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Desorden Moral, de Margaret Atwood

(Moral Disorder)
Eds. B/Bruguera
Barcelona, 2007 [2006]

La literatura es lo más fácil del mundo. Tomemos la creación de un personaje, por ejemplo. Un autor puede meditarla tanto como quiera, puede asignarle características a voluntad, puede controlar sus rasgos. Puede, después, enfrentarlo a pruebas durísimas o a situaciones banales, sabiendo en todo momento cómo va a reaccionar, o sabiendo cómo va a hacer que reaccione. Incluso, si le conviene, puede volver atrás y darle la vuelta al personaje como a un calcetín. La heroína intrépida puede convertirse en vulnerable, el joven soñador en malvado. El ruin en un corazón de oro.
Ah, pero eso es la teoría. Si tan fácil es, ¿cómo es posible que hayan tantos personajes anodinos, tantos caracteres de cartón piedra, tantos monigotes de papel y tinta, tantas reacciones narrativas increíbles?
Dejando aparte el hecho de que el paso de la teoría a la práctica, etc., etc., se necesita cierta chispa narrativa (eso que los clásicos denominaban "soplo vital") para hacer que un constructo de la imaginación de un autor llegue, incólume, vivo y real, a la mente del lector. Son legión los escritores que han fracasado en esta pretensión. Margaret Atwood lleva triunfando en ello hace largo tiempo.
Me complace hablar de Margaret Atwood. No sólo por sus muchos méritos literarios, sino porque, desde la época en que Seix Barral apostó por esta desconocida escritora canadiense y publicó El Cuento de la Criada, esta autora ha mantenido consistentemente el favor del público español (no con ventas apabullantes, pero sí notables). Sin publicidad alguna. Con las críticas (por lo general, buenas) normales. Sin congresos, sin televisión, sin nada. Un pequeño milagro de los lectores, que son, como siempre, los que más saben de esto.
Desorden Moral es una serie de relatos con protagonista común, Nell, que recorren diversos episodios, algunos trascendentes, otros en apariencia triviales. Es un recurso que funciona. Se hubiesen necesitado páginas y páginas para formar una novela y contarnos lo mismo que hacen estos cuentos. Con ellas sueltas, podemos centrarnos en cada situación, manteniendo a la vez el interés y la familiaridad, pero suprimiendo los tiempos muertos y lo prescindible. Es como ver una serie de fotografías, pero sabiendo las circunstancias en las que se tomó cada una.
Ese desorden moral del título no es uno que acomete a la protagonista. Tampoco es algo enorme que sea carne de psiquiatra o de penal. Son más bien pequeños detalles de la vida diaria, pequeños sobreentendidos, que son moralmente discutibles, desprecios inconscientes, tiranías sancionadas por la costumbre, omisiones egoístas. Como cuando el compañero de Nell decide tener un gallinero para que los niños estén en contacto con los misterios de la vida. La protagonista se pregunta quién matará a las gallinas cuando sean viejas. Todo da a entender (por omisión, por inercia) que ella. Ni pensarlo, se dice de inmediato. No, esto no es el meollo de uno de los cuentos. Es sólo un detalle. Los relatos son más intensos, más trascendentes, pero en nuestras vidas los pequeños detalles se amontonan hasta provocar pequeños o grandes aludes.
Todo ello contado con una maestría sin alambicar, con un estilo suave, íntimo y prodigioso. Con personajes tan creíbles como para reconocerlos. Porque en realidad los conocemos. Los hemos encontrado en nuestras vidas. Porque las circunstancias pueden ser variadas pero en el fondo nos parecemos más de lo que creemos. Y nuestras vidas, para bien o para mal, también.
Todos tenemos la oportunidad de reconocer a personas o a nosotros mismos en algún momento de algún relato. Es mérito de Atwood el hacer que estas narraciones formen parte de nuestras vidas. O, mejor, que nosotros formemos parte de estas historias.

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Los Premios Booker

Hay listas que se forman por rutina, otras por esnobismo, algunas personales, muchas tienen que ser revisadas, pierden vigencia... Hay otras que surgen en la modestia de su propia iniciativa y con el paso del tiempo se convierten, si no en imprescindibles, en un fondo cualitativo surgido de su propia coherencia y calidad.
El premio Booker es una de estas. Surgido para premiar anualmente a una obra ya publicada de un escritor en lengua inglesa de la Commonwealth (esa organización político/económica/cultural que no se sabe muy bien qué es pero que sirve para menos que la Unión Europea y para más que la Conferencia de Estados Iberoamericanos), más Irlanda, es un galardón que ha sabido situarse, por honestidad, estándares de calidad y coherencia, como el premio (para mí) más prestigioso del globo. No es que todas las obras premiadas sean de mi agrado, faltaría más, pero sí que no he encontrado una mala novela en todas las que he leído, y siempre han acertado en su apreciación de que los escritores premiados "valen la pena".
El funcionamiento del premio, si no perfecto, sí es modélico en su concepción. Un consejo, variable y formado por un autor, dos editores, un agente literario, un librero, un bibliotecario y un presidente aportado por la fundación que otorga el premio, es el encargado de escoger los miembros del jurado, que cambia cada año, aunque en ocasiones un jurado puede ser seleccionado una segunda vez. Estos jurados son escogidos de entre los principales críticos literarios, escritores, académicos y figuras públicas notables.
Cada editorial puede proponer dos títulos al premio. Además, los autores ganadores y los finalistas de los últimos diez años son considerados automáticamente. Los editores pueden hacer peticiones razonadas para que se tengan en consideración otros títulos aparte de los presentados.
El jurado realiza entonces una primera selección, de la cual surgirán los finalistas. De esta última selección saldrá la obra ganadora, y en ocasiones se ha concedido el premio ex aequo.
La lista de premiados habla por sí sola, y se la recomiendo. Es una selección principalísima, plural, moderna y de una calidad inimitable. Si en otros países (y veremos cómo evoluciona en España el Premio Fernando Lara) existieran premios semejantes, el lector lo tendría mucho más fácil. Y la lectura sería más feliz. La lista:

1969 -P. H. Newby -Something to Answer For
1970 -Bernice Rubens -The Elected Member
1971 -V. S. Naipaul -In a Free State
1972 -John Berger -G.
1973 -J. G. Farrell -The Siege of Krishnapur
1974 -Nadine Gordimer -The Conservationist
-Stanley Middleton -Holiday
1975 -Ruth Prawer Jhabvala -Heat and Dust
1976 -David Storey -Saville
1977 -Paul Scott -Staying On
1978 -Iris Murdoch -The Sea, the Sea
1979 -Penelope Fitzgerald -Offshore
1980 -William Golding -Rites of Passage
1981 -Salman Rushdie -Midnight's Children
1982 -Thomas Kenneally -Schindler's Ark
1983 -J. M. Coetzee -Life & Times of Michael K
1984 -Anita Brookner -Hotel du Lac
1985 -Keri Hulme -The Bone People
1986 -Kingsley Amis -The Old Devils
1987 -Penelope Lively -Moon Tiger
1988 -Peter Carey -Oscar and Lucinda
1989 -Kazuo Ishiguro -The Remains of the Day
1990 -A. S. Byatt -Possession: A Romance
1991 -Ben Okri -The Famished Road
1992 -Michael Ondaatje -The English Patient
-Barry Unsworth -Sacred Hunger
1993 -Roddy Doyle -Paddy Clarke Ha Ha Ha
1994 -James Kelman -How Late It Was, How Late
1995 -Pat Barker -The Ghost Road
1996 -Graham Swift -Last Orders
1997 -Arundhati Roy -The God of Small Things
1998 -Ian McEwan -Amsterdam
1999 -J. M. Coetzee -Disgrace
2000 -Margaret Atwood -The Blind Assassin
2001 -Peter Carey -True History of the Kelly Gang
2002 -Yann Martel -Life of Pi
2003 -DBC Pierre -Vernon God Little
2004 -Alan Hollinghurst -The Line of Beauty
2005 -John Banville -The Sea
2006 -Kiran Desai -The Inheritance of Loss
2007 -Anne Enright -The Gathering
2008 -Aravind Adiga -The White Tiger
2009 -Hilary Mantel -Wolf Hall
2010 -Howard Jacobson -The Finkler Question
2011 -Julian Barnes -The Sense of an Ending

