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Esclavos de la Libertad. Los Archivos Literarios del KGB, Vol. I, de Vitali Shentalinski

(Rabi Svobodi v Literaturnij Arjivaj KGB)
Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, Serie Biografías, Memorias y Testimonios
Barcelona, 2006 [1993]

Hace pocas semanas comentaba el texto de Coetzee Contra la Censura, uno de los pocos libros que analizan el bosque de la prohibición; hoy llevo a su atención un libro que estudia algunos de los árboles de la censura y la represión en el ámbito soviético. A veces las cosas vienen así de rodadas.
De hecho, el libro trata de unos cuantos de esos árboles, por no decir muchos.
El propósito del autor fue el de descender al infierno de los archivos de la Lubianka para descubrir manuscritos y documentos requisados por las autoridades y que podrían muy bien no haber salido jamás a la luz. En este aspecto el libro cumple. Poemas inéditos, el diario personal de Mijaíl Bulgákov, capítulos y novelas enteras de Andréi Platónov, etc., aparecen confiscados en esos malditos archivos, y es de esperar que algún día aparecerán editados (en esta obra se nos ofrecen algunos extractos).
Pero, como no podía ser de otro modo, los documentos de las instrucciones y procesos contra los escritores también aparecen, como demostración de la persecución, la manipulación, la arbitrariedad y, sobre todo, la omnipresencia del pensamiento único estatal. Isaak Bábel, Mijaíl Bulgákov, Borís Pilniak, Ósip Mandelshtam, Nikolái Kliúyev, Andrei Platonov, Maksim Gorki, entre otros, son los autores que se tratan. Fusilados, silenciados, deportados, puestos en campos de concentración, aislados o asesinados sin más, los destinos de estos escritores pasaron todos por el cauce de la Cheka, después OGPU, después NKVD, después KGB. Nunca para bien, y casi todos bajo las contradictorias indicaciones "Estrictamente confidencial" y "Conservar a perpetuidad".
No es que los documentos extraídos resuelvan todos los enigmas. El caso de Mandelstam y su "Oda a Stalin" sigue difiriendo según las versiones; Coetzee apunta a que el autor fue forzado a escribirla; Shentalinski declara que Mandelstam la escribió voluntariamente en un intento de congraciarse con el Estado. Aparece el diario de Bulgákov, pero los escasos fragmentos que aparecen en el libro (junto con las cartas ya publicadas en Cartas a Stalin, Ed. Grijalbo), poco hacen por aclarar porqué Stalin decidió dejarlo en una relativa paz silenciada, sin hacer nada contra él, físicamente, pero amordazado y convertido en un exiliado literario en su patria, lo que en definitiva llevó al escritor a la muerte, esta vez sí física, después de haber sufrido la muerte civil.
Pocos regímenes han desarrollado una ideología tal como para ideologizar también el arte y la literatura en todas sus formas de expresión. Sólo el nazi y el soviético, que yo recuerde. Gracias a este libro vemos cómo, además, el régimen soviético no escatimó esfuerzos ni recursos para reprimir y suprimir no ya las expresiones que quedaran fuera de la ideología, sino las intenciones y omisiones de los escritores y artistas.
Sin embargo, este libro tiene defectos y excesos. Defectos básicos: ¿Por qué no transcribir íntegramente una conversación entre Stalin y Pasternak en lugar de extractarla? Y excesos de todo tipo. Estilísticos ("¡Repiquetea ya, máquina de escribir! ¡No enmudezcas, mi férreo ruiseñor!"); de fondo: al lector no le interesa para nada, o muy poco, las objeciones que recibiera el autor al respecto de su trabajo de investigación, máxime cuando no representaron un obstáculo real y no impidieron ni frenaron su trabajo. Y excesos de forma: "Si [Tólstoi] hubiera vivido durante los años del gobierno bolchevique, es seguro que no habría podido evitar la espada represiva de la Checa". Es posible, incluso probable. Pero la frase sobra.
Si este libro se lee contra la planilla teórica del texto de Coetzee, el lector se verá considerablemente iluminado sobre el hecho de la represión soviética en la literatura. Leído en solitario, el lector echará en falta información previa y más documentación de la aportada (que se insinúa que existe) y, sobre todo, una investigación colateral de los hechos.
Con todo, es lo que hay, y bienvenidos sean los documentos descubiertos, que nos relatan las tragedias de unos escritores que fueron asesinados, de una u otra manera, por necesidades o caprichos de Estado.

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En la Patagonia, de Bruce Chatwin

(In Patagonia)
Muchnik Editores, col. Personalia
Barcelona, 1997 [1977]

