Odile, de Raymond Queneau

(Odile)
Marbot Ediciones, col. Tierra de Nadie
Barcelona, 2008 [1937]

Comparece por primera vez aquí Raymond Queneau. No será la última. Queneau, que fue animador del Colegio de Patafísica (del que fue precursor insigne Alfred Jarry y heredero del mismo Julio Cortázar) y creador del Taller de Literatura Potencial, u OuLiPo (del que fueron alumnos aventajados, entre otros, Georges Perec o Italo Calvino), representó un escritor que dio un empujón fundamental a la literatura, metiéndola de forma definitiva en la modernidad tanto en su aspecto formal como temático.
Odile es una novela no tanto de aprendizaje, como dice el resumen de contraportada, como de desconcierto. Travy, el protagonista, vive una vida desconcertada, sin rumbo, en un juego continuo. Juega a no amar, por no entrar en la vulgaridad de la vida normal. Juega a no ganarse la vida de forma acostumbrada, por el mismo motivo. Se refugia en el cálculo matemático, en un intento por descubrir certezas mínimas que puedan regir su vida y que, por supuesto, no existen.
Se relaciona con grupos que, a su manera, también juegan a ser niños, que consideran que sus juegos les convierten en importantes y trascendentes, y que sólo por esas actitudes se consideran redimidos frente al mundo y redentores del mismo.
Se dice que es una parodia del movimiento surrealista y de su figura principal, André Breton. Es muy plausible. Queneau va unido casi siempre al humor y la sátira de las actitudes absurdas. Pero, en el fondo, es una crítica a la pose vital y la complicación cuya única finalidad es conseguir una supuesta trascendencia que, en realidad, no es más que una ficción vacía. Como nos dice en un punto de Odile:
«Podemos proponer la infancia como un "ideal" a condición de que no sea por defecto sino por excelencia, no porque seamos incapaces de convertirnos en adultos sino porque al contrario hemos realizado todas las posibilidades de ese estado. Estos predicadores de la infancia la buscan en los sótanos de la conciencia, en los trasteros, en los desechos; por eso se quedan en una caricatura. Observe cómo se articula su pseudoactividad. Juegan como "niños grandes", con todo el eco de enfermedad mental que traen esas palabras. ¿Qué son esos congresos, esos manifiestos, esas exclusiones? ¡Chiquilladas! Juegan a ser magos, revolucionarios, sabios: ¡Una farsa! Observe sus experiencias, sus doctrinas, sus aires de grandeza, su seriedad; ¡puerilidades! ¡puerilidades!
»─Entonces, ¿se ha hecho usted mayor?
»─¡Exacto! Tome este otro ejemplo: la inspiración. Ellos la oponen a la técnica y quieren poseerla de forma constante renegando de toda técnica, aun de aquella que consiste en atribuir un sentido a las palabras. ¿Qué es lo que vemos? que la inspiración desaparece: es difícil considerar inspirados a quienes no hacen más que devanar rollos de metáforas y deshacer enredos de palabras. Se arrastran entre lo negruzco con la esperanza de desenterrar los martillos y las hoces que habrán de romper las cadenas y seccionar las ataduras de la humanidad. Pero han perdido toda libertad. Convertidos en esclavos de tics y automatismos se felicitan por su transformación en máquinas de escribir; hasta se ponen como ejemplo, lo que denota una demagogia bien ingeniosa. ¡El futuro del espíritu en la palabra y el balbuceo! Me imagino, al contrario, que el verdadero poeta no se encuentra nunca "inspirado": está precisamente por encima de ese más y de ese menos, iguales a sus ojos, que son la técnica y la inspiración; iguales porque domina ambas a la perfección. El verdadero inspirado nunca está inspirado: lo está siempre; no busca la inspiración ni se irrita contra técnica alguna.»
Es, en resumen, un regreso a la sencillez, no tanto como regreso sino como avance hacia ella. Y en esta sencillez es donde los protagonistas hallan su destino y solución.
Queneau siempre ha tenido la virtud de unir los grandes conceptos con los mejores argumentos y la extrema calidad. De una obra de Queneau nadie sale indiferente. Es muy de agradecer.

Portada y sinopsis

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4 comentarios:

Ojaral dijo...

Qué envidia! Quiero ese libro! Ya!

Lluís Salvador dijo...

Hola, Ojaral:
Harás bien, como con todos los libros de Queneau...
Bienvenido y siéntete con libertad para comentar, sugerir y opinar.
Un saludo!

Anónimo dijo...

Hola Lluís,
De queneau no he leído nada, pero sabía que fue discípulo y compañero de Kojève, gran figura intelectual del siglo XX. Kojève impartió varios seminarios sobre Hegel en l'École des hautes études entre 1933 y 1939. Entre los asistentes, además de Queneau, se encontraban Jacques Lacan, Maurice Merleau-Ponty, Georges Bataille, Raymond Aron, el Padre Fessard, Robert Marjolin, y a veces André Breton. Vaya compañeros de clase…
Por cual de sus obras me recomiendas empezar a leer a Queneau?
Un saludo

Ramon

Lluís Salvador dijo...

Hola, Ramon:
Me haces dudar... Todo Queneau merece la pena, pero creo que me decantaré por Zazie dans le métro (Zazie en el Metro, Zazie al Metro), que puedes complementar después con el visionado de la película Zazie dans le métro de Louis Malle.
Pero ten en cuenta, por ejemplo, que Queneau hizo también unos fundamentales Ejercicios de Estilo; hasta el momento, se creía que el tema marcaba el estilo con el que tenía que ser tratado. Mediante estos ejercicios sobre una misma historia, en apariencia banal, Queneau demostraba que todos los estilos podían aplicarse a cualquier historia, manteniendo su significado o modificándolo. Una patada bien dada a todas las estructuras narrativas de la época, y el empujón definitivo de la narrativa en la literatura moderna.
Un saludo!