[...]

El olvidado (por desgracia) Emilio Carrere (1881-1947):

LOS OJOS DE LOS GATOS
¿Qué miran sus ojos verdes,
siempre en la sombra clavados?
¡Es que ven a los difuntos
las pupilas de los gatos!

Ojos brujos, que en la noche
brillan como fuegos fatuos,
verdes rodelas magnéticas,
gemas de fulgores raros,
como esmeraldas caídas
de la corona del diablo.
¿Qué ven en la oscuridad
sus ojos alucinados?
¡Ven la danza de los muertos
las pupilas de los gatos!
[...]

En fin, muchos más: Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán, los Machado, Amado Nervo, Evaristo Carriego, Oliverio Girondo, Nicolás Guillén, etc.
Esta es la grandeza de esta antología, que hay poetas y poemas buenísimos, y su miseria, la ordenación cronológica y la inclusión completista, que disimula los grandes versos entre poemas periclitados y a veces entre ripios infames. Pero el balance es positivo, y tengan aquí prueba y muestra de ello:

BORRADA
El día que me muera, la noticia
ha de seguir las prácticas usadas,
y de oficina en oficina al punto,
por los registros seré yo buscada.

Y allá muy lejos, en un pueblecito
que está durmiendo al sol de la montaña,
sobre mi nombre, en un registro viejo,
mano que ignoro trazará una raya.

de Alfonsina Storni (1892-1938).

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Les Luthiers de la L a la S, de Daniel Samper Pizano

Ediciones B
Barcelona, 2007

Este libro (que ya tenía edición argentina en los años noventa, por Editorial de la Flor), un adecuado compañero para aquellos que disfrutamos de Les Luthiers, representa, no se lo voy a negar, un mero pretexto para hablar de este conjunto genial.
Si Les Luthiers fueran, como en sus inicios, un simple grupo de instrumentos informales dedicado a las bromas musicales, no tendría objeto mencionarlos aquí, un blog esencialmente literario. El género de la broma musical tiene un largo recorrido en la historia, casi desde sus mismos inicios, y muchas de éstas son hoy interpretadas con toda seriedad en las salas de conciertos (como la suite Háry János, de Zoltán Kodály, con sus iniciales tres estornudos orquestales, que indican en clave que lo que sigue no es más que una humorada).
Sin embargo, y ya desde sus principios, la necesidad de arropar con presentaciones sus obras musicales (y de aprovechar la magnífica voz de Marcos Mundstock) debió conllevar unos textos que, revestidos de aparente seriedad, estuvieran en consonancia con el tono jocoso de la música.
Este debió ser un modelo que se agotó rápidamente. Por muy divertidos que fueran musicalmente la Cantata Laxatón o el Concerto Grosso alla Rustica, el mundo filarmónico era demasiado serio y el gran público demasiado reticente a gozar de un programa de música jocosa pero "seria" como para durar.
De modo que Les Luthiers decidieron aprovechar todas las posibilidades de la representación escénica sin renunciar a sus orígenes.
Fue un golpe maestro.
Debo recordarme en este artículo que es plausible que exista en el mundo de habla hispana algunas personas que no conozcan a Les Luthiers y, por tanto, no serán conscientes de lo total que puede ser uno de sus espectáculos.
Les Luthiers gustan de jugar en primer lugar con la música, y en este aspecto son impecables. Interpretada o no por sus instrumentos informales, un madrigal es un madrigal, un fox-trot es un fox-trot, pero su contenido o interpretación representarán una sorpresa, un gag o un descubrimiento. Las introducciones textuales, sin embargo, han ido creciendo hasta arropar con una dignidad y coherencia a la música, y en este aspecto, han conseguido hacer de cada pieza una pequeña obra teatral en sí misma.
Es notable el aprovechamiento de recursos que ejercen. Si bien siguen creando grandes obras músico-corales aptas sólo para la audición (como Cardoso en Gulevandia), tienen también obras puramente visuales (Kathy, la Reina del Saloon; o, hasta cierto punto, Lazy Daisy), que son gags de cine mudo adornados musicalmente. Hay piezas que se basan en el lenguaje (Escena en el Restaurante, de la ópera Felisa y Abelardo). Otras son una miniobra teatral en sí mismas, con una música muy incidental (El Camino de Warren Sánchez).
En cualquier caso, Les Luthiers han sabido aprovechar con sobriedad todos los elementos y realizar con ellos espectáculos totales. Los juegos de palabras son continuos, y cuando parece que han llegado al límite, surge una nueva vuelta de tuerca más hilarante todavía. La música constituye un elemento narrativo más, y la puesta en escena, ascética a más no poder, no es sino un guiño de complicidad para con el público.
No podrán darse cuenta de la grandeza y singularidad de Les Luthiers (debo recordarme que puede existir alguien en el mundo de habla hispana, etc.) hasta que hayan visto o escuchado aunque sólo sea una parte de su obra. Aquí tienen un gag casi puramente verbal: Así Hablaba Sali Baba (Verdades Hindudables)