Se ha dado a Bruce Chatwin el mérito de haber revolucionado la literatura de viajes. En realidad, su mérito (y no es poco) es haber aplicado la técnica del nuevo periodismo a dicha literatura. Ya saben, se trata de hacer una incursión en el tema de forma más personal y cercana, y centrarse, más que en el tema básico, en la periferia inmediata del mismo.
Por tanto, el viaje a la Patagonia propuesto por Chatwin no es un recorrido por la geografía, la gran historia, la flora y la fauna o la etnografía. Chatwin busca la pequeña historia, los detalles que, como gusta decir a los historiadores, constituyen las notas a pie de página de los libros, pero que han hecho de una tierra lo que es, o los hechos que han sido ineludiblemente moldeados por esa tierra.
Supongo que todos los territorios del planeta tienen semejante historia, si uno se preocupa en buscarla, pero saber hallarla, llegar hasta el fondo de la misma, documentarse antes, durante y después del viaje y, por supuesto, saber explicarla es lo que no está al alcance de todos.
Así, nos encontraremos con los tremendos animales prehistóricos y el paso por Tierra de Fuego de Darwin; con la historia del hombre que se autoproclamó rey de Araucania y Patagonia (lo que no gustó en absoluto a los gobiernos argentino y chileno); con la numerosa colonia galesa de Patagonia, independentistas que huían del gobierno de su majestad británica; las andanzas en Patagonia de Butch Cassidy y Sundance Kid, que fueron muertos (o no) en esa región; con otros bandidos gringos; con los orígenes del término "Patagonia" y las relaciones de los blancos con los indígenas; con las revueltas y revoluciones anarquistas; la vida y hazañas (que darían para tres novelas) del capitán Charles Milward, que llegó a ser el cónsul más austral del Imperio Británico; o con la historia del penal de Ushuaia (ya que estamos, la ciudad más austral del mundo).
Y más, muchas más.
No he estado en la Patagonia. No me es posible comprobar las bondades de este libro in situ. Pero, si no es verdad, está muy bien contado. Estoy un poco harto de ciertos documentales y libros de viajes que se basan en tomar el cuaderno o la cámara al hombro alegremente y anotar y filmar lo que se ponga por delante. Sea verdad o no. Porque, por muy delante de una cámara que esté, ese hecho no da sacralidada la entrevista o la declaración.
La auténtica veracidad está en la documentación previa, la búsqueda en el lugar y la documentación posterior. Sólo así se enriquece el documento, y sólo así se elimina el material dudoso o falaz. Sólo así se alimenta la verdad. O la veracidad.
Chatwin fue un gran narrador prematuramente desaparecido. Su nombre todavía resuena en la literatura moderna como alguien que hizo algo grande. Pero cada vez resuena menos. Esto ya no es ley de vida, sino ley de mercado. Por tanto, bien está que se le recuerde antes de que caiga en el olvido que NO se merece.
Porque, leído En la Patagonia, no sólo he quedado entretenido por sus historias, sino que he salido de su lectura algo más sabio. Es muy de agradecer.

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Eche Veinte Centavos en la Ranura, de Raúl González Tuñón

En mi juventud, una canción que escuché por la radio me dejó fascinado. Como de costumbre, nadie dijo qué es lo que había sonado en aquella ocasión, de modo que no pude poner ni nombre ni filiación a una de las letras más hipnóticas y literarias, más decadentes y bohemias, trágicas e irónicas que había podido escuchar.
Años más tarde, el misterio se desveló: se trataba del Cuarteto Cedrón, cantando Eche Veinte Centavos en la Ranura. Una canción que se hallaba en un disco doble que compartía el cuarteto con Paco Ibáñez. Trabajo perdido. El vinilo agonizaba, la industria se reformulaba a sí misma, los tiempos ya no eran los de antes, imposible encontrar el disco, ni la canción.
El mundo marcha y, un servidor, más viejo, menos bohemio pero más tecnológico, ha podido rastrear gracias a la red esa canción, y enterarse de unas cuantas cosas. Por ejemplo, que interpretación al margen, se trata de un poema de Raúl González Tuñón. Que en España se desconozca a este hombre me parece una de esas injusticias que tienen que ser reparadas cuanto antes. Me gustaría que le echaran un vistazo al poema (y que escucharan esa versión que tanto me eludió). Por mi parte, pretendo leer todo lo que pueda de González Tuñón. Y yo de ustedes haría lo mismo.

A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes, y de lámparas luminosas,
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

Cien lucecitas. Maravilla
de reflejos funambulescos.
¡Aquí hay mujer y manzanilla!
Aquí hay olvido, aquí hay refresco.
Pero sobre todo mujeres
para los hombres de los puertos
que prenden como alfileres
sus ojos en los ojos muertos.

No debe tener esqueleto
el enano de Sarrasani
que bien parece un amuleto
de la joyería Escasany.
Salta la cuerda, sáltala,
ojos de rata, cara de clown
y el trala-trala-trálala,
rima en tu viejo corazón.

Estampas, luces, musiquillas,
misterios de los reservados
donde entrarán a hurtadillas
los marinos alucinados.

Y fiesta, fiesta casi idiota
y tragicómica y grotesca.
Pero otra esperanza remota
de vida miliunanochesca.
¡Qué lindo es ir a ver la mujer,
la mujer más gorda del mundo!
Entrar con un miedo profundo
pensando en la giganta de Baudelaire...

Nos engañaremos, no hay duda,
si desnuda nunca muy desnuda,
si barbuda nunca muy barbuda
será la mujer.
Pero ese momento de miedo profundo...
¡Qué lindo es ir a ver la mujer,
la mujer más gorda del mundo!

Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

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Buenos Presagios, de Terry Pratchett y Neil Gaiman

(Good Omens)
Norma Ed., col. Brainstorming
Barcelona, 2002 [1990]

Terry Pratchett es el último maestro del humor inglés (y el no inglés) en la literatura. Algunos dirían que es un maestro del humor en la fantasía, pero con las muchas novelas que tiene publicadas sobre el Mundodisco, Pratchett ha tenido ocasión de poner en solfa absolutamente todo, desde la religión a Papá Noel, pasando por la prensa, el turismo, el machismo y la sociedad contemporánea en general, de modo que la etiqueta, si no sobra, sí es un pretexto que no coarta para nada la sátira.
Neil Gaiman es más conocido por ser guionista de cómics, y es el único escritor que ha ganado un World Fantasy Award al mejor relato por un guión de la serie Sandman, en concreto una trasposición de El Sueño de una Noche de Verano.
Según declaración de Pratchett, la contribución de cada cual a esta novela es de Terry 75%, Gaiman 25%. Sea como fuere, esta colaboración fue en todo sentido positiva (más positiva en inglés que en castellano, pero ese es otro asunto).
El argumento es sencillo, y si han visto La Profecía (este libro debiera haberse traducido como Buenas Profecías, pero ese es otro asunto), debería sonarles: El Anticristo ha nacido, y cuando alcance la tierna (pero maliciosa) edad de once años, va a convocar el Armagedón, provocar el Apocalipsis, llamar a la Gran Batalla. Por desgracia para ambas potencias (el Bien y el Mal, ¿cuáles si no?), el cambio de niños que debiera haberle convertido en hijo del agregado cultural norteamericano, por pura incompetencia, se ha ido al cuerno y el Anticristo se ha convertido en el nada vulgar hijo de un vulgar contable de la Inglaterra rural. De modo que Crowley, un demonio con clase, incomprendido por sus arcaicos colegas, y Azirafel, un ángel demasiado compasivo como para que le guste destruir el mundo para salvarlo, no tienen ni idea de dónde está. Da igual. Los que tienen que saberlo, es decir, la Muerte, la Guerra, el Hambre y la Polución (la Peste se jubiló con la llegada de los antibióticos) saben perfectamente dónde dirigirse. Pero Crowley y Azirafel, que lo han hablado muchas veces, están dispuestos a darle a la humanidad una segunda oportunidad, aun a pesar de sus jefes respectivos. No es que lo merezcamos, pero cualquier cosa es preferible a un Infierno o un Cielo eternos.
Para ello, los autores emplean todos los recursos: el juego de palabras, el slapstick, la comedia, la farsa, el homenaje literario y fílmico, la parodia, la sátira, el humor a lo Monty Python, el de la comedia americana, el chaplinesco y el de los Hermanos Marx. Entre otros. Unos detalles:

"Shadwell odiaba a todos los que eran del sur y, por inferencia, se hallaba situado en el Polo Norte".

"Junto con la garantía estándar del ordenador que especificaba que si la máquina 1) no funcionaba, 2) no hacía lo que decían los anuncios, 3) electrocutaba a la vecindad, 4) y de hecho no estaba en absoluto en el interior del caro embalaje cuando lo abrías, esto era expresamente, absolutamente, implícitamente y en ningún caso culpa, falta o responsabilidad del fabricante, que el comprador podía considerarse afortunado de que se le permitiera dar su dinero al fabricante, y que cualquier intento de tratar el objeto por el que se había pagado como propiedad del comprador resultaría en la atención de hombres muy serios con maletines amenazadores y relojes de pulsera muy delgados. Crowley se había quedado impresionado con estas garantías, y había enviado un puñado Abajo para el departamento que redactaba los contratos con las Almas Inmortales, con una nota amarilla pegada que sólo decía: «Aprended, mamones»."

"Crowley figuraba en las listas negras del Infierno. No es que el Infierno tuviera otras."

"Dios no juega a los dados con el universo: juega un juego inefable de Su propia invención, que puede ser comparado, desde la perspectiva de cualquiera de los otros jugadores (es decir, de todo el mundo), a estar involucrado en una embrollada y compleja variante del póquer en una habitación a oscuras, con cartas en blanco, por apuestas infinitas, con un Banquero que no te explica las reglas, y que sonríe todo el tiempo".

"Los patos de St James's Park están tan acostumbrados a ser alimentados por agentes secretos que se reúnen allí clandestinamente que han desarrollado su propia reacción pavloviana. Ponga a un pato de St James's Park en una jaula de laboratorio y muéstrele una foto de dos hombres, uno por lo general llevando un abrigo con cuello de piel, el otro algo oscuro y con bufanda, y mirará hacia arriba con aire expectante".

"El Kappamaki, un barco de investigación ballenera, investigaba acerca de la pregunta: ¿Cuántas ballenas se pueden cazar en una semana?"

"─"Entonces, ¿sois Ángeles del Infierno? ─preguntó el motorista─ ¿De qué capítulo sois?
─APOCALIPSIS, CAPÍTULO SEIS ─respondió la Muerte".

Y muchos otros momentos más...

Peculiar traducción, o sea, un tanto pijotera, o sea, rayana, o sea, en ocasiones en la inepcia. En fin, es lo que hay. Incluso así traducida la novela es muy divertida, de modo que imagínense su fuerza. Que lo pasen bien.