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Gene Wolfe's Book of Days, de Gene Wolfe

Arrow Books
Londres, 1985 [1968-1981]

Gene Wolfe es uno de los artistas de la ciencia ficción y la fantasía más sugerentes, autor de clásicos del género como la serie del Libro del Sol Nuevo o Soldier of the Mist.
En este caso nos presenta una colección de relatos con un planteamiento más que original: cada uno de ellos se relaciona con una fecha significativa (al menos, del calendario estadounidense), de modo que constituyen una de las formas más peculiares de conmemoración que se hayan hecho jamás. Ahí van: Aniversario del nacimiento de Lincoln (De Cómo Volvió el Látigo); Día de San Valentín (De Relés y Rosas); Día del Árbol (La Casa en el Árbol de Paul); Día de San Patricio (San Brandán); Día de la Tierra (Tierra de Belleza); Día de la Madre (Siniestro Automovilístico); Día de las Fuerzas Armadas (El Ratón Azul); Memorial Day, en recuerdo a los caídos en combate (Cómo Perdí la Segunda Guerra Mundial y Ayudé a Rechazar la Invasión Alemana); Día del Padre (El Padre Adoptado); Día del Trabajo (Forlesen); Día del Levantamiento de la Veda (Un Artículo sobre la Caza); Día del Regreso a la Escuela (El Cambiado); Halloween (Muchas Mansiones); Día del Armisticio (Contra la Escuadrilla Lafayette); Día de Acción de Gracias (Tres Millones de Millas Cuadradas); Nochebuena (La Guerra bajo el Árbol); Navidad (La Befana); y Día de Año Nuevo (Deshielo).
Lo ideal, como indica el autor, sería leer cada cuento en el día apropiado (y con la estructura mental adecuada, claro), con lo que el mismo Wolfe nos ruega que no tengamos prisa. Yo así lo hice (aunque para esta nota he tenido que releerlo de un tirón) y les aseguro que la experiencia vale la pena.
Y precisamente por eso les traigo la colección entera, en lugar de centrarme en un relato en concreto. Esa lectura cambia la percepción del cuento y, por tanto, como experimento y vivencia Wolfe ha acertado plenamente. Por supuesto, antes tenía que tener un material de base, y ese son los relatos, de una calidad que va desde la buena a la excelente.
Ah, y para aquellos que no lean los prólogos, advierto que en el de este libro hay un relato delicioso. Si un libro se puede disfrutar desde la misma introducción, ¿qué más se puede pedir?

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Cita Mortal en Up and Down, de Manuel Vázquez Montalbán

En Asesinato en Prado del Rey y Otras Historias Sórdidas
Ed. Planeta, col. Serie Carvalho
Barcelona, 1987 [1987]

Hace pocas semanas cerró, parece que definitivamente, Up & Down, el local que recogió los restos de la gauche divine barcelonesa tras el cierre, a su vez, de Boccaccio. Nunca estuve en ellos, por cuestiones de edad primero, por asuntos económicos después y porque, en el fondo y en principio, lo que primaba era lo divine. El ser gauche no servía para nada a la hora de entrar. No es que lo intentase. Esta serie de locales pueden definirse como el súmmum de la progresía, pero son tan elitistas como el Círculo Ecuestre, y sus porteros otra cosa no sabrán, pero conocen perfectamente los métodos para dejar a cada uno en donde le corresponde, y donde corresponde a la mayoría es en la calle.
El caso es que su cierre me hizo pensar en que yo había leído algo que ponía a ese local emblema en su sitio, es decir, en ridículo. Y claro, lo he localizado y estaba escrito, como no podía ser de otra manera, por el difunto Vázquez Montalbán. Lo cual me lleva a hablar de las historias de Pepe Carvalho.
Esta serie es polifacética. Hay historias detectivescas al uso, que al final de la serie se convertían en cada vez menos detectivescas y más en críticas o sátiras del mundo contemporáneo. Hay fábulas sobre las sociedades barcelonesa, la madrileña, la argentina. Hay incluso una autoparodia en la obra póstuma y última de la serie. Está esa novela inclasificable, experimental y surrealista, que tanto desorienta a los seguidores de la serie, Yo Maté a Kennedy. Y otras que son puramente venganzas literarias.
Este relato es una de estas últimas. Hay que reconocer que Oriol Regàs, propietario entonces del local, se lo tomó con la elegancia propia de aquel que va cada día a ingresar dinero al banco llorando por las críticas. De haber sido uno de los empresarios de hoy día, hubiese pedido consejo de guerra para Vázquez Montalbán o, en caso de no ser eso posible, querella criminal sumarísima.
Es la ridiculización de la gauche divine transformada en el argent divine, lo mamarrachesco de sus componentes y servidores, y el comportamiento, que los condescendientes llaman extravagante y los observadores ridículo, de una sociedad que algunos llegaron a calificar de "guapa".
Con el paso de los años, uno descubre otras cosas en las narraciones de MVM. Por ejemplo, un sabio uso de la jerga callejera, un potencial de reflexión social que siempre fue notable (y que se echa en falta), y que el autor realizara con sus historias un ejercicio de historiografía crítica de los tiempos que le tocaron vivir. Que pueda llegar a ser definido como caricaturesco no importa, porque las caricaturas, cuando son buenas, mantienen el parecido del modelo y destacan sus rasgos y defectos. Así que, leyendo y escuchando los lamentos por el cierre de este local, es bueno pasearse por las doce páginas de este cuento. Para poner las cosas en su justo lugar, mayormente.

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El Inspector Cadáver, de Georges Simenon

(L'Inspecteur Cadavre)
Ed. Tusquets
col. Booket, serie Maigret
Barcelona, 2004 [1944]