¿Divertido? Bien, escuchen entonces este otro, buena muestra de hasta dónde puede llegar el genio de estos músicos/actores/autores/cómicos, en un crescendo cuya parte musical no es sino un adecuado corolario, El Negro Quiere Bailar (Pas de Merengue)






Impresionante. Y déjenme terminar con un homenaje paródico al género chico español: el fragmento de la zarzuela Las Majas del Bergantín (Zarzuela Náutica):




Si aparecen en las cercanías, acudan a sus espectáculos. La experiencia lo vale. Sólo hay un inconveniente. A la salida, querrán ustedes más.

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El Misterio de la Carretera de Sintra, de José María Eça de Queirós y José Duarte Ramalho Ortigâo

(O Misterio da Estrada de Sintra)
El Acantilado
Barcelona, 1999 [1870]
Trad. y prólogo de Carmen Martín Gaite.

Déjenme antes de entrar en la novela en sí, referirles las circunstancias de su publicación. La historia lo vale.
El 23 de julio de 1870, el Diario de Noticias de Lisboa insertaba una nota de última hora que decía: «A punto de cerrar nuestra edición, hemos recibido un escrito singular. Se trata de una carta sin firma enviada por correo a nuestra redacción. En ella se inicia una narración estupenda acerca de un horrible y misterioso suceso. El interés que despierta y su calidad literaria nos determinan a transcribir íntegro tan interesante documento, cosa que haremos mañana domingo.»
Así se hizo, y en días sucesivos de fueron publicando las cartas que seguían llegando describiendo los pormenores del misterio. El éxito fue sensacional. El día 27 el público ya estaba expectante y se multiplicaban no sólo las consultas, sino los testimonios espontáneos y los rumores de toda clase, hasta que el 27 de septiembre de 1870 los autores salieron gustosamente del anonimato y declararon ser los artífices de esa broma.
Establecida con éxito fenomenal esa travesura (auténtica Guerra de los Mundos de Orson Welles impresa y avant la lettre), la colaboración de Eça y Ramalho fue frenética para proporcionar a los lectores la carta diaria que prolongaba y aportaba datos al misterio. Uno puede imaginárselos, disfrutando como colegiales, haciendo poco menos lo que les daba la gana con la intriga, pero sabedores que no podían tener un desliz que defraudara a los lectores.
Intriga, sí, puesto que la narración se inicia con el relato de un tal Doctor X, que cuenta su secuestro en la carretera de Sintra y cómo fueron llevados él y su amigo F. a una casa en la que se encontraron el cadáver de un asesinado, custodiado por tres misteriosos enmascarados cuya misión es la de esclarecer el suceso y proteger el buen nombre de una mujer.
El sistema de redacción y publicación forzaba al texto a convertirse en un folletín, pero (y producto sin duda de esa diversión traviesa de los autores) Eça y Ramalho aprovecharon para poner en solfa el género mismo y otras perspectivas literarias. Es evidente que el frenesí de la redacción de los sucesivos capítulos no podía sino deparar momentos desiguales. Y sin embargo, hay episodios, y muchos, de extrema brillantez, tanto argumental como literaria. También, por la propia diversión, la novela disfruta de un adecuado sentido del humor, que se va acentuando conforme se acerca el final, como cuando critican la figura (ya poco romántica) del don Juan novelesco en contraposición a su imagen real:
«Ya que tiene una aventura, no va a ocultar la satisfacción que ello le ha producido, los aires misteriosos que adopta provocan preguntas que me comprometen: luego me empieza a abandonar para ir a encierros de toros en compañía de gentes de baja estofa, a dejar mis cartas encima de la mesa de un café al lado de la botella de coñac, a alardear frente a sus amigos de que no me quiere, de que soy para él un simple pasatiempo, y caso de que a mi marido se le ocurriese cruzarle la cara de un bofetón en pleno Chiado, como es un cobarde, todo lo más que haría sería ir a quejarse al Tribunal de la Boa-Hora.
»Y ahí tenéis al don Juan.
»No, de verdad, no hay derecho. Hay que acabar con ese tipo indigno que se ha dado en llamar "el conquistador", pulverizarlo, ponerlo en solfa y en evidencia a base de críticas, de caricaturas, a base de látigo y policía, si es preciso. No tiene grandeza ni atractivo algunos como tal conquistador, y como hombre carece de modales, de elegancia, de ingenio, de dignidad y hasta de ortografía.»
Hay que disculpar los altibajos producto del sistema de redacción. Les aseguro que Dumas, Balzac y Hugo también los tenían. Pero los momentos de brillantez compensan de sobras cualesquiera errores que dos traviesos autores, que además supieron despertar de una patada la amodorrada novelística portuguesa, pudieron cometer. Hoy falta valentía y talento para que una historia como El Misterio de la Carretera de Sintra surja en las páginas de periódicos y revistas.