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Tortilla Flat, de John Steinbeck

(Tortilla Flat)
Ed. Cruïlla, col. Club
Barcelona, 1996 [1935]

Esta novela, en su día, representó una osadía formal que iba más allá del mero artificio. En efecto, se trata de la trasposición del estilo y temas de la novela artúrica al pueblo de Tortilla Flat, un suburbio miserable de la ciudad de Monterey (USA).
El experimento es chocante pero altamente satisfactorio. Los personajes, Danny y sus amigos, asimilables con facilidad a un Arturo y sus nobles caballeros, son gente que se mueve a sus anchas en estos bajos fondos de la marginalidad, el pequeño delito y la miseria.
Más allá del escándalo que pudiera suponer en 1935, el ambiente es notable porque sí es posible conseguir la épica y el heroísmo con un material moralmente sospechoso (sospechoso desde el punto de vista penal, por supuesto). El relato de estas gestas va creciendo en tono hasta pasar de irónico a conmovedor, y sin duda gran parte del escándalo puede atribuirse a que las hazañas de los personajes llegan a producir una innegable simpatía en el lector.
Steinbeck fue un conocedor profundo de la leyendda artúrica (y si sus Hechos del Rey Arturo y Sus Nobles Caballeros no es todo lo lograda que pudiera, ello se debe al hecho de que se trata de una obra inacabada), y el dominio del tono narrativo es genial. Los personajes hablan con prosopopeya y solemnidad; se comportan como auténticos héroes, falibles pero tocados por el espíritu de la caballería; sus hazañas no desmerecen a las de la Tabla Redonda; y en conjunto, proporcionan al lector motivos de reflexión así como una visión nueva e irónica de la realidad. Un ejemplo del tono que se puede encontrar en la novela:
«─Dijo a Cornelia [a la que se ha regalado como presente de amor un cerdito]: "No hay nada mejor que tener un cerdo: come de todo, es una bonita mascota, y se hace querer. Y cuando crece le cambia el carácter, se vuelve malo y malcarado, lo dejas de querer, un día te muerde, y tú te enfadas, lo matas y te lo comes".
»Los amigos asintieron con seriedad y Pilon dijo:
»─A veces diría que Emilio no tiene un pelo de tonto. Mira cuántas satisfacciones ha conseguido de este cerdo: afecto, amor, venganza y alimento. Algún día he de hablar con Emilio...»
Es una pincelada. Pero no se puede resumir el final, glorioso y épico, de esta novela. Un final triste, también. Como el de la disolución de la Tabla Redonda.

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Sin Blanca en París y Londres, de George Orwell

(Down and Out in Paris and London)
Eds. Destino, col. Destinolibro
Barcelona, 1972 [1933]

Esto no es una novela. Se trata de un libro durísimo (el primero que Orwell publicó) que relata las vivencias padecidas por el propio Orwell cuando las circunstancias le llevaron a un grado de pobreza tal que tuvo que luchar, día a día, por conseguir un mínimo nivel de supervivencia.
Albergues para mendigos o la supervivencia a la intemperie, la vida del clochard, homeless o sin techo, como quieran llamarle. La explotación laboral en un mercado negro de trabajo, las estafas de la ayuda social o la caridad, la persecución policial, con sus mil trampas y subterfugios destinados al único objetivo de apartar de la vista, de esconder, a aquellos que no disponen de medios de subsistencia. No fuera a ser que las "personas de bien" se los encontraran a la salida de un restaurante. Escuchemos a Orwell:
«Vale la pena decir algo sobre la posición social de los mendigos, porque cuando los has tratado y has visto que son seres humanos normales y corrientes, es inevitable que te llame la atención la curiosa actitud que la sociedad adopta respecto a todos ellos. A lo que parece, la gente cree que hay una diferencia esencial entre los mendigos y los hombres "que trabajan". Son una raza aparte, marginados, como los delincuentes y las prostitutas. Los trabajadores "trabajan", los mendigos no "trabajan"; son parásitos, son inútiles, por naturaleza. Se da por supuesto que un mendigo no se "gana" la vida igual que un albañil o un crítico literario se "ganan" la suya. Es una simple excrecencia social, tolerada porque vivimos en una era humana, pero esencialmente despreciable.
»Ahora, si nos fijamos bien se ve que no hay ninguna diferencia esencial entre los medios de vida de un mendigo y los de un montón de gente respetable. Los mendigos no trabajan, se dice; pero, entonces, ¿qué es trabajar? Un peón trabaja haciendo servir el pico. Un contable trabaja sumando cifras. Un mendigo trabaja estando en la calle llueva o nieve, víctima de las varices, contrayendo bronquitis crónicas, etc. Es un oficio como cualquier otro; completamente inútil, claro, pero muchos oficios reputados también son completamente inútiles. Además, como tipo social un mendigo es muy comparable al resto de la gente. Es honesto comparado con los vendedores de la mayoría de especialidades médicas, altruista comparado con el propietario de cualquier semanario, amable comparado con un vendedor de productos a plazos; en resumen, un parásito, pero un parásito bastante inofensivo. Casi nunca saca de la comunidad otra cosa que los medios ralos para subsistir y, cosa que según nuestro código ético lo tendría que justificar, lo paga con creces a través del sufrimiento. No creo que un mendigo tenga nada de especial que lo tenga que situar en una clase diferente del resto de personas, nada que dé derecho a la mayoría de hombres de hoy en día a despreciarlo.
»Entonces surge la pregunta: ¿por qué se desprecia a los mendigos? (ya que es evidente que se los desprecia universalmente). Creo que es por la simple razón de que no consiguen ganarse bien la vida. En la práctica a nadie le importa si un trabajo es útil o inútil, productivo o parasitario; la única cosa que se exige es que sea rentable. Detrás de todo lo que se habla hoy día sobre energía, eficiencia, servicio social, etcétera, ¿qué hay sino la idea de "ganar dinero, ganarlo legalmente y ganar mucho"? El dinero se ha convertido en la gran prueba de la virtud. Los mendigos no superan esta prueba, y por tanto se los desprecia.»
Dentro de estas vivencias, de esta caída en la miseria y el desprecio, lo que siempre nos acompaña como un fantasma es la sensación de que esto le pasó a George Orwell, ese autor que iba a escribir 1984, Rebelión en la Granja y otros libros de valía. La idea de que esto le sucedió a una persona por encima de los valores que consideramos mínimos. Nadie le preguntó qué sabía hacer, nadie movió un dedo por situarle según sus capacidades, y tuvo suerte de que un amigo le pudo conseguir un empleo decente al final. No es, por supuesto, el único caso. La moral es que la pobreza está cerca de cualquiera, no importa lo que haya hecho, para qué valga o si es alguien excepcional, si tiene estudios o no o si su situación es sobrevenida o voluntaria. La miseria lo cubre todo y su pátina se vuelve desprecio y marginación.
La sensación de que lo normal es que se reciba el extrañamiento. Lo milagroso, lo excepcional, no es que Orwell estuviera en la misera, sino que lograra salir de ella. No es algo como para sentirse orgullosos, socialmente hablando.
Y esto le sucede, lo hacemos, a los que tenemos al lado. Imagínense lo que les sucede a los pobres, lo que le hacemos a los pobres de otros países.
Las últimas palabras de este libro son quizá un primer paso que dar en cambiar nuestra forma de pensar. Aplíquenlas al vecino y al extraño, al compatriota y al extranjero:
«De todas maneras, puedo apuntar una o dos cosas que sin duda he aprendido después de vivir sin blanca. No volveré a pensar jamás que todos los vagabundos son un hatajo de borrachos facinerosos, ni esperaré que ningún mendigo se sienta agradecido cuando le dé un penique, ni tampoco me sorprenderá la falta de energía de un hombre que no tiene trabajo, ni me inscribiré en el Ejército de Salvación, ni empeñaré la ropa, ni rechazaré un folleto de propaganda, ni comeré a gusto en un restaurante de lujo. Por algo se empieza.»