Hace quince o veinte años surgió una moda en los medios literarios españoles, como fue la de destacar a Georges Simenon como un gran escritor. Viví ese fenómeno con una sorpresa próxima a la perplejidad; no llegué a sentir el sonrojo que me produjeron declaraciones similares (y que siempre me parecieron una broma) referentes a la grandeza literaria de las novelas de Corín Tellado, pero sí extrañeza. Uno ya había pasado por la lectura de unos cuantos libros del comisario Maigret, y de unas pocas de las novelas "generales" del escritor belga y, caramba, son libros decentes, pero si eran testimonio de una supuesta grandeza, entonces era necesario reivindicar el premio Nobel a título póstumo para Raymond Chandler.
Todo esto no quiere decir que Simenon sea mal escritor, o desigual. Pero sí que será difícil que en estas notas figuren más maigrets. Justamente porque son muy similares entre sí. Como sucede con Hércules Poirot, Miss Marple o el resto de misterios de Agatha Christie, no es que leído uno leídos todos, pero sí que sorpresas, pocas.
Para los fanáticos o aspirantes a serlo del comisario Maigret (una aspiración muy legítima) la advertencia es que la coherencia interna de la serie no existe. Simenon empezó con un comisario ya mayor, y al cabo de pocas novelas ya estaba retirado, antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Sorprendido por el propio éxito, esas pocas novelas fueron ampliadas en número, con lo que las peripecias de Maigret se extienden en el tiempo hasta el punto que, de seguir la cronología, el comisario hubiera desarrollado su actividad hasta los ciento diez años.
También el retrato que Simenon nos ofrece difiere del asociado comúnmente con el inspector (y que figuraba en las antiguas ediciones de Caralt), y que provenía de la filmografía , el personaje encarnado en Jean Gabin.
Respecto a los métodos (e el mismo Maigret decía que no existía el "método Maigret") se basan, y eso era novedad en la época, en la observación psicológica de los personajes, y ahí es donde Simenon alcanza sus mejores cotas.
En efecto, es un gran especialista en descripción de ambientes, de personajes y de situaciones. Todo es pausado en las novelas de Maigret. Los crímenes suceden como si formaran parte de la vida cotidiana (y en el fondo, así es). No hay urgencias, no hay dramatismo. Todo es pausado, como la mirada, los plantones y los paseos del comisario, y las resoluciones adoptan casi siempre un tono filosófico que nos recuerda que el crimen es casi siempre inevitable y la investigación y castigo del mismo casi tan molestos como el crimen en sí.
Comento El Inspector Cadáver (de hecho no lo he comentado) como podía haberlo hecho con cualquier otra novela de Maigret. Insisto, no porque sean malas, sino porque sus características de fondo son muy similares. Si leen más de tres maigrets seguidos, corren el riesgo de hartarse o aburrirse; pero de tanto en tanto un maigret proporciona el placer de una situación nueva resuelta por un personaje de maneras familiares que merece con justicia estar en el panteón de grandes detectives literarios. Eso sí, sin estridencias. El mismo Maigret se hubiera sentido molesto por ellas.

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Sobre el Concepto de Arte

Conforme crecen los lectores de este blog (modestamente, pero crecen), percibo que hay un cierto interés en los conceptos del entretenimiento, de lo trascendente, de lo que es bueno y malo; del concepto de la obra y su valoración por sí misma.
Una de las mejores definiciones de "obra de arte" (existen otras igualmente válidas) es la de algo que aporta más al espectador/lector de lo que recibe. Es una definición muy amplia, seguro, pero verán que tiene su razón de ser.
El hecho de la lectura de un libro, la contemplación de un cuadro, el visionado de una película, la audición de un disco, etc., es un asunto de elección personal. Podemos dedicarnos a ver la vida pasar, encender la televisión al azar, hablar por teléfono o hacer un crucigrama; en cualquier caso esperamos algo de estas actividades: pensar, toparnos por casualidad con algo interesante, recuperar o mantener un lazo afectivo, o simplemente pasar el tiempo. Con suerte, lo logramos. De lo contrario, y por lo general, entramos en el aburrimiento. En vez de eso, muchas veces, si tenemos la opción y el tiempo, dedicamos nuestra atención a las obras artísticas, con la esperanza de recibir algo a cambio de nuestro tiempo. Si esa obra lo consigue, podemos perfectamente definirla como "arte", aunque sólo sea entretenernos. Entonces quizás la definamos como arte menor o artesanía, pero las calificaciones de menor o mayor son tremendamente personales, mientras que la definición general todavía se aplica.
Incluso podemos plantarnos ante un lienzo pintado de blanco y preguntarnos (como hizo a toda portada un suplemento cultural del periódico ABC) si eso es arte. La respuesta es que la primera vez, sí, aunque sólo sea por habernos hecho meditar sobre el concepto de arte. Épater le bourgeoise o no, los ready-made de Duchamp cumplieron la misma función de interrogarnos sobre las intenciones de su autor.
Según esta definición, lo inadmisible en una obra de arte sería el aburrimiento, la sensación de pérdida de tiempo: el deseo de cerrar el libro, el preguntar porqué habremos ido a la galería de arte, el ansia de salir a fumar en medio de una película, el desear estar en otra parte haciendo cualquier otra cosa.
En su mejor versión, el ser humano es aquel que rechaza la actitud de estar con la mirada perdida y pensando en nada.
Aquí me dedico a esas obras que evitan esto, a esas obras de arte que aportan algo más que el tiempo que se les dedica. Si es entretenimiento, bien. Si es belleza, ideas, catarsis, deliciosos escalofríos, risas y sonrisas, cualquier cosa que ustedes quieran nombrar, perfecto. Incluso la irritación. Si una obra es tan mala como para hacerme pensar porqué lo es, también puedo tratarla aquí, aunque sea para reflexionar sobre los pecados capitales de la escritura. En cualquier caso, hay que huir de los libros aburridos, aquellos a los que dedicamos un tiempo que no merecen, los que, acabados, nos provocan la frase: "Bueno, ¿y qué?"
Sé que esta definición de arte es tan amplia que es controvertida. Al fin y al cabo, cada uno busca cosas distintas en los libros. Pero prefiero fijar un mínimo común denominador a mostrarme elitista.
También esta definición es lo bastante vaga como para resultar acientífica. Por eso mis opiniones son personales, intuitivas. No aplico ningún aparato o andamiaje crítico concreto, a pesar de poder hacerlo, entre otras cosas porque esos andamiajes, más que cumplir una función, lo que hacen es ocultar el edificio principal (y no hay más que leer las revistas literarias y los suplementos culturales para ver eso).
Este blog no es una guía de lecturas. No pretendo que nadir, después de leer mis comentarios, se lance a la librería o a la biblioteca a por la obra (entre otras cosas, porque estoy comentando cinco libros a la semana, y ustedes tienen otras cosas que hacer, que les deseo sean mejores). Tampoco quiero ser un club de lectura, entre otras cosas porque semejantes clubes enfrentan a sus participantes a pruebas muy duras, es decir, leer cosas que maldita la gracia leería uno si no tuviera la obligación social de hacerlo. Lo deseable es que si quieren, lean, a su gusto; y si quieren, comenten, también a su gusto. Que lo hagan al día siguiente o dentro de dos años, me es indiferente. Los posts no caducan. No se van a suprimir. Si me comentan una obra que traté hace un año, se lo agradeceré y responderé con la misma dedicación y alegría que ál último post publicado.
Y si sirvo para descubrirles alguna obra que les proporciona más de lo que le han dedicado, me sentiré plenamente contento y justificado.