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Ariel, de Sylvia Plath

(Ariel)
eds. Hiperión, col. Poesía Hiperión
Madrid, 1999 [1960-1963]
Ed. bilingüe

OVEJAS EN LA NIEBLA

Las colinas se adelantan hacia la blancura.
Gente o estrellas
me miran con tristeza: los defraudo.

El tren deja un trazo de aliento.
Oh lento
cabello del color de la herrumbre,

cascos, campanas dolientes...
toda la mañana
la mañana se ha ido ennegreciéndose,

una flor abandonada.
Mis huesos mantienen una quietud, lejanos
campos funden mi corazón.

Amenazan
dejarme entrar a un cielo
sin estrellas ni padre, un agua oscura.

La vida (trágica) de Sylvia Plath ha provocado tanta o más escritura que la dedicada a su obra. He pasado por algo de esta literatura colateral con sentimientos que van desde el aburrimiento a la vergüenza, pasando por la indignación.
El aburrimiento viene dado por esas explicaciones que soslayan la obra y que se centran únicamente en una figura que, teniéndolo en apariencia todo (belleza, una vida familiar, cierto éxito literario), se suicidó.
Según parece, los poemas son sólo una excusa. Lo que importa es el suicidio y el hurgar en la vida privada de Sylvia. La vergüenza, por el espíritu carroñero que anima a algunas de estas obras, que se regocijan en, por ejemplo, el reparto de los despojos de la herencia literaria (léase económica) de Plath. La indignación, porque en muy pocas de estas obras se pone por delante que Sylvia Plath fuera una gran poetisa, y en cambio se prima el hecho de que sufriera un trastorno que la llevó, por desgracia, al suicidio.
En los pocos qu tratan de la obra, descubrimos algunas claves. Los recuerdos de la infancia, que explican algunos poemas (el mismo título de este libro, Ariel, nombre de un caballo que tuvo Sylvia), su dedicación a la apicultura, etc. La frenética actividad poética de Sylvia Plath, capaz de hacer un poema de cualquier hecho, por trivial que parezca.
Inútiles los esfuerzos por hallar una coherencia interna, una especie de hilo argumental, entre todos sus poemas. Alguien capaz de realizar un poema por haberse cortado un dedo en la cocina (y escribirlo con raro genio, todo hay que decirlo) escapa a semejantes esfuerzos, que no por ser titánicos tienen porqué ser admirables.
Ridículas las explicaciones que pretenden que el genio de Sylvia Plath provenga de su trastorno. Decir que van Gogh o Sylvia Plath alcanzaron la maestría porque estaban, eran, locos, es una explicación tranquilizadora pero, si me lo permiten, insultante para los autores y los lectores. Todo artista, por definición, es sensible. Esta sensibilidad conlleva una carga, un riesgo, si quieren. Pero insinuar que el genio es producto de la locura es insinuar que esta trágica circunstancia produce arte (lo cual es falso, porque no todos los locos llegan a estos niveles y porque no todos los que llegan a esa genialidad están locos) y que no había nada en los artistas que les hiciera destacar por encima de sus colegas salvo esa enfermedad. Lo que es un desprecio intolerable.
Me quedo con la Sylvia Plath capaz de hacer poemas prodigiosos sobre cualquier cosa. Me quedo con la poetisa capaz de alcanzar la grandeza una y otra vez con facilidad pasmosa. Me quedo con la luz que sus versos transmiten, con el privilegio que representa el leer una poesía única y disfrutar de una visión que pocos humanos han llegado a tener.
Todo lo demás podría, debería, ser silencio.