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Històries Naturals, de Jules Renard

(Histoires Naturelles)
Eds. de 1984
Barcelona, 1999 [1896; 1909; 1926]
Ilustraciones de Henri de Toulouse-Lautrec

Jules Renard (1864-1910), autor más próximo al modernismo que al naturalismo, escritor directo («una descripción que pasa de las diez palabras ya no es visible»), compuso estos 84 retazos de animales y la vida campestre, de estilos variados que van desde la descripción aguda, la fábula recontada o transformada, la personalización, la alegoría, la metáfora hasta (los más) los poemas en prosa.
Con una brevedad que aumenta el efecto de cada uno de los textos, Renard muestra una singular perspicacia en sus escritos, que constituyen una auténtica delicia para el lector. En su conjunto, forman una singular obra de amor, que evocará la nostalgia de la vida en el campo, la necesaria contemplación de la vida natural no como algo ajeno sino como un gran fresco en el que integrarse y (para el lector moderno) la melancolía de un mundo en trance de desaparición, de una campiña que cada vez más se parece a un desierto creado por el hombre o a un arrabal ciudadano que civilizamos sin piedad y que, con el paso del tiempo, conformará un recordatorio de un jardín (tal vez no paradisíaco, pero sí natural) del que no dejaremos rastro.
Como ejemplos de esta prosa, valgan estos:

La Lagartija:
«Hija espontánea de la piedra hendida en la que me apoyo, se me encarama al hombro. Ha pensado que yo prolongaba la pared porque estoy inmóvil y porque llevo un sobretodo de color mural. Esto halaga, no obstante.»

La Lagartija II:
«La Pared: No sé qué escalofrío me recorre la espalda.
»La Lagartija: Soy yo.»

La Serpiente:
«La diezmillonésima parte de un cuadrante de meridiano terrestre.»

El Saltamontes:
«¿Acaso es el gendarme de los insectos?
Todo el día salta y se afana en persecución de invisibles furtivos que no atrapa jamás.
No lo detienen ni las hierbas más altas.
No le da miedo nada, porque tiene botas de siete leguas, un cuello de toro, la frente genial, el vientre de una carena de barco, alas de celuloide, cuernos diabólicos y un gran sable detrás.
Como no se pueden atesorar las virtudes de un gendarme sin poseer sus vicios, todo hay que decirlo, la langosta masca tabaco.
Si miento, persíguelo con tus dedos, juega con él a las cuatro esquinas y, cuando lo hayas cazado, entre dos saltos, sobre una hoja de alfalfa, obsérvale la boca: por entre las terribles mandíbulas, secreta un jugo negruzco de nicotina.
Pero ya no lo tienes. El arrebato de saltar se lo lleva. El monstruo verde se te escapa con un brusco golpe de genio y, frágil, desmontable, te deja en la mano un muslito.»