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Los Tipos Duros No Bailan, de Norman Mailer

(Tough Guys Don't Dance)
Ed. Anagrama
col. Compactos
Barcelona, 1992 [1984]

Cedamos la palabra a Jorge Herralde y sus chicas: "Narra la historia de Tim Madden, escritor fracasado adicto al bourbon, los cigarrillos y las rubias casquivanas y adineradas en el escenario de arbustos y dunas de Provincetown, cargado de la crudeza y melancolía de la población fuera de temporada. Cuando se cumplen 24 días del abandono de su esposa, Tim Madden amanece con resaca, una acentuada excitación sexual y un nombre del pasado tatuado en rojo en el brazo. Apenas recuerda nada de la noche anterior. De pronto descubre que el asiento del acompañante de su Porsche está empapado de sangre y que, en un bosquecillo cercano, en un rincón semioculto de su escondrijo de marihuana, hay una cabeza rubia cercenada por el cuello. ¿Será Madden un asesino?"
Como planteamiento es prometedor. Pero Madden no sólo se limitará a investigar un asesinato, sino a pasar revista a su vida y, de paso, revisar las características y contradicciones de una sociedad desquiciada como la norteamericana. En este sentido, la novela de Mailer es más que una simple novela policíaca pero, grandeza del buen escritor, esta visita a los recovecos de la mentalidad estadounidense jamás supedita el desarrollo de la novela, sino que se integra en ella como parte imprescindible de la trama.
El lector se sorprenderá de que la serie de casualidades, tan propia de Raymond Chandler (un estilo del que Mailer, en esta novela, se constituye en heredero y tanto le debe, formal y argumentalmente), sea casi increíble. Pues Mailer se toma la molestia de explicarlas y justificarlas. ¿Y por qué no? Nuestro mundo es uno muy pequeño, y en él formamos un microcosmos que es reflejo de un mundo mucho mayor.
Y una última advertencia. Formalmente, esta novela es un policíaco, pero no se molesten en ir a las últimas páginas para saber quién es el asesino. Lo descubrirán, pero no entenderán nada. Para ello, deberán encontrarse con unos personajes y situaciones, fascinantes y repulsivas, en el transcurso de la novela. Eso, narrativamente, es una virtud.

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Don Juan en Sicilia, de Vitaliano Brancati

(Don Giovanni in Sicilia)
Ed. Sirmio/Quaderns Crema
Barcelona, 1994 [1941]

Conocí la obra de Vitaliano Brancati en mi juventud, en una de esas ofertas de saldo de 3 x 1, en las cuales incluí en mi selección un ejemplar de El Guapo Antonio. Ya entonces me sorprendió agradablemente, y muchos años después pude ver la versión fílmica, interpretada (¡cómo no!) por Marcello Mastroianni.
Esta es una obra casi gemela a El Guapo Antonio, sólo que si en aquélla la historia era la de un hombre tan bello que las mujeres lo tomaban como objetivo unánime, en Don Juan en Sicilia lo que Brancati nos explica es la obsesión del protagonista por La Mujer; no una en concreto, sino la mujer en general, en sus diferentes facetas. Brancati puede haber creído que hablaba sobre esta parte del carácter siciliano, pero una vez leído el libro, uno llega a la conclusión de que esta obra tiene un carácter más universal de lo que parece.
Provista de una fina ironía y buenas dosis de humor, la historia de Giovanni Percolla empieza cuando él y sus amigos se obsesionan por las mujeres. Pero es una obsesión extraña, al menos contemplada en frío; en realidad, es más común de lo que parece. Porque esta obsesión se desarrolla de tal manera que las mujeres más disfrutadas, las más deseadas, las más comentadas, son las vistas, no aquellas a las que hablar y, por supuesto, no aquellas a las que poseer: "Giovanni cada vez era más entusiasta del placer que dan las mujeres [...], pero de las mujeres de carne y hueso empezaba a tener una opinión muy baja". Es el ideal (o el deseo inalcanzable, precisamente por serlo) lo que les motiva, les emociona, les excita.
De pronto, Giovanni cambia su vida ordenada y entra en una espiral de extravagancias, al menos para sus allegados. Y es que una mujer (y podía haber sido cualquier otra) le ha mirado largamente. Y, claro, Giovanni se ha enamorado.
Esta fase del cortejo de las miradas, de las presencias, finalizará cuando, por fin, pueda prometerse con esa mujer. Del sufrimiento pasará a la sujección voluntaria, que culminará en el matrimonio y la vida en común. La monotonía y luego, por descontado, la infidelidad, los celos, la perspectiva de la paternidad y, finalmente, la vuelta a Sicilia, que representa para Giovanni un respiro temporal de soltería que, en el fondo, es su estado de felicidad natural.
La ironía con la que Brancati nos lleva por todos estos estadios es notable. Al leerlo, uno cree que el autor no puede ir más allá en esa situación y, sin embargo, lo consigue, y por muy exagerada que pueda parecer, no deja el lector de encontrar paralelismos o casos en la vida real.
Es una novela tremendamente meditada, enormemente sagaz, inconmensurablemente divertida que, al mismo tiempo, retrata con inteligencia la visión que de la mujer tiene ese bicho raro, el hombre.

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En Costas Extrañas, de Tim Powers

(On Stranger Tides)
Ed. Gigamesh
Barcelona, 2001 [1987]

Si recuerdan, Piratas del Caribe, en teoría basada en una atracción, tiene como seña característica un barco pirata cuya tripulación está integrada por zombies. Unas aventuras gráficas para ordenador, la afamada (con toda justicia) serie de Monkey Island, tiene como protagonista a un joven que se enfrenta a una tripulación pirata... compuesta de zombies.
Pero dejemos al amanerado Jack Sparrow y al fanfarrón e ingenuo Guybrush Threepwood. En esta novela de Powers aparece una tripulación de zombies. No voy a discutir si hay plagios mutuos o si son casos de evolución paralela. No soy abogado. Al parecer, la piratería caribeña y el vudú son combinaciones muy atractivas, tan inseparables como el ron y la bandera negra. El caso es que En Costas Extrañas hay mucho más que zombies.
Powers es un especialista en el pastiche histórico. Su método es introducirnos en una época y generar un villano que, mediante las artes nigrománticas, se convierte en un adversario formidable.
Por repetitiva que pueda sonar la fórmula, hay que reconocer que Tim Powers la ejecuta, en sus diversas formas, de una manera que ni parece forzada ni resulta inverosímil. Su gran cualidad es introducirnos en la época, en la aventura, en la fantasía o en el terror con una naturalidad que eleva su estilo por encima de las novelas de género.
Un tipo como Barbanegra, que se presentaba al combate con mechas encendidas entrelazadas en la barba y el pelo y cargado de pistolas y que ya era definido por la prensa de la época como "diabólico", está a un paso de la magia negra. Lo lógico era dar ese paso. El vudú se impuso como culto caribeño coincidiendo con la edad de oro de la piratería. Lo lógico era integrarlo.
Pero el mérito de Powers no es sólo aprovechar estas ideas (que podrían ser sólo extravagancias u originalidades) sino el ser un buen narrador que con estos y otros mimbres fabrica un cesto resistente y hasta estético. Tim Powers conoce todos los mecanismos de la novela de aventuras, la histórica y la fantástica, y los conoce tan bien que sabe cómo dosificarlos y ponerlos en marcha. Las mayores críticas que se han dirigido al autor van en el sentido de que podría haber hecho una novela decente con tan sólo uno de estos elementos (histórico; de aventuras; fantástico). Pero, si Powers se divierte haciéndolo a su peculiar y propio estilo y si, más importante aún, nos divierte a nosotros, ¿por qué deberíamos renunciar a ello?