LOS MANIQUÍES DE MUNICH

La perfección es terrible: no puede tener hijos.
Fría como el aliento de la nieve, tapona la matriz

donde los tejos soplan como hidras,
el árbol de la vida y el árbol de la vida

liberando sus lunas, mes tras mes, sin ningún propósito.
El flujo sanguíneo es el flujo del amor,

el sacrificio absoluto.
Significa: no más ídolos salvo yo,

yo y tú.
Así, en su encanto sulfuroso, en sus sonrisas

estos maniquíes se apoyan esta noche
en Munich, morgue entre París y Roma,

desnudos y calvos entre pieles,
caramelos naranja en palo de plata,

intolerables, sin mente.
La nieve deja caer fragmentos de oscuridad,

nadie cerca. En los hoteles
manos abrirán puertas y dejarán

zapatos gastados para un lustre de carbono
en los que gruesos dedos encajarán mañana.

Oh, lo doméstico de estos escaparates,
los encajes de bebé, la confección de verde follaje,

los macizos alemanes dormitando en su Stolz sin fondo.
Y los teléfonos negros en las horquillas

brillando
brillando y digiriendo

la ausencia de voz. La nieve no tiene voz.

Nota: No estoy muy de acuerdo con la traducción que se hace de los poemas de Plath. Tengo el privilegio de poderlos leer en inglés, y reconozco el esfuerzo que se ha hecho por mantener, cuando menos, el ritmo y la rima interna, pero soy más partidario de conservar el significado preciso de los versos antes que producir (como casi siempre en las traducciones poéticas) un quiero y no puedo. De modo que, aunque tomando como referencia la traducción de Hiperión, he realizado una traducción literal del original inglés. Ustedes disculparán mis limitaciones.

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De Part de la Princesa Morta, de Kenizé Mourad

(De la Part de la Princesse Morte)
Muchnik Eds., col. La Finestra
Barcelona, 1998 [1987]

No es corriente en literatura encontrar novelas históricas referidas al Oriente en primera persona, es decir, que su mirada no sea la de nuestra sociedad occidental frente a la oriental, sino una visión desde dentro. Más raro todavía (aunque se ha avanzado en ello, no hay que negarlo) es que esta visión sea femenina. Y si además es feminista, mucho mejor.
De Parte de la Princesa Muerta es una novela que, en su tiempo, inauguró esa tendencia. Relata la vida novelada de la madre de la autora, una princesa otomana, Selma, desde su infancia en el haremlik de Estambul hasta su muerte en el París ocupado por los alemanes.
Con el telón de fondo de la derrota de Turquía en la Primera Guerra Mundial y su ocupación por las potencias aliadas, la revolución nacionalista de kemal Ataturk y sus consecuencia, la liquidación del sultanato y el consiguiente exilio en el Líbano. La administración colonial francesa de Oriente Medio y la vida de una princesa arruinada pero que, en la época, todavía tiene la esperanza de la restauración monárquica y el retorno. Su boda con el musulmán shií rajá de Baldapur en una India agitada por los inicios del movimiento de independencia; finalmente, su huida (no puede hablarse de otra cosa) a París, escapando de una sociedad tradicionalista y cerrada, opresiva para con las mujeres, y de un marido débil y contradictorio, juguete del poder colonial inglés, leve partidario del progreso, pero cobarde en su enfrentamiento con unas tradiciones que, en el fondo, ya le vienen bien.
Pero más que el punto de vista político, importa más ver en la historia de Selma el relato de una mujer musulmana moderna y que toma conciencia de su nuevo papel en un mundo cambiante y que se enfrenta (fracasando) a los prejuicios y rigidez de la vida musulmana, a las tradiciones indias, a un mundo machista y conservador y a las más feroces mantenedoras del statu quo, las propias mujeres, convencidas de su propio y autoimpuesto papel de madres, administradoras limitadas, objetos sexuales de sus maridos y meros adornos de una monarquía esencial y únicamente masculina.
Es esta una primera novela de su autora, y eso se nota. Hay algunos fragmentos en los que el ritmo decae y la narración pierde viveza. Pero cuando mantiene el tono, que es en la mayor parte del texto, nos hallamos frente a una novela ágil, con un fresco hitórico bella y verazmente representado, y con una mirada acertada e inquisitiva sobre el papel femenino en Oriente. Es mucho para una novela, y el balance final no sólo es positivo, sino inteligente y conmovedor a la vez.