El Martín Pescador:
«No han picado, esta tarde, pero me llevo a casa una rara emoción. Mientras pescaba caña en mano, ha venido a posarse sobre ella un martín pescador.
Ningún otro de nuestros pájaros brilla tanto.
Parecía una gran flor azul al extremo de un largo tallo. La caña se doblaba bajo su peso. Yo no respiraba, lleno de orgullo porque un martín pescador me tomara por un árbol.
Y estoy seguro de que no ha emprendido el vuelo por miedo, sino que debía pensar que no hacía otra cosa que pasar de una rama a otra.»

La Luciérnaga:
«¡Una gota de luna entre la hierba!»

La Pulga:
«Un grano de tabaco con resorte.»

El Ciervo:
«Entré en el bosque por un extremo del camino, cuando él llegaba por el otro.
Pensé primero que alguna persona forastera avanzaba con una planta en la cabeza.
Después distinguí el arbolito enano, de ramas separadas y sin hohas.
Por último apareció a ojos vista el ciervo y los dos nos detuvimos.
Yo le dije:
─Acércate. No tengas miedo. Si llevo escopeta, es por apariencia, para imitar a los hombres que se toman en serio. No la hago servir jamás, y dejo los cartuchos en el cajón.
El ciervo escuchaba y olía mis palabras. En cuanto hube callado, no dudó ni un momento: sus piernas se movieron como tallos que un aliento de viento cruza y descruza. Huyó.
─¡Qué lástima! ─le grité─. Ya soñaba con que hacíamos camino juntos. Yo te ofrecía, de mi mano, las hierbas que te gustan, y tú, con andar de paseo, me llevabas la escopeta de través sobre tu ramaje.»

Renard ha sido influencia (y por su concisión y perspicaci, benéfica) para innumerables escritores: entre los más cercanos, Joan Perucho, Sagarra, Josep Pla, Eugeni D'Ors, y entre los foráneos, André Gide, Somerset Maugham...
Estos relatos, en francés, pueden escucharse aquí.
Toulouse-Lautrec realizó para el libro unas primorosas ilustraciones.
Y este es uno de esos libros con banda sonora: En 1906, Maurice Ravel compuso cinco "Historias Naturales" sobre las de Renard: El Pavo Real, El Grillo, El Cisne, El Martín Pescador y La Pintada.

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L'Home que Va Confondre la Seva Dona amb un Barret, de Oliver Sacks

(The Man Who Mistook His Wife for a Hat)
Ed. Enciclopèdia Catalana/Proa, col. Proa Butxaca
Barcelona, 2004 [1985]

Con El Hombre que Confundió a su Mujer con un Sombrero sucedió una cosa curiosa. Publicada en castellano, empezó una serie de recomendaciones boca de lector a oreja de lector que hicieron que fuera adquiriendo unas ventas consistentes, hasta el punto que, puesto que los lectores acudían a las secciones de literatura en su búsqueda, algunas librerías optaran por tenerlo expuesto en dos lugares: en la sección de medicina/psicología (su lugar natural) y en la sección de narrativa.
¿Confusión? ¿desconocimiento? Creo más bien en una intuición razonable del público. Este libro constituye en la descripción de una serie de casos neurológicos extremos, tan extravagantes o llamativos que parecen ir más allá de la ciencia y adentrarse en la ficción. Si consideramos que Peter Brook escribió una obra de teatro, y Michael Nyman una ópera en un acto sobre el caso que da título al libro, podemos decir que el público (como casi siempre) tenía razón.
La carga científica del libro es ligera. No es reprochable. Se trata de un libro más para motivar a la reflexión que para la práctica clínica o la exposición congresual. Tampoco sostiene tesis ni aporta discursos. No me molesta. No le pido a los libros que necesariamente abonen modos de pensamiento ni ofrezcan moralejas. En este caso, cada lector tiene la capacidad de pensar y encontrar lo que quiera. Es seguro que algunos no verán más allá de la exhibición de fenómenos que podría constituir el libro, mientras que otros rememorarán casos, tal vez no tan extremos, que hayan conocido.
Pero, más allá de la curiosidad o el conocimiento de que tales cosas pueden suceder (el hombre del título realmente confunde a su esposa con un sombrero; la mujer que oye piezas musicales, fieles al original, de forma continua; los pacientes con síndromes de Tourette, repletos de tics; los miembros "fantasmas" de los amputados; la anciana que, por una neurosífilis, recupera el ánimo juvenil y el gusto por el flirteo [y si les suena, pues, en efecto; este caso, casi palabra por palabra, fue una trama secundaria de un episodio de la serie House]; el hombre con amnesia inmediata que reinventa la realidad y a sí mismo continuamente; el hombre que se "detuvo" en 1945; y muchos otros), más allá de eso, a mí me motiva pensar, en primer lugar, en lo tenue de la frontera entre la función y la disfunción (y téngase en cuenta que hablamos de casos neurológicos, no psiquiátricos; no son producto de causas externa, traumas o dificultades de relacionarse con el mundo "real" o "cuerdo", o producto de un declive cada vez mayor, sino de causas químicas, fisiológicas, que suelen presentarse como cae un relámpago); son personas "normales", con una mente "normal", pero las dolencias que sufren comportan de inmediato el rechazo y la incomprensión sociales.
Y también hacen que sienta una intensa pena (no lástima, ni compasión caritativa) por ellos. Por unas vidas plenas y saludables que se ven destrozadas de repente por una dolencia que les impide seguir con esas vidas y les relega a la categoría de "mochales" o "majaretas", sin importar que fueran (¡sean!) excelentes músicos, eficientes ejecutivas de publicidad o magníficos obreros de la construcción.
En este sentimiento, permítaseme que me aparte de los libros por unos momentos (este blog tiene carácter errabundo, no lo olviden). Sacks nos relata dolencias y casos que han incapacitado, destrozado vidas. En los mejores casos han podido adaptarse, pero tendrán que vivir siempre con el rechazo o medicarse de por vida. Son dolencias que no querríamos para nadie.
¿Pueden existir dolencias que representen una bendición, que sean admirables? Sí; esos seres que son capaces de hacer cosas que ni siquiera soñamos se llaman savants o, según la desafortunada expresión popular, "sabios idiotas". Sacks trata unos pocos de esos casos en su libro. Pero, a veces, y sobre todo en el ensayo, una imagen puede valer todavía más que las palabras. Hace pocos años vi una serie documental de televisión que trataba sobre ellos, Beautiful Minds, en tres capítulos. Lamentablemente, sólo corren por internet unos fragmentos, y los tres episodios completos en http://www.teachers.tv/, pero sólo para uso en el Reino Unido. Se los recomiendo vivamente, si tienen la oportunidad. No trata a esas personas como fenómenos de feria, sino como lo que son: las joyas de la disfunción, el límite a lo que puede llegar el ser humano, salvo porque a ese límite, por razones que desconocemos, lo acompañan maldiciones igualmente terribles: autismo, incapacidad de relación, imposibilidad de realizar acciones que todos damos por hechas. Si ven esos documentales sentirán admiración, pero también cariño y comprensión por esos seres humanos.
Así debe ser. Pero tengamos también ese cariño y esa comprensión por aquellos que padecen la maldición sin tener a cambio nada que les atraiga la simpatía de los demás.