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El Calamar Opta por su Tinta, de Adolfo Bioy Casares

En De la Forma del Mundo y Otros Relatos
Ed. Aguilar
col. Relato Corto
Madrid, 1995 [1962]

Hace ya muchos años, un servidor coleccionaba relatos relacionados con los Mitos de Cthulhu. Esa ¿obsesión? desapareció hace largo tiempo, pero dejó en mi biblioteca una serie de cuentos que, más o menos relacionados con la temática lovecraftiana, no pueden por menos que representar una buena muestra de lo que podríamos definir como la reacción humana ante el extraño.
En un pueblo del interior de la Argentina, unos hechos misteriosos intrigan a esa pequeña comunidad, hasta hacerse patente que están relacionados con la llegada de un ser extraterrestre que puede representar la salvación de la humanidad. ¿El final? Es un cuento de 15 páginas... hagan el esfuerzo.
Pese a lo recurrente del tema en la ciencia ficción, Bioy nos sorprende con un cuento naturalista, casi criollo, en un ambiente provinciano que continúa aún después del descubrimiento del extraterrestre. De ahí el tono humorístico que toma el relato. Pero no se confundan, Humorístico puede ser pero, en broma en broma, Bioy va soltando reflexiones como hay que soltarlas, no como losas sino como parte del camino narrativo.
Y, en fin, hablar de Bioy Casares casi siempre es hacerlo, según parece, de un escritor que se llamó "Jorge-Luis-Borges-Adolfo-Bioy-Casares". A Bioy no se le ha hecho (a pesar del premio Cervantes) suficiente justicia. Es un narrador como la copa de un pino. Un literato que (como demuestran los diálogos de este cuento) ejercía su arte con naturalidad y dominio, y que (para aquellos a los que el primer elemento del binomio Borges-Bioy no les apetezca) en absoluto posee el barroquismo de Borges, adoptando un estilo tal vez menos florido, pero igualmente genial. Si Borges no hubiera existido, Bioy sería mejor recordado. Para los que estamos en el secreto, Bioy Casares es uno de aquellos grandes entre los grandes.

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Bridge of Birds, de Barry Hughart

Corgi Books
Londres, 1986 [1984]

Subtitulada como "Una novela sobre una antigua China que nunca existió", traigo a su consideración una de las novelas más deliciosas jamás escritas.
Durante la recolección de seda del año del Tigre 3337 (639 d. de C.) del pueblo de Ku-fu, todos los niños de entre ocho y trece años caen en una especie de coma profundo que puede llevarlos a la muerte. Todos. Se trata de una plaga. Y, para desesperación del abad médico del monasterio, la pregunta que este formula es básica: "Primero decidme cómo una plaga puede aprender a contar". En efecto, una plaga que deja incólumes a los menores de ocho y los mayores de trece años. En Pekín hay una calle donde viven hombres sabios que pueden dar esa clase de respuestas. Y así Buey Número Diez, coprotagonista de la historia, acudirá a Pekín en busca de un sabio. ¿Pero a qué sabio puede importarle la suerte de unos niños campesinos?
"[...] decidí que iba a tener que golpear en la cabeza a un sabio, meterlo en un saco y llevarlo a Ku-fu, quisiera o no. Entonces recibí un signo del Cielo [...] Brilló sobre el cartel de un ojo, pero este ojo no estaba completamente abierto. Estaba medio cerrado.
"'Parte de la verdad revelada', parecía decir el ojo. 'Algunas cosas las veo, pero otras no'.
"Si este era el mensaje, era la primera cosa sensata que había visto en Pekín, y giré y entré en el callejón".
Allí encontrará a Li Kao, un sabio "con un leve defecto en su carácter" y empezará una serie de aventuras impresionantes, con unos villanos magníficos en su vileza y con historias maravillosas.
¿Es un cuento de hadas? Sí, pero para adultos. ¿Es una novela picaresca? También, pero conservando el sentido de la maravilla. ¿Es una novela de aventuras? Por supuesto, pero hace más por la divulgación de la cultura china que un centenar de estudios sesudos. ¿Una novela de detectives? Claro, pero esos Holmes y Watson que son Li Kao y Número Diez son más originales que cualquier personaje que haya dado la literatura policial.
Y sobre todo es una gran historia, un argumento magnífico.
"─Diez, tenemos un duque malvado que lee las mentes y se ríe de las hachas, guaridas del tesoro escondidas en laberintos supuestamente guardados por monstruos, flautas que narran cuentos de hadas, un fantasma incomprensible que podría haber surgido de uno de ellos, un antiguo juego infantil y un mensaje espectral procedente de la Almohada del Dragón. Si te estás preguntando por la malvada madrastra, espera, porque debe estar a punto de aparecer".
Como dice Anne McCaffrey, "Li Kao puede tener un leve defecto en su carácter, pero el libro no tiene ninguno".

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¿Por Qué Persisten los Dioses? Una Aproximación Científica a la Religión, de Robert A. Hinde

(Why Gods Persist. A Scientific Approach to Religion)
Eds. de Intervención Cultural/Biblioteca Buridán
Barcelona, 2008 [s. f. ]

En un comentario anterior daba las claves de cuándo se realizaría en estas notas una reseña que fuera demoledora. En ella (cosas de la vuelapluma), me olvidaba de una: aquellos ensayos que tuvieran un punto falsario, o supersticioso, o que pudieran llevar al lector a un engaño o una falacia científica. Bien, ha llegado la hora de desenvainar el cuchillo (o el bisturí) y diseccionar un libro que pretende hacer lo que anuncia en el título mediante un andamiaje de razonamientos que no es más que un cúmulo de medias verdades.
Hinde se preocupa por la persistencia que las religiones tienen en la sociedad humana. Es una preocupación lícita. Sin embargo, ya desde el principio, insinúa que la religión debe ser estudiada científicamente. Ahí su propósito ya empieza a patinar, puesto que, como sabemos, las ciencias, por lo menos las puras, basan su investigación en lo material, lo mesurable, lo matemático. Pero, hay que ser pacientes y esperar a ver sus razones.
Éstas las desarrolla en la parte central del libro, y ahí nuestra sorpresa crece: Hinde analiza la influencia de la religión (o lo religioso) en los campos psicológico, antropológico y sociológico. Por supuesto, estas ciencias (aplicadas, no puras) han estudiado siempre el fenómeno religioso en su influencia a nivel del individuo, su etnia o su sociedad, y con toda licitud.
Pero, me apresuro a remarcar, estas ciencias (aplicadas), no estudian la religión. Estudian los efectos de la religión en el individuo, la etnia y la sociedad. Que es algo muy distinto.
El ejemplo más claro que se me ocurre es el de los cultos "cargo" en el Pacífico. He ahí una religión (que pervive) de la cual conocemos a la perfección su genealogía. La llegada de los grandes pájaros de acero (los transportes y bombarderos estadounidenses de la II Guerra Mundial) que, mediante unos rituales misteriosos (el encendido de hogueras o la disposición de luces para marcar la pista de aterrizaje), la erección de un extraño altar elevado (la torre de control), hacían que los pájaros aterrizasen y los enviados de los dioses daban a los nativos productos benéficos y jamás vistos (chocolatinas, leche condensada, telas brillantes, instrumentos de metal).
Ningún antropólogo que se precie perdería un segundo en analizar la teología del "cargo", ninguno analizaría a los miembros de las fuerzas aéreas estadounidenses como "dioses". El interés es cómo surge y cómo influye esa religión. Y eso que es una de las pocas religiones en las cuales hasta se puede entrevistar y filmar a los dioses hoy en día.
¿Puede ser que nos hayamos confundido? ¿Que Hinde tenga el loable propósito de defender que las ciencias (aplicadas) de la antropología, la psicología y la sociología presten la debida atención a la religión? La respuesta es no.
Lo que intenta es que el estudió de la religión se realice desde el punto de vista biológico y etológico. En el transcurso de su argumentación, primero insinuada y después a las claras, Hinde desliza su pretensión principal: que la religión forma parte del patrimonio genético humano. Cartas boca arriba, por fin.
Este es un libro sibilino. Trabajando con medias verdades, y a veces escondiendo hechos. Todo el libro da la impresión de que el autor ha aprovechado cualquier cosa para "hacérsela venir bien" en apoyo de su tesis.
La religión es universal, dice, pancultural. Allá donde la religión ya no ejerce influencia, el ser humano ha montado otra: la burocracia estatal.
En absoluto dice qué pasa en sociedades laicas occidentales no burocráticas, como en Francia. Llegado el caso, estoy casi seguro de que Hinde invocaría a la Santísima Seguridad Social o al Sacro Subsidio de Desempleo.
Si uno no es religioso, pero le da repelús un gato negro, amigo, la religión está ahí, en su patrimonio genético. No se engañe. Es usted tan religioso como un imam o el papa.
Aquellas sociedades que abolieron la religión han vuelto a la senda (según Hinde, genética) de la creencia. A Hinde le importa un bledo que sociedades como la rusa, que llegaron a tener un 90% de ateos oficiales en sus mejores épocas, hayan vuelto a la religión, sí, pero no en la medida en la que los genes deberían impulsar, y que, si no recuerdo mal, en Rusia persiste un 50% de ateos y/o agnósticos. Da igual ese 50%, en realidad debe creer en la mafia rusa, y un capo es tan bueno como un pope, ¿no?
Los pilotos aliados en la Segunda Guerra Mundial, imagínense, creían en gremlins. Tal es la fuerza de los genes. Aquí, tal vez comprendiendo que se ha pasado y que su argumentación podía pasar de ser un quiero y no puedo a la pura broma, Hinde se arrepiente y (muchas) páginas después precisa que los pilotos "fingían creer" en gremlins.
Todo el libro está lleno de cosas irritantes, al menos para alguien con formación científica. Hinde no realiza una sola cita entrecomillada. Emplea autoridades a troche y moche en apoyo de su tesis, pero jamás nos enteramos de las palabras exactas de su fuente. Lo cual no sólo es sospechoso, sino confuso. Uno nunca sabe cuándo habla Hinde y cuando la fuente documental. Ni si dice lo que interpreta Hinde, claro. Pero este libro es todo él una gran ceremonia de la confusión.
A los científicos que no creen en el estudio científico de la religión, Hinde los tacha de "destructivos". Es una calificación muy insidiosa. Porque, por supuesto, los que sí creen, por contraposición, tienen que ser calificados como "constructivos", palabra esta que sabemos concita las máximas simpatías.
En una prolongación de esa actitud omnipresente de tirar la piedra y esconder la mano, Hinde acusa a Konrad Lorenz de hacer "extravagantes afirmaciones". No sabemos cuáles son éstas, porque Hinde no se digna a mencionarlas, pero no creo que la bibliografía nos ayude demasiado. Sólo se cita un artículo de Lorenz, y, si mi alemán no me engaña, es sobre medio ambiente y pájaros, no sobre religión.
Hinde defiende que la religión es pancultural y genética, pero no nos engañemos. El propio autor nos aclara que, puesto que es la que más conoce, la base de sus ejemplos será la suya, es decir, la buena y vieja religión cristiana occidental. Cuando, en ocasiones, se refiere a las religiones orientales o africanas, Hinde se monta un embrollo monumental, haciendo extrapolaciones que resultarían inadmisibles para cualquier antropólogo.
Podría seguir, pero ya les he cansado bastante, y bastante me ha cansado Hinde a mí.
Capítulo aparte merecen las referencias bibliográficas. Suele ser algo que se obvia, pero que proporciona valiosas pistas sobre el fondo documental de un ensayo. Sólo un 6% son libros científicos, y un 1% de medicina; varios, 3%; textos de sociología, un 13%, de antropología, un 14%; de psicología, un 31%, igual que las fuentes sobre religión. No queda duda de que la base científica pura es mínima.
Otra cosa son estas fuentes sobre religión. Una gran cantidad provienen de una sola fuente, una revista llamada Journal of the Scientific Study of Religion, donde hallamos perlas como: "Motivos para participar en la experiencia religiosa", "Las tres caras del auténtico creyente: motivación para asistir a una iglesia fundamentalista", "Correlaciones de las experiencias místicas y diabólicas en una muestra de estudiantes femeninas universitarias", "Probando la escala de trascendencia de la muerte" y "La herencia protestante y el espíritu de posesión de armas de fuego". Entre otras. Todo esto tiene una resonancia familiar, ¿no es cierto?
Lo peor de todo no es que Hinde intente embarcar a la ciencia (a los científicos; no existe algo llamado Ciencia como una especie de superorganización) en un debate estéril, sino que este debate pueda comprometer el progreso científico.
Y que Hinde, con sus diatribas, se carga de un plumazo la fe. Cualquier estudiante de primero de teología (He ahí la ciencia de la religión, una ciencia muy peculiar, sin embargo, en la que antes de dar un paso, se tiene que pronunciar la frase "Demos por supuesto... que Dios existe"), decía, cualquier estudiante de teología sabe que Dios es inefable. Es decir, no se puede describir con palabras. Y su plan, tampoco. Decir que la religión va con los genes implica echar por el desagüe cosas como la Fe, el Libre Albedrío, y aquella famosa frase de "Dios escribe recto con renglones torcidos". He ahí la definitiva contradicción de Hinde: Al religionar la ciencia, el método científico no existiría, pero al cientificar la religión, la despojaría de toda su base, de toda su esencia.
Quiero ocuparme brevemente de la editorial española, Buridán (desconocemos si es en homenaje al filósofo occamista o a su asno). En la solapa dicen: "desde el surgimiento de nuevas disciplinas como la biología de la religión...". Hinde, por miedo, por vergüenza torera o porque no se atreve a tanto, en ningún sitio menciona una "biología de la religión". Porque es una tontería. Suponer que la religión es un ser vivo que nace, crece, se reproduce y muere es igual a suponer que existe una biología del perchero.

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361, de Donald E. Westlake

Eds. 62, col. Seleccions de la Cua de Palla
Barcelona, 1995 [1962]

361 es la clave numérica que el Roget's Thesaurus asigna a la palabra asesinato.
Ray Kelly es un soldado que acaba de ser desmovilizado y llega a Nueva York. En el viaje de regreso a casa, un automóvil se sitúa a su altura y mata de un disparo a su padre. Unos días más tarde, su cuñada es muerta al ser arrollada por un coche, y el conductor se da a la fuga. Alguien está intentando acabar con los Kelly, y el motivo tiene que buscarse en los viejos tiempos de la prohibición. Y Ray y su hermano Bill deciden contraatacar, no para salvar la piel, sino para vengar estas muertes teóricamente sin sentido.
Ya les he hablado de Westlake, y recalqué que había sido uno de los principales recuperadores del hard boiled (el género "duro" dentro de la ficción criminal). Pues esta novela es una de las más duras de su clase. No tanto por los métodos de venganza como por lo implacable de la misma.
Como siempre en Westlake, ritmo, escenas y personajes son inmejorables en una trama en donde, como suele pasar, las cosas no siempre son lo que parecen.