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Mientras Escribo, de Stephen King

(On Writing)
Plaza & Janés
Barcelona, 2001 [2000]

¡Qué manía esta de cambiar títulos! El original dice "Sobre el Escribir", aunque podría traducirse como "Sobre la Escritura".
No se trata de ficción, sino de un manual para escritores, presentes y futuros. He leído unos cuantos métodos de escritura creativa publicados en España. Cosa curiosa, escritos por gente a la que no conozco de nada. A pesar de sus títulos, rimbombantes, llenos de promesas incumplidas, bien podrían titularse "Cómo Redactar" (los mejores), "Cómo aconsejar sobre escribir sin haber publicado jamás", "Cómo escribir, publicar y no ser leído, como es mi caso" o "Cómo conseguir que te paguen por un libro inútil (este)". O también "Cómo hacer un manual con una colección de obviedades" (los peores): sepa ortografía, cuide la gramática, divida el texto de tanto en tanto en eso que llaman párrafos. Los mayores logros de todos ellos son que sí han hecho escritores a alguien: a sus autores.
Stephen King es una persona inteligente (muy inteligente), conocedor de su oficio y, sobre todo, un tipo honesto. No escribe esto por necesidad, ni por la fama, ni por el dinero, sino con una sincera voluntad de ayudar y desde una experiencia meditada, con éxito y con un sano valor altruista.
¿Es sólo un manual para escribir best-sellers al estilo King? No. El autor (¿les he dicho ya que es inteligente?) destila los principios de la buena escritura, estructura y argumentación desligándolos de cualquier género o estilo. Repite una y otra vez: "Escribe sobre lo que sepas". Y si no sabes pero te apetece, documéntate y entonces escribe. Por citar textualmente: "No hay ninguna necesidad, ninguna en absoluto, de escribir encorsetadamente y con una óptica conservadora, como no la hay de escribir prosa experimental y no lineal [...]. Tienes a tu disposición tanto lo tradicional como lo moderno. ¡Como si te apetece escribir al revés! Pero, tomes el camino que tomes, siempre llega el momento de evaluar la calidad de lo que se ha escrito. Me parecería mal que cruzara la puerta del estudio un cuento o novela de cuya legibilidad no estuviera seguro el autor. No se puede gustar en todo momento a todos los lectores, ni siquiera a una parte, pero por favor, esfuérzate en gustar a veces a un sector del público. Creo que lo dijo William Shakespeare".
El libro está estructurado en varias partes: "Currículum Vitae", que cuenta unos pocos episodios que marcaron la vocación y carrera de escritor del autor, "Qué es escribir" (pues eso), "Caja de Herramientas", sobre las que emplea (tiene que emplear) cualquier escritor, "Escribir", sobre cómo encarar (con las anteriores herramientas) el proceso creativo, de publicación y de profesionalización del escritor, una "Postdata: Vivir" y unas coletillas: un ejemplo de primera redacción y de primera revisión y una lista de libros que King leyó y le gustaron en los cuatro años precedentes a la escritura del libro (96 títulos, de todos los estilos).
Es un libro ameno, que habla de tú al lector y que casi no deja piedra por remover de los procesos creativos. Un libro abierto, además, con muy pocas reglas de oro y muchos consejos que ayudan, más que dirigen, al futuro autor. Un libro honesto.
Traducción vacilante y descangayada (por no decir mala) la de la edición española. Y nunca el tema de un libro mereció mejor suerte en su tratamiento del lenguaje.