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El Hombre del Ventilador, de William Kotzwinkle

(The Fan Man)
Ed. Tusquets, col. La Flauta Mágica
Barcelona, 1988 [1974]

Les traigo hoy una joya inclasificable, insólita y única. Los amigos de Tusquets hicieron un gran trabajo al intentar resumir esta novela, tan poco resumible, de modo que les cedo la palabra: "Esta es la historia de Horse Badorties, una creación única en la narrativa contemporánea. Las aventuras de Horse Badorties, personaje despistado y lunático donde los haya, músico genial y mesiánico, son muchas y algo locas: cuando no está atrapado en cabinas telefónicas haciendo llamadas a Alaska que pueden durar toda la noche, busca un autocar de colegio usado para escapar con todos sus bienes, que consisten sobre todo en periódicos viejos y latas de conservas. Lo único que lo mantiene íntegro, que impide su desmoronamiento caótico en un mundo para él siempre más demencial, es la tarea que se ha impuesto: que el mundo entero cante música polifónica. Horse Badorties es una rara avis, de esas con las que uno no se cruza más de una vez en mil años".
No diré que sólo exista una novela tal cada mil años, pero sí que no sólo es una historia original y divertida, sino también tierna y maravillosa. Horse Badorties es un desclasado, un excéntrico, un loco, pero su mundo interior y cómo se enfrenta con él no pueden menos que provocarnos afecto:
"Siento que me voy a desmayar, tío. Demasiado esfuerso en el empleo del precioso contenido de mis energías dentro de este abrigo de veintitrés kilos. Si no como algo me desmayaré. Sal de este parque, tío, vete DEPRISA a una tienda y consigue una botella de piña colada sin alcohol. Como general de cuatro estrellas de las Fuerzas de Liberación de Puerto Rico, tío, el COmandante Cateto tiene derecho a una botella diaria.
Pero antes será mejor que haga un alto en el drugstore, tío, para comprar un libro de astrología correspondiente a este mes y así enterarme de lo que me está ocurriendo.
Porque algo tiene que estar ocurriendo, tío.
─Qué está ocurriendo, tío.
Dejo cincuenta centavos sobre el mostrador del drugstore y salgo con mi auténtica carta astral de Aries para Horse Badorties en el día de hoy, veamos:
Amenaza de caos en un
orden confuso y embrollado.
Otro día normalito de Horse Badorties. Estoy confundido y embrollado, sin saber adónde voy. Más me valdrá rebobinar el magnetofón, tío, para ver adónde voy. Porque ahora mismo estoy en una esquina, yendo a ningún sitio.
Rueditas de magnetofón girando. Pulso el botón de on y oigo: "A cenar a Chinatown, tío. Está en El Plan".
─Correcto, tío, entendido.
Ahora Horse Badorties está plenamente orientado."

Hay cierto método en su locura, decía Shakespeare. No sé si hay método en la locura de Horse Badorties, pero sí mérito en William Kotzwinkle.

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Poemes Satírics, de Josep M. de Sagarra

Ed. La Campana, col. Humor i Sàtira
Edición y notas de Lluís Permanyer
Barcelona, 1989

La sátira poética es un género muerto. Lamentablemente. Bien por autocensura, por la creencia de que la poesía tiene que ser "trascendente", bien por falta de talento de nuestros poetas, los poquísimos intentos de revitalizarlo (recuerdo uno de ellos en el Quadern del periódico "El País") se han saldado con un fracaso tras otro. Algún que otro epigrama suelto, y poco más.
Y sin embargo, históricamente, los más grandes poetas lo han practicado con aprovechamiento y humor. Dante no ejerce otra cosa que la sátira (con alguna venganza) en su Infierno; Shakespeare y Molière, en sus obras, pusieron a caldo costumbres y personajes de su sociedad; Góngora ("Un buhonero ha empleado / en higas hoy su caudal / y aunque no son de cristal, / todas las ha despachado. / Para mí le he demandado / cuando verdades no diga, / Una higa.); Quevedo, el gran referente.
Josep Mª de Sagarra, el gran poeta y literato catalán (y cada día que pasa se sitúa más entre los grandes), ejerció su ministerio en este género, también. Y lo escaso de esta producción queda compensado por una calidad altísima, por una enorme facilidad, por un humor inconmensurable.
Juiciosamente anotados y puestos en contexto por Lluís Permanyer, estos poemas se sitúan entre los imprescindibles del género, aquellos que se te quedan en el pensamiento y recitas, aunque sólo sea en parte, en las ocasiones oportunas. Dominio, maestría si ustedes quieren, es como se llama a eso.
Un ejemplo, dedicado a un poetastro que obtuvo el ¡quinto accésit! en los Juegos Florales:

"[...]
─Vaja, que ja sabem! No faci el maula!
─diuen els qui entenen que és tan bó.
Don Filibert es va sentar a la taula
ungit pel quint accèsit de la flor.

I bellugant-se en la cadira estreta
va recitar l'"Idil·li bosquetà",
on hi sortia el Be i la Moreneta,
la Lira, el Petó i el Rabadà.

I un amic ser ─en Valentí Cabota─
digué amb un aire com del que hi entén:
─Te la trobo un xiquet atrevidota,
però, vaja, l'estil és molt valent.─

I ell contestà, escorrent-se-li la bava
i ensenyant la misèria dels queixals:
─És escrita d'ençà que festejava;
fa trenta anys que la tiro als Jocs Florals."


[─¡Venga, que ya sabemos, no se haga el maula!
─dicen los que creen que es tan bueno.
Don Filiberto a la mesa se sentó
ungido por el quinto accésit de la flor.

E inquieto en la silla estrecha
recitó el "Idilio Silvestre",
donde aparecía el Cordero y la Moreneta,
la Lira, el Beso y el Rabadán.

Y un amigo suyo ─Valentí Cabota─
dijo con aire del que entiende:
─Te la encuentro un poco osada,
pero, bueno, el estilo es muy valiente.─

Y él contestó, cayéndosele la baba
y enseñando la miseria de los molares
─Está escrita desde que galanteaba;
hace treinta años que la envío a los Juegos Florales. ]

Un poema que debería tener a mano cualquiera que escriba versos con la pretensión de publicarlos.

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Un Asunto Sucio, de Marco Vichi

(Una Brutta Facenda)
Eds. Témpora
col. Tropismos
Salamanca, 2005 [2003]

Les había prometido [aquí] seguir las peripecias del comisario Bordelli, para dilucidar si Marco Vichi conseguía redondear sus virtudes narrativas con un buen argumento.
La respuesta es que sí, pero con una salvedad que les explicaré más tarde.
El asunto sucio del título es una serie de asesinatos de niñas, con características propias de un asesino psicópata y sin ninguna pista para aclararlos.
Todas las buenas cualidades que apuntaban en la anterior novela del comisario Bordelli se ven confirmadas en la segunda. Y esta vez el argumento no es tan anecdótico como el anterior. Pero, y esa era la salvedad, el mismo Vichi, en los agradecimientos, dice: "A Carlo Lucarelli por haberme ayudado con el esquema argumental".
Ustedes ya saben lo que opino de Lucarelli [aquí, aquí y aquí, y esta es una estrambótica forma de citar] y, por tanto, estoy dispuesto a creer que pueda haberla mejorado. Pero en qué medida, lo desconozco, y no voy a ser yo el que desacredite una buena novela de Marco Vichi por haber recibido ayuda de alguien. Un Asunto Serio viene firmada por Marco Vichi, y si tiene que asumir las críticas por ella, es lícito que asuma también los elogios. En este caso, yo me inclino por estos últimos. Y si Lucarelli ha intervenido para bien, es mérito de Vichi el recurrir a quien podía hacer aportaciones positivas.