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Against the Day, de Thomas Pynchon

Jonathan Cape/Random House
Londres, 2006 [2006]

Novelón (como acostumbra) de largo alcance y extensión, en buena/mala hora me puse a leer la última obra de Thomas Pynchon. Buena porque, aunque leer a Pynchon es un placer que debe desarrollarse con la práctica, como comer caracoles o sushi, en mala hora porque es imposible resumir una novela de Pynchon, como así admiten sus editores. Disculparán ustedes la dispersión y lo vago de los pensamientos que siguen.
Empecemos por lo obvio. Pynchon es autor de obra escasa (pero extensa), y tiene justa fama como novelista irreductible. Menos conocido físicamente que Salinger, mantiene el anonimato hasta el máximo extremo. Sin duda esto le habrá privado de premios (sólo tiene el National Book Award) y de una importante serie de ingresos extra. A lo que parece, le importa un rábano (a menos que algún día nos enteremos de que también publica novelas con seudónimo, y esto sería una de aquellas bromas definitivas que sin duda le encantarían).
Pynchon o el anarquismo ilustrado. Pynchon o la paranoia necesaria. Pynchon contra el estado. Pynchon contra las verdades supuestamente evidentes. Y todo con una sonrisa irónica en los labios y en las palabras.
Against the Day tiene lugar en el mundo del cambio del siglo XIX al XX. Es un mundo alternativo al nuestro, pero no demasiado, si uno se para a pensarlo. Es la época donde empezaba a intuirse la guerra inminente por la energía y los recursos. Cuando se formularon , en una auténtica y estrambótica revolución científica, las teorías más disparatadas: la Tierra Hueca, la hipótesis del Éter, el control aéreo mediante dirigibles, la utilización del magnetismo como fuente de energía, etc. En la novela de Pynchon, todas son ciertas.
¿Ciencia-ficción? Sí, pero empleada como una fábula colosal para mirar una época de nuestro planeta más crucial de lo que parece.
¿Discurso político? Por supuesto, pero no un panfleto. La técnica de Pynchon consiste en decirnos que no se van a contar grandes verdades en frases grandilocuentes , sino que se describirán pequeñas verdades que, todas juntas, pueden conformar un cuadro monstruoso en el que estamos metidos, con una gran dosisi de engaño por parte de los grandes poderes oligárquicos.
¿Es Pynchon un paranoico? Sí y no. Sí porque la experiencia nos dice que en muchas ocasiones los gobiernos no nos han explicado TODA la verdad sobre TODAS sus acciones, de modo que la moraleja es que cierta paranoia, cierto escepticismo si ustedes quieren, son necesarios. No, porque Pynchon no aboga porque esta paranoia sea la rectora de nuestras vidas.
¿Es Pynchon un anarquista? Sí. Pero ilustrado. Lo que dice Pynchon no es que sea necesario dinamitarlo todo (aunque en la novela la dinamita es casi un personaje más; cosas de la época), pero sí una cierta insumisión. Contra la pretensión de que nos convirtamos en borregos y digamos a todo amén, defiende que cada cual vaya a pastar fuera del rebaño si así lo desea.
La novela de Pynchon está repleta de personajes. No es una novela coral. Para serlo, tendría que reunirse esa multitud en un lugar, y eso no sucede. La técnica de Pynchon es contarnos pequeñas historias, personaje a personaje. En un momento dado, un personaje se encuentra con otro y componen una variante argumental. Es como un tapiz: se tienen una serie de fibras, teñidas estrambóticamente, que sueltas nada significan o significan la misma fibra en sí. Es cuando se entrecruzan (cuando se forma la trama) de una determinada manera cuando se forma la imagen completa. Y esa imagen no es un retato, sino todo un mundo. Es prodigioso.
Podemos preguntar si esos innúmero personajes son necesarios. No sólo necesarios, sino imprescindibles, porque sus historias no sólo son utilitarias a efectos generales, sino a nivel particular. Cada una de ellas es una narración en sí misma. Gran narrador, Pynchon emplea todos sus recursos con sabiduría. Esos personajes interesan, y son únicos en su género, suscitando sobre todo curiosidad por su suerte.
¿Es posible obviar algo del texto? Con rotundidad, no. Against the Day tiene 1.085 páginas, pero saltarse un párrafo es perder un detalle de la trama o un rasgo del personaje.
Y, finalmente, el tono. Muchas veces es irónico, cómico en ocasiones, como si asistiéramos a una farsa o a una comedia de situación. No se engañen. La ironía o la comicidad no empañan lo que se nos quiere contar; y entonces, con naturalidad, se pasa al drama. Pocos escritores tienen este dominio de las situaciones. Porque es fácil pasar de lo trágico a lo cómico (y a veces algunos escritores lo logran muy a pesar suyo), pero en extremo difícil hacerlo a la inversa.
Es difícil adquirir el gusto por Thomas Pynchon. Al principio no hace más que presentarnos muchos personajes, dispares, que parece que no tienen nada que ver entre sí, pero que finalmente convergen y se entrecruzan para formar un tapiz prodigioso, repleto en detalles y delicadezas. Es difícil adquirir el gusto por Thomas Pynchon, pero es un esfuerzo que rinde beneficios al ciento por ciento.