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Atando Cabos, de E. Annie Proulx

(The Shipping News)
Ed. Tusquets
col. Andanzas
Barcelona, 1995 [1993]

Según lo dicho en el artículo anterior [aquí], déjenme comentarles una obra de alguien que ha asumido riesgos por un tubo... y ha llevado a buen puerto su novela.
Uno de los instrumentos de la valentía de un escritor es la exageración. La situación o personajes exacerbados forman parte de la obra artística desde tiempos inmemoriales. A veces son puros juegos técnicos (el catálogo de las naves en verso de la Ilíada, por ejemplo). Otras veces, las más, son personajes que no existen o no pueden existir, que los americanos definen, muy adecuadamente, como "bigger than life", más grandes que la vida misma, en su propia exageración. Don Quijote es uno de ellos. Hamlet. Los protagonistas de El Maestro y Margarita. Raskólnikov. El protagonista de Los Hijos de la Medianoche. El Ignatius Reilly de La Conjura de los Necios.
Pero es que la exageración es un arma muy potente. Por contraste o afinidad, lo que rodea a ese personaje o situación exacerbada se agiganta o (según lo que pretenda el autor) se minimiza. La exageración suele desembocar en humor; pero el humor es una forma excelente de analizar o reflexionar sobre las circunstancias de la vida. Nunca subestimemos al humor. Nunca despreciemos la exageración.
Atando Cabos es una obra maestra realizada por medio de la exageración. Proulx, por si no lo saben, es la autora de un relato que dio origen a la película Brokeback Mountain. Durante mucho tiempo estuve desconcertado preguntándome cómo la autora de Atando Cabos había podido escribir un relato tan naturalista como este. Hasta que caí en ello. Soy burro, me dije, ¿qué puede haber más exagerado que coger al símbolo de los valores masculinos americanos, el cowboy, y convertirlo en homosexual; es más, no a uno solo de ellos (que hubiera podido convertirse en una tragedia, pero se hubiera visto como una "anomalía"), sino a dos, manteniendo una relación (lo que se convertía en algo casi subversivo). El escándalo resultante en los USA demostró que tenía razón y que la exageración puede convertir cualquier cosa en dinamita.
Leí Atando Cabos no precisamente por el texto de contraportada. Hay que reconocer que los amigos de Tusquets tenían una tarea casi imposible delante, porque es inconcebible resumir en veinte líneas esta novela. Conténtense con ese texto [que pueden consultar en la web de la editorial, esta] y con saber que Quoyle, el protagonista, es un incompetente. Un incompetente TOTAL, frente a cualquier situación. Y, en su caso, por lógica, cualquier situación, por mínima que sea , se convierte en un Everest. Y no sólo son situaciones nimias las que le caen encima.
Tras el culmen de su tragedia personal, con sus dos hijas y una tía (tan exagerada como él, pero más capaz y granítica que nadie), emprende una emigración a Terranova, tierra de sus antepasados (tierra de exageraciones, meteorológicas, geológicas, ambientales), en una especie de catarsis monstruosa, y allí se encontrará con personajes y situaciones tan peculiares como él.
Sin arruinar el argumento, no puedo decirles más. Sólo comentarles que se lee a veces con una sonrisa (dulce o amarga), con sorpresa, con interés, con curiosidad; con asombro en ocasiones. Con ternura, también.
E. Annie Proulx logra un triunfo completo. Obras como esta no aparecen una cada mes, ténganlo en cuenta. De modo que háganse un favor y léanla. No creo que queden defraudados.

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Algunas Consideraciones sobre lo que son las Grandes Obras Literarias

Hay cosas que son muy difíciles de explicar. Por ejemplo, cómo se define una obra maestra o, por lo menos, una obra que se eleva por encima del resto de las cosas que se escriben. Pero creo que una explicación al respecto es obligada, de modo que les ruego que sigan conmigo durante un rato. Les pido disculpas por el rollo que les voy a largar, pero creo que será instructivo.
Frente a ese famoso folio en blanco, podríamos decir que el escritor se halla frente a una cuerda tendida sobre un abismo que tiene que cruzar. Puede hacerlo de varias maneras. Puede aferrarse a la cuerda con manos y pies y emprender una marcha lenta pero segura hasta haberlo atravesado; o puede, como un funambulista, prepararse para caminar sobre la cuerda, confiando en sus habilidades y sentido del equilibrio para llegar a buen término. Vacilará, en algún punto puede que caiga pero logre agarrarse al cable y volver a subir. Puede caer en un punto y, entonces, seguir a gatas. En el peor caso, puede caer al abismo (y entonces hablamos de novelas fallidas). Puede atravesar el abismo con mayor o menor rapidez (y a eso lo llamamos talento). En todo caso, amigos y vecinos, puede tomar riesgos o no.
Empleando otra metáfora, puede jugar a empatar o ir directamente a por la victoria. En este último caso, puede conseguirlo o no, pero ese riesgo, ese juego de ataque, es vistoso y artístico. El patadón y el cerrojo, la esperanza de que ya marcará a última hora, con la mano o de penalti injusto, y de que, por lo menos, no le habrán marcado ningún gol, si no aburren, sí cansan. En literatura (y en el resto de artes), este riesgo se asume de varias maneras: el ritmo, los giros argumentales, los personajes, el lenguaje, el ingenio, el humor, el argumento, el ambiente... lo que ustedes quieran.
Hagan una prueba: repasen una revista de literatura de hace cinco años (o la lista de candidaturas a los premios Goya de hace cinco años). Hagan memoria de esos libros y películas que fueron recibidos calurosamente y de los que hoy nadie se acuerda. Esos títulos sirvieron para pasar el rato. O para completar el panorama de estrenos y novedades. Esos títulos jugaron a empatar.
Las auténticas grandes obras artísticas son aquellas a las que podemos volver sin temor a equivocarnos, sin que nos aburran, o las que vuelven a sorprendernos; a las que recurrimos para exclamar "¿Cómo ha hecho eso?"
Todas las obras maestras así aceptadas universalmente son así de valientes. Y no hay cosa peor que leer una obra de un escritor cobarde.

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Els Mercenaris, de Donald E. Westlake

Eds. 62
col. Seleccions de la Cua de Palla
Barcelona, 1994

Donald Westlake, con el transcurso de los años, ha llegado a ser considerado como el introductor del humor en el género negro. Tal vez su obra más conocida (no policíaca), por obra y gracia de Melanie Griffith y Antonio Banderas, sea Two Much (aquí traducida genialmente como Dosmassié).
Pero Westlake es también un gran frecuentador del género criminal al viejo estilo, de hecho recuperando el ambiente que Chandler, Hammett y Ross MacDonald llevaron a su madurez.
Estos autores ya establecieron la premisa de que la línea entre el bien y el mal no es tan clara como la imaginábamos, y que nadie podía ser clasificado sin más como un ángel o un demonio.
Necesariamente, esto tenía que desembocar en la asunción protagonista de uno de estos teóricos demonios, y eso es lo que hizo Westlake.
Un camello drogado se ha despertado junto a una muchacha asesinada. No recuerda nada, pero sólo tiene una certeza: él no ha matado a la mujer, y ha sido llevado hasta allí para que él pague el pato. Y así, acude a Clay, asesino profesional de la mafia. Por una vez, ese camello de poca monta contará con protectores, y Clay recibirá la orden, no sólo de proteger a Billy-Billy, sino de esclarecer la autoría del crimen.
Y así tenemos a un demonio que va a actuar en confrontación a los ángeles, a los que les es más cómodo y simple cargar el muerto a Billy-Billy, a fin de cuentas un indeseable social. Aderezado además con el hecho de que Clay, que nunca ha tenido dudas sobre su trabajo en un mundo en el que el bien es un concepto relativo, está enamorado. Y por vez primera, tiene que plantearse unos dilemas morales si quiere conservar a la mujer que ama. Esto y unas sorpresas imprevistas llevarán a un final devastador.
Como es costumbre en Westlake, buena trama, geniales personajes, un ritmo narrativo inmejorable y una prosa justa e irreprochable, que lo convirtieron en uno de los grandes del género.